Política Jun 5, 2023

Los peligros de poner derechos a competir

En el actual contexto de avances reaccionarios, pensar que si hay hambre las demandas del feminismo son "hipócritas" es grave cuando surge del campo popular y es un juego de suma cero en el que perdemos todes. Menos la derecha que ve replicar sus lógicas por izquierda.

Recientemente en Break Point Noticias, un canal de YouTube de abierta simpatía libertariana, el reconocido abogado y dirigente social, Juan Grabois, dio una entrevista en el marco de su campaña presidencial. En la misma se refirió a Elizabeth Gómez Alcorta, su ex aliada política y otrora integrante del Frente Patria Grande: “Que baja está la vara que la ministra de la mujer es una cheta que nunca defendió a una mujer”. Acto seguido dijo que el Ministerio de la Mujer bajo la gestión de Gómez Alcorta, abogada defensora de Milagro Sala, “no hizo grandes cosas”. Asimismo planteó que conquistar o avanzar en derechos y temas de agenda feminista es hipócrita si “en el norte salteño los pibes no tienen agua para tomar”. 

Al margen de lo polémico del lugar de enunciamiento de estas palabras, del ataque sistemático y personal de Grabois a Gómez Alcorta y sobre todo de que estas cosas las vocifere un varón, es necesario ir a las cuestiones de fondo. Dejemos de lado los nombres propios, veamos los procesos que hace rato vienen ocurriendo de manera cada vez menos marginal y marcan un clima de época.

No es nuevo que desde el campo popular se culpe a la agenda del feminismo o al progresismo de derrotas políticas. Fue en las elecciones legislativas del 2021, que marcaron un revés político para el Frente de Todes (FdT) y el inicio de una crisis sin resolución en la coalición de gobierno, cuando comenzaron a circular estos discursos. Y justamente fue Grabois uno de sus promotores. En aquel momento, una de las primeras que advirtió y reflexionó sobre este fenómeno fue la autora y docente, Natalí ‘La Inca’ Incaminato, quien aludía a un problema de linaje de ciertos varones blancos, de clase media y sobre escolarizados que enarbolan un antiprogresismo en nombre de una pureza doctrinaria (para la autora era la pureza peronista pero puede hacerse extensiva la afirmación a corrientes del FdT que vienen de otras tradiciones políticas y sobreactúan la fe de los conversos). Algo que todavía suele verse en las redes: jóvenes blancos acusando al progresismo (que igualan al feminismo) de “infiltrado” en el movimiento peronista y por ende culpable del mal gobierno del FdT. Un neo lopezrreguismo virtual contra el progresismo, que a esta altura ya es un significante a la carta para menús reaccionarios.

Si tuviéramos que forzar esta línea de razonamiento, ¿para combatir la pobreza el Estado debería dejar de lado los derechos de algunas “minorías” generalmente empobrecidas y violentadas? ¿En un país donde un joven trans de San Vicente continúa desaparecido por salir a buscar trabajo la X en el documento es una hipocresía? ¿O es simplemente la ignorancia de algunos varones con responsabilidad política que desconocen que lo simbólico tiene efectos materiales que pueden terminar en la desaparición y muerte de determinadas poblaciones? ¿Realmente creen que es desvalorizando temas que son el blanco preferido de la actual ola ultraderechista que asola distintas partes del globo y atacando dirigentas feministas la forma en que se combate este neofascismo en ascenso? Qué simple sería si con solo postergar derechos de algunos colectivos se soluciona todo. Pero no, la realidad no es lineal y simplista, y las transformaciones no se hacen remontando barriletes o postergando derechos o demandas de otres; y mucho menos enfrentandolos y haciéndolos competir.

Son tiempos de reconfiguración del patriarcado capitalista neoliberal y sus efectos sobre los cuerpos-territorios-vidas son cada vez más voraces y letales. En la Argentina actual, la violencia cultural y simbólica corporizada en los discursos de odio son propagadas sobre un formato importado de la derecha alternativa (Alt-right) estadounidense, que a su vez los autodenominados libertarios locales intentan emular. 

Estos discursos construyen a les indígenas, les jóvenes de los barrios populares, la población LGTBI+ y las feministas como sujetos peligrosos o como chivos expiatorios de la crisis. Por esto mismo no hay nada más errado, peligroso y desafortunado que plantear que ciertas demandas del feminismo “son una hipocresía” porque hay hambre. 

Y es peor cuando estos discursos surgen en voces que reivindican al kirchnerismo, porque parecen olvidar que fue una sociedad post 2001 más abierta a cuestiones progresistas después de años de hegemonía del Consenso de Washington la que permitió también los éxitos de los gobiernos de Néstor y Cristina.

Además, el contraponer derechos en una falsa dicotomía es un hábito común y modus operandi de las derechas que va desde Horacio Rodríguez Larreta prohibiendo el lenguaje inclusivo en las escuelas, hasta Amalia Granata diciendo que si hay hambre no puede haber plan menstrual, y ni hablar del clásico cliché de contraponer el derecho a circular cada vez que hay un piquete. Una verdadera hipocresía en un mundo donde las mercancías tienen más libertad de circulación que las personas.

Por otra parte, no deja de haber cierto esencialismo en esto de culpar a la agenda feminista, como si la ultraderecha fuera un estado de latencia que un Elle podría despertar. ¡Cuidado, no avancemos demás que el monstruo puede salir de su guarida! Por suerte quienes en la historia efectivamente llevaron adelante cambios revolucionarios no pensaban con esta lógica de enfrentar demandas y derechos.

En definitiva, hay que levantar la vara sí, pero en la discusión interna entre compañeres de un mismo frente porque así ganamos todes. Yendo a un canal de Milei para hablar mal de una dirigente feminista y de demandas de algunos colectivos, perdemos todes. Porque plantear estos argumentos en este contexto, además de peligroso, es un juego de suma cero. El fascismo no distingue entre una feminista y un niño de Salta. 

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