“El pasado todavía no ha ocurrido. Constantemente hay que volver a narrarlo; el objetivo político de los relatos reaccionarios es sofocar los potenciales que aún esperan en él, listos para ser despertados otra vez”
Mark Fisher, introducción al libro inconcluso Comunismo Ácido
Sergio Massa anunció un recorte presupuestario por 210 mil millones de pesos para cumplir el ajuste acordado con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Ese mismo día, el fiscal Diego Luciani pidió 12 años de prisión para Cristina Fernández por la llamada “Causa Vialidad” y prácticamente ningún otro tema tuvo lugar en la agenda política y mediática.
En muy poco tiempo la derecha -dentro y fuera del Frente de Todes- asestó dos golpes, pero cuyos resultados pueden ser dispares.
Marcar la agenda
Que se esté hablando poco y nada del ajuste y mucho de la causa amañada contra Cristina es, sin dudas, un triunfo para el empresariado, sus representantes políticos locales y sus padrinos internacionales. Además de pasar sin mayores problemas la aplicación del programa del FMI que profundizará la crisis económica y el deterioro de las condiciones de vida de los sectores populares, pusieron a la vicepresidenta a la defensiva.
Más allá del respaldo popular que obtuvo, en la calle y en las redes sociales, Cristina tuvo que salir a defenderse. Lo hizo, como es costumbre, con su enorme capacidad de retórica, argumentos y claridad política. Pero tuvo que hablar una hora y media de un tema que -ya se ha dicho muchas veces- suena bastante lejano para las mayorías. Contratos, licitaciones y obras públicas que sucedieron hace varios años y que por más que se expliquen en detalle, parece tener poco que ver con la cotidianidad de 2022.
En ese sentido el objetivo de “neutralizar”, aunque sea parcialmente, a la ex presidenta y sobre todo lo que representa, funcionó. Lejos de poner en cuestión su capacidad política, estos ataques en su contra buscan justamente limitar ese liderazgo y funcionar como un disciplinamiento hacia quienes intenten, con más o menos decisión, salirse de los marcos establecidos por el establishment.
Cegados por la ideología
Pero paradójicamente, el alegato del fiscal Luciani -realzado hasta el paroxismo por algunas empresas de comunicación-, consiguió lo que hasta ahora parecía prácticamente imposible: que el Frente de Todes (una parte al menos) recuperara la calle, la unidad y hasta cierta mística.
Todos los sectores de la coalición de gobierno manifestaron su apoyo a Cristina. Esta defensa alcanzó dimensión internacional con el comunicado que firmó el presidente Alberto Fernández junto a sus pares de México, Bolivia y Colombia. También con la declaración de diferentes referentas y lideresas políticas latinoamericanas como Dilma Rousseff, Piedad Córdoba y Mariela Castro.
La derecha podría haber dejado que el agua siguiera corriendo, que el gobierno nacional se mantuviera, en el mejor de los casos, estancado. O, como sucedió con la designación de Massa, avanzando en un ajuste que siente las bases para el que la oposición se propone aplicar en caso de llegar al gobierno en 2023.
Desde una mirada pragmática, lo mejor era sentarse a esperar. Pero la ideología pesa -incluso entre aquellos que la desestiman- y el odio (auto)fomentado hacia la figura de Cristina Fernández influye incluso en sujetos insignificantes pero con capacidad de incidencia, como Luciani.
Resistir no alcanza
Difícilmente a la vicepresidenta se la esté persiguiendo por su presente. O al menos, no es lo que más molestia genera. Ungió como presidente al moderadísimo y cada vez más trastabillante Alberto Fernández; dejó pasar el acuerdo con el FMI que legitimó la estafa macrista; y bendijo la designación de Massa al frente de la cartera económica a pesar de que está llevando a cabo un ajuste más profundo que el que pretendía el denostado Martín Guzmán.
A Cristina se la persigue por la experiencia que representaron sus dos gobiernos y el de Néstor Kirchner. Por los sectores que, independientemente de la voluntad de sus liderazgos, se empoderaron en aquellos años. Por lo que, en el imaginario de la derecha, supone una parte del peronismo “no racional”, ligado a la movilización popular y ese fenómeno maldito para la burguesía asentada en el país que es el movimiento obrero argentino.
Allí anida el temor y el potencial de una trayectoria que se vio interrumpida por el triunfo de Mauricio Macri en 2015. Un camino que intentó ser retomado en 2019 pero que se ha visto trunco y que buscan clausurar definitivamente.
Por eso la defensa de Cristina, ya sea por la identificación con su figura, sus políticas o hasta por una mirada pragmática de saber que si van por ella después vienen por todes, no puede quedarse en la mera resistencia. “Todxs con Cristina” está bien, pero no alcanza.
En un contexto latinoamericano en el que los gobiernos progresistas, con sus matices, vuelven a tener preponderancia, Argentina no puede ser nuevamente la vanguardia de la reacción. A esta altura es más que evidente que a una derecha agresiva no se la contiene con concesiones.
La defensa de Cristina debe ser convertida en una ofensiva política, con iniciativas que recuperen la trayectoria iniciada en aquellos 12 años de gobierno y su horizonte más progresivo. Aquel que estaba ligado a la nacionalización de los recursos estratégicos, la ampliación de derechos y la defensa de los intereses de la clase trabajadora. No para repetir aquella experiencia, si no para recuperar la pregunta sobre qué futuro esperábamos en aquel entonces y construirlo.