Valentina Tereshkova nació en 1937 en un pueblito a unos 250 km de Moscú. Su padre, campesino y soldado, murió dos años después en la Guerra de Invierno entre la Unión Soviética y Finlandia. Con su madre y sus dos hermanos se mudaron a Yaroslavl, una ciudad pequeña a orillas del río Volga.
Para subsistir, la mamá consiguió empleo en una planta textil. A los 17 años, Valentina se graduó del colegio y comenzó a trabajar en una fábrica de neumáticos y luego en una textil, mientras continuó con estudios por correo.
Pero además Valentina tenía una pasión por el paracaidismo. Siempre fue algo que capturó su interés y a los 22 años realizó su primer salto en el aeroclub local. Su madre no aprobaba este pasatiempo, por considerarlo “de varones” pero a su hija esto no le importaba.
La carrera por enviar una mujer al cosmos
Tras el primer vuelo en órbita de Yuri Gagarin en 1961, los estadounidenses estaban frenéticos por igualar este logro. A la Unión Soviética llegaron rumores de que incluso estarían entrenando astronautas mujeres y, si bien esto no era cierto, la noticia logró poner a los soviéticos en marcha.
Así es como se propusieron fundar el primer grupo de cosmonautas mujeres. Las candidatas tenían que ser menores de treinta años, de hasta un metro con setenta centímetros y no más de setenta kilogramos de peso. El motivo: la cápsula Vostok en la que volaría era realmente muy limitada en espacio.
Y había un requisito adicional: al regresar a la atmósfera, ya a unos siete mil metros, la cosmonauta debería abrir la escotilla y saltar por sus propios medios. Era clave entonces que las candidatas sean expertas paracaidistas.
Se consideraron unas 400 candidatas, que se redujeron a 58, y luego a 23. En febrero de 1962 Valentina y otras cuatro mujeres fueron seleccionadas para comenzar con su entrenamiento oficial. La futura cosmonauta le dijo a su madre que iría a entrenar para paracaidista profesional, lo cual no era del todo mentira.
El entrenamiento era muy riguroso. Durante varios meses fueron encerradas en una cápsula para ver si eran claustrofóbicas, sacudidas en una centrifugadora para ver cómo reaccionaban a altas aceleraciones, y sometidas a pruebas de frío y calor extremo.
Valentina también aprendió a pilotear jets y se enlistó en la escuela de ingeniería aeronáutica de la Fuerza Aérea. Al finalizar, una de las candidatas dio la baja por enfermedad; a otra se le dio la baja por bajo rendimiento.
La misión Vostok 6
En mayo de 1963, cuando Valentina ya estaba entrenando hace más de un año, fue elegida para la misión Vostok 6. Recién ahí su madre se enteró del vuelo de su hija por la radio. Hasta ese entonces seguía pensando que ella estaba entrenando paracaidismo.
Un mes después, el 16 de junio Valentina despegó desde Baikonur y se convirtió en la primera mujer en viajar al espacio. Tenía tan solo 26 años, y aún hoy es una de las mujeres más jóvenes en haber orbitado nuestro planeta.
Su nombre en código durante la misión era «Gaviota»; sus primeras palabras tras el lanzamiento: «¡Soy yo, gaviota! Todo está bien. Veo el horizonte; es un cielo azul con una banda oscura. Qué bella es la Tierra… todo va bien».
Durante su misión, orbitó la Tierra 48 veces en casi tres días. Su cápsula era diminuta. La cosmonauta reportó problemas con los audífonos y algunos dolores en el cuerpo, pero su entrenamiento le permitió continuar.
Al finalizar la misión, la cápsula reingresó en la atmósfera y luego Valentina saltó en su paracaídas personal, tal como había entrenado tantas veces. Aterrizó en Kazajistán, tras luchar contra fuertes vientos que le hicieron golpearse la nariz.
Su legado
Y del salto en paracaídas, al salto a la fama mundial. Primero en su tierra natal, con Nikita Khrushchev otorgándole la Orden de Lenin y la medalla de Heroína de la Unión Soviética. Se dice que el desfile en Moscú tuvo un millón de flores.
Y luego un interminable tour que la llevó a Cuba, varios países de África, Berlín oriental, Inglaterra… las autoridades soviéticas la hubieran mantenido en gira por un año más, pero a principios de 1964 quedó embarazada y logró un merecido descanso.
Todo el mundo amaba a Valentina, y los líderes soviéticos le preguntaron qué podían hacer para agradecerle por sus tareas. Su pedido fue que la ayudaran a encontrar la tumba de su padre, perdido en esa guerra invernal de 1939. Y así se hizo. En ese lugar hoy hay un mausoleo.
Los años que siguieron la vieron muy ocupada, recibiéndose de ingeniera aeronáutica y creciendo en los rangos de la Fuerza Aérea. Participó en congresos por la paz, y en mitines de la ONU por los derechos de la mujer. Llegó incluso a ser parte del Comité Central la URSS.
Valentina siempre soñó con volver al espacio, pero en 1968 Yuri Gagarin, héroe soviético, perdió la vida en un vuelo de entrenamiento. La URSS no podía permitirse perder a más de sus primeros cosmonautas, y por eso Valentina nunca volvió a volar.
Tras la caída de la Unión Soviética, se dedicó a la política. En 2011 obtuvo una banca en la Duma Estatal (Parlamento), y en 2016 fue reelecta, cargo que aún mantiene. Su legado ha inspirado a muchísimas mujeres astronautas de todo el mundo.