Tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, encabezado por Augusto Pinochet, Chile comenzó una transformación sin precedentes. Se desarticuló la organización popular en pos de un modelo de desigualdad extrema y privatización total de todas las esferas de la vida. Las y los trabajadores fueron las principales víctimas de este proceso que tuvo resultados desastrosos para el pueblo.
Sin embargo, para poder aplicarse, estas políticas económicas necesitaban en aquel contexto de un respaldo represivo que doblegara a una clase obrera y un movimiento popular activo, organizado y cohesionado.
Es que el capitalismo en su fase neoliberal no era inevitable, fue producto de una ofensiva brutal de las clases dominantes que no dudaron en utilizar la violencia y el exterminio para lograr sus objetivos. No se trató de una aceptación pasiva de un modelo de exclusión, si no de una derrota política y social de los sectores populares que, sobre todo en las décadas de 1960 y 1970, habían ensayado procesos revolucionarios en todo el mundo y pusieron en cuestión el modo de producción capitalista.