Política Jun 25, 2023

Massa siempre estuvo cerca

La elección de la fórmula Massa-Rossi marca el fin de un etapa política que termina corrida a la derecha, sin resolver los problemas heredados del macrismo y con un kirchnerismo que necesita recuperar su capacidad de disputa.

Este viernes último el escenario político argentino de cara a las elecciones dio un giro inesperado para muchos y previsible para otros. El anuncio de que finalmente la fórmula presidencial de la coalición oficialista va a estar integrada por el actual superministro de Economía, Sergio Massa, acompañado por el jefe de Gabinete, Agustín Rossi, causó sorpresas y enojos. 

La decisión final frustró las expectativas de quienes veían en el lanzamiento del ministro del Interior, Eduardo «Wado» De Pedro, además de un lógico recambio generacional, la posibilidad de retomar la senda de las políticas más progresivas y confrontativas del kirchnerismo. Expectativas que ahora muchos depositan en Juan Grabois, cuya candidatura actúa de dique de contención para quienes desencantados podrían migrar su voto a otros espacios políticos.

Por otro lado, más allá de las desprolijidades y manoseos, este cierre de listas de Unión por la Patria (UP) continúa el giro conservador que comenzó en 2015 con la candidatura de Daniel Scioli, siguió con la elección de Alberto Fernández en aquella “jugada maestra” de 2019 y se consolida en el presente con esta fórmula presidencial. En todo este tiempo las candidaturas elegidas por Cristina Fernández fueron del centro a la derecha. Es cierto que los liderazgos carismáticos como el de la vicepresidenta son difíciles de suplantar porque justamente el carisma no se hereda. No obstante, resulta llamativo que en todos estos años no se haya podido consolidar una figura presidenciable que encarne el ideario más progresista del kirchnerismo.

Asistimos a un fin de ciclo político, signado por un kirchnerismo que si bien como actor mantiene un lugar protagónico en el mapa político, hace rato viene dando señales de agotamiento como proyecto, y sin mostrar capacidad real de disputa. A esto se suma un campo popular necesitado de un programa de reformas estructurales para una época donde ya no hay un superciclo de commodities que permita repartir la torta sin afectar intereses y que, por ende, exige confrontar y ocupar la calle. Algo más que enojarse con aliados que uno mismo eligió. 

Esta decisión dejó sin dudas más decepción que entusiasmo en gran parte del electorado kirchnerista y de una militancia que se siente defraudada por roscas superestructurales que eligen un candidato “de consenso” por arriba sin la voz ni participación de las bases. El termómetro de la militancia fue omitido otra vez y el cierre de listas se parece más a una nueva repartija de cargos con los mismos jugadores. Pero, cabe preguntarse, si por fuera de Cristina existe hoy en el kirchnerismo más puro una figura con el respaldo suficiente para disputar la presidencia. Quizás Axel Kicillof sea lo que más se asemeje, pero ni queda claro que hoy tenga los votos suficientes ni que fuera una buena idea arriesgar la provincia de Buenos Aires sacándolo de ese territorio.

La negativa a esa pregunta hace que prime el pragmatismo para asegurar un lugar en el ballotage. Esto sumado al peso de los gobernadores que ya habían elegido a Massa como su candidato dio por tierra con las expectativas más progresistas para dar lugar al frío cálculo electoral, desapasionado y desideologizado. La realpolitik descarnada que hace tiempo ocupa el horizonte de lo posible, incluso en aquellos con pretensiones revolucionarias, está en su mejor momento. En concreto, los vencimientos con el FMI y la falta de dólares en el Banco Central se imponen y obligan también a concesiones en nombre de una unidad que hasta ahora no funcionó para solucionar las dificultades que padece gran parte del electorado para llegar a fin de mes y que se vivieron como un cachetazo para las esperanzas de las hijas e hijos de la «generación diezmada».

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Massa siempre estuvo cerca. Hace rato que mantiene un diálogo fluido y construye acuerdos con Máximo Kirchner. Hoy es un ministro casi plenipotenciario que relegó a Alberto Fernández a funciones protocolares. Pero cabe preguntarse ¿Una candidatura de Massa que no despierta entusiasmo ni convencimiento en la militancia era la mejor que se podía presentar? ¿Es Massa la mejor opción para construir los anticuerpos suficientes que permitan neutralizar las estrategias autoritarias del capital? Y llegado el caso, ¿qué deja mejor parado al movimiento popular de cara al futuro? ¿Una victoria con Massa o una derrota con Wado?

Si sumamos la variable económica, con una inflación anualizada de más del 100% y teniendo en cuenta que este es uno de los problemas más sensibles en el humor social del electorado, ¿Es acertado candidatear al actual ministro de Economía? Lo cierto es que en cualquier escenario la mejor opción era Cristina encabezando una fórmula, incluso a riesgo de qué esta sea impugnada por la Corte Suprema como ya ocurrió en Tucumán a modo de aviso. Y con Massa se puede ganar, en el mejor de los casos, capital electoral pero se pierde capital político para cambiar la correlación de fuerzas.

Pero con este escenario electoral -configurado por opciones competitivas en diferentes variantes de derecha parecido al de las elecciones presidenciales de Francia de 2022 pero sin un Jean Luc Mèlenchon- se cierra un ciclo político que hace 4 años despertó esperanzas y expectativas. Entre ellas, la de enterrar definitivamente la experiencia neoliberal macrista, pero que terminó defraudando el contrato electoral, cerrando las posibilidades de retomar la agenda más progresiva de la experiencia kirchnerista histórica y con una derecha radicalizada que vuelve a ser una opción electoral para sectores de nuestra sociedad. Un ciclo que termina con Cristina Fernández condenada, proscripta y víctima de un intento de asesinato que apunta a quedar impune mientras nunca se avanzó en una reforma judicial con perspectiva de género. A pesar de esto, sigue siendo Cristina la figura más importante y determinante de la política argentina que encarna los anhelos de justicia social, pero sin tener todavía un sucesor con chances presidenciales.

Como señaló hace un tiempo el sociólogo Ezequiel Adamovsky, el sistema político argentino “se parece cada vez más a los de los países ‘normales’, en los que la oferta electoral se resuelve entre un partido de derecha y uno, en el mejor de los casos, de centro”. Y la elección de Sergio Massa terminó por confirmarlo. 

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Este fin de ciclo político también anuncia una nueva etapa. Si bien es muy pronto para realizar caracterizaciones o balances exhaustivos para proyectar lo que vendrá, sí se puede comenzar a vislumbrar algunas tareas que se vuelven necesarias para la etapa que se abre. Cómo decíamos anteriormente, estamos en una etapa en la que para recuperar el poder adquisitivo de los salarios es necesario tocar intereses. No se puede hacer un shock redistributivo pidiendo permiso. Para eso es necesario recuperar la audacia del pasado para traerla a un presente de crisis cuya salida está todavía en disputa. La experiencia histórica demuestra que los gobiernos y procesos que mejor resistieron los embates del capital fueron los que se apoyaron en las organizaciones populares, en una sociedad movilizada y fomentaron el empoderamiento del pueblo. Ese pueblo movilizado y consciente de que los derechos son conquistas colectivas ya demostró ser el mejor anticuerpo contra las derechas y los proyectos de hambre y muerte. 

También se hace necesario revalorizar el rol clave de la disputa de sentido. Como ya dijo a este medio el dirigente español y referente de Podemos, Pablo Iglesias, “quien renuncia a ese combate ideológico en nombre de la transversalidad y el nombre del centro, en realidad lo que está haciendo es entregar terreno”. Justamente lo que se necesita es dejar de ceder terreno en la disputa ideológica ampliando hegemonía con la incorporación de otros sectores, pero sin perder el núcleo popular, ese que en última instancia, como también dice Álvaro García Linera, “son los que dan la batalla por ti”. Para ello es necesario recuperar la rebeldía política en un mundo caracterizado por la precarización de la vida, donde el posibilismo y el desencanto ocupan el lugar de las utopías y donde la crisis de representatividad de las democracia liberales dieron lugar al ascenso de expresiones de ultraderecha. Ante este panorama no podemos resignarnos a combatir a la derecha con las armas de la derecha.

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