“El odio, por supuesto”. Con esas palabras la fiscal Alejandra Del Río Ayala, de la Unidad Fiscal Especial de Violencia de Género, Familiar y Sexual (Gefas) del Ministerio Público de la Acusación (MPA), calificó el motivo del transfemicidio de Alejandra Ironici el 21 de agosto en la ciudad de Santa Fe. El odio, por supuesto.
Por supuesto.
Por ser Alejandra una referente, por su compromiso y militancia, por ser una persona pública, la fiscalía sostiene que “no se trata de un crimen común” y se investigará el hecho bajo la carátula de transfemicidio (figura que entra en la jurisprudencia nacional a partir del asesinato de Diana Sacayan, referente trava matancera). Por primera vez en territorio santafesino se investigará el asesinato de una persona trans con la carátula de crimen de odio. El viernes a la tarde, en la audiencia por medidas cautelares, se dictó como medida cautelar la prisión preventiva del acusado Héctor Damián Barrero, pareja de Alejandra.
Toda la semana, desde que el cuerpo sin vida de Alejandra fue encontrado, muchos medios de comunicación recuperaron los pasos que dió la causa judicial poniendo énfasis en los detalles más truculentos sobre el travesticidio. Esto nos vuelve a enfrentar a la pregunta de cómo está sociedad está dispuesta a mirar a las travas, si el lugar sólo es para el detalle bordeando lo gore de cada puñalada. Es este un reflejo más del lugar estructuralmente asignado para quienes rompen con el binario ordenador de los géneros, casi tal vez, un ejercicio aleccionador sobre qué es lo esperable de una vida trans. El odio, por supuesto.
Alejandra tenía 43 años, algunos por encima de la expectativa de vida de travestis y trans en nuestro país; 43 años vividos en clave militante, colectiva, de lucha por la ampliación de derechos. En 2012 fue la primera persona del país en realizar su cambio de identidad en el DNI por vía administrativa, aún antes de la aprobación de la Ley de Identidad de Género.
“Empieza mi nueva vida. Voy a salir con la frente en alto, orgullosa de lo que soy. Sin tener que esconderme porque no cometí ningún delito. Lo único que hice fue elegir una vida diferente. Ese condicionamiento implicó que se me nieguen un montón de derechos”, decía en ese momento la referente santafesina. Las palabras siguen resonando hoy con la claridad de que las luchas y reclamos actuales construyen mañanas más libres y mundos mejores para todes.
La construcción y referencia militante de Alejandra Ironici se ve reflejada en las muestras de dolor y reclamos de justicia por parte de la comunidad LGBTIQ+ que se dieron (y se siguen repitiendo) en Santa Fe, Rosario y en las expresiones de solidaridad en todo el país. En esta semana gran parte del arco político santafesino expresó no sólo el dolor atravesado, sino la potencia de aprendizajes que la referente aportó a la política provincial en su paso por diferentes ámbitos de incidencia, construcción y gestión.
Las palabras de quienes la conocieron y acompañaron su vida poco tienen que ver con “el odio, por supuesto” que marcó su muerte. “Estoy convencida de que el motor de cambio es el amor. El amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo”, decía hace seis años Lohana Berkins y la frase se repite en grafitis, remeras, calcomanías que trazan una geografía transfeminista que pocas veces se visibiliza. Ese amor que se sobrepone al odio es el que sigue moviendo a cada une de quienes, como Alejandra, impulsan todos los días con sus vidas la ampliación de derechos colectivos moviendo las fronteras de lo posible, estallando las barreras de la discriminación y la exclusión.
Por eso el pedido de justicia por Alejandra Ironici no queda sólo en los tribunales y sus sentencias, es un llamado a la acción, a que el odio que marcó su muerte no sea lo que marque su recuerdo. Que la furia trava y ese amor sean impulso a la creación de un mundo donde no se asesine por odio, donde podamos vivir por amor.