“Quien ha visto la esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre”
Octavio Paz, El laberinto de la soledad
Conocer la historia propia puede conducirnos al camino de desandar esa esperanza que nunca se olvida. Durante los años en los que el poder adquirió formas funestas, acceder al conocimiento y responsabilidad sobre esas formas, resulta en una lucha de quienes lo resistieron. Son éstas las luchas que transforman nuestras perspectivas y deseos para revolucionar el futuro en donde abrimos nuestra herida en un sitio seguro y cálido que escucha. Es a través de nuestra voz y reunión que abrimos el espacio para que nuestras palabras salgan de la boca y dejen de callar en silencio. Acá, nuestro dolor tiene consuelo. Nuestra mirada se expande. Nuestras corporalidades tejen sueños. Nuestras pasiones solo tienen tiempo a su favor.
Hacer memoria
Poder leer las experiencias de la década de 1970 en torno a la violencia política y las formas en las que las manifiesta el Estado en nuestros días, es un acto político y social.
Parece importante seguir pensando: ¿Qué tipos de lógicas en las maneras de informar sobre los conflictos políticos o sociales se han transformado y cuáles perduran? ¿Qué ha cambiado desde aquel 24 de marzo de 1976 a esta parte, en lo relativo a la estigmatización mediática de la juventud? En este sentido, vale la pena la analogía entre las narrativas y las informaciones de los diarios vinculadas a lo que se definía como “subversivo” durante la década del 70, y el omnipresente discurso en relación a la “inseguridad” y la delincuencia en la actualidad.
Como remarcaba Goffman, los procesos de estigmatización cumplen una “función social general” y “el normal y el estigmatizado no son personas, sino, más bien, perspectivas”. Es decir que todes somos estigmatizades, dependiendo del contexto y el momento. Entonces, por tratarse de una dinámica social general, creemos que vale la pena analizar los modos actuales de estigmatización para ayudarnos a pensar: ¿Qué función cumplen hoy los estigmas en una sociedad donde continuamente se disputan los sentidos en torno a lo individual y lo colectivo, lo privado y lo público?
Ahora, ¿podemos hablar de un estereotipo de “buen ciudadano” en Argentina? El buen ciudadano debe estar escolarizado, debe saber leer y escribir, ser pulcro, blanco, no debe infringir la ley ni mostrarse desafiante, debe producir su propio dinero, no debe consumir drogas, etc.
La enumeración de estas características es arbitraria, existen muchos otros atributos asignables. Lo destacable es que estos sentidos (los que sean que fuesen) no están todos ellos escritos en un documento formal o una ley y sin embargo en lo cotidiano tienen un carácter normativo. Son sentidos que, internalizados en los cuerpos, influyen en las interacciones concretas de cada día. Y es en este punto donde la criminología mediática a través de la televisión, diarios, radios o medios digitales, podrán jugar un rol relevante ya que estos sentidos que socialmente producimos se materializan y reproducen a través de los discursos de los medios de información.
Parece importante comprender los procesos actuales de estigmatización en un marco general que podrá incluir:
- El desprecio por lo juvenil dentro del proyecto capitalista
- La disputa por las narrativas sobre seguridad, donde la llamada “mano dura” vino ganando adhesiones
- El auge punitivo de un sector de la sociedad que defiende las acciones directas de violencia punitiva
Como sostenía Michel Foucault “lo legendario, cualquiera que sea su núcleo de realidad, no es nada más, en último término, que la suma de lo que se dice”. En otras palabras: la policía y los medios de información pueden insistir tanto en hablar sobre la versión de aquel hecho, que el hecho comience a funcionar como si hubiera existido o como una leyenda capaz de estigmatizar a un individuo o a un grupo.
Para Louis Althusser, la interpelación policial es “esa práctica cotidiana sometida a un ritual preciso, que adopta una forma completamente especial ya que se ejerce sobre los ‘sospechosos’”. Esto nos permite pensar que a su tradicional trabajo de control del territorio, los policías también suman una importante función como productores sociales de significados y sentidos. Así como “controlan” el territorio, también participan en la producción y el “control” de muchos de los discursos que circulan y construyen verdades en dichos territorios.
La violencia producida por estos discursos se acentúa cuando se articulan junto a los medios de información para lograr una mayor difusión. En otras palabras, será la selectividad penal la cual cumplirá una doble función: por un lado, serán seleccionados quienes peligren un bien jurídico protegido y por el otro, serán seleccionados quienes el poder punitivo estigmatice y seleccione. Según Eugenio Zaffaroni, el 65% de las personas aprisionadas en América Latina, están en calidad de procesados: no cuentan con sentencia firme y definitiva.
El sistema progresivo se convierte en una herramienta difícil de llevar a las prácticas: la mayor parte de la población carcelaria no posee sentencia condenatoria y las personas condenadas poseen una gran dificultad para adquirir sus derechos liberatorios en tanto parecieran ser considerados beneficios que deberán ganarse a través de una larga burocracia administrativa y buena conducta, pero no a través de sus derechos. La Ley de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad en su artículo 5 versa: “El tratamiento del condenado deberá ser programado, individualizado y obligatorio respecto de las normas que regulan la convivencia, la disciplina y el trabajo. Toda otra actividad que lo integre tendrá carácter voluntario. Deberá atenderse a las condiciones personales del condenado, y a sus intereses y necesidades durante la internación y al momento del egreso”.
En los hechos, la progresividad penal se ve reducida durante el régimen de la ejecución de la pena y continúa inmortalizando las situaciones actuales de encierro de forma lineal y sin las herramientas intermedias, que espera nuestra normativa, pueda adquirir quien esté privado de su libertad.
Estos cuerpos seleccionados y estigmatizados, serán cuerpos fantasma, cuerpos porosos que serán rellenados a la medida en que un Estado decida racionalizar a la sociedad o privatizar la historicidad de un sujeto para ser pertenencia de un pueblo que privatizó el conflicto social.
La relación Ciudadanía-Estado-Medios de comunicación prospera lo que muchos autores definen como “industria del miedo” en donde se modifican los Códigos Penales y se tipifican distintas exigencias ciudadanas relacionadas a la inseguridad que se plantea y rentabiliza políticamente. Estos mecanismos han dado paso a la vigencia de un derecho penal simbólico y reactivo que responderá a la casuística mediatizada a través de imágenes que produzcan un shock emocional que genere que el televidente se sienta identificado con lo que los medios de comunicación expongan a través de imágenes, pero no de análisis sobre lo que entienden por la violencia mediatizada.
América Latina, uno de los continentes más desiguales, tiene como preocupación primordial “la delincuencia” cuando refiere a lo que entiende por “seguridad” pero no la significa como una situación de desigualdad social que genera muertes, enfermedades e injusticias: atacar las desigualdades sociales a través de políticas criminales, pero olvidando las políticas públicas y sociales que podrían prevenir o minimizar las diferencias, genera problemas aún mayores como la generación de nuevos paradigmas de gobiernos de la inseguridad. La crítica a las políticas securitarias se convierte en la consigna de la dirigencia política y los funcionarios se remueven o conservan en relación con el “éxito” que hayan tenido sus políticas de seguridad. Las frases publicitarias se despliegan alrededor del territorio en busca de poder, pero sólo se pone en juego lo que ciertos políticos dicen que irán a hacer contra el delito, pero no los resultados que obtuvieron u obtendrán. ¿Será que no es una cuestión única sino múltiples problemas que es preciso deshacer, desarmar, deconstruir para mostrar resultados parciales y concretos, en vez de escenas simbólicas que busquen un falso efecto de éxito?
Hoy, el Estado elige de forma arbitraria lo que considera delito a través de políticas criminales y luego expropia el conflicto a quien esté involucrado, para pasar a ser protagonista principal de un problema del que no fue parte. La pugna privada se traduce en acción de orden pública y pareciera ya no interesar qué esperan las partes del conflicto sino lo que le interesa a un tercero, que ahora es el Estado. Los sujetos partes pasarán a ser objetos o simplemente medios que formarán parte de la maquinaria estatal que girará la rueda del punitivismo. Quien fue ofendido, se ofenderá en soledad y verá a través de los lentes de toda la organización del aparato estatal con el máximo uso de su fuerza, lo que considere como solución.
Así pues, si el “delito” es una construcción social, también lo serán los considerados “delincuentes”: no habrá normales o anormales, amigos o enemigos sino que habrá definiciones por parte de los sectores políticos dominantes.
Nils Christie en Los Límites del Dolor escribió: “Muchas desviaciones son sólo torpes intentos de decir algo. Dejemos que el crimen se convierta entonces en un punto de partida para un diálogo real, y no para una respuesta igualmente torpe bajo la forma de una cucharada de dolor. Los sistemas sociales deben construirse de tal manera que pueda tener lugar el diálogo. […] La aflicción es inevitable, pero no lo es el infierno creado por el hombre”.