A principios de la semana pasada, el gobierno nacional soportaba casi dos meses de corrida cambiaria en su contra. Una aspiradora de dólares que apuntó a forzar una devaluación, torcer el rumbo de la política económica, y/o arrodillar al gobierno ante los acreedores externos y las potencias mundiales a su servicio. Quienes encararon la corrida tienen los pesos para hacerlo y, evidentemente, son muchos.
¿De dónde salen esos pesos? Son ganancias que obtuvieron bajo este mismo esquema económico, transformadas en un poder contra el mismo modelo que les permite obtenerlas, para conseguir aún más ganancias. Un ejercicio de poder económico. Pero también un ejercicio de poder mediático, agitando segundo a segundo el valor del dólar ilegal (“blue”) como si se tratara del precio de todas las operaciones en moneda extranjera. Es decir, como si fuera un indicador de cuánto subirán los precios de todo.
Sin embargo, en principio el dólar “blue” sólo abarca el 5% de las operaciones en divisa extranjera. El 95% de las transacciones en dólares se realizan al dólar oficial. Claro está que, esta brecha entre ambas cotizaciones y su agite por parte del conglomerado mediático, activan los reflejos bimonetarios del conjunto de nuestra sociedad dada nuestra experiencia histórica real y reciente, y abren el juego a una fauna de cientos de miles de especuladores que remarcan sus precios a los consumidores, haciendo de una maniobra financiera en la city porteña un problemón económico real para millones de argentinos y argentinas.
Es parte de su poder: la capacidad de hacer girar las preocupaciones y posibilidades del conjunto de la sociedad –y del gobierno- alrededor de sus intereses. La capacidad de crear una bola de nieve real a partir de una bola de nieve ficticia.
No es nada fácil parar una corrida cambiara y evitar que su presión efectivamente se pase al dólar oficial. Mucho menos con la lápida de los vencimientos en dólares con el FMI en la espalda y casi sin entradas de dólares vía comercio exterior (estamos importando más de lo que exportamos). Vía el Banco Central, el gobierno optó por encarar la corrida en los términos de la propia corrida: vender los dólares que hiciera falta hasta bajar la demanda, y así aplacar su precio.
Hay que tener muchos dólares para sostener esa pulseada: hasta que se le acaben los pesos o las ganas a los “corredores”. Y el gobierno no tiene tantos dólares. Apostó por un camino que podía fallar, que falló, y que no se puede abandonar en la mitad del río. En ese contexto, empezó a posar la lupa sobre posibles fuentes de dólares y, sin mucha originalidad, encontró al “campo”: ese fetiche asociado a una rentabilidad infinita, que parece no tener sujeto ni heterogeneidades sociales internas que puedan ser parte de un proyecto nacional y popular.
Alguien alertó a las autoridades nacionales sobre una realidad: a esta altura del año, en 2021, los productores habían vendido más granos que ahora. Más exactamente, mientras arreciaba la corrida a fines de la semana pasada, había un 20% de la cosecha que aún no se había vendido. Esos granos, una vez exportados, equivaldrían a 2.600 millones de dólares. Dólares que podrían servir para sofocar la corrida cambiaria en los términos de la corrida cambiaria: es decir, vendiendo dólares a los que empujan la corrida cambiaria.
Hay que destacar que el 80% de la cosecha sí fue vendida, aunque no alcanzó para revertir la pulseada. Eso tiene que ver con que la mayoría de los productores agropecuarios, aún con una muy buena rentabilidad, son pequeños y medianos. No tienen tanta espalda económica y están obligados a vender su producción para afrontar las deudas en base a las cuales desarrollaron la producción.
No obstante, el grueso de la producción –o sea, el grueso de los dólares- no están acaparados por ellos, sino por unas pocas grandes empresas. De acuerdo al propio Ministerio de Agricultura, el 10% de las firmas acaparan el 60% de la tierra sembrada con soja, y se estima que controlan el 80% de la producción. Ese es exactamente el tipo de empresa que sí tiene espalda financiera para balconear –y hasta participar- de una corrida contra el peso, a la expectativa de obtener más pesos por la misma producción dolarizada.
Son sólo 5.500 firmas agrícolas perfectamente identificables. No son “el campo”. Y en cualquier caso, de nuevo, el 80% de la cosecha ya está vendida –los precios internacionales comenzaron a bajar-, de modo que aún este tipo de empresas debe haber largado parte de sus granos.
No obstante, ganó cuerpo la idea de que todo “el campo” amarrocaba dólares en sus silo-bolsas, en un nuevo capítulo de un divorcio innecesario entre las mayorías populares urbanas y el mundo agrario, identificado sólo con sus sectores más poderosos. El presidente advirtió “al campo” que no le “doblarían el brazo” y mandó a tomar medidas. El funcionariado se puso a pensar cómo hacer para lograr que los productores que aún no habían vendido la cosecha se deshagan de esos granos. Y se repitió la misma lógica que con la corrida cambiaria: abortar el conflicto conformando a quienes desafían al gobierno.
En este caso, satisfaciendo los intereses de los productores que aún no vendieron: ofreciéndoles un precio en dólares un más alto por el 30% de sus granos por un mes (para que liquiden ya), lo cual, en los hechos, equivale a un precio sin retenciones para esa parte de la cosecha. Sin saberlo, en vez de mostrar fortaleza el gobierno mostró debilidad: el que no vendió la cosecha razona: “si me dan un 30% de los granos a un dólar más alto, ¿por qué no un 50% de mis granos, o el 100%?”.
Nueva pulseada a ver quién aguanta más. Primero la corrida, ahora la lucha por el 20% de la cosecha. Dos luchas al mismo tiempo, relacionadas una con otra, y con dos denominadores comunes: en primer lugar, el gobierno encaró desafíos que, evidentemente, no está en claras condiciones de sostener; en segundo lugar, “desafía” a sus contrincantes… satisfaciendo sus demandas. De modo que no pone límites: los corre.
Por último, acaso un tercer punto en común, es que no señala ni aborda con claridad para el conjunto de la sociedad a las verdaderas minorías que concentran las divisas, las ganancias y el poder que ejercen contra el propio gobierno.
Hemos visto el caso de la concentración de la producción de granos, pero peor aún es el caso de la concentración de la exportación de esos granos. Allí no son 5.000 grandes productores, sino sólo 10 firmas que concentran el 45% de todo el comercio exterior argentino. Entre las más destacadas están Cargill, Bunge, ADM, COFCO y Dreyfus. Ellas reciben los granos de los productores –a quienes pagan en pesos- y luego lo venden en el exterior en dólares.
Un informe reciente publicado en la revista Crisis muestra que estas empresas evaden impuestos y pedalean la liquidación de esos dólares al Estado gracias a resoluciones de la última dictadura y del macrismo que aún siguen vigentes. ¿Por qué no comenzamos por cambiar eso? Sólo este año el Estado perdió alrededor de 2.000 millones de dólares en virtud de estas maniobras, sumados a otros 2.000 millones del año pasado (todo eso suma mucho más que el bendito 20% de la cosecha de este año).
Además, las cerealeras realizan maniobras ilegales por sobrefacturación de importaciones (fuga de capitales) y subfacturación de ventas (evasión impositiva) por otros miles de millones de dólares. También pagan a los productores menos de lo que deberían por su producción.
¿Con qué necesidad, entonces, se vuelve a encarar una lucha infructuosa, mal dada y contraproducente contra cientos de miles de productores y comunidades del interior del país que se sienten acusadas por el discurso anti-campo, cuando tenemos delante de nuestros ojos estas 10 firmas que verdaderamente concentran los dólares, estafan al conjunto de la sociedad y al Estado, no están arraigadas a nada más que a sus casas matrices en el exterior, y cuyas maniobras pueden neutralizarse cambiando una simple resolución gubernamental?
No hay margen, pero acaso estemos a tiempo. Es necesario medir mejor las fuerzas y tomar medidas para hacerlas crecer. Eso se logra apuntando mejor, afectando a minorías y mejorando la situación de las mayorías.