A 20 años de la Masacre de Avellaneda los movimientos sociales herederos de la combativa experiencia piquetera sostienen un persistente protagonismo en la política argentina. Las palabras de Cristina Fernández en su última aparición pública volvieron a poner a estas organizaciones en el centro de la polémica, pero el debate respecto de sus roles y capacidades viene de larga data e involucra a todo el arco político y comunicacional. Si en el margen derecho del espectro priman las lecturas estigmatizantes y las propuestas represivas, dentro del campo nacional y popular se debate cuáles son sus objetivos, qué articulación deben tener con el Estado y la política institucional y si su poder de fuego responde a motivos circunstanciales o a una nueva realidad de la clase trabajadora que llegó para quedarse.
Sobre estos temas dialogamos con Francisco Longa, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires e investigador del CONICET, autor de Historia del Movimiento Evita. La organización social que entró al estado sin abandonar la calle (editorial Siglo XXI, 2019). Desde una experiencia mixta, marcada por el trabajo de campo, pero también por la militancia territorial en la zona norte del conurbano bonaerense, Francisco aporta su particular mirada sobre la compleja trama de estas organizaciones.
– El 26 de junio de 2002 fue un hecho de gran relevancia que además dejó marcas muy profundas. Fue un intento estatal de restablecer cierto orden por vía de una brutal represión, pero al mismo tiempo abrió un nuevo momento sin el cual tal vez no existiría el kirchnerismo. 20 años después, ¿con cuál de todos los significados del 26 de junio te quedás?
– En efecto el 26 de junio fue un hecho de gran relevancia. Casi todas las lecturas reconocen que fue lo que provocó la anticipación del llamado a elecciones por parte de Eduardo Duhalde. Esto es algo notable, porque en general estos hechos tan simbólicos, como la misma caída de De la Rúa, están sujetos a debate, hay una querella sobre qué pasó entre distintas interpretaciones. En este caso hay un consenso bastante amplio de que la sociedad de ese momento no toleró el accionar represivo con semejante alevosía y que eso obligó a adelantar las elecciones.
Si la movilización popular le marcó un límite al proyecto neoliberal, la intolerancia a la represión a la protesta le marcó también el techo al programa de reencauzamiento y reformas que venía a encarnar Duhalde. Ese es uno de los significados, como mojón histórico.
Después me parece que hay algo que aún pervive, donde pareciera que quedó congelada esa legitimidad en el tiempo. Tal vez es una lectura optimista, pero aun cuando los discursos públicos dan giros más conservadores ese pasado parecería quedar un poco a resguardo de los vaivenes de los humores sociales. Es muy frecuente constatar aún hoy la legitimidad de aquella protesta y el repudio a la brutalidad de la represión. Eso tiene que ver con un trabajo pedagógico que han hecho las organizaciones durante todos estos años, rescatando la memoria de los asesinados, su labor, y también con un substrato igualitarista que aún pervive en nuestra sociedad. Gracias a eso se sigue recordando la entrega y la solidaridad de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.
El 26 de junio persiste entonces como marca histórica y también como sentido acerca de hasta dónde se le permite al Estado vincularse represivamente con la protesta.
– En el Puente Pueyrredón y en todo ese ciclo de movilización los movimientos piqueteros fueron los grandes protagonistas. ¿Qué heredaron los movimientos sociales y organizaciones de la economía popular de aquella historia? ¿En qué innovaron, qué rupturas y continuidades ves en esas experiencias?
– Es evidente que los movimientos que hoy llamamos de la economía popular son herederos de esa tradición, muchos son incluso los mismos. Yo creo que lo que más resaltan son los cambios, las innovaciones, pero también hay marcadas continuidades.
Los movimientos siguen vigentes porque las causas que los originaron persisten. Son movimientos de desocupados, son los “pobres en movimiento”, -como dice Juan Carlos Torre-, y Argentina no resolvió el problema del empleo y de la pobreza. Por ende, sigue habiendo causas estructurales para que ese sujeto siga movilizado. Eso, sumado a la vocación política de una serie de cuadros y dirigentes que se han volcado a militar en ese sector, explican su vigencia y su actual dinamismo.
Siempre digo que si uno sacaba una foto en un merendero del MTD Evita en al año 2000, luego en el 2006 y en 2014 y la vuelve a sacar ahora, la imagen es inquietantemente parecida. Por abajo, los movimientos siempre siguieron haciendo lo mismo. Por supuesto que no es exactamente lo mismo cuando cambia el ciclo político y hay una mejora del cuadro general. En 2010, 2011 y 2012 se cerraron muchos comedores y muchas organizaciones redireccionaron su trabajo hacia otros aspectos que no tenían tanto que ver con la urgencia del hambre. Pero hay un sustrato que nunca cambió, hay un fondo de la sociedad que aún en el mejor momento de expansión de la economía necesitó ir a comer a comedores. Ahí hay marcadas continuidades en tanto gran parte de los movimientos se siguen dedicando a la asistencia en la emergencia alimentaria y laboral.
Luego, los cambios son muchísimos. Los movimientos se han transformado en organizaciones sociales todoterreno. Hoy no están volcadas única ni principalmente a estas tareas de asistencia, sino que también disputan poder político en el plano institucional. Esto se suma a su afán por incorporar iniciativas más sofisticadas, más complejas, con cuadros militantes con mayores niveles de análisis e intervención en el campo político, referentes que hoy tienen intención de voto, ocupan las listas. En la pandemia, al mismo tiempo que asistían en la emergencia, por ejemplo, el Frente Popular Darío Santillán estableció un acuerdo con científicos del CONICET para confeccionar barbijos con una tela antiviral.
Las organizaciones sociales pasaron a ocupar cargos en el Congreso Nacional, están en las oficinas del Poder Ejecutivo en varios lugares del organigrama estatal, cuando en la experiencia de incorporación anterior durante el kirchnerismo habían quedado reducidos principalmente al Ministerio de Desarrollo Social. Es decir, tienen un repertorio de acción mucho más nutrido y variado y son un factor de poder que hoy se sienta en la mesa de igual a igual con el sindicalismo clásico. El presidente Alberto Fernández sienta en la misma mesa, casi al mismo nivel, a la CGT y a la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP). La UTEP en sí misma es una de las mayores innovaciones conceptuales, organizativas y de imaginación política de este sector: conformar un sindicato con características únicas, porque el trabajo que realizan todas estas personas es muy distinto del trabajo típico en una fábrica que se organiza de la manera sindical clásica.
Entonces, los cambios son notables, la ampliación en el repertorio de acciones es muy clara, pero a la vez hay muchas continuidades que están marcadas por las condiciones estructurales de vida de los sectores que representan, que son los más castigados cuando la economía flaquea.
– Desde hace un tiempo esas organizaciones están en el centro del debate político. Un espectro muy amplio de la política, desde la extrema derecha hasta sectores diversos del peronismo y el progresismo, con tonos muy distintos, impugnan supuestas prácticas clientelares o en el mejor de los casos les otorga un lugar de contención imperfecta de lo que el Estado y el mercado no pueden resolver. ¿Cómo lees ese debate a la luz de tu experiencia investigando y militando con parte de esas organizaciones?
– Desde un lado, son críticas muy entendibles, porque hay actores a los cuales la movilización política de los sectores populares siempre les resultó una anomalía. Para la tradición más liberal la movilización política es un hecho a evitar y es un síntoma de algo que no está funcionando bien. Para otras tradiciones, como la nacional popular o de izquierda, la movilización callejera es una expresión natural del desarrollo de la lucha política.
Luego, hay un debate dentro de un campo más afín a las organizaciones que tiene que ver con que si su rol es ser un parche que llena algo que el Estado debería resolver o si cumplen un rol que es distinto e igual sería necesario, incluso con un Estado que funcione bien. Primero, no hay un acuerdo en torno al diagnóstico de las perspectivas del desarrollo económico en nuestro país. Un sector, piensa que las personas que forman parte de los movimientos van a ser absorbidas por el empleo formal a partir de un crecimiento sostenido de la economía; y hay otro sector, que cree que eso no va a ocurrir. Eso organiza de diferentes maneras las tareas estratégicas de cada uno, lo cual es lógico: si pienso que este este sector será prontamente absorbido por el empleo formal es natural que no dedique esfuerzos a organizarlo; por otro lado, quienes creen que esto no va a ocurrir es lógico que dediquen muchos esfuerzos a organizarlo.
La mayoría de las lecturas desde el campo de los movimientos son bastante realistas y pragmáticas. Parten de que esta es una realidad que no va a cambiar y, por ende, o la organizamos o queda a la deriva. No se trata tanto de si te gusta o no. Es una situación dilemática para los movimientos. Emilio Pérsico lo decía hace poco: en contextos de gobiernos de derecha hay más posibilidades para acumular poder por parte de los movimientos. Es cierto que mientras más castigados están los desocupados más se vuelcan a organizarse para luchar por sus derechos. Pero a la vez, eso resulta una paradoja, porque estas organizaciones luchan por mejoras en las condiciones generales de vida. Esto ocurre con cualquier disputa sindical.
Uno podría decir que existen dos concepciones de acumulación política: los que piensan que mientras peor están las cosas mejor, porque eso brinda más oportunidades para organizarse; y los que piensan que mientras mejor están las cosas las chances de acumulación también mejoran. Los movimientos sociales se caracterizan por la segunda. En su lucha, agudizar los conflictos no es un objetivo de primer orden desde hace tiempo. Esto parte de un debate estratégico de las organizaciones, que incluso ha llevado a que algunos sectores del peronismo y del kirchnerismo les cuestionaran que no hayan confrontado con mayor dureza durante los años macristas. A lo que los movimientos respondían: no vamos a utilizar de carne de cañón a nuestras bases, porque lo que queremos son mejoras. Lucharon por incorporar derechos y por lograr leyes y no por generar escenas épicas de confrontación donde seguramente iban a salir perdiendo. No planteo una lectura valorativa respecto de estas estrategias, pero es importante entenderlas.
Estos sectores del peronismo que vos mencionas en la preguntan están cuestionando algo, pero partiendo de otra matriz. Entonces es lógico que haya un teléfono descompuesto. Paula Abal Medina siempre habla de las tensiones entre momento sindical y momento político. Para un partido político es mucho más sencillo, siempre vas a ocupar el rol opositor al campo que es tu adversario. Prima una lógica electoral. Pero en un sindicato no siempre ocurre eso. Por otra parte, las organizaciones siempre han señalado que los sectores políticos que tienen responsabilidad de gobierno también buscaron mejoras durante el gobierno de Mauricio Macri. Alicia Kirchner, como gobernadora de Santa Cruz, también se juntaba con el ministro del Interior para conseguir beneficios para su provincia. En ese sentido, el riesgo es caer en una doble vara y pensar que en un caso están traicionando los intereses populares y en el otro es lo que hay que hacer.
– En el marco de los debates del Frente de Todos, Cristina le apuntó particularmente al Evita. Vos escribiste un libro que se llama Historia del Movimiento Evita, ¿cómo definirías a esa organización en pocas palabras?
– Afortunadamente es muy difícil definir al movimiento Evita en pocas palabras, justamente por su carácter polifacético, porque es difícil aprehenderlo, porque es una organización atípica, muy dinámica y heterogénea, que ha sabido combinar la centralización de su conducción política con la heterogeneidad de su representación social federal. Hay muchos movimientos Evita en el país, el de La Rioja es muy distinto del de la Ciudad de Buenos Aires. Creo que eso, más que una debilidad, han sabido convertirlo en una potencia.
Me viene a la cabeza el trabajo de Richard Gillespie, el historiador inglés que analizó Montoneros en los setenta. Yo a veces pienso que hay una analogía con eso, porque el Movimiento Evita ha sabido ser terriblemente flexible en su táctica y asombrosamente rígido en su estrategia. Pueden hacer y deshacer alianzas, hasta el punto de que sus acuerdos en algunas provincias parecen contradecir su orientación nacional. Ellos lo entienden como el pragmatismo necesario para poder conducir una organización que es muy grande, donde hacia abajo muchas cosas se permiten y hay aire para iniciativas de las más diversas, pero desde arriba tiene una tremenda centralización de su línea política.
Esto no genera ninguna culpa y lo asumen sin ningún tipo de prurito. De hecho, es un activo para el movimiento Evita. Como no estuvieron asociados a expresiones de izquierda u horizontales no viven con culpa el centralismo ni la verticalidad en la toma de decisiones. Lo cual no debería llevar a pensar que es una organización únicamente vertical, porque se habilita la participación de las bases en un montón de aspectos. Tienen un estilo de conducción vertical pero muy cercano a las bases, muy sensible con las bases.
Producto de mis investigaciones, donde además del Evita estudié otros movimientos de tradición nacional – popular, de izquierda y marxistas, creo que hay una clave en el crecimiento del movimiento Evita que tiene que ver con esa lucidez de la dirigencia para crear una identidad en sus bases, -esa identidad ligada a “los últimos de la fila”-, escucharlas, tener un estilo de conducción muy cercano, pero a la vez, todo lo necesariamente centralista que la política requiera.
La política argentina es muy centralizada y dinámica, y se dirige desde Buenos Aires. El Evita asumió esa condición de la política con una centralización en la toma de decisiones que les permite ser muy dinámicos, pero a la vez la sensibilidad para poner el oído cuando las bases marcan sus diferencias. No siempre esto sale bien, por supuesto, y han tenido desprendimientos y disidencias. Sin embargo, no es casual que sea la única organización que no ha tenido una gran ruptura en toda su historia, sacando un desprendimiento en algún momento del sector de La Plata que era importante. Esto es muy llamativo, porque si uno observa el resto de los movimientos semejantes todos han tenido grandes rupturas, todos, sin excepción.