La última dictadura cívico-militar vino a instalar en nuestro país un modelo económico y social neoliberal. El mismo que el imperialismo intentó imponer en toda la región por aquellos años y que en muchos países latinoamericanos persiste hasta hoy. Para ello, debían barrer con la resistencia obrera, y por eso se dedicaron a perseguir sistemáticamente la actividad gremial. Intervinieron sindicatos, ilegalizaron centrales, prohibieron asambleas, encarcelaron delegados y delegadas y hasta desaparecieron comisiones internas enteras.
Hay una idea bastante extendida, tanto en la historiografía como en el campo popular, e incluso entre quienes sufrieron la represión militar en carne propia, de que el objetivo del terrorismo de Estado fue terminar con la lucha armada desarrollada por las organizaciones revolucionarias. Sin embargo, ya a fines de 1975 la capacidad operativa militar de estas se encontraba muy debilitada. Sus acciones ya no cosechaban un amplio apoyo popular y venían sufriendo un importante y paulatino aislamiento. Podemos decir entonces que, para marzo de 1976, la guerrilla estaba virtualmente derrotada.
El golpe vino a imponer a sangre y fuego políticas de desindustrialización, flexibilización laboral, pérdida del salario real y especulación financiera. Y se propuso para lograrlo trastocar de manera significativa (y deseaban duradera) la correlación de fuerzas existente entre la clase trabajadora y la clase capitalista que se había ido construyendo durante las décadas anteriores. A partir de la experiencia de un movimiento obrero que había obtenido conquistas muy significativas durante el primer peronismo, las había defendido después de 1955 durante la resistencia peronista, y que había ido ganando en conciencia y capacidad de lucha durante toda la década del sesenta y primeros años de la del setenta con la experiencia de la CGT de los Argentinos, el clasismo cordobés, las Coordinadoras Interfabriles y la Mesa de Gremios en Lucha. Y que tuvo sus picos más altos en gestas épicas como el Cordobazo, el Tucumanazo o el Viborazo.
La dictadura cívico-militar interrumpió esa experiencia mediante la violencia represiva. Sin embargo, el movimiento obrero argentino que hace pie en la organización de base y la construcción de poder en el lugar de trabajo, continuó desarrollando su militancia sindical.
Aunque muchas veces de baja densidad, el régimen militar contó con el rechazo y la oposición de la clase trabajadora desde el mismo 24 de marzo de 1976. Asambleas relámpago en los baños, el “trabajo a tristeza” (una variante del trabajo a desgano en la que los y las trabajadoras denunciaban la ausencia de sus compañeros a la vez que ejercían un reclamo laboral), el quite de colaboración y el sabotaje, constituyen expresiones de una constante oposición obrera a la dictadura.
Presos, asesinados, desaparecidos o forzados a la clandestinidad varios de los más importantes referentes sindicales combativos, una segunda línea de dirigentes, así como algunos líderes de sindicatos más pequeños, conformaron en 1977 la Comisión de los 25. Un nucleamiento que se propuso enfrentar la política económica de la dictadura y luchar por el retorno de la democracia.
Ese espacio gremial convocó el 27 de abril de 1979 al primer paro general contra el gobierno de facto que fue el germen de la CGT-Brasil que se conformaría en oposición a la dialoguista CGT-Azopardo (que contaba entre sus filas con personajes como Jorge Triaca y Armando Cavalieri).
El 30 de marzo de 1982, la CGT-Brasil liderada por el dirigente cervecero Saúl Ubaldini llevó a cabo una jornada de lucha nacional con la consigna “Paz, Pan y Trabajo”. Fue la culminación de un proceso de reorganización del movimiento obrero en condiciones tremendamente adversas, que empezó por abajo en los lugares de trabajo y que tuvo grandes movilizaciones en las calles (como la marcha a la Iglesia de San Cayetano el 7 de agosto de 1981). Estas fueron ganando en masividad y acaudillando a otros sectores a la lucha antidictatorial, de la cual el sindicalismo fue el principal motor.
Hubo movilizaciones en varias provincias. En la Capital Federal, la convocatoria fue masiva e incluyó muchos sectores además del gremial. La consigna “luche y se van” flameaba en las banderas. “Se va acabar la dictadura militar” cantaban las columnas. La Plaza de Mayo se encontraba cercada por un gran operativo policial que desató la represión y la cacería contra los y las manifestantes durante seis horas. El saldo fue de más de dos mil heridos y alrededor de cuatro mil detenidos en todo el país. En Mendoza cayó acribillado el trabajador y sindicalista textil José Benedicto Ortiz.
A pesar de la represión salvaje, la jornada constituyó una expresión multitudinaria de oposición al régimen militar, y sentó la base material para su derrota definitiva. Unos días más tarde Galtieri intentaría salvar la ropa con la Guerra de Malvinas, pero sería tarde. El movimiento obrero había desnudado la fragilidad del régimen y puesto de manifiesto el contundente rechazo popular. La dictadura estaba herida de muerte. El pueblo argentino había abierto paso a la democracia luchando en las calles.