Cultura Política May 8, 2025

El Eternauta y los tiempos violentos

Por su trascendencia política, social y artística, la obra de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López vuelve a aparecer como un símbolo de resistencia y un eje de disputa cultural contra la violencia y el individualismo extremo.
Sociólogo e integrante de la Escuela de Salud y Ambientalismo Popular
El Eternauta

No hay hechos, sino interpretaciones decía Friederich Nietzche. Pero eso no significa relativizar que la tierra es redonda o afirmar que El Eternauta es una oda al ejército argentino como pretenden instalar los partidarios de Javier Milei ante una obra que resulta incómoda para todos aquellos que hacen del individualismo egoísta una “virtud” y una política de Estado. ¿Cómo leer casi 70 años después la obra de Héctor Germán Oesterheld en una sociedad donde una parte asume discursos (y acciones) de odio contra la otra? ¿Se puede establecer una continuidad con la Argentina de 1957? ¿Hay clivajes en común que atraviesan nuestra historia?

No es la idea dar una respuesta a estas preguntas sino dejarlas abiertas y poner sobre la mesa algunas cuestiones para ir construyendo una serie de ideas sobre un presente que requiere -como en la ficción que Oesterheld pensó hace casi 70 años- de una salida colectiva.

¿Qué pasa cuando un gobierno electo democráticamente actúa como un invasor dispuesto a destruir a una parte de la sociedad que no comulga con sus ideas y enarbola como “héroes” a empresarios que se hicieron millonarios gracias al trabajo ajeno y a prebendas del Estado? O en otras palabras: aquellos que se enriquecieron con lo que es fruto del trabajo colectivo. La resistencia también es un trabajo colectivo pero en ella no tienen lugar quienes sostienen ideas que ponen en peligro la continuidad del mundo porque son ellos, los dueños de todo, los que con sus think tanks neoliberales nos endeudaron, destruyeron nuestra industria, trajeron al FMI, aumentaron la desocupación y la pobreza. Ahora, desde los medios corporativos piden que “no politicen El Eternauta”; sí, los mismos que históricamente se encargaron de hacer que su ideología deviniera en sentido común “apolítico” y que parezca que entonces ahí no hay nada más que “normalidad” y que esa es la forma en que deben ser las cosas mientras que todo lo demás, lo político, conduce al caos y la anomia.

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Hay algo en la nueva adaptación que Bruno Stagnaro realizó para Netflix que también puede resultar incómodo para algunos sectores de nuestra sociedad que viven comparando a Argentina con otros países, generalmente del norte global y en desmedro de todo lo nacional. Ese algo es sin duda la calidad con que está hecha esta nueva versión y su éxito mundial que nada tiene que envidiar a las grandes producciones que inundan las plataformas de contenidos digitales. Una producción argentina que no imita a los modelos angloparlantes y a la vez desafía ese ideario que considera que todo lo nuestro siempre es menos. 

La subjetividad colonial enseña a vivir de espaldas al país y desconfiar de las propias capacidades a menos que el héroe se ajuste a lo “esperable”. Pero ¿alguien conoce una ficción que perdure en el tiempo y se convierta en un icono político cultural donde el héroe quiera volverse millonario de la noche a la mañana sin importarle los métodos y las personas? En la cultura del realismo capitalista, diría Mark Fisher, estamos más cerca de los humanos de la película Wall-E que de un Favalli o Juan Salvo. 

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Como hace 70 años, cuando El Eternauta vió la luz por primera vez, la crueldad y el odio vuelven a estar presentes como política de Estado. Del aluvión zoológico y los cabecitas negras a los mandriles; de la Patria es el otro a la casta es el otro. Los vaivenes de la Argentina cíclica que mata o, con el paso de los años, cansa. Y en esos cambios, la violencia de los “dueños del país” fue una constante que ahora encontraron, en democracia, un gobierno dispuesto a fomentarla y exacerbarla.

Que lo simbólico tiene efectos materiales que pueden terminar en la desaparición y muerte de determinadas poblaciones no es una novedad, pero que un presidente democráticamente electo bombardee cotidianamente con discursos de odio propios de sujetos marginales, sí lo es. 

Ahora estamos en una sociedad que en un año pasó de una alegría colectiva y un festejo histórico (el Mundial de Qatar en 2022) donde millones se sintieron hermanados en las calles del país, a la elección de políticas destinadas a pisarle la cabeza al más vulnerable, al que está más abajo, sea jubilado o cartonero, y comprar discursos que ponen como chivos expiatorios a feministas, científicos, docentes, periodistas y todo aquel sector que, en definitiva, evidencia que somos mejores cuando trabajamos juntos y nos reconocemos como parte de un mismo colectivo, diverso y heterogéneo pero con ciertos consensos básicos. Algo similar a lo que transcurre con el grupo de sobrevivientes en El Eternauta donde no deja de haber contradicciones y tensiones pero que sin embargo al final termina por imponerse el grupo sobre el individuo aislado.

El país que hoy recibe esta adaptación de la obra de Oesterheld lleva más de cuatro décadas de democracia ininterrumpida con muchas deudas acumuladas, sin duda alguna, pero que a pesar de ello todavía tiene una mayoría que resiste y cree en la política como herramienta transformadora; en la relevancia histórica de la lucha por los derechos humanos; en la importancia del Estado para solucionar problemas y asegurar derechos que el mercado vulnera, y en la defensa de lo colectivo y de la justicia social como salida a la crisis, entre otros consensos hoy cuestionados y puestos en duda desde arriba. Es esa misma mayoría la que no dudó en aprovechar la oportunidad para pedir memoria, verdad y justicia por Héctor Germán Oesterheld, sus hijas Diana (24), Estela (25), Beatriz (19) y Marina (18) y dos de sus yernos, todos desaparecidos por la dictadura genocida. Y también, mientras los ojos del mundo están puestos en El Eternauta, recordar que sigue vigente la búsqueda de los nietos que dos de sus hijas llevaban en su vientre.

En la Argentina de 2025 el acceso a derechos que el Estado debería garantizar es un terreno de disputa cotidiana contra visiones que mercantilizan cuestiones prioritarias para las grandes mayorías, alejándonos de la justicia social. Una década de “dólar barato” ya terminó en una de las mayores crisis de nuestra historia. Ahora ese mismo camino va quemando etapas y nos muestra que las batallas de sentido nunca terminan. Por eso hoy se demoniza y ataca principalmente a quienes defienden y simbolizan valores de empatía, solidaridad y justicia. Tal como ocurrió, de manera más atroz y trágica, en la Argentina de hace setenta años atrás cuando, con el apoyo de un sector de la sociedad, la aviación de la Armada y parte de la Fuerza Aérea bombardearon la Plaza de Mayo como parte de una sublevación militar que buscó el derrocamiento de Juan Domingo Perón y asesinaron a más de trescientos compatriotas e hirieron a otros dos mil tras el impacto de catorce toneladas de bombas. En un país donde las fuerzas armadas actuaron como un ejército de ocupación en más de una ocasión, difícil que una ficción mítica tenga al ejército como “héroe”.

En esta sociedad cíclica (¿existe alguna que no lo sea?) se presenta el desafío de construir un héroe colectivo -como ya tantas veces ocurrió- para proponer una alternativa a la deshumanización reinante y frenar este ajuste que no es ahorro sino destrucción lisa y llana de todo lo que nos representa con orgullo y calidad -como El Eternauta de ayer y hoy- con el fin de borrar todo lo público para atomizarnos y no reconocernos salvo como consumidores sin historia, sin cultura, sin ficciones, sin héroes, sin grupo, en definitiva sin vida.

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