Cultura Oct 26, 2023

Ser humano junto a los míos: en recuerdo de Iorio

El fallecimiento del mayor ícono de la música pesada argentina a sus 61 años generó una conmoción en su público y el mundo de la música. Los calificativos y las sentencias no se hicieron esperar, pero un análisis de su vida y su obra nos pueden dar pistas sobre quién fue realmente y el legado que deja tras su partida.
Ilustración: Patricio Bertacchini

La mañana del martes 24 de octubre nos encontró con una noticia demoledora: la muerte de Ricardo Iorio por una insuficiencia cardíaca. Totalmente sorpresiva, aunque no por eso inesperada, debido al deterioro en el que se encontraba quien fuera apodado “lo más grande del jevi nacional” por el fiel público metalero. 

El sueño pendejo de ayer

Desde su emergencia en los tempranos ‘80 se convirtió en una figura fundamental de la música argentina, cuando irrumpió en la escena rockera con V8, como bajista y compositor. Una propuesta totalmente metalera, más pesada que todo lo que sonaba hasta ese momento y con una lírica que apostaba al combate directo. Contra todos. Esta primera experiencia fundacional crearía una mística propia con tres álbumes cuyos títulos retratan a la perfección las facetas de Iorio. Luchando por el metal, un llamado a la unión de los propios a plantar bandera y marcar la diferencia; Un paso más en la batalla como la reivindicación del aguante y la exhortación a nunca rendirse; y El fin de los inicuos, una muestra de su potencia poética y simbólica contrastante con lo directo de su mensaje inicial. 

Esa última vertiente sería la que animaría la formación de su segundo grupo, Hermética, donde además del bajo se animaría a cantar en limitadas ocasiones. Desde el nombre de la banda, Iorio ya daba señales de sus inquietudes filosóficas y esotéricas que plasmaría luego en verdaderas obras maestras como “Tu eres su seguridad” o “Memoria de siglos”. Sin embargo, lejos se encontraba de ser un artista perdido en las brumas de lo simbólico, ya que al mismo tiempo escribió aguafuertes de la vida del trabajador en los márgenes de la sociedad durante el fin del gobierno de Alfonsín y el inicio del menemismo: “Desde el oeste”, “Del camionero”, “Gil trabajador” o “En las calles de Liniers”. 

La certeza de sus palabras pronto caló entre el público y fue fundamental para que tantos laburantes golpeados por una realidad abrumadora se sintieran identificados con aquella banda que los cobijaba en su reflejo e inspiración. Allí también asomaron sus intereses en la vida de los pueblos originarios, con el himno “La revancha de América”. Lamentablemente, aquella experiencia solo duraría seis años y finalizó con la separación de la banda a fines de 1994.

Rápidamente decidió formar un nuevo grupo y así es que en pocos meses vio la luz Mundo guanaco, el disco debut de Almafuerte. En esta ocasión, además de hacerse cargo del bajo, decide poner su voz al servicio de aquello que escribía. Es con esta banda que se consagra definitivamente, tanto en el reconocimiento artístico que consigue como con el éxito que logra. 

Son incontables las canciones que trascienden a la cultura popular: “Se vos”, “Toro y pampa”, “El pibe tigre” o “Sirva otra vuelta pulpero”, solo por mencionar las más conocidas. Es en este proyecto donde podemos encontrar al Iorio maduro que profundiza su veta nacionalista y profundamente popular, abrazando abiertamente al tango y al folklore como expresiones del sentir criollo y colaborando con artistas de la talla de Rubén Patagonia, José Larralde, León Gieco, Flavio Cianciarulo o Ricardo Mollo. Recorre el país incontables veces para conocerlo en profundidad y finalmente se va para siempre de la ciudad, a un campo cerca de Sierra de La Ventana donde podía encontrar libertad. 

Al mismo tiempo comienza su giro conservador que estalla públicamente con las declaraciones antisemitas a Rolling Stone en el año 2000. Paradójicamente le canta a las tomas de tierras y los comedores populares (“Sirva otra vuelta pulpero”) mientras reivindica al golpista y antisemita Seineldín (“Cumpliendo mi destino”) en el disco Piedra Libre de 2001. Es en esa época que comienza a verse atravesado por la contradicción entre su figura pública y la obra que construyó durante décadas y que seguiría creando por al menos una más. E inclusive con sus propias intervenciones públicas, ya que poco después del escándalo con Rolling Stone, es entrevistado por Página/12 donde se da este intercambio que refleja su sentir patriótico:

P12: Convengamos en que cierto nacionalismo, durante buena parte de la historia argentina más reciente, ha estado emparentado con la propaganda de los gobiernos militares. 

RI: Almafuerte es la contrapartida de eso. Queremos mostrarles a todos que la bandera no es patrimonio del vigilante, del militar, del bombero o de la escuela. La bandera es nuestra, porque nosotros somos los que hacemos el país y los que lo vamos a seguir haciendo.

Tras ocho discos, Almafuerte también vería su fin, luego de unos años erráticos. Y esa sería la tónica del resto de su carrera ya solista, más notoria por su personaje público que rayaba en la autoparodia de lo que había sido una mente brillante y un corazón luminoso. A pesar de esto, en 2015 publicó Atesorando los cielos, un verdadero canto del cisne con algunas gemas tardías como “Preguntando lo que todos saben” o “Justo que te vas” que hoy se escucha como banda de sonido de su despedida.

Se vos, nomás

Ricardo Iorio fue un huracán que se llevó puesto todo lo que se encontró por delante. Jamás domesticado por la industria musical ni por el poder, se dedicó empecinadamente a llevar la contra. Y así como es idolatrado por su público, también dejó un recuerdo amargo en la mayoría de sus ex compañeros gracias a sucesivas peleas y destratos. 

Porque así son los huracanes, prodigios de la naturaleza que pueden generar un desastre si se encuentran con resistencias. Eso era también parte de su paradoja. Al rebelde indómito del sentir popular no le gustaba que lo contradigan. El ying y el yang de la existencia, la luz y la sombra. O como él mismo leía en los principios herméticos que inspiraron sus letras de más alto vuelto: “Como es arriba, es abajo. Como es adentro, es afuera”. En esta filosofía, cada ser humano es un reflejo del Cosmos, tan milagroso y bello como caótico y abyecto. Pocas personas lograron hacer carne de manera tan sincera a la ley de correspondencia como Ricardo.

Su naturaleza fue siempre la de ir contra la corriente. A los 20 años y en pleno auge de un rock pacifista y adaptado a su entorno, V8 gritaba “hoy tu mente hippie ha de morir”. Llamaba a todos a formar la brigada del metal, no solo a los propios, sino que le daba un lugar para todo aquel que compartiera su sentir y se quisiera sumar a su mesa. 

Todos los que lo trataron destacan su generosidad, aún siendo un hombre de carácter muchas veces difícil. “A vos amigo” queda como registro de la manera en que entendía la lealtad. Iorio fue sinónimo de abrazo tendido, digno de su espíritu criollo y profundamente humanista. Esto último fue una característica contracorriente en los tiempos que le tocaron vivir como artista: la aparición y consolidación del individualismo y la ruptura de los lazos sociales al calor del neoliberalismo implantado por la dictadura genocida (su presencia hasta nuestros días no requiere aclaración en vista del actual panorama político).

Cuando el primer menemismo se asentaba, pintó con palabras a la horda humana que inundaba las calles de Liniers con una invocación a “amarlos como sea”. El cariño y la empatía como obligación moral con quienes transitan los márgenes de la urbe y a quienes dedicó multitud de canciones. Cuando la crueldad se hacía carne en la dura cotidianidad, allí estaba ese verso amigo para acompañarlos y recordarles que no estaban solos ni eran invisibles.

Pero no solo se dedicó a retratar el drama humano en su faceta social, sino también la íntima. Sabedor y registro en propia carne de las sanciones sociales a los hombres de abajo que manifiestan su dolor públicamente, puso su voz para darles un abrigo y acompañarlos con aliento para no aflojar. Es inevitable traer a la memoria su canción más conocida, donde aconseja como un padre que hace suyos a los hijos de los demás: para vencer hay que resistir y ser fiel a uno mismo. 

Así también, tantas otras veces se puso en el lugar de un par que daba testimonio de haber visto el abismo a los ojos y haber vuelto para ayudar a otros a evitarlo. Una mano tendida en medio de la oscuridad para vencer el tiempo. 

Y otra vez, el amor como respuesta.  Porque todo es en vano, si no hay amor. Si no hay amor, se pierde siempre. 

Me cache en diez, que gil que fui

Su ingenio infinito y su falta de pudor a la hora de polemizar le dieron en los últimos años una amplificación a sus palabras que nunca había tenido. Pero en una macabra sintonía, este fenómeno coincidió con sus años menos luminosos. Abundan los testimonios sobre su consumo descontrolado de diversas sustancias, que aunque sean un hábito que pertenece al ámbito de lo privado, dejaron públicas y visibles secuelas en él, al punto de verse fuertemente afectada su voz y hasta su movilidad. 

También jugó su parte el inevitable paso del tiempo y los cambios de paradigmas sociales con los que nunca pudo comulgar como tantas otras personas de su generación (inclusive artistas otrora brillantes como Alfredo Casero y Andrés Calamaro). Su deterioro físico y cognitivo no hizo más que agravar este aspecto, convirtiéndolo en un remedo de aquel espíritu sublevado contra lo impuesto, pero siempre con sus intuiciones correctas que terminó en orillas tan tristes como el abrazo con figuras detestables y su defensa de la incoherencia terraplanista. 

No es el objetivo de estas líneas cargar las culpas de sus polémicas exclusivamente a las adicciones, el entorno o excusas similares. Solo es un ingrediente más, en un cóctel que como todo en su vida, fue explosivo. Porque Ricardo Iorio fue un ser humano, con un talento descomunal pero igual a todos los demás. Con sus aspectos brillantes y también oscuros a los que se abrazó, no podemos asegurar si por convencimiento o simple ánimo provocador, pero sí que  lo hizo con fuerza. Nada de esto puede ni debe ser negado. 

Al mismo tiempo, ese aparente contraste negativo entre obra y artista es parte fundamental de Iorio como fuerza de la naturaleza. En tiempos tristes de figuritas sin ideas ni pasiones más allá del dinero y lo material, o acartonadas que repiten un discurso prefabricado para ser aceptados en un nicho, su presencia lo vuelve un gigante cercano. Uno más de la esquina, de la fábrica, de la pulpería o la tranquera, que salió a decir sus verdades y se encontró con que eran las de muchos. Y como ellos, se equivocó, una y mil veces. De la misma manera que lo hizo Diego, nuestro dios terrenal, y tantos otros que admiramos por el impacto indeleble que tuvieron en nuestras vidas del que nunca podremos renegar. 

A fin de cuentas, son historias como las de las tragedias griegas donde los mitos revelan su condición profundamente humana. Nos acercan un reflejo de nuestras propias posibilidades tanto de crear como de matar, nos develan el circo ciego del libre albedrío. Pero aquellos que se apuran en acusar para lavar sus propias conciencias mientras corren a buscar el próximo libreto a repetir, nunca lo entenderán. Bien les vendría recordar que la culpa ajena es barata y regalarla no nos cuesta porque la hipocresía propasa todo ejemplo en esta tierra. No sean aquellos que calzan gorro frigio solamente por ser calvos. No le teman a lo que está vivo.

Mientras estas líneas eran escritas, un nutrido grupo de seguidores de Iorio se juntaron allá en el sur, en Coronel Suárez, para despedirlo. Su deseo era ser cremado y es inevitable ver en aquello un último acto de amor. Después de una vida siendo humano, demasiado humano, se convierte en uno con la tierra que le dio aliento, inspiración y refugio. Recordémoslo en su aporte vital para que esta existencia sea real. Hace ya varios años nos cantó: “No te pongas triste, quiero verte sonreír. Anunciaron tu embarque, el avión ha de partir. No me digas nada, la vida es corta, cuando ser feliz es lo que importa”. 

Sonriamos como homenaje porque Ricardo vivió. Seamos felices en su honor y el nuestro.

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