El Imperio Británico toma el control de Palestina
Las regiones que hoy conocemos como Israel y Palestina eran, entre 1920 y 1948, un solo Estado: el Mandato Británico de Palestina. Durante los anteriores cuatro siglos la región había estado en manos del Imperio Otomano, que fue derrotado durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) por el Imperio Británico y por la rebelión de sus propios súbditos árabes, que deseaban su independencia.
Al momento del comienzo del Mandato Británico de Palestina en la década de 1920 la población árabe constituía un 93% de la población del territorio y la población judía aproximadamente el 7% restante. Si bien una porción de estos últimos ya venía habitando la región desde hacía siglos, una gran parte había llegado desde fines del siglo XIX bajo el impulso del movimiento sionista, y fundado allí sus propias ciudades (como Tel Aviv) y comunidades agrarias.
El movimiento sionista -inspirado en los movimientos nacionalistas que florecían en la época- buscaba la constitución de un Estado nacional judío en el territorio donde tres milenios atrás se había desarrollado el antiguo reino de Israel (y donde continuan existiendo los lugares más sagrados del judaísmo como el Muro de los Lamentos, considerado un remanente del Templo de Salomón). La mayor parte de los colonos sionistas provenían de Europa oriental -donde los judíos eran perseguidos y atacados- y consideraban que la migración a Palestina y la constitución de un Estado propio permitiría proporcionarles una seguridad que no poseían en el viejo continente, así como también oportunidades de salir de la pobreza en la que se encontraban.
Durante la Primera Guerra Mundial el Imperio Británico había realizado dos promesas contradictorias entre sí sobre el futuro de la región palestina. Por un lado, en el marco del crecimiento del nacionalismo árabe y su resistencia contra los otomanos, había ofrecido al jerife de La Meca la formación de un Estado árabe unido en todas las regiones de Medio Oriente donde estos eran mayoría demográfica. Esta promesa incluía a Palestina, región muy importante para las culturas árabe e islámica por la presencia en Jerusalén (Al Quds en árabe) de algunos de sus lugares más sagrados, como la mezquita de Al Aqsa.

Por otra parte, los británicos, a través de la declaración Balfour de 1917, le habían ofrecido al movimiento sionista la constitución allí de un hogar nacional del pueblo judío, que fue interpretado por estos como la promesa del ansiado Estado propio. De esta forma, Londres les otorgaba luz verde para llevar adelante su proyecto de colonización, que ya no necesitaba ningún tipo de consentimiento por parte de las potencias regionales ni de la sociedad árabe porque podía apoyarse directamente en la ocupación militar imperialista europea.
Para el Imperio Británico esta alianza era beneficiosa porque la colonización judía le permitía asegurar su propio control en la región con una población amistosa que contrapesara al nacionalismo árabe, y a la vez ganar el apoyo de la comunidad judía en Europa para sus intereses en la guerra mundial.
Es importante señalar que nunca se cumplió la promesa realizada a los árabes de un Estado unido e independiente. En su lugar procedieron a repartirse con Francia (a través de los acuerdos de Sykes-Picot de 1916) los territorios otomanos, estableciendo las fronteras del Medio Oriente actual.
Sobre esa base, tras finalizar la guerra la Sociedad de las Naciones (precursora de la actual ONU) otorgó al Imperio Británico el mandato sobre Palestina a partir de 1920. Para los británicos Medio Oriente se trataba de una región estratégica: era la ruta de paso entre Europa y sus posesiones coloniales en el Lejano Oriente -especialmente la India-, y el Imperio ya poseía allí el control sobre Egipto y su paso interoceánico (el Canal de Suez). El control de Palestina se trataba entonces de una pieza de importancia en su esquema imperialista global.
Se profundiza la colonización sionista
La alianza establecida entre el Imperio Británico y el movimiento sionista permitió que, a lo largo de las tres décadas de existencia del Mandato Británico de Palestina, se desarrollara fuertemente la migración judía a la región: el Yishuv (comunidad judía en palestina) llegó a conformar un tercio de la población de todo el Mandato y a controlar -mediante la compra de tierras- el 12,75% de las tierras cultivables y el 6% de la superficie total del país. Poseía a su vez su propia organización proto-gubernamental, la Agencia Judía para Palestina.
En este proceso de colonización -que se había iniciado ya a fines del período otomano- muchos campesinos, arrendatarios y aparceros árabes fueron desalojados de las tierras que habían trabajado durante generaciones, luego de que las organizaciones sionistas las compraran a sus terratenientes árabes. Esto se debía a que habían impuesto una política de trabajo judío -es decir, de boicot al trabajo árabe y a sus productos- con el objetivo de conformar una sociedad completamente independiente de la población originaria. El mismo boicot excluía también a los trabajadores árabes de las empresas creadas por el Yishuv en las ciudades y el campo, lo que contribuyó en su conjunto al empobrecimiento de la sociedad árabe palestina.
Estos veían a la migración judía y el cambio demográfico, social, económico y cultural que se estaba provocando como una amenaza a su propia subsistencia en la región, cuestión agravada por el hecho de que esa migración era posible gracias a la dominación imperialista británica, y a que el Yishuv era un aliado y sostén de la metrópoli. A esto se sumaban los prejuicios étnico-religiosos de ambas comunidades y a la presencia de corrientes político-ideológicas de ultraderecha (del lado árabe, el gran mufti de Jerusalén Amin al-Husayni profesaba abiertamente el antisemitismo y era aliado de Hitler, mientras que del lado judío existían corrientes como el sionismo revisionista de Zeeb Jabotinsky, que era admirador de Mussolini).
Las tensiones fueron en crecimiento durante todo el Mandato Británico incluyendo importantes matanzas intercomunitarias. En ese marco se desarrollaron las fuerzas judías de autodefensa como la Haganá, que más adelante se convertiría en la columna vertebral de las fuerzas armadas israelíes.
Pero la inestabilidad aumentaría particularmente desde el triunfo de Hitler en Alemania, que provocó que cientos de miles de judíos escaparan de Europa Oriental durante la década de 1930. Muchos de ellos emigraron hacia Palestina -entre otras razones, porque EE.UU. y otros países occidentales restringían las migraciones hacia ellos-, acelerando allí el proceso de cambio demográfico y de compra de tierras. Junto al continuo empobrecimiento de la población árabe palestina esto terminaría por desatar la llamada Gran Revuelta árabe (1936-1939), que combinó una huelga general con acciones insurreccionales y de guerrilla. La revuelta fue reprimida conjuntamente entre las fuerzas británicas y del Yishuv provocando miles de muertes entre los árabes.

Los enfrentamientos de los ‘30 rompieron definitivamente la coexistencia entre la comunidad árabe y el Yishuv y llevaron al Imperio Británico a reevaluar el futuro de la región. En ese contexto surgieron las primeras propuestas de partición de Palestina en dos Estados (la Comisión Peel), y el Mandato Británico terminaría imponiendo límites a la inmigración judía y la compra de tierras -a través del llamado “Libro Blanco” de 1939- para evitar una ruptura definitiva con la comunidad árabe, cuyo apoyo necesitaba en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial para abastecerse en todo Medio Oriente.
Pero esta decisión provocó a su vez una ruptura en el polo opuesto: el Yishuv veía ahora que la potencia mandataria se transformaba en un freno para el proyecto de construcción de un Estado nacional del pueblo judío, por lo cual comenzó su propio cuestionamiento al dominio británico.
Tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) la posición del Imperio Británico en Palestina se había vuelto ya insostenible, y comenzó a discutirse en la flamante Organización de las Naciones Unidas el futuro del mandato. Esto llevó eventualmente a la partición territorial, a la fundación del Estado de Israel, a la expulsión masiva de palestinos y al comienzo de un estado de guerra permanente.