Ambiente Jun 10, 2023

Imaginarios y mitos sobre el desarrollo

Cada vez que hay un conflicto ambiental no solo se ataca y persigue a quienes protestan en defensa del ambiente, sino que además entran en juego concepciones sobre el desarrollo que necesitamos poner en debate.
Sociólogo e integrante de la Escuela de Salud y Ambientalismo Popular

Hace siglos que como especie nos convertimos en una fuerza geológica capaz de modificar la vida humana y no humana en el planeta. Quemamos hidrocarburos al punto de crear un nuevo régimen climático que elevó la temperatura con consecuencias socioecológicas que vamos a seguir padeciendo por un largo tiempo. Incendios, sequías, inundaciones, olas de frío y calor que a la vez provocan más desigualdad en un mundo ya de por sí sumamente injusto. 

Habitamos las ruinas de las sociedades basadas en las energías fósiles como el petróleo y que fueron características del siglo XX del Antropoceno. Esta última es una categoría con la que se denomina a esta era donde el ser humano se volvió una fuerza con una capacidad de destrucción, despilfarro y consumo nunca antes vista en nuestro planeta. No respetamos los ciclos de la naturaleza, por el contrario los alteramos para aumentar o sostener la tasa de ganancia de unos pocos con más poder que los y las representantes políticos que elegimos democráticamente. Por esto mismo, también estamos ante una crisis de representación por ahora bien aprovechada por la ultraderecha ecofascista.

Pero cuidado, el prefijo “antropo” puede llegar a ser peligroso y confuso porque no todos los humanos tenemos la misma responsabilidad en esta crisis. Hubo y hay clases sociales, países, instituciones y empresas cuyo afán de lucro ilimitado y modos de vida son los principales responsables. Por eso mismo, algunos autores como el historiador y geógrafo, Jason W. Moore, prefieren hablar de Capitaloceno en clara alusión al modo de producción capitalista de la modernidad como una categoría más ajustada para dar cuenta de la realidad que vivimos.

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En este contexto -además de que resulta hasta descabellado apostar a la explotación fósil en un mundo de calentamiento global y en camino a la descarbonización- hace rato que la cuestión ambiental, como también el feminismo, se han convertido en agendas centrales de la política. Pues vivimos bajo el agotamiento del patriarcado antropocéntrico con las crisis que esto trae en múltiples ámbitos de nuestras vidas y que, no está demás reiterar, no todes sufrimos por igual. 

Por eso no es casual que tanto el feminismo como el ambientalismo sean los blancos predilectos de ataques reaccionarios que no siempre vienen de la derecha sino que a veces son dardos lanzados de posiciones de izquierda y nacionales y populares que sostienen una perspectiva productivista fosilizada y atrasada. Porque además de ejercer resistencia, tanto el ambientalismo como el feminismo poseen la potencialidad de crear otros mundos posibles a esta realidad cada vez más parecida a las distopías que nos entretienen en las ficciones literarias o cinematográficas. Ambos movimientos no son buenos ejemplos si de lo que se trata es de que siga todo igual con otros medios y bajo otra fachada.

Cuando asistimos a los ataques a las protestas y resistencias de organizaciones, militantes y figuras ambientalistas o ecologistas en un conflicto determinado, es donde vemos emerger con claridad los mitos acerca del desarrollo y toda una serie de imaginarios presentes que sostienen la falsa dicotomía entre desarrollo y ambiente. Mitos que necesitamos poner en discusión de manera urgente para construir en su lugar otros sentidos y salidas alternativas a la actual crisis de los patrones civilizatorios de la modernidad. 

En Argentina esto lo podemos ver con el conflicto en torno a la explotación petrolera offshore que la empresa estatal YPF va a llevar a cabo a 300 km de la costa de la ciudad de Mar del Plata. La disputa resurgió tras un fallo judicial a favor de la explotación, a raíz de conocerse públicamente un documento realizado meses atrás para la petrolera de bandera por parte de la consultora Eonia. En el escrito se aconsejan estrategias para deslegitimar y demonizar a la oposición ambientalista sostenida por gran parte de la comunidad afectada. Con el objetivo de construir licencia social para el proyecto extractivo se sostiene que es necesario “desvirtuar la cuestión de fondo y ridiculizar los reclamos” a la vez que usan calificativos como “guerrilla ambiental” para quienes se oponen al proyecto. Esto se hace a pesar de que Argentina es un país prácticamente sin límites y controles ambientales, un territorio liberado para las corporaciones extractivistas.

No es una novedad que en los territorios extractivos las empresas realicen diversas estrategias para dividir a la población y cumplir así sus objetivos con la menor resistencia posible antes de apelar a la represión del Estado. No obstante, como remarca el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), lo peligroso y grave de esto es si realmente el Estado financió estrategias comunicacionales contra la protesta social cuando tiene que velar por el derecho constitucional a esta y por el diálogo entre las partes.

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Vemos que se repite una lógica similar en los ataques a las posiciones feministas y ambientalistas. Con o sin intención se ponen a competir y a enfrentar derechos. Entonces pareciera que esos reclamos no pueden atenderse en este momento porque obstaculizan el desarrollo o no solucionan el hambre. Se crea un hombre de paja para que la falacia funcione y así obturar el debate. Siempre es más fácil discutir con una caricaturización de una posición que llega al paroxismo de acusar a las voces que defienden cuestiones ambientales o feministas de “cipayos”, “mentirosos” o “traidores a la patria” financiados por intereses extranjeros. 

Como consecuencia deseada o no, se evita así poner el foco en las cuestiones de fondo: los mitos sobre el desarrollo y el progreso heredados del pensamiento dual de la modernidad que impiden debatir otras alternativas sistémicas. Un pensamiento hijo del racionalismo cartesiano que nos coloca como una especie por fuera de la naturaleza y que a la vez nos enfrenta a ella como una fuerza que debemos dominar y controlar para nuestro provecho. Cogito ergo sum, la razón domina todo, emociones y naturaleza. 

Estas concepciones duales sostienen modelos de desarrollo que hasta el momento no trajeron ninguna clase de justicia social y ambiental para el beneficio de las mayorías. Pagamos demasiado caro la idea de crecimiento infinito y la obsolescencia programada que comenzó hace 100 años con una bombita de luz y que continúa en el consumismo actual: el 20% de la población mundial de más altos ingresos consume el 77% de los bienes y servicios producidos a escala planetaria. Pero las consecuencias socioecológicas de esto la sufren principalmente les más pobres del 80% restante y la totalidad de la vida no humana de la Tierra.

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A estos modelos de (mal)desarrollo hay que agregar, en el caso de Argentina, la vigencia de lo que Maristella Svampa denomina como “imaginario eldoradista”, haciendo alusión a la leyenda de El Dorado de la época de la conquista de América donde se suponía que existía una zona de oro ilimitado que permitiría extraerlo sin que se agote. La idea de que con un bien común, sea un mineral o un poroto, nos vamos a salvar y alcanzar el tan mentado desarrollo, sigue hasta nuestros días. ¿Quién no recuerda el “con una buena cosecha nos salvamos todos”, del film Plata Dulce (1983)?. Pues bien, con este modelo las buenas cosechas se salvan unos pocos, se destruye lo que es de todes y, sobretodo, Dios no es Argentino, pero sí lo son los responsables de que seamos un país sojizado, fumigado, dependiente, con bajo valor agregado y altos índices de pobreza.

Desde Moby Dick de Herman Mellvile hasta Tiburón de Steven Spielberg, hemos representado a la naturaleza en el arte como una amenaza monstruosa que debemos dominar o aniquilar para defendernos. Aniquilado el monstruo, el peligro ahora está en nosotros y pareciera que la amenaza es el otre. Así lo vemos en las actuales películas y series que plantean escenarios post apocalípticos. Las representaciones son siempre un escenario hobbesiano de “guerra de todos contra todos”. No somos capaces de imaginar la construcción sobre las ruinas de un mundo más empático, solidario, colaborativo y en ecodependencia con la naturaleza y otras especies. 

Entonces, ¿es necesario copiar y pegar la teoría del decrecimiento tal cual se formula en países del norte global? No, nunca hay que hacer una extrapolación mecánica de una teoría pensada en otras realidades, pero sí adaptarlas. Por eso, necesitamos que los más ricos de nuestra sociedad consuman menos y mejor y que los más pobres consuman más y mejor. Necesitamos que crezca la vivienda, la educación y la salud para los sectores más vulnerables y empobrecidos y ponerle límites a las corporaciones que contaminan y saquean. Necesitamos, principalmente, volver a recuperar imaginarios de futuros más solidarios, construir narrativas emancipatorias basadas en otras relaciones con la naturaleza donde habitar el mundo de la crisis climática no conduzca a la distopía políticamente inutil sino a un salto de conciencia empático, solidario y comunitario.

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