A principios del siglo XIX la ciudad de Buenos Aires era la capital del Virreinato del Río de la Plata, una extensa unidad política que abarcaba desde el Alto Perú hasta la desembocadura del Río de la Plata y desde la región de Cuyo hasta la Gobernación de Paraguay. La ciudad había pasado en el último tercio del siglo XVIII de ser un presidio militar a una importante capital, sede de las autoridades virreinales, centro político, comercial y administrativo con más de 40.000 habitantes al despuntar el nuevo siglo. Esa población se encontraba marcadamente estratificada por divisiones de clase, raza y género que ubicaban en la cima a una elite de blancos/españoles peninsulares y americanos que conformaban la clase dirigente y socialmente dominante frente a una inmensa mayoría mestiza, originaria y afrodescendiente jurídica y económicamente sometida.
Pese a experimentar una transformación económica y social que impuso vitalidad, trastornos e imprevisibilidad, la nueva capital virreinal todavía se caracterizaba por una relativa tranquilidad en un mundo convulsionado. La consternación por la sangrienta rebelión de Túpac Amaru (1780-1783) era mediada por la seguridad que transmitía la distancia con la región de Andes. Los debates acalorados producto de las noticias que llegaban sobre los acontecimientos de la Francia Revolucionaria (1789-1799) no parecían ser más que un ejercicio intelectual lejos de poder traducirse una en una insurrección política local. Las Guerras Napoleónicas (1799-1815) que sacudían a Europa, pese al involucramiento de la Monarquía Hispánica, resultaban ajenas para una sociedad mucho más preocupada por las malas cosechas, las enfermedades del ganado y alguna sutil paranoia ante la posibilidad de rebelión en las castas inferiores.
Sin embargo, esa paz sufrió un repentino fin cuando el Río de la Plata fue asaltado en 1806 por un contingente de 1.500 soldados británicos al mando de William Beresford, y un año después invadido en toda regla por una fuerza liderada por John Whitelocke y conformada por más de 15.000 soldados profesionales de la mayor potencia colonial del mundo. Lo que podría haber sido un “paseo militar” se convirtió en una dura derrota para las fuerzas que asaltaron la capital virreinal.
Tanto el pequeño grupo al mando de Beresford en 1806 como el poderoso ejército de Whitelocke en 1807 fueron decisivamente derrotadas por las fuerzas milicianas de fuerte extracción popular que se organizaron en Buenos Aires para repeler a los invasores. Ese proceso de militarización tuvo consecuencias revolucionarias tanto por la destitución del virrey Sobremonte por parte de una Junta Militar, como por la redistribución de poder político y militar entre los sectores dirigentes y los sectores subalternos.
La multiétnica plebe urbana ahora podía pasearse por las calles de Buenos Aires exhibiendo armas y uniformes ante la combinación de rechazo y miedo que experimentaron las tradicionales elites coloniales. Las relaciones de dominación de la estratificada sociedad virreinal estaban en crisis ahora que las mayorías habían tomado conciencia de su propia fuerza. Solo debían proponerse la toma del poder.
Pero el detonante que llevaría a la crisis terminal del orden colonial en el Río de la Plata no provino de la situación de rebeldía de las milicias frente a Sobremonte, sino que fue producto de los acontecimientos que tuvieron lugar en Europa a miles de kilómetros de distancia. El derrumbe de la monarquía española en medio de la ocupación napoleónica de la Península Ibérica enfrentó al conjunto de los súbditos de la familia Borbón a una crisis que no tenía precedentes en toda su historia institucional. Invocando el principio de “retroversión de la soberanía” la resistencia española formó juntas de gobierno en la península que unificaron su acción mediante la Junta Central de Sevilla.
Sin embargo, la figura de la “retroversión de la soberanía a los pueblos” abría la puerta a un conjunto de escenarios diversos cuyos marcos jurídicos y políticos no estaban definidos por tratarse de una situación sin precedentes. ¿La soberanía se retrovertía a los pueblos como un conjunto unificado o respondiendo a las diferentes jurisdicciones que organizaban esos pueblos? ¿Y estas jurisdicciones serían consideradas a partir de la división tradicional de la monarquía hispánica en reinos o sobre la base de las instituciones de gobierno de cada ciudad, gobernación o intendencia?
En este agitado clima político el nuevo virrey para el Río de la Plata, Baltasar Hidalgo Cisneros, debió negociar su entrada en Buenos Aires en medio de disputas facciosas e institucionales sobre cómo llenar el vacío de poder que dejaba la caída de la monarquía y con la amenazante presencia de los milicianos locales. Mientras los referentes políticos criollos debatían sus planes de acción en medio de la crisis, las noticias de los acontecimientos en Europa sólo incrementaron la tensión que se vivía en Buenos Aires.
En mayo de 1810 llegaron las noticias de la caída ante las fuerzas francesas de la Junta Central de Sevilla que había designado al nuevo virrey Cisneros. Cuando éste dio a conocer la noticia en un comunicado público el 18 de mayo, la crisis de autoridad en Buenos Aires había llegado a un punto terminal, acelerando los tiempos políticos a un ritmo imprevisible.
En la semana que siguió al anuncio de Cisneros se generó una situación revolucionaria. Mientras el virrey se aferraba a cualquier apoyo que pudiera conseguir viéndose cada vez más aislado e impotente, grupos revolucionarios se reunían en secreto a discutir su derrocamiento, los medios para concretarlo y el organismo que debía reemplazarlo. Espacios como la Jabonería de Vieytes se convertían en el caldo de ideas y proyectos para la inminente revolucción. Al mismo tiempo las milicias y sus comandantes se acuartelaron constantemente mientras rechazaban repetidamente los pedidos de apoyo por parte del virrey que no contaría con el concurso de las fuerzas militares para controlar la situación.
Dirigentes e intelectuales criollos, comandantes de milicias y sectores plebeyos habían estrechado vínculos a partir de la experiencia común de la resistencia contra los invasores ingleses, esas redes e influencias ahora se accionaban para disputarle el poder a la autoridad colonial. Un jacobino como Juan José Castelli presionó al virrey la noche del 20 de mayo para que convocara a un Cabildo Abierto para que los vecinos discutieran y resolvieran la situación del gobierno. Cabe considerar que vecino no es lo mismo que habitante, al Cabildo Abierto sólo podrían ingresar aquellos hombres adultos blancos (hijos de españoles) que tuvieran propiedades dentro de la ciudad, es decir: una minoría propietaria frente a la gran mayoría de no propietarios y miembros de los multiétnicos sectores populares.
Pero el bajo pueblo participó mediante otros canales de las jornadas revolucionarias de la semana de mayo. Mientras se apresuraba la convocatoria al Cabildo Abierto grupos de choque armados dirigidos por Domingo French y Antonio Beruti se hacían con el control de las calles de Buenos Aires. Con armas de fuego y puñales se dedicaron a amedrentar y acosar a quienes consideraban hostiles a la causa de la revolución amenazándolos o impidiendoles el paso al Cabildo y sus cercanías. Las milicias integradas mayoritariamente por los sectores plebeyos se convirtieron en el apoyo militar en el derrocamiento del virrey, no solo negando su apoyo para reprimir y restablecer el orden sino sirviendo de garantes al proyecto de los revolucionarios.
El 25 de mayo de 1810 se concretó finalmente la deposición por la fuerza del virrey designado por la Junta Central y su reemplazo por una Junta de Gobierno electa por los vecinos de la Ciudad de Buenos Aires, con el apoyo de las milicias y los sectores plebeyos organizados en la calle. Esa Primera Junta de Gobierno reclamaba el ejercicio del gobierno sobre el conjunto del Virreinato del Río de la Plata en nombre del Rey Fernando VII, pero operaba sobre un vacío político, jurídico e institucional, se trataba de un gobierno instituido por la fuerza en medio de una situación de acefalía.
La sucesión de golpes y contragolpes iniciados en 1810 desembocaron en una situación de multiplicidad de poderes en el Río de la Plata. Se inició un conflicto político entre quienes reconocían la autoridad de la Primera Junta y aquellos que la consideraban ilegítima. Facciones y autoridades que se disputaban el ejercicio del gobierno sobre el territorio al tiempo que invocaban su legitimidad para gobernar sobre diferentes interpretaciones de la crisis y la figura de la retroversión de la soberanía.
El único medio real por el que podía arribar a una resolución de este conflicto frente a la negativa de los distintos actores políticos a ceder sus pretensiones de poder sobre el territorio era una guerra civil. Si la Revolución había conquistado el poder en Buenos Aires ahora debía conquistar el ejercicio del gobierno en un territorio que se extendía desde la Banda Oriental hasta el Alto Perú y frente a actores que pretendían disputar el control de territorios, pobladores y recursos. Muy pronto esa lucha por el poder en el Río de la Plata se integró en una lucha general contra el orden colonial en toda Sudamérica. Las acciones políticas y militares conjuntas de las fuerzas patriotas resultaron fundamentales para concretar la independencia de las nuevas naciones sudamericanas y el fin del dominio colonial español.
Los años de revolución y guerra no solo destruyeron los vínculos coloniales que unían al Virreinato del Río de la Plata con la metrópoli europea, sino que barrieron con los proyectos que intentaron preservar la unidad de la mayor parte de sus territorios.
Al fin de la guerra por la independencia le siguió el inicio de un nuevo periodo de guerras civiles que prorrogaron durante décadas la conformación de un proyecto unificado de país bajo un gobierno de unidad nacional. Sin embargo, y pese a las diferencias de partido que marcaron los enfrentamientos posteriores, el nuevo orden a construir debería levantarse sobre el legado que había dejado la destrucción del mundo virreinal. Una sociedad basada en un orden monárquico, aristocrático y colonial agonizaba mientras las nuevas representaciones sociales y políticas incorporan las nociones de soberanía, voluntad popular, autodeterminación de los pueblos, república y nación. Se trataba de los principios fundamentales sobre los que se erigiría un nuevo mundo.