Javier Milei ganó el balotaje del 19 de noviembre venciendo la oposición de prácticamente todas las instancias de representación político-social establecidas: partidos centenarios, sindicatos, movimientos sociales, iglesias (la de Roma y otras), clubes de fútbol, “fandoms” y hasta entidades patronales (la Sociedad Rural de Córdoba como ejemplo de lo inaudito). ¿Por qué? ¿Cómo? Y la pregunta eminente: ¿qué hacer?
Empecemos por tomar nota de la dimensión del fenómeno: se trata de un hecho histórico sin parangón, ante el cual palidece el 2015 macrista (inviable sin el aporte del radicalismo y del propio acumulado del PRO). La representación política es la que ha sufrido la más categórica derrota, como dimensión ineludible de las sociedades de masas, que no se condensa sólo en algunos (pocos) líderes supremos sino también en instancias yuxtapuestas de referencialidad y organización (agrupamientos sectoriales, locales, etc).
La virulencia de este rechazo, pese a no estar dirigida per se a estas “herramientas intermedias”, debe hacernos reflexionar sobre la profundidad y las dimensiones de esta crisis de representación. Quien vota en nítida oposición a lo que le proponen sus referentes (partidarios, barriales, gremiales, culturales) está otorgándoles un lugar subsidiario a la hora de elaborar su concepción del mundo y de actuar políticamente. Las redes de representación acusan así el impacto en las subjetividades de las nuevas experiencias de socialización y comunicación (el ya conocido sambenito de “la era de las apps”) pero fundamentalmente reflejan la transformación sideral en aspectos sustantivos de nuestras formas de producir y reproducir nuestras vidas cotidianas.
Si el barrio es cada vez menos comunidad y el trabajo es cada vez menos ordenador estable, ¿qué queda en pie? Un voto-cliente, no en el sentido en que suele entenderse el vínculo entre estos dos términos sino en clave de lo que el mundo corporativo (privado y estatal) nos propone a través de las “encuestas de satisfacción”: el individuo-tirano levanta o baja un cesariano pulgar que informa si han sido colmadas sus expectativas. “Voto like”, “voto RT”, “voto fav”, llámese como quiera, expresa una notoria dilatación del individualismo en clave electoral.
La volatilidad de los lazos representativos problematiza hasta el concepto mismo de militancia: hay cada vez más gente que cree que semejante práctica es posible por fuera de estructuras. Y no sólo posible: preferible. El (no sé cómo llamarlo) flyer/meme/avatar que plantea “serás militante cuando sientas propias las necesidades etc, etc.”, expresa esta nueva torsión del concepto: la militancia no como inserción y pertenencia sostenida, sino como sentir volátil y genérico.
¿Cómo seguimos de acá en más? Para empezar, conviene matizar el diagnóstico: los motivos principales del triunfo de La “Libertad” Avanza radican todos en el pésimo gobierno del Frente de Todos. Por otra parte, puede que nada sea tan definitivo en tiempos de transición civilizatoria y, además, un voto contra las representaciones establecidas en una elección donde la revalidación de estas representaciones no estaba en juego puede bien leerse como un voto provisorio, de emergencia, «anti».
Si la idea de “casta” marida bien con el desconocimiento a las instancias de representación (por lo que tienen de sólido y permanente), una política flotando en el vacío es, en última instancia, insostenible. Las personas somos, como planteaba Gastón Bachelard, seres que sufrimos si no cambiamos. Pero conviene agregar que somos, también, sujetos que estallamos si lo único que hacemos es mutar. La representación política, como reverso a su faceta antidemocrática (en términos de suplantación del pueblo llano), ofrece estabilidad, continuidad, cierta dosis de previsibilidad incluso en el conflicto.
Por otra parte, si la representación ofreció otro capítulo de su larga crisis en la Argentina post-dictadura, la organización como práctica popular ofreció muestras de buena salud. Los círculos barriales de militancia “anti-Milei”, las afichadas, las micro-políticas en favor de la candidatura de Massa impulsadas en ámbitos de cercanía, y hasta los posicionamientos y agitaciones de fans de artistas pop, ofrecieron inéditos ejemplos de politización en clave colectiva. Con sus límites innegables (por lo que tienen de contingente, amorfo, e incluso de dudoso democratismo procedimental) constituyen un fenómeno a seguir atentamente en los próximos tiempos.
Desde la perspectiva de quienes seremos oposición a partir del 10 de diciembre, se hace necesario reforzar las herramientas de representación popular que permiten construir relación de fuerzas y crear nuevas instancias allí donde no las encontramos.
Se trata de un desafío difícil: si la fragmentación social avanza al ritmo de la “Libertad”, costará encontrar canales inmediatos de organización. Si politizar lo reivindicativo fue siempre tarea de las opciones populares, cuesta más lograrlo cuando es la propia dimensión de lo reivindicativo la que presenta serias dificultades como factor primero de agregación (¿qué es más fácil: sindicalizar obreros en una fábrica u organizar inquilinos en una gran ciudad?). No es sólo un problema de la “clase para sí”: es la misma “clase en sí” la que está en juego.
Pero se trata, también, de un desafío abordable: muchas de esas “herramientas intermedias” que dan sustento a la representación política (sindicatos, movimientos sociales) siguen en pie, ostentando mayor fortaleza que en casi todos los demás países del continente. Y la politización se ratifica como una dinámica casi omnipresente en la sociedad argentina, que en épocas de audiencias segmentadas rompió todos los indicadores del rating televisivo para ver debatir a candidatos que no entusiasmaban discutiendo argumentos que no sorprendían.
La representación política hija del liberalismo y apropiada (no incondicionalmente) por las clases populares es minada por flujos de capital que no representan a nadie (en el más impugnativo de los sentidos). Todo lo sólido es pasible de ser desvanecido en el aire (contaminado) del capitalismo tardío. Los dueños del confort intentan convencernos de que hay que salir de la zona del ídem. En este contexto, será necesario un enorme esfuerzo de imaginación política para reconstruir un tejido social que ya no parece capaz de ser robustecido por un eventual crecimiento económico aislado. Participación, organización, representación: siguen siendo necesarios repertorios de la época.