El Festival Internacional de Cine del Sahara (FiSahara) es un evento único. No hay alfombra roja, ni hoteles de lujo, ni grandes salas de proyección. Desde hace casi 20 años, en uno de los desiertos más inhóspitos del mundo, el arte y la cultura se hacen lugar para alegría de un pueblo que vive un exilio forzoso.
La XVII edición se llevará a cabo entre el 11 y el 16 de octubre de 2022 en el campamento de refugiados saharauis de Auserd, ubicado cerca de Tindouf, Argelia. Este año contará, entre otras figuras, con la participación de Itziar Ituño, actriz vasca protagonista de series como La Casa de Papel e Intimidad; Abdoulaye Diallo, director del Festival de Cine y Derechos Humanos de Burkina Faso; y Dorothée Myriam Kellou, ganadora del Premio TRACE de Periodismo de Investigación por haber revelado que la empresa francesa Lafarge financiaba a ISIS durante la guerra de Siria. En ediciones anteriores también se hicieron presentes actores de renombre internacional como Javier Bardem o Viggo Mortensen.
Tal como reseña su página oficial, el FiSahara busca “entretener y empoderar al pueblo saharaui a través del cine, así como visibilizar internacionalmente el conflicto ignorado del Sáhara Occidental”. Además no solo se proyectan filmes, sino que también se realizan mesas redondas, talleres, conciertos, una feria cultural saharaui y carreras de camellos.
Finalmente, para quienes viajan desde el extranjero, brinda la posibilidad de conocer de primera mano cómo vive el pueblo saharaui en los campamentos ya que -ante la falta de otras instalaciones- su alojamiento se da en las viviendas de las familias.
Haciendo posible lo imposible
Entre noviembre de 1975 y febrero de 1976 la entonces colonia del Sahara Occidental fue abandonada por su metrópoli, España; invadida por su vecino, Marruecos; y declarada independiente por sus habitantes, las y los saharauis. La guerra que se desencadenó entonces entre la naciente República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y el nuevo invasor colonial que arrasó poblados y cometió delitos de genocidio, llevó al exilio a miles de personas que se radicaron en el desierto argelino.
Allí las mujeres erigieron los campamentos de refugiados que persisten hasta el día de hoy y albergan a la mayor comunidad saharaui fuera de su territorio. Y fue allí también que llegó en 2003 el cineasta Javier Corcuera a conocer su historia sin saber que abriría un nuevo horizonte y una nueva forma de lucha.
La población local le propuso a Corcuera hacer un documental sobre su situación. Pero como él director estaba ocupado con otro proyecto sugirió algo que hasta ese momento parecía imposible: hacer un festival de cine. “Vale”, dijeron los saharauis y se dieron a la tarea de construirlo en un territorio donde prácticamente no había electricidad, ni infraestructura, y -más importante aún- la mayoría de la gente no conocía el cine.
“Sacaron de donde pudieron la financiación y el festival fue muy grande”, recuerda María Carrión, directora ejecutiva del FiSahara, en diálogo con Primera Línea. Desde España viajaron “dos aviones enteros, llenos de cineastas, gente del mundo del cine, la cultura, la música, público, periodistas, un equipo internacional con rollos de celuloide (todavía no se habían digitalizado las películas)” y aterrizaron en los campamentos donde los saharauis “habían construido una cabina de proyección con una pantalla gigante, montada a lo largo de un contenedor de un camión de ayuda humanitaria”.
En aquella ocasión Carrión no fue parte de la organización, sino que asistió para realizar un making off del evento y quedó asombrada con lo que sucedió. “Vieron que era una herramienta maravillosa que abría ventanas hacia afuera donde la gente podía soñar, entretenerse y viajar a través de la pantalla”, una pantalla “de dos visiones” porque era también “una ventana por la que el mundo podía ver la situación en la que se encontraba el pueblo saharaui”, reconstruye.
A pesar de las dificultades que conlleva, el festival se ha realizado casi de manera ininterrumpida durante estos 19 años. La voluntad política del gobierno de la RASD y el entusiasmo que genera en los campamentos ha sido el factor determinante.
“El ingrediente principal, el que no se puede cuantificar, es la enorme ilusión de la gente por hacerlo realidad”, apunta Carrión que reconoce que siempre “hay un plan A, B, C y hasta el final del alfabeto”. A lo largo de los años han surgido problemas de financiación; de vuelos para llegar hasta allá; colapso de las fuentes de energía; el viento siroco que tira abajo toda la infraestructura o las escasas pero fuertes lluvias de la zona.
En 2012, aún estando por fuera de la organización, la actual directora ejecutiva y cofundadora de Nomads HRC, estuvo encargada con otros colegas de realizar un informe para evaluar la sostenibilidad del FiSahara. Al finalizar el texto de “más de 100 páginas” escribieron: «Todavía no sabemos cómo sale este festival».
“El público saharaui es un público entregado, para ellos es una fiesta, un chute de energía por lo bonito que es ver cine pero también porque sienten que no están solos y eso también carga al equipo de energías para resolver este tipo de problemas”, completa Carrión.
El arte no es menos importante que las lentejas
Se podría pensar que personas que viven en condición de refugiadas tienen otras urgencias -sanitarias, alimenticias, de infraestructura-, más importantes que un festival de cine. No obstante, con una mirada integral de su realidad, las y los saharauis siguen privilegiando la realización de este evento cultural que rompe la monotonía de sus vidas cotidianas.
“Por supuesto las urgencias para sobrevivir son imprescindibles, pero no merece la pena subsistir cubriendo tus necesidades básicas; si eliminamos la cultura no podremos desarrollarnos como personas”. El que habla para este medio es Arturo Dueñas, cineasta y director del documental Dajla: cine y olvido que precisamente cuenta la historia del festival.
Para Dueñas cualquiera que asista “puede darse cuenta de la importancia del FiSahara para la población saharaui, no sólo como manifestación cultural, sino como vehículo para mostrar al mundo sus reivindicaciones”. “Cuando acudo a diferentes festivales para presentar Dajla: cine y olvido, me sorprendo al comprobar cuánta gente desconoce por completo la existencia de los campamentos de refugiados saharauis”, remarca.
María Carrión coincide y apunta que “no deberían tener que elegir la supervivencia física y la supervivencia cultural” ya que sin estas “expresiones, celebraciones y manifestaciones culturales, quiénes son y a dónde van, ya no existirían como pueblo”. Los propios saharauis argumentan que “las lentejas no los van a sacar de los campamentos y tampoco les van a liberar su territorio”.
Por eso FiSahara es algo que está dentro del programa nacional del gobierno de la RASD. Y en el documental de Dueñas queda sintetizado en las palabras de los protagonistas: “Ya que nosotros no podemos ir al cine, el cine viene hasta nosotros”.
El director explica que “como todos los españoles” de su generación (nació en 1962), conocía el conflicto del Sáhara. “La descolonización forma parte de nuestra infancia, o tenemos amigos, hijos de militares, que vivieron en lo que era el llamado Sáhara Español, incluso conocemos a muchas personas que prestaron allí su servicio militar obligatorio”, dice. Pero fue en 2012 cuando ese simple conocimiento comenzó a transformarse en compromiso con la causa. Aquel año un grupo de jóvenes, adscritos al Movimiento de Solidaridad Brigadista “recorrió Marruecos con el objetivo de llegar a los territorios ocupados del Sáhara Occidental, para participar en los actos y manifestaciones que podrían tener lugar en el aniversario del desmantelamiento del campamento de Gdem Izik dos años antes”.
Durante este recorrido grabaron numerosas entrevistas con organizaciones marroquíes como Vía Democrática, el movimiento 20-F o la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, y varias entrevistas de forma clandestina con activistas saharauis en los propios territorios ocupados. “El resultado fue un documental titulado Misión: Sáhara, cuyo estreno tuvo lugar en la prestigiosa Semana Internacional de Cine de Valladolid en el año 2014”.
Dos años después, en 2016, Dueñas participó en la XII edición de FiSahara, y allí comenzó a filmar Dajla: cine y olvido, cuyo rodaje se completó en la siguiente edición. “Hasta ese momento no me impliqué de una forma activa”, reconoce. Pero desde entonces se ha involucrado cada vez más y hasta se convirtió en padre de acogida de un niño saharaui en el marco del programa Vacaciones en Paz. “De esta forma, grabar en los campamentos (rodaré un nuevo cortometraje, esta vez de ficción, en esta edición del FiSahara 2022), me supone, al mismo tiempo, pasar unos días con mi segunda familia”, destaca.
Contar con su propia voz
Pero el FiSahara no solo es un momento en el que el pueblo saharaui ocupa el rol de espectador. En 2011, gracias a las sucesivas ediciones del festival y el interés que generó en la población -sobre todo en la juventud-, se fundó la Escuela de Formación Audiovisual (EFA) Abidin Kaid Saleh. El nombre rinde homenaje a un reportero saharaui que combatió y documentó la primera guerra contra Marruecos (1975-1991) escribiendo numerosos artículos y rodando documentales.
Dependiente del Ministerio de Cultura de la RASD y ubicada en el campamento de Bojador, en la EFA se comenzó a gestar un “cine saharaui” que hoy participa de su propio festival y de otros alrededor del mundo.
“La escuela es un poco como el festival en el sentido de que vive también en la precariedad, en tener que hacer mucho con poco”, ilustra Carrión. Pero sostiene que “si sigue viva después de 11 años, en algunos de los cuales se han vivido verdaderas penurias, es por la voluntad y el deseo de los jóvenes saharauis que quieren ser cineastas”. En ese sentido rememora la frase de un ex alumno de la EFA que luego se convirtió en profesor: “Nuestras madres levantaron los campamentos con arena, piedras y palos y así es como hacemos nosotros el cine”.
Un aspecto que ha sido clave es el apoyo de distintos miembros del cine español. En Dajla: cine y olvido, Dueñas tuvo como ayudante de fotografía a Fatimetu Bualam, egresada de la EFA Abidin Kaid Saleh. “He organizado proyecciones en España con prácticas de cortometrajes de la Escuela, y compartido proyecciones con algunos directores, como Brahim Chagaf”, destaca.
El director considera “imprescindible” el surgimiento del cine saharaui, porque, hasta hace unos años, “la situación del pueblo saharaui solo había sido mostrada desde el exterior, y la mirada autóctona, por así decirlo, es muy enriquecedora”.
Pero más importante aún es que estas producciones audiovisuales están permitiendo a este pueblo preservar su memoria histórica. “Es una cultura oral y siempre dicen que cada vez que muere un anciano en el Sahara se quema una biblioteca”, explica la directora ejecutiva. “Por eso los jóvenes tienen encuentros intergeneracionales para nutrir sus películas de esos elementos tan importantes que le dan su identidad, su historia, y los graban; no solamente para preservarlas, sino también para transmitirlas a las generaciones más jóvenes que van a ver una proyección mucho más fácilmente que trasladarse al taller de un artesano”, comenta.
Finalmente y con orgullo remarca que en la actualidad “empieza a haber cortometrajes de calidad que se están moviendo por el mundo; mostrando el cine saharaui, un cine descolonizado”.