El mundo Oct 9, 2023

Sobre lo que está pasando en Medio Oriente

La nueva escalada del conflicto palestino-israelí durante los últimos días conmovió al mundo. Sin embargo, las miradas parciales y acotadas, dificultan la comprensión de una región que padece una problemática que ya lleva casi un siglo.

Primero hay que partir de una cuestión metodológica: en el mundo real existen problemas realmente complejos, donde la complejidad tiene que ver con que existen múltiples intereses relativamente legítimos que chocan entre sí, además enredados con múltiples intereses ilegítimos y posiciones de poder y dominación, mentalidades supremacistas, arrogantes y excluyentes y juegos de alianzas pragmáticas (que pueden chocar con otras consideraciones morales y políticas pero que son coherentes con las necesidades de cada parte).

Lo que llamamos Israel y lo que llamamos Palestina están en un estado de guerra cuasipermanente hace más de 70 de años, más allá de los interludios de tregua que puedan existir en el medio. Ese es el punto más importante de la cuestión: la tendencia estructural es hacia la guerra, y como en toda guerra, hacia las matanzas, hacia las muertes de civiles y todo tipo de horrores que perjudican a todas las partes involucradas.

La tendencia estructural es hacia la guerra porque en el mismo territorio existió hace milenios una civilización y una cultura que luego fue erradicada por diferentes imperios, y luego se desarrolló allí otra civilización y otra cultura, y luego los descendientes de la primera quisieron retornar, pero para hacerlo nunca tuvieron en cuenta que ese territorio ya estaba habitado por otras personas.

El resultado es que chocaron de entrada dos intereses legítimos: el del pueblo judío a regresar a su hogar milenario (y a tener alguna forma de representación estatal como tienen muchísimas otras naciones del mundo), y el del pueblo árabe palestino a seguir habitando con plenos derechos y dignidad en la tierra donde habitan hace 1300 años, así como también tener su propia forma de representación estatal en el mismo.

Esto además se complejizó por el hecho de que el pueblo judío regresó a Medio Oriente de la mano de una alianza estratégica con diferentes imperialismos, que los propios árabes palestinos percibían como opresores, y con una lógica colonial impregnada de ese europeísmo supremacista que se llevó el mundo por delante en los siglos XIX y XX. El proyecto sionista nunca fue concebido como un proyecto de coexistencia en igualdad de condiciones y derechos, y esto rápidamente llevó a la revuelta de los habitantes árabes palestinos (y de todo el mundo árabe e islámico solidario con su causa) que percibieron que los recién llegados venían a desplazarlos y sojuzgarlos. Pero esta revuelta también estuvo impregnada de sus propios prejuicios étnico-religiosos, de sus propias visiones excluyentes y de sus propias alianzas espurias, lo que a su vez llevó a que los propios judíos que habitaban el territorio que hoy es Israel se sintieran existencialmente amenazados y se constituyeran en una especie de fortaleza militar permanente -lo que a su vez ya estaba contenido desde la propia lógica de la idea de formar un «hogar nacional» en un territorio ya habitado sin tener en cuenta a esos habitantes previos-.

Es decir: de la forma en que está planteado el problema desde fines del siglo XIX ya estaba contenida la semilla del conflicto permanente. Esta semilla terminó de germinar y adquirir una forma cristalizada con la conformación del Estado de Israel en 1948, que es la corporización de ese Estado-fortaleza militar, un Estado étnico/nacional en un territorio que es estructuralmente bi-étnico/nacional. Un Estado que desde el momento en que proclamó sus fronteras expulsó a 700 mil árabes palestinos de ellas y les negó para siempre el derecho al retorno (a ellos y a sus descendientes que ya son varios millones), y que en cada nueva oleada de conflicto avanzó expandiendo sus fronteras, apropiandose nuevos territorios con la colonización y produciendo un estado permanente de expulsión y expropiación, que a su vez fue provocando el empobrecimiento y el aislamiento geográfico de los enclaves palestinos restantes. Un Estado que además cambió estructuralmente la composición demográfica, pasando de una mayoría árabe-palestina a una mayoría judía, ayudada tanto por las expulsiones de palestinos como por la llegada masiva de inmigración (que a su vez fue alimentada por otra expulsión también inmoral, la de los judíos que habitaban los países árabes de la región).

Con la consolidación del Estado de Israel el conflicto interno permanente se convirtió también en un conflicto internacional permanente, por la intervención de los países árabes que veían a ese Estado-fortaleza como una amenaza y una punta de lanza de intereses imperialistas en la región, además de como una afrenta a los derechos del mundo árabe e islámico sobre ese territorio (recordemos, además, que Jerusalén es sede de lugares santos para el Islam, así como lo es para el judaísmo y el cristianismo).

Una última cuestión estructural a señalar, y muy importante, es que esta situación de conflicto permanente no es ni puede ser nunca simétrica, porque una de las partes desarrolló una abrumadora superioridad militar y económica. Israel tiene unas de las Fuerzas Armadas más modernas del mundo, unos de los mejores aparatos de inteligencia, una de las economías más tecnológicamente avanzadas y -muy importante- el apoyo incondicional de las grandes potencias mundiales, especialmente de EE.UU. y Europa. Israel tiene el control total de sus propias fronteras (un territorio continuo y defendible) y además desde 1967 ocupa militarmente el territorio asignado a Palestina, aislando entre sí a los enclaves palestinos que además están profundamente empobrecidos y fragmentados políticamente.

Volvemos entonces a la actualidad. En estas condiciones, ninguna nueva fase del conflicto es realmente novedosa: es solamente una nueva activación de la “línea de falla” sobre la que está construida esa sociedad. Por eso tampoco importa realmente “quién empieza” ni quiénes sean sus sujetos episódicos. Hoy fue Hamas, ayer fueron los colonos judíos en Cisjordania, anteayer fue el primer ministro israelí provocando a los árabes al ingresar a los lugares santos del Islam. Pero siempre es un mismo conflicto de fondo, que mientras no se resuelva no va a dejar de estallar. 

Todo estado de tregua es precario y es el preludio a una nueva etapa de choques violentos, sea bajo la forma de guerra abierta, de bombardeos unilaterales, de estallidos civiles, de masacres terroristas, de masacres ejercidas por el ejército israelí contra civiles, de matanzas por parte de los colonos o contra los colonos. 

Y el estado de paz tampoco es realmente de paz; en la medida en que millones de palestinos siguen sin poder retornar a sus tierras; en la medida en que no hay un Estado palestino ni tampoco una forma estatal binacional que los contenga; en la medida en que millones de personas viven en la Franja de Gaza en condiciones subhumanas casi sin agua y electricidad y sometidas a un bloqueo económico feroz; en la medida en que los árabes de Cisjordania deben atravesar todos los días muros y checkpoints militares isrelíes que los separan de sus lugares de trabajo, de sus seres queridos o de cualquier lugar al que quieran ir; en la medida en que los llamados árabes israelíes son ciudadanos de segunda; en la medida en que toda la población palestina está sujeta a la expropiación y al despojo; en la medida en que Israel monopoliza recursos vitales como el agua y cada vez más la tierra cultivable; en la medida en que miles de palestinos están detenidos en carceles israelíes sin ningún tipo de derecho ni garantía jurídica; en la medida en que crece el extremismo de ambos bandos que quisiera ver a la otra parte exterminada, e infinitos etcétera.

En estas condiciones, pensar en términos de “buenos” y “malos” es infantil e inconducente. Los repudios unilaterales y las solidaridades unilaterales, aunque puedan ser comprensibles desde el dolor, la tristeza, la bronca y el miedo (sensaciones humanas que son perfectamente legítimas y además inevitables), tienen el problema de perderse la mayor parte de esta complejidad. La única verdad es la totalidad, y si no se parte de ahí no se llega a ningún lado.

Mientras no haya una solución al problema nacional, geográfico y económico de Palestina y de los palestinos, los períodos de paz son siempre un interludio entre guerras y matanzas que perjudican a los civiles de ambos lados. No hay paz duradera sin dignidad y derechos humanos.

Ese el problema de fondo que hay que abordar, y solo en ese marco se podrán abordar todos los demás sin pasarle por arriba a los intereses legítimos de nadie.

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