Daniel Feierstein es sociólogo e investigador del CONICET. Tiene una destacada trayectoria en la docencia y la actividad académica, fundamentalmente en el estudio de los genocidios como prácticas sociales y tecnologías de poder. Durante la pandemia su punzante mirada sociológica llegó a un público más amplio, ávido de interpretaciones sobre lo que nos estaba ocurriendo como sociedad, y producto de esas reflexiones editó “Pandemia. Un balance social y político de la crisis del COVID-19”.
Desde un lugar que busca el ejercicio analíticamente fundado sin rehuirle al compromiso político, desgrana una mirada crítica respecto de la orientación que está asumiendo el Frente de Todos: “la apuesta por desarmar a las fuerzas sociales que podrían presionar por izquierda al kirchnerismo terminó siendo un boomerang, la única presión real pasa a ser de la derecha”.
– Hace unos días expresabas en un hilo de Twitter que la política se está discutiendo de manera muy subjetiva, basada en nombres, y lo que el Frente de Todos tiene que definir es qué fuerza o articulación de fuerzas sociales quiere expresar. ¿Cómo interpretás el nombramiento de Sergio Massa como ministro a cargo de toda el área económica?
– Bueno, la preocupación de ese hilo que mencionás tiene que ver con la falta de visión de si hay una fuerza social o una articulación de fuerzas sociales del campo popular en la cual quiera apoyarse el Frente de Todos o la reconfiguración del peronismo que surgiría de estos cambios. Creo que la asunción de Massa es una especie de respuesta: lo que se busca es anclar en otra fuerza social que tienen que ver básicamente con lo que podríamos llamar el “partido del orden”. Se busca articular con algunas fracciones del capital concentrado, en particular del capital financiero, con cierto empresariado local con vínculos transnacionales, con lo cual la apuesta daría la sensación de que está por fuera de las fuerzas sociales que pueden integrar el campo popular. El gran desafío es que, por un lado, es un cambio de identidad muy profundo del Frente de Todos esta movida, y por otro lado, queda la pregunta de si esas fuerzas sociales van a aceptar una alianza con el peronismo, como la que implicó la experiencia menemista, o si prefieren apostar a los sectores con los que se articulan más naturalmente como son las distintas expresiones de la derecha.
– ¿Cuánto de esas miradas en exceso subjetivistas o personalizadas responden a la crisis actual del FDT y cuánto pensas que tiene que ver con transformaciones más generales, que han tendido a convertir la política electoral en estrategias de mercado relativamente desarraigadas de alianzas y partidos sólidos?
– Sí, yo creo que efectivamente es un fenómeno mucho más general, que no se da sólo en Argentina. Por un lado, hay una transformación de la estructura social, donde efectivamente los viejos actores no existen como tales y no sé cuánto se ha tomado nota de esas modificaciones. Por otro lado, hay un cambio en la forma en que se piensa la política, donde me parece que hay una lógica de la consultoría que ha reemplazado el análisis sociológico y, por lo tanto, el análisis en términos de fuerzas sociales. Entonces se piensa en clave de la coyuntura más inmediata y del voto y no de la construcción de poder en un sentido estratégico. A mí me parece que esto es particularmente preocupante para el campo popular, pero podemos ver que atraviesa a todos los campos. De hecho, se podría decir que parte de los problemas del macrismo también tuvieron que ver con esta imaginación de un actor social que no existió como tal dentro de los sectores dominantes y con una mirada excesivamente coyunturalista y electoral conducida por Marcos Peña y Jaime Durán Barba, que mostró su fracaso y sus límites. Entonces, me parece que este tipo de miradas efectivamente están atravesando tanto la situación a nivel internacional como al conjunto del horizonte político nacional.
– Volviendo a la coyuntura, la derecha política y el liberalismo económico parece estar ganando la partida en términos de imposición de un sentido común. Dentro del propio FDT el ajuste parece ser el único camino, y se discute en todo caso la magnitud y quién paga los costos. ¿Se puede salir de esa encerrona en la que parece no haber alternativas? ¿Cómo?
– Comparto que la derecha ha ganado la disputa por el sentido, pero justamente se conecta con los elementos anteriores. Creo que parte del problema de la pérdida del sentido común es justamente haber creído que el sentido se puede construir simplemente de un modo discursivo, con mero relato, y sin una presión efectiva de las fuerzas sociales. Esa es una muy mala forma para el campo popular de comprender el concepto de correlación de fuerzas, que por otro lado se juega y construye permanentemente. Entonces, la apuesta por desarmar a las fuerzas sociales que podrían presionar por izquierda al kirchnerismo o actualmente al gobierno terminó siendo un boomerang, en el sentido de que la única presión real pasa a ser de la derecha. Esto tiene que ser un aprendizaje fundamental: para cualquier gobierno popular resulta necesario, diría incluso casi indispensable, tener fuerzas que ejerzan un balance de las presiones de la derecha y ese balance lo constituyen fuerzas autónomas que presionan desde el campo popular. Haber jugado al desarme de esas fuerzas o al intento de subordinarlas a un determinado proyecto de gobierno terminó funcionando como un boomerang, y creo que es uno de los elementos fundamentales para entender la derrota en el plano de la disputa de sentido que lleva a que la discusión sea la magnitud del ajuste. Un buen ejemplo de lo que estaba planteando es el triste rol del sindicalismo en este último lustro, y cómo ha terminado avalando, particularmente a partir de la asunción de este gobierno, paritarias a la baja. Es un actor que está claramente faltando en la disputa por la correlación de fuerzas, en una defensa mucho más contundente en clave de lucha por el salario. No solo me refiero a los clásicos “gordos”, sino a muchos gremios que como parte de sus acuerdos con el gobierno han dejado que se deteriore la situación de sus bases.
– Trabajaste mucho sobre los efectos sociales de la pandemia. Hay una dinámica de la crisis argentina que tienen sus particularidades y además ahora tenemos una guerra en Europa, ¿pero cuánto pensas que se vinculan el hartazgo, la incertidumbre y la desesperanza de la que tanto se habla con las heridas sociales que nos dejó la pandemia?
– Creo que efectivamente algunas de estas transformaciones se vinculan con el legado que deja la pandemia, pero yo diría que el legado no lo deja la pandemia, sino las dificultades para elaborar la pandemia. Porque la pandemia es una tragedia, pero como tragedia podría haber implicado una oportunidad. Era una oportunidad de justificación y de legitimación única de políticas de redistribución del ingreso y no se aprovechó. Quizás el quiebre más claro se lo ve en el retroceso en relación a la expropiación de Vicentín, en el momento en que mayor legitimidad se podía tener para hacerlo y con un nivel de apoyo al gobierno superior al 80%, inédito desde el 1983 en Argentina. Eran circunstancias extraordinarias para trabajar de otro modo la elaboración esta tragedia y aprovecharla como trampolín para una transformación social. La tremenda falta de manejo de esa situación y la destrucción de la credibilidad de la palabra presidencial con ese famoso cumpleaños, que creo que es el fin del gobierno de Alberto Fernández y de su legitimidad, implicó que esa herencia de la pandemia termine elaborándose en esta clave de desesperanza, de antipolítica y de abandono de la participación en la escena pública por parte de grandes sectores de la población. Pero esto no era un resultado inevitable ni directo de la pandemia, sino en todo caso de la forma en que la estructura política lidió con ella y de las formas de elaboración social de la pandemia, que son siempre construcciones que no son inevitables y que podrían haber sido no sólo distintas, sino incluso absolutamente contrapuestas.