El sacudón que impuso el resultado electoral de estas PASO despabiló al ágora a través de un profundo debate público en una sociedad que hasta ahora había visto el proceso electoral sin entusiasmo. A una semana de que el recuento revelara que un candidato con las características de Javier Milei se constituía como el primer tercio de la oferta electoral, es mucho lo que se ha escrito y discutido en medios, conversaciones familiares, almuerzos con los compañeros de trabajo, etc. Sin lugar a duda estamos frente a un fenómeno que logró captar nuevamente el interés de parte de la sociedad por el proceso electoral, ya sea por miedo y espanto, o por entusiasmo y esperanza. A ambos lados de esta nueva grieta hay razones de sobra que permiten comprender el sentido de las posiciones.
En primer lugar, parece indudable que hay una suerte de desafección de gran parte de la sociedad con respecto a la política y esto pareciera ir constituyéndose como un fenómeno estructural. Se repite una vez más la abstención que se había manifestado como dato en el 2021. Pero si comparamos el 69,62% que concurrió a votar en estas primarias contra los 76,4% que lo hicieron en las de 2019, vemos que hay una pérdida de casi siete puntos, a los que además hay que incluirle el casi 1,5% más de voto en blanco con respecto a aquella elección.
Recuperar esa participación y volver a vincular a esa población con la política no va a ser tarea sencilla; y es más que probable que de no mediar acciones concretas y contundentes que parecen difíciles de producirse en nueve semanas, ese estado de cosas se mantenga inalterado en octubre. Hay una desconexión que obedece a la distancia entre la política y la resolución de múltiples aspectos de la vida cotidiana producto de ocho años de crecimiento constante de la inflación, con la consecuente pérdida de poder adquisitivo, y de falta de previsibilidad en aspectos esenciales. Esto redunda en un fenómeno que se expresa por un lado en una suerte de “anomia” y por otro en la búsqueda de algún salvador que vuelva a poner orden y estabilidad a aquello que alguna vez Cristina definió como la desorganización de la vida que deriva en una etapa de insatisfacción democrática. Obviamente el crecimiento de Milei no puede pensarse desvinculado de este clima de época.
***
A partir de un análisis hiper preliminar de datos cuantitativos podemos ver que su crecimiento es mayoritariamente a costa del deterioro del vínculo entre lo que fue el Frente de Todos (FdT) -hoy Unión por la Patria- y amplios sectores de la sociedad. La alianza oficialista perdió 20,5% comparado con el resultado de las primarias de 2019 (47,78% contra 27,27%)
Viendo la comparativa de Juntos por el Cambio, se observa que también perdieron votos, aunque no es tanta la merma. Mientras que en aquella oportunidad obtuvieron 31,80%, en esta bajaron 28,27%. Es decir, 3,5% menos.
Recordemos que en aquella elección existieron tres ofertas que sumaron cerca del 13%. Lavagna/Urtubey (8,15%); Gomez Centurión/Hotton (2,62%); Espert/Rosales (2,16%).
En esta PASO 2023 se presentó Juan Schiaretti que obtuvo 3,83%. Se podría inferir que son todos votos que hace cuatro años votaron por Lavagna. Una suerte de peronismo reactivo al kirchnerismo que va buscando opciones elección tras elección.
Presumiblemente entonces Milei capturó parte de aquel voto a Lavagna y todo el voto de las otras dos opciones de derecha. Algo así como 9%.
Si miramos por el lado de la izquierda vemos que no es allí donde migran los votos perdidos por el FdT. El Frente de Izquierda (FIT) hace prácticamente la misma elección que siempre. En el 2019 obtuvo 2,81% y en 2023 el 2,65%.
Tampoco las opciones de lo que podría denominarse kirchnerismo o peronismo crítico lograron capturar significativamente nada (Guillermo Moreno, Mempo Giardineli y otros no suman ni 1,5%)
Entonces, ¿de dónde salen ese 30% de votos a Milei? Muy preliminarmente y sin hacer un análisis detallado de datos, se puede afirmar que cerca de la mitad de su caudal, un 16% no proviene ni de Lavagna, ni de Gómez Centurión, ni de Espert, ni de la merma de votos de Juntos por el Cambio. Son votos perdidos después de cuatro años de un gobierno que estuvo lejos de saciar las expectativas y cumplir con el contrato electoral.
Aunque sabemos que fue infinitamente superior que lo que hubiera sido un nuevo gobierno de Juntos por el Cambio y que tuvo atenuantes como la pandemia, la sequía y centralmente el endeudamiento heredado, reconocemos también que esos atenuantes son difíciles de explicar a una sociedad y a un electorado ávido de que el gobierno le solucione problemas. Además, el contrafáctico de lo que hubiera pasado si en lugar de Alberto Fernández hubiera sido reelecto Mauricio Macri es demasiado parecido a los ojos de esa sociedad, al chiste ese de: si mi abuela tuviera ruedas, sería una moto.
***
Ahora bien, cabe hacerse algunas preguntas para ver si podemos acertar alguna respuesta que nos ayude a revertir un resultado que aún es de final abierto: ¿Cuánto de componente ideológico tiene ese voto? ¿Está perdido de manera definitiva o son votos que podrían recuperarse? ¿Sobre qué agenda y en base a qué narrativa y sobre qué dispositivos podríamos revalidar nuestro vínculo con parte de ese electorado?
Con relación a la primera de las preguntas, daría la impresión de que no es un voto ideológico. Es más bien un voto pragmático que busca soluciones y un buen piloto de tormentas. Alguien determinado a hacer lo necesario para sacar al país del pozo. Votantes que hasta quizá puedan tener una valoración positiva de los gobiernos de Néstor Kirchner y en alguna medida le respeten la determinación a la Cristina que se pelea con los poderes fácticos.
Frente a la ausencia de otro candidato que exprese un estilo más confrontativo y a la mala performance de los últimos gobiernos aparece un tipo que en base a un estilo gritón hasta límites caricaturescos, interpela a una porción de la sociedad que se encuentra en estado de orfandad. Habrá que ver, frente a eso, cómo opera el giro post elecciones de un Milei que después del resultado se muestra como un león en transición al veganismo, como operado por una suerte de teorema de Baglini. Es decir el planteo respecto a que el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder
Sobre las chances de recuperar esos votos perdidos, algunas reacciones iniciales no necesariamente nos llenan de esperanza. Porque más allá de las buenas intenciones indudables, creemos que parten de falsas premisas y, ergo, llegan a malas conclusiones. En primer término, si lo que se rompió es un vínculo entre la superestructura del sistema político tradicional e inmensos sectores de lo que fue nuestro electorado, sobre todo entre los más castigados por la economía de estos años, no hay acuerdo dirigencial que resuelva la migración de votos a nuestro favor. Pero como “la casta” piensa como la casta, ya se escucha a quienes hablan de buscar a tal o cual dirigente o hacerles más gestos a determinados sectores corporativos para que sus dirigencias se pronuncien a nuestro favor para inducir a sus bases a que nos voten. Creemos que esas recetas son por demás insuficientes cuando la capacidad de conducción está tan deteriorada.
Por otra parte, hay una suerte de interpelación paternalista que se impone a través de lo que podríamos denominar “nuestra campaña del miedo”. Esa posición parte de una negación del sentido del voto a Milei que, mal que nos pese, es un voto esperanzado. Es quizá el último intento de gran parte de la sociedad por encontrar en el sistema democrático (o en el voto como una de sus instituciones) la solución a sus problemas cotidianos.
Sin ser psicólogo me atrevo a concluir que la esperanza es un sentimiento que tiene la suficiente potencia como para eludir al miedo. Un miedo que además le habla de cuestiones demasiado abstractas o alejadas de la cotidianeidad. No hay miedo mayor para una familia que no saber si va poder garantizar techo y comida, y esas dos cuestiones esenciales hoy están puestas en entredicho para millones de argentinos y argentinas.
Por otra parte, hay una deriva de la negación de la esperanza y es imputar el motivo del voto al enojo con la política en su conjunto. En la raíz misma de las motivaciones e impulsos que empujaron a millones de argentinos a concurrir a las urnas hay mucho más que enojo (que por supuesto también lo hay). Visto así no se podría explicar la razón por la cual hubo elecciones en muchos lugares en los que los gobiernos locales o provinciales revalidaron y por mucho sus gestiones. El ejemplo más saliente y esperanzador para nosotres es el de Axel Kicillof en la Provincia de Buenos Aires. Es como si hubiera un enojo selectivo; no ya el “que se vayan todos” del 2001, sino un “que se vayan los que no me resuelven las cosas”. Allí radica una gran revancha y posibilidad para la política.
***
Quizá el gran acierto motivacional de la interpelación de Milei sea el de la promesa de dolarización. Es ahí que nos hace mella. Es tal la sensación de desamparo e inestabilidad frente a la inflación que muchos (no digo que todos los votantes de Milei, pero si muchísimos) a sabiendas que la dolarización va a implicar una enorme merma en la nominalidad de sus ingresos, la prefieren antes que la incertidumbre. Les queda lejos la discusión macroeconómica y nuestros sobrados motivos para decir que esa medida es una condena a corto, mediano y largo plazo. Ante estas apelaciones, la respuesta es sencilla: voy a cobrar 10 dólares, pero en una moneda estable y previsible… Hay una esperanza de previsibilidad que no vamos a desmontar sino con hechos.
No hay apelación a “lo que podía pasar” que valga, cuando nuestro candidato es el ministro de Economía y, por lo tanto, a los ojos de la sociedad, el dueño de la botonera. Por más que expliquemos hasta el hartazgo que estamos limitados por el yugo impuesto por el Fondo Monetario Internacional y que eso, obviamente que es cierto, no podemos ser comentaristas. Estamos obligados a resolver.
En momentos en los que pareciera que el dato central es la distancia de una parte importante de la sociedad con la política y los políticos, y cuando gran parte de los votos de Milei se corresponden con los sectores más castigados, no parece que esa fórmula nos vaya a sacar de este quilombo. Por una vez, nuestro espacio tiene que asumir los riesgos de la confrontación y la audacia para generar una narrativa y una acción de gobierno que mejore ingresos y condiciones de vida de miles de compatriotas que sienten que la política hace mucho que no les cambia para bien su vida cotidiana. Aunque al Fondo no le guste hay que imponerse y ya no queda tiempo.
Sin dudas que hay cuestiones que no van a ser posibles de resolver en el cortísimo tiempo que tenemos hasta octubre. Sin embargo, hay otras que están arraigadas dentro de las aspiraciones y las preocupaciones de parte de esos votantes que sí podemos pensar y poner en práctica.
Solo para dar un ejemplo: es indispensable hablarles a los millones de jóvenes que votaron a Milei que son parte de la masa de trabajadores y trabajadoras más precarizados en empleos con contratos (cuando los tienen) a 90 días y sueldos por debajo de la línea de pobreza. A ellos no les llega ni la Asignación Universal por Hijo (AUH), ni son beneficiarios de programas sociales, ni cobran por la ANSES, ni nada. Hay que pensar políticas de protección laboral efectivas para aquellos y para quienes trabajan en economía de plataformas. Desarrollar un conjunto de este tipo de medidas y concretar la tan prometida pero demorada suma fija, así como las otras acciones anunciadas la última semana por Sergio Massa, son recursos materiales y simbólicos indispensables.
Diseccionar los universos posibles en los que podamos desagregar aquellos votos que perdimos e ir desarrollando acciones de gobierno que en estos días que quedan, los hagan sentir tenidos en cuenta y demostrarles que de verdad escuchamos su reclamo, es el primer paso para recuperarlos. Ese insumo tiene que ser el combustible indispensable para recuperar la mística y la movilización militante que nos permita establecer un gran debate social y construir las condiciones en estos meses para dar vuelta la taba.