Gremiales Política Ago 15, 2024

Una reforma laboral de les laburantes

En un contexto en el que la clase trabajadora se encuentra estructuralmente fragmentada, la unidad es una construcción política (cada vez más) contrahegemónica y necesaria en tiempos de capitalismo neoliberal.
Reforma laboral laburantes

Era el subsuelo de la Patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto (…) Eran los hombres que están solos y esperan que iniciaban sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo
Raúl Scalabrini Ortiz, 1946

El triunfo de Javier Milei en noviembre del año pasado nos quemó todos los papeles. Ese resultado vino a consagrar un estado de desorientación general en el campo nacional y popular que se venía gestando, por lo menos desde la pandemia, y aunque algunes elijan el pedestal de los tira postas, en realidad, nadie tiene en claro por dónde se sale de ésta.

Quizás esta incertidumbre sea buena consejera y nos esté indicando que es el momento de repensarlo todo, de barajar y dar de nuevo para ofrecer una verdadera alternativa a nuestro pueblo largamente postergado. Que de la profunda crisis de representación que atravesamos, se sale componiendo nuevas canciones (pero en serio). Es éste un momento refundacional que, así como aquel 17 de octubre de 1945, tiene que tener como protagonista al pueblo laburante que construya una nueva institucionalidad política, social y económica que lo coloque en el centro. 

La renovada centralidad del sujeto trabajador

Esta centralidad responde, en primer lugar, a una razón epistemológica: desde una perspectiva materialista de la realidad, a la que adherimos por su irrefutable vigencia, la clase que vive de su trabajo sigue siendo la que mueve al mundo con su acción transformadora sobre la naturaleza, produciendo los bienes y servicios indispensables para nuestra reproducción material y simbólica como especie.  

En segundo lugar, la centralidad está dada por una razón política: el enemigo viene sacándonos algunas cabezas de ventaja en su interpelación a los nuevos trabajadores (especialmente varones), generaciones de jóvenes de clases medias empobrecidas y precarizadas (los anteultimos) que no perciben ningún tipo de ayuda estatal y enfrentan, desde su situación de vulnerabilidad, los cambios más recientes y agresivos del mundo del trabajo en el marco del capitalismo neoliberal. Son ellos la principal base de sustentación del proyecto de la ultraderecha local y en quienes más ha calado el concepto de casta, llevándolo hacia todo aquello que goza, ante sus ojos, del privilegio de la estabilidad o de cierta protección en un mundo tan cambiante como efímero. 

Un mundo del trabajo a puro vértigo: todo lo sólido se disuelve en el aire 

Es momento de que, cuando hablemos de trabajo, empecemos a hacerlo en un sentido amplio, considerando el trabajo registrado y no registrado, el asalariado, el cuentapropismo y la economía popular y de subsistencia pero también todo aquello que queda por fuera del mercado laboral. Hablamos del trabajo reproductivo o las tareas de cuidado familiar y comunitario. Ésta es una dimensión fundamental que ha introducido el feminismo y que entiende el trabajo productivo y reproductivo como dos caras inescindibles para el funcionamiento del capitalismo. 

Si algo nos ha mostrado la pandemia es esta complejidad: por un lado, los cuidados en el ámbito familiar y comunitario son ineludibles para sostener la reproducción social. Un reconocimiento de esta labor, que sostienen sobre todo las mujeres y feminidades, hace al mejoramiento de nuestras condiciones de vida. Por otro lado, la extensión de la cobertura del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) que en 2020 alcanzó a casi 9 millones de trabajadores y trabajadoras que se habían quedado sin ingresos durante el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), expuso los altos niveles de inestabilidad y precariedad de los ingresos de los sectores populares.

Este fenómeno se superpone con uno anterior al que asistimos especialmente durante los años de macrismo y no ha hecho más que profundizarse: la entrada al país de las economías de plataforma y con ellas, la llamada deslaboralización, uberización o pérdida de vínculo salarial entre el capital y el trabajo. 

La matriz ideológica que acompaña y genera el consenso para estas transformaciones del capitalismo neoliberal en los países dependientes es el mandato del emprendedurismo que permea en la sociedad y disfraza la necesidad de trabajo en oportunidad de emprendimiento: todes somos emprendedores en potencia si sabemos auto-explotarnos lo suficiente. 

La idea que seduce es que somos nuestros propios jefes, manejamos los horarios, pero en realidad somos nuestro único trabajador precarizado, polivalente, sin aguinaldo ni vacaciones y que se endeuda para llegar a fin de mes o trabaja muchas más horas al día que la jornada reglamentaria y pierde salud física y mental en el proceso. 

Esto tiene un impacto especial en les jóvenes de la clase media pauperizada, la base de sustentación político-ideológica de Milei. Un sujeto trabajador que casi no conoce el trabajo formal, y si lo conoce por alguna razón no le ha durado, y para quienes les trabajadores con derechos sindicalizados son “la casta”; que tiene de referentes o modelos aspiracionales a futbolistas o influencers que ganan millones de dólares, y los siente más cercanos que a otros adultos gracias a las redes sociales. Son jóvenes que valoran la autonomía, el sacrificio y la flexibilidad de la jornada laboral. 

Este fenómeno se ve contenido en una transformación aún más general, que quedó expuesta en el análisis que hizo el equipo de Daniel Schteingart en argendata.fundar sobre estructura productiva de nuestro país: del conjunto de les trabajadores (asalariado -registrado y no registrado- y no asalariado) más del 70% trabaja en el sector de servicios (comercio es la rama más importante, seguida por salud y enseñanza) y 27% en la producción de bienes. Mientras que hace 70 años, los bienes explicaban el 56% del empleo y los servicios el 44%.

También sabemos que son justamente las mujeres quienes se insertan mayoritariamente en la rama de servicios, que exceptuando los financieros y tecnológicos, son los trabajos menos calificados, peor remunerados y también suelen ser los más informales y precarizados. 

Con todo ello queremos decir que, si seguimos pensando y proyectando en la clave de trabajadores formales, registrados, asalariados, varones y especialmente del sector de la producción, que opera en nuestro imaginario como una especie de nostalgia fordista de los años felices, estamos dejando a porciones de laburantes cada vez mayores afuera.  

Cualquier proyecto político que se proponga reconstruir una representación de la pluralidad de sujetos que trabajan y sostienen la vida social, debe partir de esta heterogeneidad y complejidad.

Así como el 17 de octubre, eses laburantes ya irrumpieron mostrando su malestar y su bronca. Es tarea nuestra escucharles, reconocer estas experiencias laborales tan diversas y darles respuesta en un sentido emancipador. Podemos decir, recogiendo torpemente la herencia de Gino Germani, que esos nuevos trabajadores deben ser integrados plenamente en la vida política. Es decir, no para perpetuar estas desigualdades y precariedades con medidas paliativas y transitorias sino para lograr una verdadera inclusión ciudadana que les vuelva a dar a todes les que viven de su trabajo un piso de dignidad y buen vivir. 

Una reforma laboral con las patas en la fuente

El gobierno de Milei, tanto a través del DNU 70/23 cómo de la Ley Bases, llegó para terminar lo que había empezado Macri en materia laboral. Así, volvió a arrebatarnos la oportunidad de pasar a la ofensiva y superar el lugar de la resistencia a los modelos de reforma laboral a la medida de los patrones. Podemos decir que la derecha y las corporaciones se han apropiado de la bandera de la modernización del trabajo desde la dictadura neoliberal de 1976 en adelante y les laburantes quedamos siempre a la defensiva, resistiendo, en el mejor de los casos, impidiendo. Pero pese a estos renovados intentos de justificación de intercambio de derechos por bonanza económica, ya está más que comprobado que se trata de un mito. Ninguna reforma laboral produjo crecimiento económico. 

La reforma laboral de Milei busca profundizar la tendencia a la individualización de las relaciones sociales laborales, la no identidad como trabajadores y nuestra asimilación como emprendedores. La no tan buena noticia es que los tiempos apremian y la dificultad para generar un colectivo, un lazo, una pertenencia, que es la piedra fundacional para organizarse, armar un sindicato o sumarse a uno ya existente, se acentúa desde lo ideológico y desde lo material: el empobrecimiento resta tiempo a la organización social y política.

La buena noticia es que ya atravesada la etapa de capitalización del descontento, lo único que tiene para ofrecer este gobierno a nuestro pueblo es más pobreza, más precarización, más desigualdad y ahora también, desocupación. Nuestro momento es ahora.

La unidad es contrahegemónica

Frente a esta clase trabajadora heterogénea, lo dado es la dispersión y fragmentación. La solidaridad de clase es una construcción política (cada vez más) contrahegemónica en tiempos de capitalismo neoliberal. Por eso la construcción de unidad es predominantemente política y es programática. Hay algunas cuestiones transversales a las múltiples experiencias laborales por donde se puede empezar:

  • La soberanía del tiempo. El capitalismo neoliberal nos hace trabajar cada vez más para vivir cada vez peor. Fue durante la pandemia que, como nunca antes, estuvo en el centro de la discusión la reducción de la jornada laboral, en un país como el nuestro, con una de las jornadas (legales) más largas del mundo. Pudimos expresar una búsqueda más que un impedimento: poder dedicar más tiempo al ocio creativo, a nuestras familias, a estudiar, a hacer deporte, a viajar, a militar. Esto podría también permitirnos discutir el desempleo: trabajar menos para trabajar todes. 
  • Retomar la discusión sobre los cuidados para que la distribución del tiempo social destinado a las tareas de este tipo sea más equitativo, que involucre a la comunidad, al Estado y a las empresas y deje de ser privativo de las mujeres y feminidades. Fue también en pandemia cuando el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, hoy dinamitado por el gobierno nacional, elaboró y presentó un proyecto de sistema integral de cuidados para democratizarlos. 
  • La crisis habitacional atraviesa a toda la clase trabajadora: necesitamos discutir la vivienda como un derecho y esto es algo que afecta especialmente a les jóvenes. Debemos discutir la regulación de los alquileres, la posibilidad de aplicar impuestos a la vivienda ociosa y la recuperación de la vivienda social.

Son tiempos de mucha incertidumbre pero se trata de arrancar al menos recuperando aquello que hasta hace muy poco supo generarnos esperanza y deseo y que por falta de voluntad política y osadía, nos arrebataron. Muchos compatriotas ya metieron las patas en la fuente, que está desbordando. Es tiempo de tomar la posta y construir fuentes más grandes para que entremos a refrescarnos todes. 


Este texto se nutre de los intercambios surgidos en el marco del panel “Rondas por el derecho al futuro: el mundo del trabajo”, organizado por el frente Patria y Futuro el día 1 de agosto en CABA, que tuvo como panelistas Matías Maito, Guillermo Gianibelli y Tano Pisani, además de quien suscribe.

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