Gustavo Pirich y Pablo Conde combatieron en la Guerra de Malvinas hace cuatro décadas. Actualmente forman parte del Grupo Por Soberanía (GPS), una organización que no solo integran quienes participaron activamente del conflicto sino personas que “comparten una visión política de lo que es la soberanía”, explica Conde.
“Nos conformamos como grupo, como una asociación sin fines de lucro, para romper un paradigma que nos habían inculcado desde siempre, el de que Malvinas no tenía nada que ver con política, y que los combatientes no teníamos que hacer política”, añade Pirich, que además es el presidente de GPS.
Ambos eligen no definirse como “ex combatientes”, prefieren en cambio la denominación de militantes o combatientes, ya que durante toda su vida tuvieron que “seguir combatiendo”.
– ¿Cómo les llegó la noticia de que tenían que ir a combatir a Malvinas? ¿Qué edad tenían?
Gustavo Pirich (GP): Fue el 2 de Abril. Tenía 18 años. Estaba haciendo el servicio militar que por entonces era obligatorio. Nos despierta un subteniente, muy temprano, y nos dice que habíamos tomado las Malvinas y que seguramente íbamos a tener que ir a combatir. Este oficial tenía sentimientos contradictorios porque por un lado se alegró, pero también nos dijo “no saben la que se viene, yo no festejaría tanto”.
Pablo Conde (PC): Me enteré estando en la conscripción en el regimiento, ahí en Campo de Mayo, en la Escuela de Ingenieros. Nos reunieron a todos y nos informaron que habían creado una compañía para que nosotros fuéramos a Malvinas. Tenía 19 años.
– ¿Cómo eran sus vidas hasta ese momento?
GP: Antes de la conscripción mi vida era como la de cualquier pibe de esa edad. Me gustaba mucho jugar al fútbol, jugaba de 3, me decían “el hacha”. Tenía novia, salía, estudiaba, había comenzado a trabajar también. Una vida normal en Lomas de Zamora, donde nací y viví hasta que después más grande me casé y me mudé a Capital.
PC: Yo nací y viví en la localidad de Los Polvorines, en un barrio obrero de construcciones que se hacían a través de los sindicatos. Yo vivía en el barrio textil, estaba el barrio gráfico, el barrio YPF, etc. Todos barrios que en la década del ´60 se fueron iniciando con planes de vivienda a los que se accedía a través de un crédito. Nosotros no éramos propietarios, alquilábamos, así que ese era el contexto donde vivíamos.
Inclusive yo iba a una sociedad de fomento de los textiles y jugábamos al fútbol ahí con un equipo de papi. Toda mi crianza infantil y mi adolescencia la tuve ahí. Cuando estaba cursando mi último año de secundario en una escuela nocturna, porque había repetido uno, me enteré en la esquina del colegio, viendo un diario Crónica en el que atrás salían los números de la lotería, que me tocaba hacer la conscripción.
– ¿Qué mirada tenían de la guerra en ese momento? ¿Estaban a favor, en contra? ¿Tenían alguna posición política al respecto?
GP: La mirada que tenía en ese momento sobre cualquier conflicto bélico, era que no me gustaba nada de lo que pasaba humanamente en una guerra. Pero también reconocía el derecho de un país que era agredido a defenderse.
PC: Antes del golpe del ´76 yo tenía unos primos que militaban en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y recibí de parte de ellos contención familiar y también mucha información. Eran tres hermanos muy militantes, entonces yo a través de ellos construí una visión sobre lo que fue el golpe militar, lo que implicó después el mundial del ´78. Siempre estuve en contra y sabía bien a qué habían venido los militares y qué estaban haciendo. Por eso cuando empezó Malvinas yo entendí que era una forma de intentar salvar la crisis política en la que estaba metido el régimen militar. Malvinas fue un intento de justificación del régimen y de intentar que el gobierno militar no caiga. La derrota cortó esa intención. De alguna manera, la guerra terminó siendo una de las herramientas con las que reconquistamos la democracia.
– En los últimos años, producto de las denuncias y el avance de algunas causas judiciales, cobró visibilidad el tema de las torturas y violaciones a los derechos humanos en el marco de la guerra ¿se trató de una práctica sistemática o eran excepciones? ¿Qué reflexión hacen al respecto?
PC: El maltrato era habitual. Pensar que los militares que fueron a Malvinas iban a ser distintos hubiese sido una ingenuidad. La formación militar, y sobre todo la que tenían en ese momento, implicaba el maltrato hacia todos. En ningún momento recibimos un trato más ameno por haber ido a la isla y estar en un estado de guerra permanente. Desde la poca comida y la indumentaria inadecuada hasta las cosas que nos hacían, que eran las mismas que nos hacían en la colimba. Nos hacían “bailar”, nos hacían el “pelotón fantasma”, que es que te hacían salir de las carpas o de las trincheras y te ponían a correr alrededor de un oficial.
En Malvinas, nos pusieron a correr alrededor de un soldado judío, que era un muchcacho que estaba en muy mal estado físico y por eso volvía al continente. Y lo denigraban, le gritaban “judío de mierda” y nos querían hacer partícipes de eso, que supuestamente era un castigo porque el muchacho no habría estado a la altura de las circunstancias, según la milicada.
GP: Esa es la gran discusión, si fue una práctica sistemática o si fueron excepciones. Porque en el caso que fuera una práctica sistemática, es uno de los elementos para que sea considerado un delito de lesa humanidad, por lo tanto no prescribe y se podría lograr justicia. Los defensores de los militares dicen que se trató de excepciones, casos aberrantes y reprobables, pero que prescribieron. Hay un elemento muy importante que demuestra la cuestión de lo sistemático, en cada una de las jerarquías, y en cada una de las fuerzas, hay por lo menos un oficial o un suboficial que realizó ese tipo de prácticas. Así por ejemplo, si buscás un cabo, encontrás un cabo que las practicó. Buscás un cabo primero, hay un cabo primero. Buscás un sargento, lo hay, y así. Y en la oficialidad también. Tenientes, tenientes primeros, capitanes. Es decir, hay responsables de esas vejaciones a los soldados en todos los grados, lo que demuestra que fue algo sistemático.
PC: Nosotros llegamos como un regimiento pero nos dividieron en grupos de 5 soldados con un suboficial. Yo me he encontrado con varios compañeros de esos grupos que me han dicho que han sido estaqueados. Los militares tenían incorporado el estaqueo como una práctica a la que recurrían para intimidar o para castigar. Muchos de los estaqueados lo fueron por haber salido a buscar comida. Los militares tenían una predisposición a la tortura, de eso no me queda la más mínima duda.
– ¿Cómo vivieron la vuelta y el llamado proceso de “desmalvinización”? ¿Por qué piensan que sucedió?
PC: El proceso de desmalvinización lo padecimos todos los compañeros veteranos pero muy especialmente los que no encontraron laburo. Después de la guerra y antes de entrar al Banco Provincia, fui a buscar trabajo a una empresa de seguros, que después me enteré que era una empresa inglesa. Cuando se enteraron que yo era veterano de Malvinas me desestimaron por completo. Esa fue la única situación así que yo viví, porque después entré al banco donde ahí todos los compañeros brindaron como una contención, y además fuimos varios los que entramos, y teníamos hasta una Comisión de Veteranos de Malvinas. Pero el tema de la desmalvinización fue muy jodido para los compañeros que no habían encontrado laburo y tuvieron que organizarse, movilizar y pelearla, y por eso surgieron varias organizaciones de veteranos de guerra. Creo que hubo una negación de gran parte de la sociedad, que nos dio vuelta la cara. Muchos que en un principio eran ávidos defensores de la causa Malvinas, después se dieron cuenta del engaño que hubo detrás de esa guerra y no se hicieron cargo de eso. Así que fue bastante jodido.
GP: El término “desmalvinización” lo acuña el politólogo y sociólogo francés Alain Rouquié. Una suerte de experto en dictaduras y democracias latinoamericanas. Cuando asume Alfonsín, Rouquié en una entrevista que le da a Osvaldo Soriano para la revista HUMOR recomienda que la Argentina debe olvidar que existió la guerra de Malvinas. Porque los militares vienen muy golpeados por las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, pero que con la gesta de Malvinas se pueden reivindicar, e incluso volver al poder. Por eso él dice que hay que “desmalvinizar la vida argentina”. Y supongo que Rouquié debía ser una suerte de consejero o alguien muy cercano al radicalismo, porque años después cuando investigo para mi libro (NdeR: se refiere a Hojas de Ruta. De la guerra en las islas a la guerra en el continente) encuentro que le prologó libros a Dante Caputo.
Al margen de ésto, Alfonsín efectivamente promovió esa desmalvinización. A tal punto que nosotros en el año 1984 conseguimos la Ley 23.109 que otorgaba trabajo, becas de estudio, etc. Se aprobó por unanimidad y se reglamentó recién en 1989. Cinco años se tomaron para reglamentarla. Porque esa ley preveía el llamado a juntas médicas. En pleno proceso de desmalvinización, quince mil personas deberían haber acudido a las juntas médicas. Era algo imposible de ocultar. Se tomó la determinación de no hacer esas juntas por la desmalvinización. Así que mirá cómo nos afectó la desmalvinización, nos jodió la salud directamente.
– Actualmente forman parte del Grupo Por Soberanía ¿Por qué se conformaron como grupo y qué mirada tienen de la pelea por la soberanía de las islas a 40 años de la guerra?
PC: El GPS es una agrupación que no solamente es de veteranos de guerra sino de compañeros y compañeras que no participaron del conflicto pero que comparten una visión política de lo que es la soberanía. Soberanía territorial, soberanía alimentaria, soberanía cultural. Tenemos posición política sobre varios temas, como por ejemplo el tema de la soberanía del Río Paraná y realizamos diversas acciones. Yo particularmente estuve en Lago Escondido acampando a mil metros de la residencia de Joe Lewis. Tenemos una propuesta activa de participar en política. Y participar en política significa tomar temas de soberanía, discutirlos, difundirlos y también buscar los espacios electorales en los que participar.
GP: Nos conformamos como grupo, como una asociación sin fines de lucro, para romper un paradigma que nos habían inculcado desde siempre, el de que Malvinas no tenía nada que ver con política, y que los combatientes no teníamos que hacer política. Así nos aislaron durante muchísimos años. Algunos desde que volvimos de las islas hicimos política, en algunos casos partidaria y en otros no, pero veíamos que ahora era el momento de intervenir con fuerza porque está en riesgo la soberanía de Malvinas, está en riesgo toda la cuestión del futuro de la Antártida y del Atlántico Sur pero también está en riesgo la soberanía alimentaria, la soberanía política, la soberanía económica, en definitiva, la soberanía popular, que es la que nos permite determinar que queremos como sociedad, como país. Si queremos o no al Fondo Monetario, si queremos manejar o no nuestros ríos. Es decir nosotros auto-determinarnos y no obedecer lo que nos mandan de afuera o los poderes fácticos internos que son socios de los de afuera.
La mirada que tenemos de la pelea por la soberanía de las islas es que es una más, pero que no se está haciendo todo lo que se tiene que hacer. Nosotros tenemos como definición que ni los kelpers ni los británicos tienen que estar cómodos. No tienen que estar tranquilos, al contrario, hay que perturbarlos todo lo que se pueda, joderlos todo lo que se pueda. Pero también vemos que no hay la suficiente audacia política, que no hay decisión política de tomar el camino de hostigarlos y esto no quiere decir que queremos llegar a una guerra, en absoluto. Hay un montón de cosas por hacer. Por ejemplo, empezar a desconocer el acuerdo Foradori-Duncan que firmó Macri y que el actual gobierno continúa cumpliendo por ejemplo cuando se convoca a los británicos privilegiadamente como inversores en minería. Sabemos que la minería de por sí, con el país que sea, en la forma que está reglamentada la ley de minería que se hizo en los años noventa está al servicio de los capitales extranjeros que vienen a sacar todos nuestros minerales y encima es a los británicos a quienes se favorece. Es terrible ver eso y hay que cambiarlo.
– Algunos de ustedes se denominan a sí mismos como “combatientes” en lugar de “ex combatientes” ¿Por qué? ¿Cuáles son los fundamentos de esta definición?
PC: Más allá de si combatiente o ex combatiente, yo me reivindico militante. Esa es la permanencia mía. Desde que fui delegado de la escuela secundaria hasta que fui delegado en la Comisión Gremial Interna del Banco Provincia, si yo me puedo definir, me defino como un militante. Un militante que fui a Malvinas, pero antes y después, siempre milité por una causa y vinculándome con la gente. Porque me parece que esa es la mejor propuesta, estar junto a los compañeros y reivindicar las causas de soberanía y las causas de los derechos de los trabajadores.
La militancia me parece que resume, en cualquier ámbito, lo que es la defensa y la memoria. La memoria de muchos compañeros que dejaron su vida por un país mejor, ya sea en la lucha durante la década del setenta o en Malvinas, pero viendo que esa lucha tiene que ser reivindicada y tiene que ser transmitida pero también de alguna manera resignificada. Esa resignificación tiene que ser con las nuevas generaciones. Me parece que es por ahí. Entre todos, y en un espacio de participación democrática, poder ir redefiniendo hoy en día qué es la lucha por la soberanía y por los derechos de los trabajadores.
GP: Algunos nos reivindicamos combatientes simplemente porque fuimos a combatir a las islas y cuando volvimos tuvimos que seguir combatiendo. En principio contra un Estado que omitió hacernos algo tan sencillo como una junta médica para saber cómo habíamos vuelto de una guerra. Algo de sentido común que se hace en cualquier país cuando vuelven los combatientes. Nosotros no sufrimos un Estado ausente, sufrimos un Estado presente y desmalvinizador. Por eso lo nuestro fue una pelea permanente, volvimos y no dejamos de combatir jamás. Ahora combatimos por un país donde no haya gente sin comer, donde podamos manejar nuestros ríos, nuestros mares, nuestra pesca. Donde nos podamos auto-determinar y tener soberanía plena.