Lucas Rubinich es sociólogo y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Durante varios años ocupó el cargo de director de la Carrera de Sociología y a lo largo de su trayectoria como investigador ha abordado diferentes problemáticas ancladas en la relación entre cultura, política y sociedad. Sus trabajos sobre la circulación del Matín Fierro en el siglo XIX y las prácticas de lectura de los sectores populares, el proceso de modernización y radicalización experimentada por el campo universitario durante las décadas de 1960 y 1970, y la articulación de los sentidos comunes que permitieron la imposición de la revolución neoconservadora durante la década de 1990, son referencias obligadas para comprender esos temas.
Recientemente Rubinich publicó un nuevo libro, con un título más que sugerente: Contra el homo resignatus. Siete ensayos para reinventar la rebeldía política en un mundo invadido por el desencanto (Siglo XXI Editores). En esta entrevista, recorre los aspectos principales de un trabajo que aporta una reflexión rigurosa sobre el presente y advierte sobre la necesidad de apostar por una acción política que se guíe por horizontes trascendentes como condición para imprimir cambios históricamente relevantes.
– Aunque el libro contiene una reflexión sistemática que retoma problemas y conceptos de las tradiciones clásicas de la sociología, es un libro de intervención y el título va muy en esa línea ¿viene a dialogar directamente con otros libros que en el último tiempo retoman la idea de la rebeldía para pensar la época?
– En realidad no, la verdad el subtítulo fue simplemente así porque salía como consecuencia del título principal. De la propuesta central que es pensar situaciones donde se expande un sentimiento de inevitabilidad y como existen tradiciones rebeldes y de qué manera esas tradiciones rebeldes se puedan reinventar para enfrentar la resignación. De hecho el título viene de un artículo mío de un editorial de una revista que dirijo, que se llama Siete ensayos, revista latinoamericana de sociología.
– Si bien tu trayectoria tiene intercambios entre la producción académica y la vocación por intervenir en lo público, ¿este es un libro que es básicamente el producto de esos cruces?
– Para mí la pregunta fundamental siempre es “¿para qué diablos uno está acá y hace lo que hace?”. En el libro puse un epígrafe del poeta latino Horacio que traducido a buen porteño sería “de qué te reís, si cambiamos el nombre, la historia se refiere a vos”. Porque todos estamos metidos en este mundo, por ejemplo, en el mundo académico que yo también critico.
En ese mundo académico, después de las conferencias de Bolonia, se produjo una reorganización donde prácticamente la influencia de la mercantilización sobre la educación también llegó en términos mediados al mundo universitario. Se evalúa por cantidad, se deja de lado la calidad. Todo a nivel internacional. Y por eso algunos dicen “bueno, esto ya es así”. Y yo digo que no importa que esto sea así, uno tiene el derecho -sobre todo en una tradición de la universidad pública- de plantarse y decir que le parece que esto tiene unos problemas serios, que esta es una manera de opresión por la productividad. Más allá de que en nuestro caso, en la carrera de Sociología siempre hay debates, agrupaciones políticas, que dinamizan un poco la cuestión, pero sin embargo, también hay un achatamiento. Entonces para mí hay algo que es una tarea relevante. Yo enseño Teoría Social y la teoría social de los clásicos me dice cosas que me problematizan frente al mundo como está.
¿Qué hago yo con esas cosas que enseño a personas que van a primer año? ¿Simplemente las enseño como si fueran una especie de dogma? Yo tengo la responsabilidad y la implicación fuerte como persona, como ciudadano de este mundo, que tratar de intervenir sobre ese mundo y hacerlo desde el lugar específico que ocupo. Porque yo formo gente que hace carrera académica, pero yo peleo contra el puro carrerismo, de la carrera académica como un fin en sí mismo. Uno tiene que hacer su trayectoria, pero tratando de construir objetos analíticos que digan algo sobre el mundo, sino ¿por qué diablos estamos acá?
– Una de las nociones centrales del libro es “la cultura del capital financiero” ¿por qué elegís ese término para referirte a la cultura predominante habiendo otras más o menos equivalentes? ¿qué te permite decir?
– Me parece que el neoliberalismo como concepto, que es pertinente, está demasiado usado y termina abarcando demasiados sentidos. Entonces me pareció mejor darle una vuelta de tuerca y recuperar cómo se conforma esa mirada histórica que inclusive es contradictoria con las propias tradiciones liberales inclusivas. Por ejemplo, ciertas miradas republicano-liberales tenían ideas acerca de lo público muy fuertes. Pensemos en la pandemia y en qué es lo que ocurrió en su momento con los creadores de la vacuna contra la poliomielitis. Tanto Sabín como Salk dijeron que era patrimonio de la humanidad, que no la iban a patentar, fueron el último de los mohicanos.
Y agrego que esa cultura del capital financiero es una fuerza político-cultural para enfatizar en que hay una cultura predominante que atraviesa distintos espacios. Y lo que aparece como predominante no es la idea del ciudadano, sino la del individuo pragmático. Es la idea de que no hay salvación porque no hay colectivo, entonces cada uno tiene que hacer lo que puede digamos es una especie de guerra de todos contra todos.
– Y es predominante porque cruza distintos espacios
– Con distinta intensidad. Uno lo ve, por supuesto, como una especie de antorcha en aquellos que reivindican la cultura predominante, pero también lo ve de manera inconsciente en las prácticas de gente que uno tiene más cerca. Porque la vida es así, porque las determinaciones sociales son muy fuertes, porque no existen a veces colectivos sobre los que acolchonarse, no tienen más remedio que, a veces, abandonadas ciertas tradiciones, hacer lo que se puede y entrar en esa cultura. Una cultura indudablemente predominante y por eso digo fuerza político cultural, porque atraviesa desde ya la cultura de los dos grandes partidos o lo que queda de ellos.
Está bien recordar que tanto el radicalismo como el peronismo tienen mitos fundacionales que tenían que ver con una idea de integración, de una sociedad inclusiva conflictiva, mitos fundacionales en donde está lo inclusivo. Bueno, esos movimientos están muy deteriorados. Por supuesto que hay gente que la pelea desde cada uno de esos lugares y quiere hacer otra cosa. Pero lo que yo digo es que la cultura predominante influye fuertemente en los comportamientos de las hilachas de los dos grandes partidos porque se destruyeron después de la década del ´90. Quedan fracciones dando vueltas y haciendo lo que pueden.
– En línea con esto, el libro tiene una tesis transversal que es que la Argentina es un caso especial para evaluar las tensiones entre los cambios que imprimió la revolución conservadora y la vigencia de un sentimiento igualitarista.
– Por un lado, para mí es muy importante plantear cómo las transformaciones de nivel internacional afectaron a las distintas sociedades. Las sociedades africanas estaban maltratadas desde siempre y son más maltratadas ahora. Haití es un país olvidado. Los países occidentales pierden con la reducción del gasto fiscal, pero sin embargo siguen manteniendo estructuras de otro momento histórico.
Por otro lado, me parecía bien interesante observar que la Argentina tiene una particularidad: las transformaciones son salvajes, pero sin embargo tiene una experiencia muy temprana de integración, incluso más temprana que algunos países europeos. La experiencia de integración de distintos grupos sociales subordinados a una estructura económica más o menos integrada desde fines del siglo XIX y principios del XX. Con todos los conflictos del caso, pero con un proceso de movilidad social ascendente y con la extensión muy temprana de lo público.
La Ley 1420, la ley de educación de 1884, es una revolución. Eso es muy temprano y genera un altísimo grado de alfabetización hacia las décadas del 50, 60 y 70. Para entonces, sacando Cuba, la Argentina es uno de los lugares más alfabetizados.
– ¿Cómo juega el factor político en esa experiencia histórica de inclusión?
– No es solo el proceso de movilidad social ascendente, sino que por la debilidad de las instituciones argentinas hay una mirada de desconfianza frente a las mismas y una idea de que nadie se siente menos que nadie. Es “mi hijo el dotor”, pero es más que eso.
Ahora, ese sentimiento igualitario poderosísimo tiene dos vertientes. Tiene la posibilidad potencial de ser interpelado para políticas inclusivas. Pero también, en la medida en que se ve deteriorado producto de la fragmentación y de los procesos de exclusión, puede ser interpelado por discursos de la diferencia. Hay gente que queda afuera y la gente que queda adentro, si no es interpelada por un discurso político inclusivo, elabora ese otro discurso. “Nosotros la hicimos solos”, “si nosotros pudimos, puede cualquiera”. Y eso es parte del sentimiento igualitario también.
Sin embargo, cuando ese “nosotros podemos” se queda en una fracción de la población y no hay un discurso interpelador fuerte, no es extraño que ese sentimiento pueda ser interpelado por discursos reivindicadores del individualismo pragmático que generan adhesiones Importantes por medio de la demonización del otro que no tiene ese recorrido exitoso. Entonces para mí la Argentina es un caso muy particular de estudio porque tiene esas dos posibilidades, que además pueden explicar lo que fue en su momento el triunfo de una fuerza conservadora como la de Mauricio Macri.
– ¿En ese sentido la cultura del capital financiero confronta pero también acciona sobre ese sentimiento igualitario?
– La Argentina es un laboratorio donde uno puede ver funcionando de manera arrolladora esa cultura del capital financiero, donde el actor principal es la corporación multinacional, donde el Estado después de la década del 90 es un Estado débil, con partidos débiles, digamos en hilachas, entonces la posibilidad de influir es una posibilidad menor. Pero me parece bien interesante ese análisis y ver cómo funciona esa cultura en un contexto como este.
– A partir de esto último, y teniendo en cuenta que es otra de las ideas fuertes del libro, ¿la moderación como tendencia evidente en una parte de las fuerzas que se caracterizan por algún nivel de confrontación con la cultura predominante? ¿sería más un problema de condiciones culturales que de estrategia?
– En el libro cito el caso de un escritor checo contemporáneo de Kafka, Jaroslav Hasek, que terminó siendo miembro del Ejército Rojo, pero que en 1905 ridiculiza a los políticos checos que bajaban la cabeza frente al emperador Francisco José y creó una performance, un partido que se llamaba “Partido del Progreso moderado dentro de los límites de la ley”. Y uno ve que los partidos tradicionales se convirtieron en el Partido del Progreso moderado dentro de los límites de la ley.
Más allá de la ironía, lo que ocurre es que efectivamente la idea de Margaret Thatcher de que no hay alternativa es una idea que se hizo carne en sectores del progresismo. Está claro que hay que hacer una diferencia. Cuando uno está en la cancha jugando el juego la cosa es distinta, pero también es verdad que uno tiene legitimidad como actor que analiza para decir estas cosas.
Me parece que hay que pensar que los cambios que se producen en las tradiciones progresistas son muy fuertes. Muchos compañeros creen que no se puede hacer nada. Legítimamente lo creen, entonces legítimamente creen que la forma moderada de gobernar es atender mejor a un treinta y pico por ciento de personas que están afuera. Y la verdad que como modelo de sociedad ideal es medio triste eso. De nuevo, en la inmediatez hay que hacer lo que se puede hacer porque se está ante una situación de excepcionalidad y lo que se invente está bien. Ahora digo que en términos de modelo de sociedad yo creo que uno tiene que imaginarse cosas que pueden ni saberse como son, pero que hay que hacer el esfuerzo por imaginarse por dónde puede existir una sociedad inclusiva. Y creo que ese sentimiento igualitario existente en la sociedad argentina es importante como para implementar algún tipo de política con alguna audacia.
– ¿Es inevitable no hacer una relación directa con el escenario político actual en donde la hipótesis de la moderación ni siquiera está dando resultados en lo inmediato?
– Por un lado, creo que eso forma parte de un complejo proceso histórico que se remonta a la caída del Muro de Berlín. Nos guste o no, la caída del Muro fue realmente un hecho significativo. A nivel internacional porque puso la cultura del capital financiero como predominante, atravesando distintas sociedades, distintos espacios sociales, distintos espacios culturales y políticos. Entonces la política del mal menor es el resultado de algo mucho más profundo todavía que es la idea de que se cayeron las alboradas salvadoras en política.
El otro día miraba un texto de un clásico que no necesariamente es alguien que tiene una mirada transformadora sobre la sociedad, que es Max Weber que en la conferencia “La política como vocación” que da en Múnich en 1919. Frente a un grupo de estudiantes termina diciendo que en verdad uno tiene que reconocer que en política nunca se conseguiría lo posible, si no se plantease lo imposible. Y este señor alemán dice eso en 1919 porque piensa que efectivamente la política se construye con objetivos trascendentes. La política como estrategia puramente defensiva es realmente muy poco productiva.
– ¿Qué lugar tienen en este análisis las experiencias de Gobiernos progresistas o populares de la región que sobre todo en la primera década del siglo emergieron como una especie de contratendencia a este predominio de la cultura del capital financiero y de la resignación como forma dominante de construcción política?
– Yo digo que la lógica de esa cultura predominante es predominante y es poderosamente predominante. Yo acuerdo con la definición de Emir Sader cuando dice que esos gobiernos son posneoliberales, y que tienen una cosa defensiva, en algunos casos más creativa, en algunos casos construyendo colectivos sociales que les dan más posibilidades de llevar a cabo mejor esa perspectiva, pero no es una cuestión de culpas o de deficiencias sino de cultura de época. Vos no tenés grandes alboradas salvadoras.
Uno podría decir que el mundo indigenista boliviano le da a ese proceso una cosa trascendente, el mundo bolivariano venezolano aportó una cosa trascendente, sin embargo es algo que se construye a los topetazos contra una cultura predominante. Pero ese plus de lo trascendente es fundamental para la sobrevivencia. Esa mirada predominante organiza el mundo, en ese marco son países que resistieron, resistieron y resistieron, como pudieron. Con fracasos, con idas y vueltas.
Y la verdad que salvo en esos casos que mencionaba, en el resto se trató de iniciativas imaginativas puntuales, inmediatas y hasta audaces, pero que no tienen el marco que uno podía tener en la década del ´20 o del ´60. En donde se podía pensar en la construcción de otras sociedades, inclusive por parte de los sectores políticamente más moderados, que decían “nosotros queremos la escuela para todos, el trabajo para todos”. No hablaban de la explotación, pero ahí se armaban discusiones absolutamente interesantes acerca de qué tipo de sociedad podía ser la sociedad de llegada, pero acá se habla muy poco de la sociedad de llegada. Porque no hay sociedad de llegada en el clima cultural más general, porque las grandes tradiciones rebeldes que existen y que hay que resignificar, y sobre las que hay que volver, quedaron agujereadas entre el símbolo que es la caída del Muro de Berlín, pero también otro símbolo fundamental que son las grandes derrotas de las experiencias de cambio en la década del ´60 y ´70 en América Latina. Que son grandes derrotas políticas, militares y sobre todo culturales.