En un pasaje de la fe de erratas autobiográfica titulada Primer tiempo, el ex presidente Mauricio Macri señala, sobre las consecuencias de su gobierno en la economía del Conurbano, que: “Fue el lugar del país que más sufrió la recesión que venía castigándonos desde abril del año anterior. En el conurbano no hay turismo, no hay generación de energía, el desarrollo de la economía del conocimiento aún es bajo. Y el conurbano no cuenta con la gran locomotora del campo” (sic).
Tres cosas pueden desprenderse de ese párrafo: una concepción de las capacidades productivas del país acotadas a una serie de negocios que representan menos del 20% del PBI nacional; un absoluto y peligroso desconocimiento acerca de qué es el Conurbano bonaerense, como se dinamiza su economía y cuál es su aporte a las cuentas nacionales; y una inversión de la relación entre causas y consecuencias en el análisis. El Conurbano no sufrió la recesión por aquello que Macri creyó que no tenía, sino porque las políticas económicas estuvieron dirigidas, como tantas otras veces, a minar lo que sí tiene y que el ex presidente, como buena parte de los argentinos, desconoce o finge desconocer.
La base material del discurso peyorativo y criminalizador sobre el Conurbano se monta sobre este aparente desconocimiento. Si no reconocemos en el Conurbano al principal generador de riqueza y al garante del equilibrio, gravoso o no, sobre el que Argentina se sostiene, es muy fácil ridiculizar a su población, degradarla moralmente y hacer de él un chivo expiatorio que dé sentido a las frustraciones políticas de una burguesía resentida que construye y vehiculiza su identidad política en base a un odio patológico hacia todo aquello que tenga orígenes y reivindicaciones populares. Nuestra intención será la de dar un poco de luz sobre todo aquello que el conurbano aporta y todo aquello que se le retacea, sin negar los problemas que efectivamente tiene, pero cuya causalidad no debe reducirse a coyunturas sino a procesos largos que pueden rastrearse hasta la época colonial.
Empecemos por poner en números la incidencia de la Provincia de Buenos Aires y del Conurbano en el PBI nacional.
En un año de profundísima recesión económica como el 2020, la Provincia aportó más de un tercio del producto bruto nacional y el Conurbano explica casi un cuarto de ese PBI. En años de bonanza económica, la participación asciende a 45 y 35, respectivamente. La primera pregunta que se desprende de este cuadro es ¿Por qué es tan alta la incidencia del 1% del territorio nacional en la generación de riqueza? Para poder responder debemos hacernos una idea de cómo se compone la matriz productiva de la Provincia de Buenos Aires.
Industria, Comercio y Servicios explican la mitad del Producto Bruto Geográfico (PBG) bonaerense. Parece de perogrullo, pero tener que explicar que en un mundo urbano la incidencia del producto agropecuario es complementaria, es harto necesaria para desmontar las ilusiones que todavía existen en buena parte de la población sobre el aporte, necesario por supuesto, de la renta agraria en las cuentas nacionales. En el Conurbano se encuentra el 80% de la capacidad instalada de la industria manufacturera y vive el 50% de la población de la provincia. Los resultados parecen obvios, sin embargo la subsistencia del mito del país agroexportador y el empecinamiento en creer que las ventajas comparativas son el motor del desarrollo, siguen confundiendo los sentidos de buena parte de la opinión pública.
La segunda pregunta es ¿Cómo se distribuye la generación de ese ingreso, porque obviamente la participación es desigual?
Si ver a La Matanza como el principal aportante al producto bonaerense parece un contrasentido, lo es porque durante décadas a La Matanza sólo se la nombró como sinécdoque del conurbano, que a su vez fue utilizado como locus de crisis y subdesarrollo. Posiblemente, al leer esto, todos (buena parte de los lectores y las lectoras) estén consumiendo o utilizando algo manufacturado en tierras matanceras, por manos matanceras. Sin embargo, suele desestimarse el impacto positivo del Conurbano en la economía mediante dos cosas: la generación de dólares y los subsidios.
Unos, efectivamente, permiten sostener la cuenta corriente en moneda extranjera y pagar las deudas con esa denominación, sin embargo, hagamos la prueba al menos como ejercicio mental y pensemos si se puede vivir sólo de la renta agropecuaria: En 2020 el campo aportó 20 mil millones de dólares. Las necesidades estructurales mínimas para ese período fueron de 12 mil millones de dólares. Los ocho mil restantes deberían distribuirse en gastos de capital, salarios, deuda, atesoramiento, gastos de individuos, etc, etc. Más fácil aún, solo hay que dividir 8 mil millones de dólares entre 44 millones de personas. Nos queda la astronómica suma de 181 dólares anuales per cápita para la proeza de vivir con 50 centavos de dólar diarios, es decir, unos $100 diarios o $3.000 pesos mensuales.
Si pensamos que el costo de la Canasta Básica Alimentaria por Adulto Equivalente, es decir la línea que separa la pobreza de la indigencia, se ubica en torno a los $12.900, el resultado de vivir únicamente de la renta agraria (sobre el supuesto de que ésta se distribuye equitativamente) es un país con un 100% de indigencia.
Cuando salimos del espejismo agroexportador, entendemos que porotos y semillas no es lo único que sale del país y que la principal región exportadora de la Provincia es el Conurbano bonaerense.
El otro punto, el de los subsidios, también precisa ser problematizado ¿Qué entendemos por estar subsidiado? Si la respuesta a eso es “recibir una asignación o un plan”, entonces estamos viendo sólo una parte del significado del subsidio. La Provincia recibe por coparticipación sólo 19 puntos de los 35 (en recesión) de ingreso que produce. De esos 19 puntos de ingreso, el conurbano explica casi el 70%, sin embargo recibe menos de la mitad. Es decir, la distribución inequitativa del ingreso nacional para la provincia en general y para con el conurbano en particular es lo que permite subsidiar solidariamente tanto al resto de las provincias argentinas como al interior de la provincia de Buenos Aires.
Si sumamos a ello que el Conurbano ha sido históricamente el principal receptor de migración, tanto interna como extranjera, entonces el subsidio no solamente se traduce en las transferencias de ingreso que se realizan hacia otros destinos, sino también que este territorio fue utilizado por el resto de las provincias para resolver sus tensiones distributivas expulsando gente, lo que les permitió no afectar el statu quo de las relaciones productivas y de Poder al tener que buscar mecanismos de transformación productiva y de generación de riqueza.
Cuando decimos que el conurbano fue utilizado, también nos referimos a que el conurbano corrió con los costos de la modernización de la Ciudad de Buenos Aires. El principal, e histórico, es la separación entre la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires. De este modo la Ciudad nunca tuvo que hacerse cargo de su área conurbanizada. Ya en la década de 1930 Carlos María Della Paolera hablaba de las “miles de almas que trabajan como porteños y duermen como provincianos”. Hoy en día no son miles, son casi un millón y medio de personas.
Es decir, el Conurbano no sólo explica un cuarto del PBI nacional, sino que aporta la mitad de los trabajadores de CABA, el equivalente a la totalidad de su Población Económicamente Activa, que consumen en la Ciudad, que pagan impuestos en la Ciudad y que se ven expelidos de la Ciudad al final de la jornada laboral.
La posibilidad de expulsar a los indeseables en tanto habitantes y al mismo tipo de mantenerlos lo suficientemente cerca para que continúen siendo mano de obra barata es el segundo gran subsidio que el Conurbano le ha dado a la Ciudad de Buenos Aires.
El crecimiento exponencial de la población en el Conurbano se explica, obviamente por el movimiento migratorio, pero también por el cierre y la estabilización de la población de la Capital a expensas del conurbano. La especulación inmobiliaria, el alza de los precios de alquiler, la oferta de vivienda dirigida exclusivamente a sectores de altos ingresos, las expulsiones masivas de la población de las villas de emergencia y las expropiaciones al momento de la construcción de las autopistas urbanas explican el desplazamiento de casi medio millón de personas de Capital hacia el Conurbano entre los años 1976 y 1983. Con todo, la población del conurbano se duplica en el período 1960-1991, pero no así la asignación de recursos, cada vez más escasos para sostener una población creciente.
A su vez, el incumplimiento de la norma constitucional que asigna un diputado por cada 161.000 habitantes, hace que tanto la Provincia de Buenos Aires como el Conurbano estén subrepresentados legislativamente. De mantenerse las proporciones, Buenos Aires debería elegir 104 diputados en lugar de los 70 que tiene hoy en día. La suma de inequidades en la distribución de ingresos y la representación política y parlamentaria, son las que permiten tanto el orden actual del país.
Como podemos ver los aportes que realiza el conurbano específicamente en el campo económico está muy por encima del arquetipo estigmatizante que una y otra vez se intenta esgrimir sobre él. El tan mentado peligro de la potencial “conurbanización” del país esgrimido una y otra vez por los medios de comunicación y peor aún por figuras políticas de re nombre, diputados e incluso aspirantes a gobernarla, parte de niveles preocupantes de desinformación y sinfín de prejuicios que no se condicen con la realidad. No estamos, claro, queriendo construir una figura de ensueño del conurbano, problemáticas históricas y diversas lo atraviesan, pero también creemos con firmeza que es significativamente injusto para el territorio y sobre todo para sus habitantes condensar en el conurbano o en la “conurbanización” todos los problemas de la nación. En vista de los datos que pudimos recabar y analizar y que aquí presentamos podemos decir que quizás aquello que se presenta como el peligro sea, contrariamente, la salvación.