Con todo lo que pasa en nuestro planeta, es importante hacernos la pregunta de por qué es importante que hablemos del espacio.
¿Será acaso por el mero hecho de que nos rodea y es infinitamente grande? Quizás… pero lo cierto es que el espacio también está principalmente lleno de vacío (o vacío de cosas, que es lo mismo). Y qué aburrido sería hablar de cosas vacías, ¿no?
O será tal vez porque el espacio es sinónimo de avance científico y tecnológico. Sin dudas la exploración espacial nos ha dado avances en medicina, telecomunicaciones, vestimenta y hasta en la forma en que nos alimentamos.
A lo mejor le damos importancia porque nos ha brindado historias de héroes y heroínas. Imposible no conmoverse con las primeras órbitas de un tal Yuri Gagarin, las primeras huellas en la Luna de Neil Armstrong o la increíble historia de vida de Valentina Tereshkova, la primera mujer en ir al espacio. ¡Ni hablar si les cuento que hay una foto que los reúne a los tres!
Posiblemente hablemos del espacio porque hay quienes dicen que allí está nuestro futuro. Sin caer en futurología, podemos aventurar que el espacio jugará un rol cada vez más importante en nuestras vidas. Lo que hoy es para unos pocos se irá masificando, se volverá más cotidiano.
Los más cínicos dirán que es importante hablar del espacio porque ahí está la guita. Que la minería de asteroides nos “salvará a todos”. La fiebre del oro californiana palidece al lado de lo que se nos puede venir en unos siglos nomás.
Quizás algún poeta o un loco dirá que es importante hablar del espacio porque el cosmos es sinónimo de belleza, o sino pregúntenle a un griego. O que el orden y la predictibilidad de los objetos celestes es de una armonía pura, casi musical e imposible de ignorar.
Sin dudas algún creyente escribirá diciendo que no se me vaya a olvidar de que en los cielos está dios, un dios o varios dioses y diosas. No pretendo responder si estamos solos, o si estos seres superiores son metafísicos o enanitos verdes por descubrir.
Los terraplanistas dirán que es importante hablar del espacio para romper con las conspiraciones de la NASA. De esta vereda nosotros, en la otra ellos. Son un grupo del cual ya nos ocuparemos.
Acaso algún historiador dirá que el espacio es importante porque allí se librarán las guerras. Desde que el tiempo es tiempo que vamos luchando por tierra, y luego al mar y del mar a la atmósfera. Es de preveer que los seres humanos llevaremos la guerra a las estrellas tarde o temprano. Siempre hay un nuevo teatro.
Pero ante todo, el espacio es política. Sí, política. No hay que tenerle miedo a esa palabrita. Imposible no cruzarnos con la política a la hora de analizar los avances científicos que trajo, o las biografías de quienes lo exploraron, o entender su futuro, las riquezas que nos promete o incluso su belleza. ¿Cómo entender los debates filosóficos, incluso las posturas conspiranoicas o las futuras guerras sin adentrarnos en ese mundo tan profundo, tan rico y tan bastardeado como es la política?
Los invito a que hablemos del espacio.
Una alianza inesperada
En días de conflicto bélico en Europa del este y tensiones entre Rusia y EE.UU., hay una parte del mundo en donde aún estas dos potencias colaboran. Bueno… en realidad no queda precisamente en este mundo, sino en una nave que gira alrededor del mismo: la Estación Espacial Internacional.
Una estación por el precio de dos
Para entender esta alianza inesperada tenemos que remontarnos al fin de la Guerra Fría. Allá por los años 80, EE.UU. tenía en el Transbordador Espacial un flamante vehículo para ir a los cielos. Un verdadero camioncito que prometía bajar los costos de llevar tripulación y cargas desde la Tierra a su órbita y viceversa. Pero le faltaba un destino al que llevar esas cargas.
Durante la presidencia de Ronald Reagan, la NASA desarrolló un ambicioso programa para construir una estación espacial llamada Freedom. Canadá, Japón y la naciente Unión Europea pronto se incorporaron al proyecto.
Del otro lado de la cortina de hierro, la Unión Soviética tenía ya una rica tradición con varias estaciones espaciales. La experiencia con las primitivas estaciones Salyut les había permitido poner en el espacio a la ambiciosa estación Mir (paz, en ruso). No conformes con estos éxitos, desde el Kremlin querían lanzar una nueva estación aún más grande y moderna: la Mir-2.
Curiosamente, ambos bandos tenían problemas de billetera a la hora de hacer realidad sus proyectos. Del lado soviético la inevitable realidad de la disolución y posterior bancarrota estatal. Del lado estadounidense las inagotables presiones del congreso por evitar “desperdiciar” los dólares de los contribuyentes… si al fin y al cabo ya habían “ganado” la carrera espacial.
La década del 90 fue sin duda extraña en cuanto a relaciones EE.UU./Rusia. En el ámbito espacial comenzaron a verse imágenes de Transbordadores Espaciales estadounidenses visitando la estación Mir (ahora rusa). También hubo empresas estadounidenses que compraron motores soviéticos para sus cohetes, cohetes que usarían incluso para lanzar satélites espías.
En este clima político, y en plena era de Boris Yeltsin en el Kremlin, no fue por eso menos inesperado el anuncio de que los proyectos de las estaciones espaciales Freedom y Mir-2 se fusionarían. No había presupuesto para dos estaciones, pero quizás juntos podrían juntar los fondos para una única estación conjunta. Nace así la Estación Espacial Internacional (EEI): la nave espacial más grande de la historia.
Interdependencia
Esta alianza político-económica trajo aparejados todo tipo de desafíos técnicos a la hora de diseñar, construir y operar la futura estación. Por ejemplo, el segmento ruso pasó a depender del segmento estadounidense para su electricidad, aunque usan distintos voltajes. En contraparte, la EEI depende de las naves rusas Progress que la visitan regularmente para ser provista de combustible.
Dicho en otras palabras, sin los norteamericanos la EEI estaría a oscuras, sin los rusos se caería como un piano al mar.
La colaboración iba más allá de la construcción. A la hora de llevar y traer astronautas también había un programa de intercambio de “pasajes”. Cada tanto, un astronauta estadounidense viajaba en una nave rusa Soyuz, mientras que un cosmonauta ruso viajaba en un Transbordador Espacial de los EE.UU.
Sin embargo, el Transbordador Espacial fue retirado de servicio en el año 2011. Desde ese entonces la dependencia hacia Rusia pasó a ser vital. Sin los rusos, los estadounidenses no podían llevar a sus astronautas al espacio. Lo que es mucho más grave, tampoco tenían la capacidad tecnológica para traerlos de regreso. Pasó a depender 100% de las naves rusas Soyuz.
Cuando se produjo la crisis de Crimea (Ucrania) en 2014 había quienes especulaban con que la colaboración espacial se vería interrumpida. Sin embargo, nada de esto ocurrió. Al contrario, los astronautas rusos y estadounidenses siguieron compartiendo sus viajes en las diminutas Soyuz. Y dado que no había más chance de hacer un canje por asientos en el Transbordador Espacial, los estadounidenses no tenían otra que pagar en efectivo por cada vuelo al espacio.
Recién en el año 2020 EE.UU. recuperó sus capacidades de enviar astronautas al espacio de la mano de la empresa privada SpaceX. Las modernas naves de Elon Musk ya han llevado a más de una decena de astronautas a la EEI. ¿Significó esto el fin de los intercambios de asientos entre Rusia y EEUU? No, o al menos no por ahora.
Fin de una era
Lamentablemente la vejez nos llega a todos y la EEI no es la excepción. Ya algunos de sus componentes tienen más de dos décadas de operación ininterrumpida y empieza a notarse. Por la naturaleza de su fabricación hay ciertos repuestos que no son fáciles de cambiar. En otras palabras, la Estación se está muriendo lentamente.
Hay quienes decían que para 2025 ya se apagaría y comenzaría su lento proceso de reingreso controlado y destrucción en nuestra atmósfera. Esa fecha se ha postergado hacia el año 2030, pero de todas formas tarde o temprano el día llegará.
¿Y qué la reemplazará? Lo que es seguro es que no veremos una EEI-2. Los rusos hace años que están tentados de lanzar su propia Estación de Servicio Orbital Rusa (ESOR ó ROSS por su sigla en ruso). También se especula que participarían de una estación espacial en colaboración con los chinos. Los asiáticos ya tienen la propia en órbita y con ambiciosos proyectos de ampliación para este año.
Del lado estadounidense lo que se viene es algo muy distinto. Por un lado planean armar una estación espacial pero no en órbita terrestre, sino orbitando la Luna. Llamada Gateway es una parte clave de su programa lunar Artemis (al que cubriremos en futuras entregas). Con respecto a las estaciones en órbita terrestre, EE.UU. planea dejar ese juego librado 100% al sector privado. Hay varias empresas, como por ejemplo Axiom Space, que ya anunciaron planes al respecto.
Tensiones en 2022
Cuando se desató el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, EE.UU. impuso duras sanciones al Kremlin. Estas prohibían de manera explícita todo tipo de colaboración económica en el plano espacial.
Dmitry Rogozin, el mandamás del programa espacial ruso, mencionó en reiteradas ocasiones que estas sanciones ya habían sido previstas y que Rusia tiene total autonomía para seguir lanzando y operando en el espacio. La polémica fue aún mayor cuando Rogozin publicó un video en Twitter con una recreación de la EEI siendo partida al medio y con el segmento ruso volando suelto mientras el sector estadounindese se desintegra en la atmósfera.
Al margen de estas polémicas, la colaboración en la EEI sigue siendo fuerte. Ambas partes se necesitan la una a la otra. Partir la estación en dos llevaría años de planificación y cuidadosa ejecución y para cuando lo logren se habrá llegado al fin de su vida útil. Tanto la Casa Blanca como el Kremlin saben que o bien apagan la EEI antes o tendrán que convivir unos 8 años más allí arriba en esta inesperada alianza.