Un recorrido por el Museo de la Imagen y la Palabra (MUPI) en San Salvador permite apreciar el valor histórico de los archivos de la guerra por su director, Carlos Monsalvi, quien participó del equipo de comunicaciones clandestinas de la guerrilla Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), Radio Venceremos.
Su colección va desde documentos sobre la insurrección de 1932 y el genocidio indígena, hasta la vida y obra de Monseñor Romero y los transmisores originales utilizados por Radio Venceremos. El museo se nutre de donaciones, pero no ha recibido ninguna ayuda del Estado desde que finalizó la guerra civil en 1992. Es decir, llevan más de tres décadas autogestionándose.
En El Salvador, Unicornio de la Memoria, Michael Kramer hace un raconto de la historia del país, donde tuvo lugar una de las más largas y sangrientas guerras civiles de América Latina.
En 1980, el arzobispo de San Salvador, monseñor Romero, fue asesinado tras convertirse en símbolo de la resistencia pacífica contra el sistema dominante que protegía al poder oligárquico a finales de la década de los setenta, el cual se conformó en el siglo XIX, cuando en El Salvador se empezó a sembrar café y un pequeño grupo de terratenientes -las llamadas ‘catorce familias’- se hizo del control del cultivo y la comercialización. Tras el crack económico de 1929, la oligarquía delegó el ejercicio directo del poder en los militares con el fin de impedir las largamente aplazadas reformas políticas y sociales. Desde ese momento, oligarquía y militares establecieron una firme alianza.
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En 1932 se produjo una insurrección tras la anulación de las elecciones comunales, en las cuales el Partido Comunista de El Salvador (PCS) había obtenido la mayoría de votos. El PCS se levantó en armas bajo la dirección de Farabundo Martí, pero fueron brutalmente reprimidos. Alrededor de 30 mil personas, principalmente de población indígena de regiones cafetaleras, fueron asesinados.
La represión y fraude electoral se convirtieron en los instrumentos de dominación, a fin de evitar reformas. Para los años setenta, y con una severa crisis política y económica, se insistió en mantener la dominación a través de esos mecanismos. En la medida en que se desvanecían las perspectivas de una transformación pacífica del sistema, se reforzaban aquellas organizaciones que buscaban un cambio revolucionario a través de la lucha armada. Consecuencia última de esta polarización fue la guerra civil que entre 1981 y 1992 se cobró más de 75 mil víctimas, provocó un éxodo de más de un millón de salvadoreños (sobre todo hacia EE.UU.) y el desplazamiento interno de otras 500.000 personas.
Promediando la década de 1970, la oligarquía y su brazo armado paramilitar -los Escuadrones de la Muerte- repartían volantes con el lema “haga patria, mate un cura”. Se buscó expulsar a los jesuitas del país bajo la amenaza de que serían ajusticiados. Para 1976, la Iglesia Católica ya se movía en abierta oposición al gobierno, después de criticar fuertemente la suspensión de la reforma agraria. El nuevo arzobispo de San Salvador, monseñor Oscar Arnulfo Romero, se convirtió rápidamente en la figura más emblemática de la lucha contra el régimen: sus homilías dominicales eran transmitidas por la radio, y en ella daba a conocer la cifra de asesinados y desaparecidos semana a semana.
En su última misa dominical, Romero hizo un llamado a los soldados para desobedecer las órdenes de sus jefes, y fue asesinado porque hubiera podido convocar exitosamente al pueblo a la insurrección. Era enemigo de la violencia, pero a la vez consciente de que el generalizado terror estatal de los primeros meses de 1980 hacía imposible una oposición pacífica. Su funeral, al que asistieron más de 100 mil personas se saldó con una matanza de la policía en la que murieron 50 personas y otras 600 resultaron heridas. Esta fue, durante varios años, la última gran manifestación pública en El Salvador.
El autor intelectual del asesinato de Romero fue Roberto d’Aubiisson, un ex militar que fue expulsado del ejército después del golpe de 1979, quien había sido formado en tácticas de contrainsurgencia por los ‘boinas verdes’ estadounidenses, y quien más tarde fundaría la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), el partido de derecha que se sentaría a negociar la paz con el FMLN, tras doce años de conflicto armado.
A pesar de las acciones de sabotaje del FMLN, el gobierno de facto salvadoreño siguió recibiendo ayuda militar y de desarrollo por parte de EE.UU, en un contexto donde no se podían permitir una ‘segunda Nicaragua’ -por la Revolución Sandinista de 1979- en Centroamérica. A lo largo del conflicto, la guerrilla supo resistir y hasta lanzar una última gran ofensiva a finales de 1989, mientras se venía abajo el Muro de Berlín.
Finalizada la guerra fría, y con un cambio de signos políticos también a escala regional, se firmó la paz en México con la mediación de la ONU, justo antes de que finalizara el mandato Javier Pérez de Cuéllar, el último secretario general latinoamericano que tuvo la organización.
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José Ignacio López Vigil narra en su libro Las mil y una historias de Radio Venceremos que en El Salvador, a finales de los setenta, las cosas se habían puesto color de hormiga: “La represión era brutal. Los medios escritos se volvían ineficaces. Si vos tenías un volante en la bolsa, eso te podía costar la vida. Las posibilidades de difundir por escrito las ideas revolucionarias se volvían muy riesgosas para el que repartía y para el que recibía también. Tal vez por eso, porque la voz no se requisa, nació el proyecto de poner una radio”.
¿Pero cómo se iba a llamar semejante emisora? La leyenda cuenta que nació a partir de un verbo que reflejase la voluntad popular: vencer. Pues entonces, Radio Venceremos. La consolidación de la emisora dependía de la consolidación del terreno, narra López Vigil: “¿Qué es El Salvador? Un país tan pequeño, tan pulgarcito, que desde las montañas de Morazán se ven los destellos de la capital. En un país repleto de gente, seis millones de habitantes en ese cuadradito de tierra, no se pueden esconder ni los pensamientos”.
A pesar de la incontable cantidad de héroes anónimos que murieron arriesgándose con un galón de gasolina o un cable coaxial para la radio, Venceremos siguió informando. Sin embargo, la navidad más triste de la emisora fue aquella en la que tuvieron que comunicar una noticia tan mala que no podía ser cierta: mil campesinos asesinados en El Mozote por el batallón Atlacatl.
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Lucio Atilio Vásquez Díaz, alias ‘Chiyo’, es promotor cultural en el MUPI y autor del libro de memorias Siete Gorriones, el cual narra su experiencia como niño en la escuela de menores en los territorios bajo control guerrillero durante la guerra civil:
Es la memoria de un niño que era yo a los 9 años, hasta los 21 que termina la guerra en El Salvador. Lo que encierra es la visión de haber perdido en la represión y la guerra a seis hermanos y mi mamá, por eso se titula ‘Siete Gorriones’. Es un trabajo colectivo que resume muchas vidas por el hecho de que no se puede hacer un trabajo que pretenda destacar lo familiar o lo particular tuyo, ya que representamos un proceso largo de las cosas vividas.
¿Cómo desempolvar eso? Porque hoy hasta a la misma izquierda le da pena hablar de sus muertos, a la derecha peor -por las muertes que causó, tiene las manos llenas de crímenes- y a los gringos también les da pena. Nadie quiere echarse los muertos al hombro después de la guerra. Así como tuvimos coraje para ir al campo de batalla, también tengamos valor para decir qué hicimos durante la guerra, pero nadie lo dice.
Entonces el libro funciona de alguna manera para desempolvar el pasado, que en América Latina -y en El Salvador particularmente- se busca enterrarlo: “Ah, hubo una guerra, un conflicto, y ya”. Se pretende dar vuelta la página y superar los traumas aterrando las heridas, no cicatrizando, porque cicatrizar es otra cosa. Es muy lamentable para los que hicieron la guerra, que las personas que fuimos víctimas como yo también fuimos actores en una lucha que ellos no esperaban: ellos esperaban humillarnos y vernos muertos, no la resistencia del pueblo.
Desempolvar a mis muertos, sin dejar que queden como perros, y grabar en el libro y en las mentes de las nuevas generaciones: de nada sirve quedarse estancado en el pasado si no estás creando futuro. El pasado es una lección, y el futuro hay que escribirlo. ¿Cuándo? Ya. En ese tiempo muchos esperaban que el futuro lo escribieran solos, quedando así como espectadores o huyendo del país, pero no es así.
Hay una versión, incluso de organismos internacionales, de que la guerrilla reclutaba a los niños, y yo creo que no hay mejor guerrillero que el gobierno, porque es el gobierno el que te obliga a tomar las armas. De ahí, lo demás viene por añadidura. ¿Hasta dónde llevar ese conflicto? Nosotros lo llevamos hasta el final, le amarramos al militarismo de 70 años en El Salvador, lo que se oye fácil, pero no lo fue.
Cuando estuve en Radio Venceremos fue una experiencia extraña para mí, porque sin saber leer ni escribir correctamente, apenas fui tres meses a una escuela en el monte. Fue una locura estar en una emisora de la guerrilla, en medio del monte y los bombardeos, mientras éramos perseguidos por hasta nueve batallones. Cualquiera puede imaginar que si hablo de una radio la misma tenía paredes e instalaciones, pero estas eran los huecos: bajo la tierra, las antenas arrancadas rápido cuando venía la aviación con sus fuegos de artillería. Estábamos de un lado a otro, y nunca la pudieron silenciar. Muchos combatientes cayeron en defensa de la emisora, pero fue una experiencia que me permitió formarme.
Ninguna cosa buena es barata: perder a mis hermanos fue un costo muy alto, y eso no creo que nos haga ni grandes ni pequeños, pero la historia registra de que hubo en El Salvador gente que quiso transformar con su sangre, no con discursos, toda esa desgraciado muerte, represión, persecución y exilio.
Nosotros hemos sido nuestros propios psicólogos: aquí no hubo nada de reinserción psicológica, solo alguna ayuda económica que llegó al final. Tampoco hubo una reinserción hacia las viudas, los mutilados… Yo salí casi entero, comparado con otros, aunque tengo tres operaciones. Ya hemos cicatrizado y no nos cansamos de decir que no hay camino hacia la paz: la única manera es nadar a contracorriente en un mundo que está inundado de violencia por todas partes. Todo el aparato mundial de información se esfuerza por normalizar la violencia en nuestros niños, haciéndoles creer que comprar un fusil y matar a otro es fácil, mientras ellos son la industria de las armas.
Si bien las heridas de la guerra civil salvadoreña siguen abiertas, y existe un debate en torno al uso de la memoria histórica por parte del actual gobierno de Nayib Bukele. Sin embargo, las nuevas generaciones destacan las oportunidades de los Acuerdos de Paz bajo la consigna de “quienes no vivimos la guerra tenemos la obligación de no olvidar”.