Como cada 7 de Agosto desde 2016, los movimientos sociales y la economía popular gremialmente organizada en la Unión de Trabajadorxs de la Economía Popular (UTEP) saldrán a la calle para visibilizar sus demandas y reivindicaciones en el marco del día de San Cayetano, patrono del Pan y el Trabajo.
El credo popular siempre tuvo relación con el contexto socioeconómico. En este sentido, los sectores populares fueron venerando a figuras que no responden necesariamente a la ortodoxia eclesiástica oficial, sino a su condición de héroes populares, como por ejemplo el Gauchito Gil.
A la vez, también fueron puestos en el altar algunos santos cuyas acciones benéficas constituyen una respuesta esperanzadora a necesidades insatisfechas y derechos vulnerados de las mayorías populares, resignificando en el proceso su simbología y su culto. Tal es el caso de San Cayetano.
Como ya ocurrió en otros momentos del siglo pasado, hoy esta movilización vuelve a tener lugar en el marco de una crisis capitalista global que se inició en 2008, que se profundizó con la pandemia y que cuenta con el ascenso de fuerzas de extrema derecha que buscan canalizar el descontento y el temor de millones de personas ante un orden que se resquebraja, precariza la vida, profundiza las desigualdades sociales y no da respuestas que reviertan la situación. Por el contrario, los efectos de la guerra entre Rusia y la OTAN en Ucrania ya muestran que los padecimientos continuarán con altos niveles de inflación y economías estancadas.
Un poco de historia
Surgido en el marco de la crisis mundial capitalista de 1930, que en nuestro país tuvo como correlato el golpe de Estado contra Hipólito Yrigoyen, la restauración del régimen oligárquico/conservador y el inicio de la denominada «Década Infame», el culto a San Cayetano comenzó a popularizarse en esos tiempos.
Aquellos años de penuria comenzaron a posicionar a San Cayetano como uno de los santos con más devotos en nuestro pueblo que, así como en tiempos de crisis se crea su propia economía para subsistir, también apela a sus propios símbolos para seguir creyendo.
El 7 de Agosto -día en que se celebra la festividad del santo del trabajo en la parroquia del barrio porteño de Liniers- fue convirtiéndose a través del tiempo en un fenómeno de religiosidad popular y a la vez en un termómetro de la situación social y económica de los sectores populares.
Durante la última dictadura cívico-militar y en los años noventa se dieron las celebraciones con mayor masividad. Considerada años después como una de las primeras marchas contra la dictadura genocida, el 7 de noviembre de 1981, la CGT Brasil, conducida por Saúl Ubaldini, llamó a movilizar desde la cancha de Vélez a la parroquia de San Cayetano bajo la consigna “Pan, Paz y Trabajo”.
En años de terrorismo de Estado, de la plata dulce y la destrucción del aparato productivo del país, el culto popular a este santo actuó como un catalizador de la esperanza del pueblo trabajador en un futuro mejor y como expresión de resistencia de un pueblo castigado económica y socialmente.
En los años menemistas y de la primera Alianza, la fe popular tampoco fue ajena al contexto social de exclusión generado por la aplicación de las políticas neoliberales del Consenso de Washington. Los altos índices de desocupación y la extrema pobreza de aquellos años congregaron a más de cuatro millones de personas para el día de San Cayetano en el año 2000.
Casi 30 cuadras de cola durante días y horas para entrar solo unos minutos a la iglesia, prenderle una vela al santo y pedirle el pan y el trabajo que la política de Domingo Cavallo, Carlos Melconian y Federico Sturzenegger les había quitado.
Pero los sectores populares saben que los cambios no se logran rezando, y que el pan y el trabajo que el neoliberalismo les niega cada día no llegan a sus hogares y mesa sin lucha y organización. Por este motivo, en 2016, la marcha de San Cayetano fue el bautismo en las calles de la economía popular organizada, que hizo visible a una parte del pueblo trabajador que existía hace tiempo, pero que muchos desconocían en su realidad productiva, magnitud y alcance.
Desde ese entonces, la economía popular fue constituyéndose, junto al movimiento feminista, en uno de los actores políticos y sociales más dinámicos de la etapa, centrales en la derrota del macrismo en 2019. En el caso de UTEP, además, se dió lugar al surgimiento de una gremialidad de nuevo tipo que nos obliga a repensar el mundo de trabajo y su organización.
Una crisis que se profundiza: ¿hacia un consenso del ajuste?
Al panorama mundial hay que sumarle las particularidades de la crisis social, económica y política que atraviesa Argentina. Una coyuntura caracterizada por la pérdida del poder adquisitivo de los salarios que no se detiene desde hace cinco años, con una pobreza cercana al 50%, más una inflación interanual próxima a los tres dígitos y un acuerdo con el FMI que agudiza esta crisis en todos los planos, como ya sucedió todas las veces que el país se endeudó con este organismo.
A nivel político, el gobierno del Frente de Todos (FdT) se encuentra debilitado por las internas y por la falta de acuerdo y definiciones en el rumbo a seguir para superar una crisis en parte heredada y en parte autoinfligida. A más de la mitad de su mandato, la coalición oficialista continúa defraudando las expectativas depositadas por gran parte de la base social que lo votó en 2019 para revertir la situación dejada por los cuatro años del experimento macrista. Esperanzas que constituían un eje central del contrato electoral de este frente que no para de dinamitar su capital político al persistir en el camino del ajuste para “calmar a los mercados”.
Sin dólares en el Banco Central y sin financiamiento externo, presionado por corridas cambiarias cada vez más virulentas y por la especulación del agronegocio que retiene la liquidación de divisas para forzar una devaluación y también de los sectores importadores que se stockean ante un posible escenario de ese tipo, el gobierno se encuentra en un momento muy crítico en todos los planos. A lo que se suma un régimen de alta inflación que golpea con fuerza el bolsillo de todes y en especial el de los sectores populares.
En este contexto de conflictividad social en aumento, la marcha de San Cayetano adquiere una significación especial para los movimientos sociales. El fuerte ajuste en desarrollo para cumplir con las metas del acuerdo firmado con el FMI -el cual se suponía que era para evitar un escenario crítico como el actual- se siente más fuerte en los sectores populares. Encima hace años que la puja distributiva viene siendo muy regresiva para estos sectores mientras los dueños de todo maximizan sus ganancias en dólares especulando para forzar una devaluación, o por medio de la fuga de divisas al exterior.
Ante la política de moderación y complacencia con los factores de poder no parece surgir desde el gobierno, hasta el momento, una alternativa superadora al ajuste ortodoxo que ya venía aplicándose. Por el contrario, emerge un sentido común neoliberal acerca de la inexorabilidad de medidas como el recorte en políticas sociales, incluso entre sectores progresistas afines a la coalición gobernante.
Parece imponerse un consenso generalizado sobre la necesidad de aplicar el recetario neoliberal clásico: un ajuste de arriba hacia abajo que termina cediendo, una vez más, ante la extorsión de los poderes económicos concentrados en vez de tratar de recomponer los niveles de vida del pueblo y que el ajuste recaiga sobre los sectores con resto para capear la tormenta.
En ese sentido, el cambio de Martín Guzmán por Silvina Batakis al frente del ministerio de Economía no calmó a los mercados como se esperaba, a pesar del paquete de medidas fiscalistas destinado a ese fin, que la ministra anunció a los días de asumir, siguiendo la misma política que su predecesor e incluso profundizando algunos de sus aspectos ortodoxos.
Ahora, con los recientes cambios en el gabinete llegó el turno de Sergio Massa como “superministro de Economía”, un hombre de buenas relaciones con los fondos buitres y con Estados Unidos, accionista mayoritario del FMI. Pasan los nombres pero no se vislumbra una salida popular a la crisis y el FdT sigue perdido en su laberinto arrastrando tras de sí las esperanzas de millones.
¿Se puede gobernar la crisis sin priorizar el bienestar de las mayorías populares? ¿No es acaso el no empezar por los de abajo la principal causa de debilidad política del frente gobernante?
Los movimientos sociales y la deuda con el pueblo
En este contexto general, la movilización de San Cayetano encuentra a los movimientos sociales del FdT y de la oposición de izquierda luchando en las calles y estableciendo marcos de unidad para encarar un plan de lucha alrededor de medidas como el Salario Básico Universal (SBU), luego de meses de desmovilización y falta de iniciativa de las organizaciones que integran el frente oficialista.
La fuerza de los movimientos populares en la calle es una reacción muy positiva, porque siempre que hay crisis existen mayores posibilidades de un mejor desenlace para el pueblo trabajador con estos sectores masivamente movilizados, tensionando para que las medidas no sean siempre para beneficiar al poder concentrado.
En un principio, desde el gobierno dijeron que no cierran las cuentas para implementar el SBU, aunque ahora se estaría buscando como alternativa un refuerzo de ingresos que llegaría por única vez a un universo menor de los 7 millones de beneficiarios que contempla el proyecto original. Sin embargo, las metas a cumplir con el FMI y las señales que se emiten desde el mismo organismo dicen que no hay lugar a un gasto de este tipo que devenga en un paliativo para la difícil situación que atraviesan millones.
En el marco del avance del ajuste neoliberal, las organizaciones sociales y de la economía popular podrían ser una fuerza sobre la que apoyarse para pelear contra esos poderes que especulan. Sin embargo, esta marcha de San Cayetano también llega en el marco de una discusión sobre “los planes”, “los planeros” y los movimientos sociales, instalada por la propia Cristina Fernández de Kirchner.
Desde entonces se recrudecieron las campañas de estigmatización sobre las organizaciones sociales, llegando al extremo en Jujuy, donde se allanaron comedores y merenderos en una causa armada por la justicia del gobernador Gerardo Morales para perseguir y espiar a los movimientos de todo el arco opositor.
Así, este 7 de Agosto se da en un contexto de tensión entre la calle y lo institucional, entre el gobierno y los movimientos sociales que integran el FdT, porque es difícil contentar a todos los sectores. Porque para mejorar las vidas de los sectores populares necesariamente hay que tocar los intereses de los que más tienen. Algo que hasta el momento no fue una definición que se sostenga en hechos.
En la historia argentina la fuerza de las calles logró torcer el rumbo. Sin duda el final del macrismo en 2019 no hubiera sido tal sin la economía popular, el feminismo y el movimiento obrero organizado que salían diariamente a mostrar lo insostenible de la situación.
En el marco de la profundización de la crisis social y económica y de la falta de rumbo y dirección política de la coalición de gobierno, los movimientos sociales oficialistas mostraron una cambio de actitud y tomaron las calles. Algunos todavía están a tiempo de mirar por la ventana de los despachos y dependencias.