I
En 1992, tres décadas después de la creación de la Barbie en los Estados Unidos, Mattel por primera vez hizo hablar a la muñeca más célebre de su línea de juguetes. La Teen Talk Barbie, que se lanzó ese año, estaba programada para pronunciar cuatro frases que se definían aleatoriamente entre más de doscientas, y que tocaban en suerte a quienes adquirían el producto.
“Cada Barbie es una sorpresa diferente”, prometía el comercial televisivo del nuevo modelo. La sorpresa, sin embargo, no resultó grata para algunos de los usuarios y, sobre todo, usuarias de la muñeca. Para ese entonces, sus consumidores ya se contaban por millones.
Entre todas las frases pronunciadas por la Teen Talk Barbie, algunas resultaron controversiales. “¿Tendremos alguna vez suficiente ropa?”, “¡Me encanta ir de compras!”, decía, y también “¡La clase de Matemáticas es muy difícil!”. Esta última frase llegó a suscitar un reclamo a Mattel por parte de docentes preocupados por el efecto negativo que las expresiones sexistas de muñeca podía causar en niñas interesadas en dedicarse a las ciencias.
El episodio tuvo más coletazos en los años siguientes. En 1993, un grupo de activistas culturales organizó un intercambio de mecanismos sonoros entre las nuevas Barbie y muñecos también parlantes de la línea G.I. Jo, y pusieron en boca de las muñecas frases como “¡La venganza es mía!” y “¡Ataquen!”.
En 1994, Los Simpson trasladaron la polémica a la ficción, en el episodio “Lisa vs. Malibu Stacy”. En él Lisa, decepcionada por las frases de tinte misógino emitidas por el nuevo modelo de la Stacy Malibu, contraparte ficcional de la Barbie, se involucra en una contienda personal que la lleva a enfrentarse con la empresa que distribuye el juguete.
Lisa tiene intereses distintos de los de sus pares en la serie, pero, al igual que sus amigas, juega con sus muñecas, y se emociona genuinamente con el lanzamiento del modelo que habla. Juega a lo Lisa, de un modo singular, no necesariamente previsto así por los creadores del producto. Como cuando organiza a sus “chicas” en una asamblea y coloca a la Stacy parlante al frente, para que pronuncie su discurso memorable. “Esperé toda mi vida oírte hablar, ¿no tenés algo importante que decir?”, se angustia la niña Simpson, frente a la frivolidad de las expresiones de la muñeca.
Lisa le da a Stacy un espacio público para tomar la palabra, eso que se le ha vedado históricamente a las mujeres. Pero la muñeca desaprovecha la oportunidad y no hace otra cosa que reproducir estereotipos de género.
¿Deja por eso Lisa de jugar con su muñeca favorita? Seguro que no. Toma nota, en todo caso, de los límites de Stacy como muñeca y vuelve al plan original. Vuelve a hacer como si fuese la mujer adulta que es Stacy, como si Stacy fuese la mujer adulta que ella sueña ser. Después de todo, probablemente eso resulte más divertido. Después de todo: ¿no se trata, como alguna vez afirmó Ruth Hendler, creadora de Barbie, de que a través de la muñeca “las niñas puedan llegar a ser todo lo que quieran”?
II
Greta Gerwig, como Lisa Simpson con su muñeca Stacy, jugó con Barbies durante toda su niñez en los años 90. Ya adulta, apuesta en su tercera película, Barbie (antes hizo Lady Bird y Little Women), a hacer hablar desde el cine a la muñeca más famosa del mundo. Y una de las más controversiales.
La Barbie de Gerwig no es la primera incursión del personaje en la ficción audiovisual, pero sí es su primera aparición en el cine de imagen real, filmado con actores y actrices de carne y hueso. Es una Barbie más humana que cualquier otra; más imperfecta que la muñeca que la inspira y que sus reapropiaciones en el cine de animación, que incluyen una saga propia y apariciones en la serie de Toy Story.
También es una Barbie más adulta. Su antecedente más directo es ‒aunque Gerwig probablemente no la conozca‒ la protagonista de Barbie también puede estar triste, cortometraje de la cineasta argentina Albertina Carri estrenado en 2002. Ya entonces, Carri se las arreglaba para hacer de un personaje a priori estereotipado como el de la muñeca un puntapié para subvertir roles y mandatos de género, desde un formato tan inesperado como el cine porno de animación.
Las Barbie de Carri y de Gerwig se parecen en que son muñecas adultas dirigidas a un público adulto. Proponen, así, una vuelta de tuerca respecto de la inflexión que, ya en 1959, había constituido la muñeca, cuando se creó como una alternativa a las imitaciones de bebés con las que, hasta entonces, las niñas jugaban a ser madres.
Con la nueva Barbie, quienes juegan son los adultos. Lo hacen a su forma, con la distancia irónica y el humor que atraviesan todo el film. Pero con un punto de partida que sigue siendo el mismo que en el juego de los y las niñas: el placer y la potencia creativa que surgen de inventar historias, y que pueden despertarse en las situaciones más impensadas y con materias primas diversas. Incluso a partir de un juguete contradictorio y polémico como las Barbies.
III
No es cierto que “puedes ser lo que quieras ser”, como sostuvo la autora intelectual de las Barbies. Solo en un mundo ideal podría afirmarse tal cosa. Un mundo en que las mujeres tendrían los mismos derechos que los varones. Donde no existiría la violencia de género. Donde el nombre “mujer” se asociaría no a estereotipos funcionales al capitalismo patriarcal, sino a experiencias diversas de construcción de autonomía sobre las vidas y sobre los cuerpos.
Ese mundo ideal, paradójicamente, se parece mucho al que nos venden las Barbies. La película de Gerwig gira todo el tiempo en torno de esa paradoja: “Gracias a Barbie todos los problemas del feminismo y de la igualdad se solucionaron… o al menos eso es lo que piensan las Barbies”, enuncia la narradora al comienzo.
La paradoja que recorre Barbie está en la base de su misma existencia como film, ya que Mattel, empresa que comercializa las muñecas, es una de las productoras que lo financió.
Barbie se hace cargo de las paradojas y contradicciones que la atraviesan, y en eso reside su mayor fortaleza. Por ese carácter contradictorio, no es una película lineal, aunque pueda funcionar como una educación sexual con perspectiva de género para una parte del público que la vea –la presencia de tres actores de la serie británica Sex Education en el elenco es un guiño claro en ese sentido–. Los problemas de las mujeres en el patriarcado actual están presentes, son incluso el tema del film, pero están narrados desde una perspectiva inteligente y descontracturada, desde el doble sentido más que desde la simple bajada de línea.
La distancia con la que el film dirigido por Gerwig –y coguionado por ella misma y Noah Baumbach– mira el mundo color de rosa de las Barbies se despliega desde el humor, que recorre toda la película. Pero también en la construcción de una ficción consciente de sí, que deja ver los fragmentos de otras ficciones de la que está hecha –desde “La creación de Adán” de Miguel Ángel hasta Matrix y Top Gun, pasando por Marcel Proust, Jacques Tati y Jacques Demy– y que, sobre todo, contiene múltiples momentos de autoironía.
Aunque algunos varones pretendidamente deconstruidos crean que sí, ninguno puso fin al patriarcado: solamente lo disimulan mejor, como le dice el CEO de Mattel a la Barbie Estereotípica, interpretada por Margot Robbie. ¿Cómo mirar críticamente, desde las anteojeras violetas del feminismo, ese patriarcado que ha aprendido a disfrazarse de violeta? Gerwig opta por volver al color rosa, para explorar sus tensiones y límites.
Lo que los y las espectadoras del film hagan con eso quedará en ellos, porque ningún autor, ni Ruth Hendler con su Barbie ni Greta Gerwig con su Barbie, controla del todo los usos y las reapropiaciones de sus creaciones. La película lo explicita al final, a modo de declaración de principios: “Tengo tanto control sobre vos como lo tengo sobre mi hija”, le dice Hendler a Barbie. Si ella pudo hacer de sí algo diferente, si se humanizó y rompió el estereotipo, no fue solo porque lo deseó para sí individualmente. Fue más bien, como el personaje de Margot Robbie lo reconoce al final, un “esfuerzo de equipo”.