Esta semana nos tomamos un descanso de la agenda espacial. No porque no haya pasado nada. De hecho pasó de todo: más vuelos turísticos de ricachones, el telescopio James Webb ya está casi listo para operar, se lanzaron decenas de satélites y el cohete SLS de la NASA volvió a su hangar por un desperfecto.
Pero en los últimos días pasó algo más importante. Un señor decidió hacerse dueño de Twitter. Un señor con mucho, muchísimo dinero y quizás un tanto aburrido. Así que hoy nos preguntamos quién es y por qué le interesa tanto quedarse con la red social más politizada de todas.
Welcome to África, agónica África
Elon Musk nació en Pretoria, Sudáfrica, en 1971 de madre canadiense y padre sudafricano. Fue el mayor de 3 hermanos y su familia era extremadamente rica. De hecho Elon ha comentado: “Teníamos tanto dinero que a veces no entraba en la caja fuerte”. ¿El origen de esta fortuna? Papá Musk era dueño de una mina de esmeraldas en las inmediaciones del lago Tanganyika en Zambia.
Cuando Elon tenía 9 años sus padres se divorciaron. Él eligió irse a vivir con su padre, algo que luego lamentaría. Su relación se desintegró y hasta llegó a decir que le hizo cuanta cosa horrible se pueda concebir.
A los 10 años aprendió a programar a partir de manuales de Commodore. Un par de años después vendió su primer videojuego por un valor de 500 dólares. Fue siempre un chico introvertido y víctima del bullying. Incluso una vez tuvieron que hospitalizarlo porque sus compañeros de clase lo tiraron por las escaleras.
Elon fantaseaba con vivir en los EE.UU. Su ticket de entrada sería la ciudadanía canadiense, la que obtuvo finalmente gracias a su madre. A los 18 años se mudó a Saskatchewan, Canadá, y allí vivió con un primo haciendo trabajos varios en una granja y una maderera. Tras un año logró ingresar a la Queen’s University en Ontario. Finalmente en 1992 logró mudarse a EE.UU. para continuar sus estudios en física y economía.
Yo sólo quiero pegar en la web, para ganar mi primer millón
En 1995 Elon tenía la idea de comenzar un doctorado en Stanford. Como muchas otras historias de emprendedores, su paso por la universidad fue corto. A los dos días abandonó sus estudios para fundar Zip2, su primera empresa, junto con su hermano Kimbal. Se trataba ni más ni menos que de una especie de páginas amarillas digitales. En aquella época este tipo de servicio era algo sin precedentes. Para el año 1999 vendieron la empresa a Compaq justo a tiempo antes del colapso de las puntocom a fines de siglo. Con esta venta Elon obtuvo unos 22 millones de dólares y finalmente se independizó de la riqueza familiar.
Su segundo gran éxito fue la financiera X.com, fundada en 1999 inmediatamente después de la venta de Zip2. Esta empresa proponía convertirse en un banco online, mucho antes de las promesas de bancarización de las fintechs de hoy en día. Tras una serie de sociedades con otras compañías del sector, este emprendimiento fue rebautizado como PayPal y hoy es una de las billeteras digitales más grandes del mundo. En 2002 eBay compró PayPal y Elon se hizo de una fortuna de algo más de 175 millones de dólares.
Let’s go Space trucking
Los intereses de Elon por el espacio comenzaron incluso antes de su paso por PayPal. Ya en el año 2001 se involucró en la Mars Society, una ONG cuya finalidad es promover la educación en ciencia y tecnología en pos de avanzar en la exploración de Marte.
Estaba obsesionado con Marte. En su mente el planeta Tierra era un punto de falla crítico para la humanidad. Es decir, si algo como una guerra nuclear a gran escala pasara, la humanidad estaría condenada. Si en cambio estuviéramos repartidos en varios planetas, las chances de supervivencia aumentarían. Algo así como “no pongas todos los huevos en la misma canasta”.
Al sudafricano no le entraba en la cabeza cómo podía ser que el resto de la sociedad fuera apática ante esto. Su plan: enviar una plantita a Marte provista con su propio invernadero y una cámara que transmitiera en vivo el progreso de su crecimiento. Con esta loca idea quería inspirar a una nueva generación de exploradores y hacer realidad las metas de la Mars Society.
A tal fin Elon se juntó con varias entidades, primero en EE.UU. y luego en Rusia. Nadie lo tomó en serio. ¿Por qué habrían de hacerlo? Los clientes de estas entidades solían ser agencias civiles o militares con décadas de reputación. Por el contrario, Elon era un excéntrico con acento extraño, mañas de introvertido e ideas cambiantes. La mejor oferta que consiguió fue comprar un misil balístico por unos 8 millones de dólares. Pero Musk pensaba y pensaba, con ese dinero más que comprar un misil podría empezar su propia empresa de cohetería. Y eso hizo: en el año 2002 fundó Space Exploration Technologies, más conocida como SpaceX.
No fue la primera startup del sector aeroespacial, pero sí la primera que tuvo éxito. En 2006 realizó su primer intento de lanzamiento del cohete Falcon 1 desde un atolón en medio del Pacífico. Fue un rotundo fracaso. El segundo y tercer intento también resultaron en horrendas explosiones. A la empresa del señor Musk se le estaban agotando los fondos. En 2008, con partes descartadas de otros cohetes armaron un cuarto y último Falcon 1. Era matar o morir. El lanzamiento fue un éxito.
Gracias a jugosos contratos de la NASA para transporte de cargas a la Estación Espacial Internacional (EEI), SpaceX pudo hacer crecer su negocio. Ya en 2015 eran pioneros en la reutilización de cohetes, algo que se creía virtualmente imposible. En 2020 SpaceX se convirtió en la primera empresa privada en enviar astronautas a órbita. Hoy en día la firma es responsable de dos tercios de la masa lanzada a órbita a nivel global.
Como si fuera poco, SpaceX tiene su propia constelación de más de 2000 satélites propios. Con esta flota son capaces de proveer Internet de alta velocidad y baja latencia a casi cualquier punto del planeta. Esta red conocida como Starlink ha estado en el centro de la escena política este año al ser utilizada por Ucrania durante el conflicto bélico. En una guerra convencional el enemigo puede destrozar tus antenas de comunicación para dejarte ciego y sordo. Cuando las antenas están orbitando a 550 km de altura, esto se vuelve mucho más difícil.
Sube a mi voiture
Contrario a lo que muchos creen, no fue Elon Musk quien fundó Tesla, la empresa de vehículos eléctricos más conocida del mundo. Este rol lo tuvieron Martin Eberhard y Marc Tarpenning quienes arrancaron la compañía en 2003. Un año más tarde el señor Musk se convirtió en uno de los inversores, tomando luego un rol en la junta directiva de la empresa.
Hacia 2008, debido a la crisis financiera global, Tesla estaba teniendo varias dificultades. Elon tomó la decisión de expulsar a la dupla Eberhard/Tarpenning y tomar el control absoluto.
En esa misma época, tanto Tesla como SpaceX tenían grandes dificultades económicas. A la primera le costaba operacionalizar la producción masiva de vehículos; a la segunda le explotaban los cohetes. Años más tarde Elon comentó que tenía dinero suficiente para asegurarse de salvar a sólo una de las dos. Si repartía sus fondos corría el riesgo de que ambas fueran a la bancarrota. A pesar de esto, apostó por ambas, llegando incluso a vivir en casas de amigos por no tener ni para pagar el alquiler.
Hoy Tesla es la automotriz más valiosa del mundo, con 900 mil millones de dólares en capitalización. Para darle dimensión a este número, la segunda más valiosa es Toyota con “tan sólo” 241 mil millones y la tercera es Volkswagen con 100 mil millones.
El objetivo del señor Musk en Tesla es noble: revolucionar el mercado automotriz eliminando los combustibles fósiles de la ecuación. Elon sabía que para lograrlo no alcanzaba con producir autos eléctricos, sino que tenía que producir simplemente los mejores autos, y que estos fueran eléctricos.
Pero Tesla no está exenta de su dosis de escándalos. Musk ha prohibido la formación de sindicatos entre sus operarios, violando las leyes laborales de EE.UU. También ha insistido en empujar a la calle nuevas funcionalidades autónomas en sus vehículos, incluso a sabiendas de que estas características estaban en “beta”, es decir que no estaban listas para uso masivo. El saldo: 12 muertes debidas al sistema “Tesla Autopilot”. Como si esto fuera poco, Elon ha sido acusado de utilizar Twitter para inflar el valor de la cotización de la empresa mediante anuncios poco realistas. La frutilla del postre: ha utilizado Twitter para admitir que no tendría reparos en hacerle un golpe de estado a Bolivia o a quien quisiera si los recursos de litio, tan demandado por sus baterías, no eran puestos a su disposición.
Hay que sacarla del PO… zo ciego
En algún momento de 2016 el señor Musk se cansó del intenso tráfico de Los Ángeles. Su respuesta: fundar una empresa que se dedicara a construir túneles que servirían como atajos para evitar las congestiones. ¿Quizás se inspiró del genial episodio de Los Simpsons en el que Los Magios le ofrecen a Homero un atajo para llegar al trabajo?
Con su empresa tunelera Elon tuvo menos avance que el que le hubiera gustado. Al día de hoy sólo cuenta con un túnel en Las Vegas.
Quizás lo más interesante de sus iniciativas en este ámbito no sea la tecnología, sino lo que sus propuestas nos permiten aprender de su ideología. Todos los especialistas dicen que la respuesta al tráfico es la planificación urbana y el transporte público. El señor Musk apuesta a una solución individualista en la que quien maneja un vehículo particular puede evitar el tráfico salvándose solito. Un bálsamo para pocos que no contempla atacar el problema de raíz.
En cuanto a transporte público, en 2012 Elon propuso un sistema denominado Hyperloop. Se trata de una especie de tubo elevado con aire de bajísima densidad en el que viajan cápsulas a altas velocidades. Pero en este caso no puso su dinero ni fundó empresas, simplemente lanzó la idea a modo de un paper abierto y dejó que otros la tomaran para armar sus propias iniciativas. Una década después aún no hay sistemas operacionales de Hyperloop.
There’s someone in my head but it’s not me
Irónicamente, a pesar de que sus propios autos utilizan tecnologías de inteligencia artificial (IA), Elon tuvo por muchos años una postura fatalista al respecto. Incluso ha llegado a pronosticar escenarios del estilo Terminator en el que las IAs se vuelven en contra de sus creadores.
Se nota que el tema le resulta interesante porque en 2015 fundó la ONG OpenAI. Esta organización apunta al desarrollo de sistemas de IA que sean “beneficiosos para la humanidad”.
No contento con meterse en el campo de la IA teórica, en 2016 creó la empresa Neuralink. Su objetivo: desarrollar tecnologías que nos permitan conectar nuestra mente de manera directa a nuestras computadoras. Sí, leíste bien; el señor Musk quiere venderte algo así como el cablecito que conecta Neo a la Matrix.
En sus palabras, cree que utilizar nuestros ojos y manos como mecanismo de ida y vuelta con las compturadoras es simplemente ineficiente. Opina que al conectar nuestra mente de manera directa a las máquinas también podremos curar enfermedades mentales o hasta resolver problemas como la ceguera.
Un proyecto tan ambicioso como polémico. Sin ir más lejos, en agosto de 2020 y en plena pandemia, Elon hizo un reporte de avances en este tema. Los sujetos de prueba eran unos pobres cerditos a los que les habían conectado cables en sus cráneos. Les ahorro las imágenes.
En el cuello de un totí, carboncito de coral
Llegamos entonces al punto que desencadenó esta columna. ¿Qué pretende Elon al comprar Twitter? ¿Qué hace que la persona más rica del mundo desembolse 43 mil millones de dólares para comprar una red social?
Para esto tenemos que tomar un pequeño desvío y meternos de lleno en la postura política del señor Musk. ¿Es Elon de izquierda? ¿Es Elon de derecha? ¿Liberal? ¿Conservador? ¿Libertario?
Él mismo se autopercibe como un fuera de serie que siempre rompió los moldes. En ese sentido se identifica más con los sectores de izquierda. Esta postura, por más descabellada que parezca, tiene sentido dentro de su mente. Sin ir más lejos, allá por la década del 90 cuando comenzó su carrera en tecnología, las startups eran un reducto de hippies que luchaban contra las grandes corporaciones. Steve Jobs lo planteaba muy claramente en su comercial de la Macintosh en 1984, donde asemejaba a IBM con el Gran Hermano de la novela de Orwell.
La Internet era el reducto de los hackers, de los inconformistas, de los antisistema que buscaban en lo virtual desarrollar todo lo que “the man” no los dejaba hacer en el mundo real. En esta cosmovisión, Elon se ve a sí mismo como un agente de cambio, rompiendo esquemas y privilegiando la individualidad por sobre la gris monotonía de la corporación.
El problema es que el señor Musk mantiene esta cosmovisión política de su juventud aún cuando pasaron 30 años y el mundo cambió radicalmente. La Internet ya no es un reducto de hackers, sino la plataforma comercial más grande del mundo. Ya no se trata de Internet contra las corporaciones, sino que la Internet es las corporaciones.
Se podría decir que Elon estaba a la izquierda, pero el espectro político se amplió. Más aún, el señor Musk ha tenido grandes críticas a la cultura woke. Este término refiere a quienes tienen sensibilidad ante la agenda feminista, de identidad de género y de las llamadas minorías. Elon incluso ha criticado a Netflix diciendo que su falta de éxito era porque estaba manejada por un grupo de wokes.
Sus críticas a esta agenda de ampliación de derechos van más allá. Si bien apoyó la presidencia de Barack Obama, su identificación con el partido demócrata ha flaqueado. Desde la asunción de Joe Biden, ha tenido constantes choques con la Casa Blanca, criticándolos en su agenda de electrificación de la flota de vehículos y hasta ha denunciado que el Partido Demócrata está infestado de “extremistas” woke de la correctitud política.
Las posturas antisistema de Elon también chocan contra su propia filosofía ambiental. Todo lo bien que le hacen sus autos al mundo es borrado por los costosos procesos de minado de criptomonedas que él mismo promociona.
Las críticas del señor Musk hacia Twitter comenzaron cuando el entonces presidente Donald Trump fue expulsado de la red. Trump había fomentado el discurso de odio durante años, incluso antes de su presidencia. Pero en enero de 2021 instó a sus partidarios a tomar el Congreso estadounidense durante la asamblea legislativa que proclamaría a Biden presidente. Esto marcó el límite para los directivos de Twitter y por primera vez la cuenta del presidente de los EE.UU. fue suspendida de manera irrevocable.
Los partidarios republicanos plantearon una ruptura y en octubre de 2021 lanzaron Truth Social, una red alternativa a Twitter en donde podrían dar rienda suelta a sus mensajes de odio.
Recordemos la autopercepción de Elon como un antisistema que ve a la Internet como el lugar desde el cual el individuo “le gana” a las corporaciones. Con esto en mente, ha sido un arduo crítico de la cancelación de Trump en Twitter. Es por estas fechas que sus posturas a favor del libre discurso comenzaron a escucharse con más frecuencia.
Ante la falta de respuesta por parte de la red del pajarito, Elon decidió entrar en acción. Primero compró un 9% de la empresa. Después propuso la compra de la totalidad de las acciones, la cual fue aceptada esta semana. Hoy el señor Musk es dueño absoluto de la red social. Puede cambiar a su gusto a cualquiera de los directivos de la misma y establecer un nuevo rumbo para sus políticas de contenidos.
La peligrosidad de este hecho radica en dos puntos cruciales. Primero, la creencia por parte de un tecnócrata como Elon de que el “problema” del libre discurso tiene una solución tecnológica. El señor Musk ve un problema sin escala de grises que pretende resolver de manera drástica. Con una red social tan amplia, es irresponsable pretender que no haya ningún tipo de moderación.
Segundo, y más importante, la problemática del libre discurso y la moderación de los contenidos en un medio de comunicación es compleja y requiere de una solución que esté a su altura. Semejante tarea encarada por un único individuo todopoderoso, por más noble que sea su propósito, está destinada al fracaso. La problemática de la moderación requiere de pluralidad de visiones políticas, culturales, sociales, económicas, filosóficas y hasta espirituales. Un hombre blanco, heterosexual, nacido en cuna de oro y con todos sus sesgos no es el mejor representante para encarar tal tarea por sí solo.
El futuro llegó hace rato
Siempre de chico me preguntaba cómo es que las películas distópicas llegaban a tales desastres. Hoy me alcanza con mirar a Elon Musk: un falso Tony Stark en modo antihéroe. Una persona que tiene las llaves de cómo nos movemos sobre, por debajo y por encima de la Tierra. Está inmerso en la revolución de la inteligencia artificial y el vínculo máquina/humano. Como si fuera poco también tiene mucho poder en cuanto a cómo accedemos a Internet y de qué se habla allí. El amo y señor de la arena en la que se disputan las mayores batallas políticas e ideológicas de este planeta y quizás de los siguientes. Nada bueno puede salir de esto.