Cuando hablamos de encuentro, reafirmamos las veces que esa palabra cobró un significado especial en nuestra historia personal y social. Es ahora, donde habitamos el feminismo como acción política y partidaria pero también, como elección de darnos la posibilidad de cuestionarnos el pensamiento y valores sexistas que nos atraviesan como movimiento.
Nos convocamos como grupo feminista y revolucionario, en el momento en el que decidimos tomar consciencia activista sobre las prácticas cotidianas que atraviesan nuestros contextos y diferencias sexistas y machistas que nos habitan.
Este encuentro anual, no es sino otro momento para generar redes entre quienes atravesamos heridas colectivas a través de las propias. A esta herida, hoy le podemos poner nombre: patriarcado. Un patriarcado que nos inunda diariamente de muertes que duelamos: heridas que se abren, miradas esquivas, comentarios incómodos, miedos constantes, silencios que callan y muertes que lloran.
Poder nombrar el dolor que nos habita, es un motivo de reunión y encuentro que es necesario festejar.
La comunidad y el diálogo que atraviesa estos espacios, nuestros espacios, es la toma de conciencia de que debe realizarse de forma grupal e inminente. Generar escenarios en donde nuestras voces se entrecrucen, es un abrazo fraterno que cura nuestras almas.
La unión entre hombres siempre fue un aspecto aceptado e internalizado y esto es parte de la cultura patriarcal. Hoy, organizarnos y reunirnos, forma parte de nuestra cultura revolucionaria que pretende desestructurar las lógicas previas e institucionalizadas. Hoy continuamos velando por nuestros intereses que han sido ocultados a lo largo del tiempo pero que podrán continuar siendo embanderados por la sororidad feminista como principio de nuestro compromisto antipatriarcal y justo.
Si ser mujer no se nace, como dijo Simone, se llega a serlo, entonces estos son los espacios en donde hacemos lo que nuestras identidades aspiran. Hacemos lo que nuestros cuerpos quieren, lo que nuestros mandatos quieren dejar de callar. En estos espacios, es donde repensamos las viejas estructuras y decidimos bajo nuestras propias formas, a dónde y qué, queremos llegar a ser.
Estas son las mareas en donde volvemos a exponer nuestros cuerpos como territorios de batalla que gestan nuestras luchas, reivindicaciones y avances de derechos. Estas son las mareas que transforman nuestras perspectivas y deseos para revolucionar nuestro futuro. Es aquí, donde abrimos nuestra herida en un espacio seguro y cálido que escucha. Es a través de nuestra palabra y reunión que abrimos el espacio para que nuestras palabras salgan de la boca y dejen de callar en silencio. Acá, nuestro dolor tiene consuelo. Nuestra mirada se expande. Nuestras corporalidades tejen sueños. Nuestras pasiones solo tienen tiempo a su favor.
Una vez más, nos encontramos para tejer redes y generar nuevos lazos que el patriarcado intentó quebrar. Alzamos la voz para que nuestros reclamos se escuchen en cada rincón de nuestra tierra. Esparcimos semillas feministas que brotarán generación tras generación. La revolución, será feminista o no será.