Cultura Sep 18, 2022

Adiós al cine

El 13 de Septiembre, a orillas del lago Ginebra en la ciudad de Rolle, y a través de un suicidio asistido, falleció Jean Luc Godard, quizás uno de los pocos cineastas a quien podremos llamar revolucionario sin que la boca se nos haga un lago.

Montajes

“Los niños al nacer y los viejos al morir no hablan, ven”
Jean Luc Godard

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En 1965, años de puro fervor para la Nouvelle Vague, Godard filma Alphaville, una suerte de film noir de luces telúricas y ciudad futurista en la que no existen autos voladores ni edificios inteligentes. Existe Alpha 60, una súper computadora que sintetiza esa ciudad futura: no hay emociones, es el reinado de la lógica. No hay pasado ni futuro (porque no hay lenguaje), y un eterno presente destruye las palabras y los sentimientos; Alpha 60 se encarga de destruir a quienes no se sometan a esa lógica. Hacia el final del film, Godard inscribe un gesto que marcará toda su  filmografía: la cita y la reescritura. Alpha 60 habla y nos dice: “El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho/ el tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río, es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre, es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego/ El mundo, desgraciadamente es real; yo, desgraciadamente soy Alpha 60”. 

Godard hace hablar a Borges a través de Alpha 60, la cita es una reescritura y a la vez una mezcla  de Nueva refutación del tiempo y los ensayos que componen Historia de la eternidad. Dentro de ese procedimiento formal, Godard condensa el núcleo de sus obsesiones: la memoria, el presente, el lenguaje, la fascinación por capturar imágenes para luego perderlas y transformarlas en otra cosa, el montaje, el trabajo con los géneros, la poesía. ¿A quién le habla hoy ese presente sin emociones que construía Alpha 60? 

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“Yo les hablo de solidaridad con los estudiantes y los obreros y ustedes me hablan de travelling y planos generales”. El que grita es Godard en pleno a boicot al Festival de Cannes en mayo de 1968, cuando las huelgas generales de estudiantes y obreros sacudían la Francia soporífera que presidía Charles de Gaulle, y los aires del maoísmo eran bien absorbidos por el director de cine.

“Amamos a Godard pero odiamos a los godardistas”, decían entre risas Fabio Manes y Fernando Martin Peña, en uno de los programas fundamentales para pensar el cine que es Filmoteca, temas de cine. Godard es por sobre todas las cosas una incomodidad. Ninguno de los adjetivos que circulan sobre su figura (vanguardista, genio, iconoclasta, poeta maldito) puede encerrar la potencia de una obra que replanteó los términos del cine pero también se cuestionó a sí misma.

Para mayo del ‘68, Godard ya había filmado Vivir su vida, El desprecio y Masculino Femenino, sin embargo decide poner fin a lo que él mismo llamó sus años de director “burgués” para entregar su cámara a las causas de la revolución. Serán los años maoístas del “Grupo Dziga Vertov” (guiño al director soviético que postuló la idea de cine-ojo, cine-verdad) en los que Godard destruye la propia idea que se encargó de construir desde las páginas de Cahiers du Cinèma, el culto a la figura del cine de autor le parecía un gesto de individualismo liberal. Godard traiciona a Godard. Otro de los gestos de su poética. 

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Entre 1988 y 1998 Godard filma Historia(s) del Cine, tan monumental como indefinible, aquella serie de films buscó reescribir la historia del siglo XX. Como un Sherlock que bucea en todas las disciplinas para desenterrar la idea de una historia congelada en una sola imagen, y contraponerle un montaje de tiempos, velocidades, fotos, recortes, aceleraciones y desaceleraciones, que en el punto máximo de la interacción genérica, buscan redefinir los postulados con los que pensamos el siglo XX. Entre la saturación y el espacio ínfimo que quedará entre las imágenes yuxtapuestas hasta el hartazgo, es dónde puede surgir la idea que construya ese intervalo entre palabra e imagen para poder aprehender el mundo. 

La cámara enfoca a Godard, sentado, con las manos cayendo sobre la máquina de escribir, a medida que esa escritura despliega el guión del film, el film narra lo que la escritura sugiere a través de una superposición de imágenes y recortes fílmicos de la historia del cine. Ese mismo gesto, el de filmar un proceso de escritura, aparece repetido 22 años antes en Masculino Femenino. La cámara flota sobre los personajes que se escriben cartas, haciendo foco en el trazo, en ese murmullo del lenguaje que nace entre el lápiz y el papel. 

Godard, filmando con el libro y escribiendo con la cámara, como diría alguien por estos pagos, mirando las nuevas olas mientras ya es parte del mar. 

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