El 19 de diciembre de 1972 el módulo de comando de la misión Apollo 17 reingresó en nuestra atmósfera con sus tres tripulantes a bordo. Minutos más tarde la aeronave descendió sobre las aguas del Océano Pacífico, poniendo fin a la última misión tripulada a la Luna.
Estirar la meta para ganar la carrera
El programa Apollo había nacido una década atrás, impulsado por las victorias soviéticas en lograr hitos espaciales tales como el primer satélite artificial, el primer hombre y la primera mujer en el espacio. EE.UU. sentía que perdía la guerra tecnológica y cultural contra su peor rival y la única forma de dar vuelta la situación era poniendo una meta más lejana que les diera tiempo para reorganizarse.
El entonces presidente estadounidense John F. Kennedy puso una meta concisa: llevar astronautas a la Luna y traerlos sanos de regreso antes del fin de la década de 1960. El programa Apollo llegó a emplear directa e indirectamente a más de 400.000 personas a lo largo de los siguientes años. No sólo se trataba de una meta clara, sino de un presupuesto acorde para lograrla a tiempo y además un cambio cultural en la sociedad en cuanto a la importancia de invertir (¿gastar?) fondos públicos a gran escala en ello.
A pesar de contar con la voluntad política, el humor social y los medios económicos, no todo fue sencillo para llevar adelante el programa Apollo. Sin ir más lejos, los tres tripulantes de la primera misión fallecieron en un incendio que se desató durante un entrenamiento de rutina en tierra. En cualquier otro contexto geopolítico, semejante desgracia hubiera sido el fin del programa. Pero la voluntad de ganarle a los soviéticos era tal que, tras lamerse las heridas, los estadounidenses siguieron invirtiendo hasta lograr su objetivo en julio de 1969.
¿Y ahora qué?
El entusiasmo no duró mucho. Una vez que la bandera de barras y estrellas estaba “flameando” en la Luna ya no había muchos más incentivos para seguir viajando hasta allá. Es cierto que a nivel científico el programa Apollo produjo grandes avances como por ejemplo ayudarnos a entender el origen de la Luna. Sin embargo estos avances tenían un costo económico altísimo.
Y luego vino la misión Apollo 13, sí, la de la película de Tom Hanks y “Houston, tenemos un problema”. Tras sufrir una explosión en uno de sus tanques durante el vuelo hacia la Luna, gran parte de la nave quedó inutilizada. Si no fuera por el ingenio del equipo de la NASA que trabajó día y noche para rescatarlos, hubieran perdido a otros tres astronautas y hubiera sido el fin de las excursiones lunares.
Con un alto costo económico y tanto riesgo en potencial pérdidas humanas, la NASA se estaba quedando sin argumentos para continuar con el programa. ¿Para qué seguir si la carrera espacial “ya estaba ganada”?
Retroceso y retirada
La NASA tenía muchos proyectos ambiciosos para continuar con Apollo: misiones tripuladas a orbitar Venus, grandes estaciones espaciales, bases lunares con presencia permanente y hasta producción de energía en órbita. La administración de Richard Nixon no quería nada de esto: la NASA ya no atraía el interés colectivo. La Guerra de Vietnam estaba cada vez más perdida y “disparatar” dinero en cohetes al espacio no ganaba votos.

En este contexto se decidió por cancelar todos los proyectos de la NASA con excepción de una nave espacial reutilizable. Esta era vista como una forma de tener un programa espacial austero y eficiente en el uso de fondos públicos. A medida que se fue avanzando en el diseño, sufriendo concesiones para atraer también fondos de las fuerzas armadas, se llegó al Transbordador Espacial. Pero la nave no fue nada de lo que prometió: costosa, con grandes problemas de seguridad y se llevó la vida a 14 astronautas.
Así llegamos al siglo XXI, con una NASA que ya no tenía las capacidades de antaño. Quienes habían construido los cohetes de la era Apollo no estaban en sus filas. Los planos permanecían guardados, pero las técnicas de tornería, metalurgia y construcción artesanales se perdieron. El progreso no siempre es hacia adelante.
Artemis
El proyecto Artemis se basa en recuperar esas capacidades de exploración espacial a la Luna -y más allá- que la NASA supo tener. La estrategia es una mezcla de aprovechar hardware de la era del Transbordador Espacial y también incorporar a jugadores privados como SpaceX.
El cohete que llevará a cabo estas misiones se llama Space Launch System (SLS) y es prácticamente una cruza del Transbordador Espacial y el Saturn V de las Apollo. Con los motores del primero y una cápsula inspirada en el segundo, la NASA apuesta por algo probado para minimizar riesgos.
¿Y por qué regresar ahora? Los motivos pueden entenderse desde tres puntos de vista distintos: la carrera internacional, la carrera con los privados y la exploración sustentable.
Con respecto al escenario internacional, China cuenta con un programa de exploración lunar robótico muy avanzado. Ya han anunciado intenciones de alunizar con humanos en la década de 2030, la cual está prácticamente a la vuelta de la esquina. En un escenario de quasi guerra fría con los chinos, los EE.UU. no pueden permitirse perder una nueva carrera espacial.
En el plano de la carrera con los privados, hay una situación de competencia y colaboración entre la NASA y empresas privadas como SpaceX (Elon Musk) o Blue Origin (Jeff Bezos). La supervivencia de estas compañías hoy depende mayormente de los contratos del Estado para lanzar carga militar y civil. En un futuro no muy lejano estas empresas serán autosustentables ya que su principal fuente de ingresos será el envío de cargas privadas, el turismo espacial y vender servicios como Internet satelital, entre otros. Si la NASA dejara la exploración espacial 100% en las manos de los privados, cedería el liderazgo al libre mercado, a riesgo de que todo avance se frene si alguna de estas empresas se funde.
Finalmente, en cuanto a la exploración sustentable, las nuevas misiones a la Luna tienen por objetivo encontrar depósitos de agua que sean utilizables. De lograrlo, se podrían construir y operar colonias completas allí de forma tal de establecer una base desde la cual explorar el resto del sistema solar. Si bien esto suena a ciencia ficción, es algo que está dentro del terreno de lo posible y quien tome la iniciativa será quien decida la estructura de gobierno (e impuestos, jugosos impuestos) asociadas a todo el establecimiento. Una especie de “nuevo mundo” como no se ha vivido desde la llegada de los europeos a América.
Este 29 de agosto se estrena el cohete SLS, el cual viajará sin tripulación. La nueva carrera a la Luna ha iniciado.