Política Abr 9, 2022

Terminar con la desigualdad amasando el futuro

Recuperaron una panadería en quiebra y la pusieron a producir sin patrones ni categorías salariales. En un año levantaron las deudas heredadas, acondicionaron el local que corría riesgo de clausura, se aumentaron el sueldo por encima de la inflación y le incorporaron al trabajo derechos que desconocían.
Trabajadores de la cooperativa Amasando el futuro | Crédito: Juan Diego

El cartel sobre Amancio Alcorta, en el barrio porteño de Pompeya, todavía sigue diciendo Panadería Fénix, el último nombre que le pusieron dos hermanos cuando aún eran los dueños. “Antes se llamaba Alcorta y antes todavía El Resurgimiento. Cada vez que crecían mucho las deudas le cambiaban el nombre para evitar pagar a algunos proveedores. Una tramoya que hacen casi todas las panaderías del país”, cuenta Javier, el Chino, que trabaja ahí hace más de 30 años y es uno de los maestros panaderos que además es miembro de la Comisión Directiva de la cooperativa que ahora gestiona el espacio y encargado de los repartos de la mañana.

El local está justo en el límite de Pompeya, Parque Patricios y Barracas. A un par de cuadras de Zavaleta y a unas 15 de uno de los accesos sur de la ciudad. Zona obrera, laburante, popular, olvidada por el gobierno porteño, discriminada por quienes creen que la capital se parece toda a Palermo. Ese es el contexto donde 20 personas intentan ganarse el pan, literalmente, produciendo y vendiéndolo.

Si bien la panadería tiene más de 60 años, este mes de abril cumple su primer año de gestión obrera recuperada por sus trabajadores y trabajadoras que en su primer año ya afrontaron la quiebra, pagaron las deudas, le ganaron a la inflación y al aumento por la guerra en Ucrania. Y, por si fuera poco, se aumentaron el salario en un 400% para todos y todas.

En su mejor momento, en los años de gobierno de Néstor Kirchner, llegaron a producir y vender hasta 17 bolsas de harina por día. Luego de la muerte de uno de los hermanos dueños, Héctor se hizo cargo en soledad. Para ese entonces ya se producían apenas cuatro o cinco bolsas por día y los errores administrativos se empezaron a multiplicar. Con la crisis del macrismo todo se agravó aún más y la pandemia terminó de hundir el proyecto. En agosto de 2020 Héctor reunió a los laburantes de mayor experiencia y les dijo que iba a cerrar las puertas. 

“La vas a perder igual. O te la sacan los acreedores o te la sacamos nosotros y la levantamos”, le dijo Bruno Vezza, presidente de la flamante cooperativa Amasando el futuro. “Sabíamos que los trámites para ser cooperativa eran largos, por eso queríamos negociar con Héctor para mantener la razón social y poder seguir facturando hasta tener los papeles en regla”, recuerda.

Crédito: Juan Diego

Iniciadas las negociaciones con el viejo propietario, unos 17 trabajadores decidieron mantener a flote el barco con la confianza que podrían enderezarlo sin patrones y sin categorías ni diferencias salariales. Bruno había participado de una experiencia similar en el Molino Osiris de la calle Chutro, muy cerquita de la panadería. Contactó nuevamente al Movimiento de Trabajadores Excluídos (MTE) que ya lo habían ayudado en la empresa anterior y así se acercó el Negro Mati y juntos con el Chino, Roxana y Lalo armaron la primera Comisión Directiva. 

El Chino, panadero y taxista, se iba a encargar de los repartos y Roxana, que estaba estudiando contabilidad, de los números. Pero Lalo, que era uno de los laburantes más antiguos y el maestro panadero, fue el más duro de convencer. “No confiaba en las cooperativas, pero creí en la palabra de Bruno porque estaba loco y me insistió mucho y no me equivoque. Necesitamos poder volver a confiar en la palabra”, relata emocionado. 

Lo primero fue ordenar las cuentas, los horarios de trabajo y equiparar los salarios. Todos y todas en asamblea se mostraron muy críticos con las categorías impuestas en el rubro y acordadas con el gremio. “Y pensar que esta profesión arrancó con militantes anarquistas y socialistas”, decían con humor algunos. 

La cooperativa nació con la obsesión de repartir los ingresos de forma equitativa y decidió desde el día uno que la única diferencia salarial sería por la cantidad de horas trabajadas sin importar las tareas ni la capacitación de cada quien. 

La mayoría de los que trabajan en la panadería viven en Zavaleta o cruzando el Riachuelo, en Valentín Alsina o Lanús. Son sostén familiar, a veces con varios hijos y nunca les alcanzó con un solo trabajo. Muchos trabajan en otro turno en otra panadería, otros en fábricas de la zona. “Irma, que era la señora de limpieza, trabajaba acá y después iba a limpiar casas. Hubo que explicarles a todos que ella tenía que ganar lo mismo que los demás porque si ella no limpiaba nos clausuraban y no trabajaba nadie”, apunta Bruno.

Por eso en la primera proyección ajustaron los salarios de lo que más ganaban para repartirlo entre los que menos. Aumentaron el mínimo de 16 a 25 mil, pero seguía siendo muy bajo y la meta estaba en superar rápidamente el piso de pobreza que marca el índice de la Canasta Básica. Había que proyectar abaratando los costos en plena inflación y guardando un resto para financiar las deudas heredadas.

Crédito: Juan Diego

Sabían que había atrasos en los servicios, pero no se imaginaron que ya no había moratorias ni planes para financiar. Hubo que pagar casi un millón de pesos de luz en efectivo o el sueño se caía antes de empezar. “Juntamos la plata y le pedí a un compañero que me llevara a un Pago Facil sin hacer preguntas. Si queríamos pagar en dos cuotas en lugar de un palo, eran dos palos, así que muchas opciones no teníamos”, aclara el presidente de la cooperativa. 

Eso retrasó los primeros aumentos. Después se rompió la chata de los repartos y temporalmente utilizaron el taxi del Chino. “Además de darnos sus horas de laburo, ponía su vehículo y su tiempo como taxista”. Hubo que hacerles entender a compañeros y compañeras que comprar la camioneta era necesario en un marco donde todavía estaban muy por debajo del salario mínimo vital y móvil. 

Pero el golpe más duro era enfrentar a los proveedores que se aprovechaban porque los creían un grupo de improvisados. “Nos subestiman porque somos cooperativistas y piensan que no sabemos”, dice el Negro Mati. “El sistema está armado para que las panaderías estén siempre en deuda”, explica el Chino. “Te traen la harina con sobreprecio pero te permiten pagarla en un mes para poder pagar los salarios y cuando pagas la harina te atrasas con los servicios. Por eso nosotros siempre peleamos el precio y pagamos cuando la mercadería llega. Nunca nos queremos atrasar”, agrega Bruno. “Una vuelta descubrimos que en un par de meses la harina nos estaba aumentando por encima del dólar y logramos bajarla de 1200 a 900”, resalta orgulloso el Negro.

Sin embargo, en poco tiempo lograron llevar los salarios de 25 mil a un mínimo de 60 mil y proyectan llegar a 84 en este 2022. Además acordaron un monotributo para incluir aportes, contrataron una aseguradora de riesgo de trabajo privado, empezaron a pagar vacaciones, pagaron un bono de fin de año y hasta tuvieron el primer caso de licencia por maternidad con el salario cubierto. Todos derechos que desconocían. 

“Cuando le dijimos a Lalo que tenía vacaciones no sabía qué hacer y se fue con su señora a tomar un helado a la calle Lavalle”, dice Bruno y Lalo acota rápidamente “al otro día faltó el otro maestro por enfermedad y yo vine a cubrirlo. Había que sacar el laburo”.

De esta manera el clima laboral que se vive es realmente muy ameno. Lalo la define como una familia ampliada y el Chino asegura que al tener salarios más dignos y un mejor trato, también creció mucho el compromiso con el trabajo y con la tarea de cada uno y “el pan ya no tiene patas ni se va solito”. 

Pero todos insisten en la importancia de la intervención estatal en toda la cadena de producción de alimentos. “Si no se controla la especulación en el inicio de la cadena, lo terminan pagando los más pobres en su docena de facturas”, señala el Negro.

Crédito: Juan Diego

En su primer año, Amasando el futuro ya ha durado 11 meses más de lo que auguraban muchos de esos proveedores que los subestimaban, está produciendo al 50% de sus posibilidades, tiene su razón social entregada por el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES) y está proyectando expandirse hacia otros puntos de la ciudad. Sin embargo, el mundo decidió darle otra bofetada con la guerra de Rusia y Ucrania. La bolsa de 25 kilos de harina pasó de 1270 pesos a principio de marzo a 2370 para fines de mes. “En 30 días, mil pesos más por bolsa, a 450 bolsas por mes (lo que producen hoy) estamos hablando de 450 mil pesos de más para producir lo mismo. A eso hay que sumarle el aumento de los demás productos: grasa, manteca, azúcar, sal, etc”, enumera Bruno preocupado. 

Ahí es donde la meritocracia y el esfuerzo se quedan sin argumentos frente a una realidad que pega de frente y a un Estado que debería estar presente y acompañando, pero no lo hace.

Si bien hay cuestiones imprevistas, imponderables, hay otras tantas que pueden resolverse prestando atención, buscando información y aprendiendo para poder proyectar. “En Osiris los que nos vendían el trigo nos aumentaban el precio porque no querían que la cooperativa tuviera éxito. Por eso tuvimos que aprender a pelearles el precio y para eso aprendimos a buscar información en la bolsa de valores de Rosario”, historiza Bruno. “Lo que vimos esta vuelta es que viendo la bolsa de Estados Unidos podíamos adelantarnos a lo que pasaba acá porque repercutía directamente”, explica el Negro. 

A pesar de las adversidades, a partir de consagrarse como cooperativa van a poder inscribirse en algunos programas estatales, presentarse a licitaciones y aceptar proyectos. Ya estuvieron buscando en el Ministerio de Desarrollo Social de Nación, en el Ministerio de Trabajo y especialmente en el Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad que “se acercó a conocernos sin estar en campaña de nada y cuando todavía nosotros no podíamos pedirle nada. Así que estamos muy agradecidos con la ministra”, dice Bruno. 

Finalmente contaron que estaban siguiendo muy de cerca el debate sobre la empresa nacional de alimentos y toda la disputa de los precios. “Mientras no se puedan imponer condiciones a los grandes monopolios que tienen toda la cadena de producción, desde la tierra hasta los supermercados, no hay mucho que se pueda hacer. Hay que sancionar la ley que cree la empresa nacional de alimentos y rápidamente acompañarla con otras medidas de control”, sentencia el Negro.

Con o sin empresa estatal de alimentos, todos estaban de acuerdo que el Estado tiene un rol fundamental en la protección de este sistema cooperativo, que si bien no es una solución sistémica si sirve para ponerle un freno a la desigualdad que cada vez es más grande. “Tarde o temprano vamos a reaccionar”, sostiene Bruno con fe. No se trata de lluvia de inversiones, de incentivar al empresario con facilidades impositivas para que pague salarios insuficientes por debajo de la línea de la pobreza. Al menos en Amancio Alcorta y Bonavena, la salida de la crisis la encontraron Amasando el futuro.

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