Durante la última semana se lanzó oficialmente la campaña electoral para las elecciones presidenciales brasileñas que tendrán lugar el 2 de octubre. La contienda tiene varios participantes pero dos grandes protagonistas: el actual presidente ultraderechista, Jair Bolsonaro, y el expresidente progresista, Lula Da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT).
Una encuesta realizada por la consultora IPEC señala que Lula mantiene una clara ventaja entre las personas que ya decidieron su voto, con 52 puntos contra 37 de Bolsonaro. Con estos números el primero obtendría un triunfo directo en la primera vuelta. Sin embargo, ese escenario puede no ser el que finalmente se imponga si se considera la existencia de un 8% de indecisos, el margen de error de toda encuesta y los cambios que siempre ocurren en la temperatura política a lo largo de las campañas electorales.
En caso de ocurrir una segunda vuelta, esta tendría lugar el 30 de octubre. El sondeo de IPEC señala para este escenario un panorama muy similar: 51 puntos para Lula y 35 para Bolsonaro.
Las encuestas señalan también algunas características del perfil de las bases electorales de cada uno. Lula obtiene mayor ventaja entre los jóvenes, la población con menores ingresos y en el nordeste del país -región donde tienen especial peso los sectores afrobrasileños-. También cuenta con una clara ventaja en San Pablo (ciudad más poblada del país y su principal centro económico e industrial) con 38 puntos de intención de voto contra 28 de su principal adversario, mientras que Río Janeiro se encuentra mucho más disputada, con una ventaja de solo 35 puntos contra 33.
Bolsonaro, por su parte, obtiene su mayor respaldo entre los evangélicos, adultos varones y personas con mayores ingresos. Sin embargo, inclusive en esos sectores perdió una considerable cantidad de apoyos a lo largo de sus cuatro años de mandato, lo que explica su relativamente baja intención de voto.
Este perfil coincide con el elegido por cada candidato para el lanzamiento de sus campañas. El jefe de Estado lo hizo con una caravana de motociclistas y un acto con líderes religiosos. Su discurso y publicidades polarizan contra “el comunismo”, el aborto y las drogas. Muchos pastores evangélicos realizan predicas similares, agitando entre sus fieles la amenaza de que un triunfo progresista implicaría un cierre masivo de templos.
Lula, en cambio, realizó su acto de apertura en una fábrica automotriz en São Bernardo do Campo, tradicional bastión industrial en la periferia de San Pablo, el mismo lugar donde inició su trayectoria como dirigente sindical y político en las peleas contra la dictadura militar.
En Argentina, el Comité Argentino Lula Presidente lanzó también su campaña mediante una conferencia de prensa en el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA). Es que, aunque pequeño en proporción a la elección genera, el colectivo de votantes brasileños en este país es el más grande de toda América Latina (con más de 12 mil electores habilitados).
El desgaste de Bolsonaro
La situación de debilidad electoral en la que se encuentra el actual presidente se explica por varios factores.
Uno de ellos es sin duda el posicionamiento negacionista que adoptó ante la pandemia COVID-19, que contribuyó fuertemente a agravar la crisis sanitaria con un resultado total de 670.000 muertes en el país.
Durante su gobierno también tuvo un fuerte impacto la misma tendencia inflacionaria que afectó a gran parte del mundo, deteriorando el poder adquisitivo de los sectores populares, entre los cuales se encontraban muchos de sus votantes de 2018. El hambre y el desempleo contribuyeron a la erosión de su base de apoyo en los sectores pobres, aunque en los últimos meses obtuvo un leve repunte entre ellos como resultado de un aumento temporal a las asignaciones de ayuda social.
Por otro lado, las posiciones y discursos de Bolsonaro lograron alejar a gran parte del centro político y empujarlo hacia un apoyo a la candidatura de Lula. El principal elemento es la percepción del actual mandatario como una amenaza a la democracia, ante los reiterados ataques a las instituciones, la violencia desplegada por sus simpatizantes -que incluyó poco tiempo atrás el asesinato de un dirigente del PT en Foz de Iguazú- y la amenaza explícita de recurrir a las armas para enfrentar a la oposición.
Existe la preocupación de que pueda desconocer los resultados de las elecciones presidenciales y provocar maniobras golpistas. Como parte de este clima, Lula recibió amenazas que lo obligaron a reprogramar sus actividades de lanzamiento de campaña y reforzar la seguridad.
El repudio que generan estas actitudes se manifiesta de muchas maneras, desde la realización de actos multitudinarios en defensa de la democracia hasta las declaraciones explícitas de apoyo a la candidatura de Lula por parte de figuras influyentes en la sociedad brasileña. Este fue el caso de la popular cantante Anitta, que en julio manifestó en sus redes sociales su intención de votarlo para frenar a Bolsonaro.
Este mismo clima político es el que explica la formación de una amplia coalición electoral alrededor de la candidatura del ex presidente, incluyendo a sectores tradicionalmente opuestos al progresismo del PT como su propio candidato a vicepresidente Geraldo Alckmin.
Las perspectivas regionales
Un triunfo de Lula cristalizaría un importante cambio en las relaciones de fuerza continentales, sumándose así a los casos de Colombia y Chile para dejar un saldo de tres grandes bastiones de la derecha que cambiarían de manos en menos de un año. A su vez, sería un punto de apoyo significativo para el fortalecimiento de las instancias de integración regional como el Mercado Común del Sur (Mercosur) y Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y mejoraría las perspectivas de resistir conjuntamente las presiones de EE.UU. sobre la región.
Sin embargo, las recientes experiencias (y especialmente el caso argentino) también prueban que los mayores límites que afectan a los gobiernos progresistas son la resistencia de los sectores dominantes locales y de las fuerzas conservadoras con amplias bases sociales, y la propia presión dentro de los gobiernos hacia la moderación y la búsqueda de consensos con las fuerzas opositoras. En el caso brasilero esta posibilidad queda planteada a partir de la inclusión de la figura neoliberal de Alckmin.