Una narrativa que nos invite a construir un futuro diferente es central para dotar de sentido a nuestras peleas cotidianas y, sobre todo, para contraponer una mirada democrática, popular, igualitaria y feminista a los discursos de odio, misóginos, autoritarios y racistas.
Nuestro mundo duele. Dolía antes de la pandemia, dolió mucho más cuando se acumularon tantas muertes inesperadas y duele aún más hoy, cuando a todas las heridas que arrastrábamos se le sobreimprimen las atrocidades de la guerra.
El mundo atraviesa una verdadera crisis civilizatoria y el capitalismo neoliberal intenta domarla redoblando su agresividad, acentuando la dominación y el control sobre los cuerpos y los territorios, reforzando la explotación de la fuerza del trabajo y de los bienes comunes de la naturaleza. Esta dinámica, no hace más que exacerbar las crisis sociales, ambientales, alimentarias, políticas y económicas que padecemos.
La pandemia del COVID 19 profundizó las tendencias más regresivas del sistema a nivel global y esto impone, más que nunca, la necesidad de discutir alternativas. Probablemente estamos saliendo de manera definitiva de la pandemia, pero los pueblos del mundo saldrán más pobres, más explotados y saqueados en sus recursos, en tanto que los mayores multimillonarios saldrán aún más ricos.
El capitalismo neoliberal ya no tiene sueños de integración o de progreso universal para vendernos. Lo que nos viene a ofrecer son nuevas pesadillas basadas en la segregación de sectores enteros de la población, en el miedo, el odio y la criminalización de “lo diferente”, y en la gestión cotidiana de las inseguridades como forma de dominación política.
Esta crisis está siendo capitalizada en muchos lugares por expresiones de derecha, xenófobas, neofascistas y misóginas. Crecen agitando esas “pasiones tristes” del ser humano que, paradójicamente, el propio neoliberalismo agiganta.
Alternativas necesarias
La época que nos toca vivir está surcada por disyuntivas dramáticas, tanto o más dramáticas que las que atravesó la Humanidad durante el siglo XX. Sin embargo, la gran diferencia es que nuestras generaciones atraviesan este periodo despojadas de esas grandes narrativas revolucionarias que les daban sentido e inteligibilidad a las militancias y a las luchas del siglo pasado. Quizá este sea el gran desafío de nuestra era.
Los pueblos luchan, protagonizan grandes resistencias y por supuesto que generan transformaciones. Todos los repliegues del neoliberalismo han sido forzados por esas luchas, cada conquista social y democrática que tenemos sería impensable sin ellas. Pero nuestra debilidad actual es la ausencia de alternativas sistémicas que sean capaces de enamorar, capaces de ser creíbles para millones de personas. Frederic Jameson decía que hoy en día era más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, y esto no es más que la representación de esa ausencia de alternativas. Frente a las pesadillas que el capitalismo neoliberal ofrece, nosotres aún no logramos convidar un sueño convincente.
La sensación de ausencia de profundidad y de horizontes que rodea la vida cotidiana de millones de seres humanos, esa existencia plana, donde el pasado y el futuro parecen no tener cabida, es uno de los grandes triunfos del neoliberalismo. La única forma de salir de esa desilusión colectiva, de esa orfandad, es enfrentándola cara a cara, entendiéndola para luego transformarla. Hay que enfrentar el presente sin claudicación ni frustración, porque, como dice Álvaro García Linera: estamos viviendo un tiempo muy intenso, muy creativo, en el que debemos aplicar toda nuestra energía y creatividad para la construcción de esas nuevas alternativas civilizatorias.
América Latina da pelea
Nuestra crisis de alternativas no es sinónimo de que estemos derrotades. Lejos de eso, y mucho menos en nuestro continente, que tantas muestras de creatividad social y política ha mostrado en las últimas décadas.
En América Latina se juega uno de los partidos estratégicos entre el neoliberalismo y la posibilidad de gestar nuevas alternativas emancipatorias democráticas y populares. Aquí vivimos el fortalecimiento de los proyectos progresistas a inicios del siglo XXI, luego una contraofensiva conservadora muy violenta y ahora atravesamos una nueva oleada tanto de luchas como de gobiernos populares. Tiempos muy cambiantes, intensos, de disputa. Tiempos en los que se gestan mundos nuevos que pueden ser monstruosos o extraordinariamente bellos y humanos.
A principios del siglo XXI los proyectos populares representaron alternativas de crecimiento soberano, distribución y ampliación de derechos. Esos procesos fueron encontrando, además de la obvia oposición de los factores de poder real, algunas limitaciones propias, sobre las que se apoyó la contraofensiva conservadora. El inicio de esa ofensiva fue el golpe contra Zelaya en Honduras y tuvo su momento de mayor despliegue allá por 2015 y 2016, cuando triunfaba Macri en Argentina y se perpetraba el impeachment contra Dilma en Brasil. Pero gracias a la resistencia popular no lograron consolidar un nuevo ciclo neoliberal. En Argentina eso se plasmó en el triunfo electoral del Frente de Todos en 2019.
¿En qué situación nos encontramos hoy? Podemos decir que, en un momento de disputa abierta, donde una nueva oleada de gobierno populares comienza a despuntar, pero la derecha continental se muestra activa y peleando cada palmo de territorio. Avances populares, por un lado, contraofensivas de la derecha, por el otro. Prima la incertidumbre, la inestabilidad, la indefinición y ningún proyecto parece imponerse por completo.
Las coyunturas políticas cambian rápida e inesperadamente. Para muestra basta un ejemplo. El 8 de noviembre de 2019 Lula Da Silva recuperaba la libertad tras 580 días de una injusta y arbitraria detención que allanó el camino de Bolsonaro a la presidencia. En Argentina, faltaba poco más de un mes para que asumieran Alberto y Cristina, luego de un contundente triunfo del Frente de Todos. Una nueva semilla de esperanza parecía estar germinando en América Latina. Sin embargo, en ese mismo momento se encontraba en pleno desarrollo la operación desestabilizadora que pretendía acabar con la democracia en Bolivia.
La OEA de Luis Almagro fue la punta de lanza para desconocer las elecciones ganadas por Evo Morales y propiciar un golpe cívico militar que terminó colocando a Jeanine Añez, biblia en mano, en la presidencia de facto. Los pueblos de Bolivia resistieron y fueron brutalmente reprimidos, las wiphalas fueron quemadas y pisoteadas, las cholas humilladas y el racismo se convirtió en política de Estado. Aún sin asumir, Alberto Fernández repudió inmediatamente el golpe y se puso a disposición de los funcionarios perseguidos y sus familias. Más aún, gestionó junto a López Obrador la salida de Morales y García Linera hacía México.
Ni bien Alberto y Cristina asumieron, Evo y Álvaro fueron recibidos como refugiados políticos en Argentina. Cuando la resistencia popular acabó con la dictadura el MAS volvió a arrasar en las elecciones. Un proceso muy ilustrativo de los tiempos que atravesamos: por la violencia utilizada por la derecha, por la connivencia imperial, por las dificultades para la estabilización de la dictadura y por la extraordinaria capacidad de resistencia del pueblo. En poco más de un año el escenario se transformó drásticamente, al menos en dos oportunidades, y eso es todo un signo de los tiempos de incertidumbre y disputa que estamos viviendo.
Durante el 2021 sumamos avances importantes. El 19 de diciembre Gabriel Boric se alzó con un histórico triunfo contra el ultraderechista Kast en la segunda vuelta de las elecciones chilenas. Unos días después, el 28 de diciembre, Xiomara Castro se convertía en la primera mujer electa para la presidencia de Honduras. Estos dos triunfos tienen una significación particular.
En el caso de Chile, porque estamos frente al triunfo de un nuevo espacio político que tuvo la capacidad de interpretar y traducir al terreno institucional las enormes movilizaciones populares que conmocionaron al país y abrieron la puerta para el entierro del legado pinochetista mediante la convocatoria a una Asamblea Constituyente. El propio Gabriel, que por estos días aterriza en nuestro país como primer destino oficial, fue uno de los emergentes del largo ciclo de movilizaciones estudiantiles que precedió las acciones de masas de los últimos años. Por nuestra cercanía, que es geográfica pero también afectiva y política, desde Argentina estamos siguiendo con mucha expectativa tanto el trabajo de la Constituyente como el inicio del nuevo gobierno. Sabemos que sus desafíos son extraordinarios y que el contexto no es sencillo. Honduras fue en 2009 la punta de lanza de la contraofensiva continental de las derechas y el imperialismo, con el golpe de Estado contra Mel Zelaya. Luego de doce años de resistencia el triunfo de Xiomara, una de las lideresas de ese proceso, implica un triunfo material y simbólico para toda la Patria Grande.
Este año hay elecciones en Colombia y tenemos a Petro con posibilidades ganar la presidencia. En Brasil todes hacemos fuerzas por un triunfo de Lula, que puede modificar drásticamente el mapa continental.
Si bien está claro que esta nueva oleada tiene características bien distintas y deberá ir encontrando sus propios caminos e identidades, siempre la historia es un terreno de extraordinarios aprendizajes que los proyectos populares no podemos desdeñar En un momento como este, cuando la realidad global nos plantea desafíos tan extraordinarios es importante posar la mirada en aquellas experiencias de principios del nuevo siglo para identificar cuáles fueron sus zonas más potentes, de mayor imaginación y eficacia política y cuáles las debilidades, que fueron aprovechadas por las fuerzas reaccionarias del continente.
¿Qué límites y potencialidades encontraron en su capacidad de transformación aquellas experiencias? Debemos profundizar esa reflexión. Las derechas parecen haber aprendido más que nosotres. Hicieron un gran trabajo de comprensión, identificaron sus debilidades y han desarrollado un arsenal nuevo para la desestabilización y el deterioro de nuestras democracias. El lawfare, los golpes blandos, la guerra de cuarta generación, las fake news se combinaron con recursos tradicionales como la compra directa de oficiales de las FF.AA. para disparar contra su propio pueblo. Estas son estrategias que se desplegaron en el marco de su contraofensiva continental, pero que también están operativas hoy, intentando boicotear el esfuerzo cotidiano de cada uno de nuestros gobiernos.
Necesitamos un nuevo proyecto emancipador de carácter continental y, por qué no, global. Y en ese proyecto la democracia es un eje articulador central. Una democracia que no se acaba en la acción de votar cada determinado tiempo (derecho que de todas maneras defenderemos con la vida), sino que apunte a una democratización efectiva de todos los órdenes de la vida.
El capitalismo neoliberal es esencialmente antidemocrático. Es cada vez menos tolerante a la democracia, aún a la más limitada. La tendencia a la concentración monumental de recursos en pocas manos está dejando a la democracia en manos de un puñado de corporaciones que cada vez tienen menos pruritos en mostrar que son ellas las que toman las decisiones más importantes. Frente al vaciamiento autoritario nosotras respondemos con una estrategia de ampliación, radicalización y refundación de las democracias.
Como dijo Linera, necesitamos democracia en el Estado, pero también en las familias, en las casas, en las instituciones educativas, en los campos, en las fábricas y hasta en los bancos.
Tenemos que animarnos a soñar, a desear y proyectar otros futuros posibles, distintos de las pesadillas recurrentes que nos ofrece el neoliberalismo. Tenemos una historia rica, tenemos pueblos activos y orgullosos, tenemos memoria y tenemos una extraordinaria voluntad de lucha. Juntos y juntas vamos a dar las peleas necesarias para la construcción de sociedades más justas, democráticas e igualitarias. Otro mundo es posible, solo si lo construyen nuestros pueblos.