¿Qué hacemos con lo que nos pasa, frente a lo que pasa? Sin etiquetas, rótulos, ni diagnósticos, asumir y poner en palabras el malestar y la ruptura que se da, cuando la tensión atraviesa umbrales de tolerancia, cuando nos encontramos siendo espectadores/as de la crueldad en una realidad dura por donde se la mire, y que además se encuentra siendo transmitida y narrada de las formas más horribles. ¿Qué más podemos soportar y que ya no?
El desánimo aparece como moneda corriente y el descreimiento se instala en el sentido común. Coleccionamos síntomas en un contexto de bruma subjetiva. Las vidas que se pierden parecen ser consecuencias contadas o cantadas en el desfile de odio, con la violencia propagandeada en forma constante, un escenario cotidiano que parecemos haber naturalizado hace tiempo. El propio intento de magnicidio de Cristina Kirchner nos habla de esto, la huella temporal de un hecho gravísimo en nuestro país, parece frágil como si fuera a perderse de la memoria drástica y dramáticamente.
En pleno escenario electoral, el clima se complejiza porque las operaciones discursivas avanzan en una orientación que refuerza el retraimiento constante. Rápidamente se instala la “antipolítica”, el enemigo interno, el castigo. De cara al domingo de elecciones, el escenario permanece abierto pero es innegable la idea preliminar o hipótesis del impacto en la no participación, no ir a votar no solo como producto del desgano sino también como una queja, en acto de ausencia.
La turbulencia política parece ser caldo de cultivo para esas expresiones del malestar. Se pierde algo del sentido cotidiano cuando el vale todo de derecha genera un sálvese quien pueda que acorrala y conecta una vez más, con aquello de la antipatía social a la que tal vez no estamos sabiendo interpretar.
Sin dudas el rebote en forma de activaciones defensivas frente a la amenaza que todo eso genera, no tarda en aparecer. Los vínculos se desgastan y tenemos frente a nuestros ojos los modos de producción de una subjetividad plenamente neoliberal, donde la desigualdad habla en sí misma acentuando padeceres y sufrimientos. Vivimos en la interferencia todo el tiempo, hoy la angustia social se presenta y se siente devastadora, agobia, y más cuando algo de lo agresivo recorre los discursos y los hechos violentos escalan con suma crueldad. Hay un real que nos enrostra esta deriva, una fragilidad frente a la cual se invita como fórmula clásica, a la quietud.
“Tu estado anímico pende de un hilo, como tu futuro, como tu sueldo, como tu alquiler, como tu salud mental. La salud mental es el nombre de un movimiento social: se trata de un problema político, tan íntimo como colectivo. El malestar es una palabra clave para investigar las desobediencias contra la vida capitalista”, escribe Emiliano Exposto y pienso cada vez más que aun en esta oscuridad tiene que haber respuestas. Que hay coordenadas en ese padecer y tenemos que nombrarlo, verlo, tocarlo, relacionarnos con él evitando “la psicologización, la patologización, que al contrario, individualizan los recursos anímicos y económicos para afrontar la crisis de la reproducción psicosocial”.
Vale entonces la pregunta acerca de ¿desde dónde o de qué manera encauzamos la descarga afectiva de la angustia, del malestar? ¿Qué lugar le damos en lo singular que representa y en lo colectivo? ¿De qué forma nos encontramos con ella para dejar de negarla, medicalizarla, acallarla y que no nos haga regresar a lugares más oscuros, o peores?
Si lo que vivimos es una avanzada del sistema y de la cultura represora hay que organizar una resistencia, y es urgente pensar en los modos de contrarrestarla abriéndose caminos que ya no son en forma de grieta, porque su extensión y amplitud tiene una porosidad más grande. Entender y encontrar lo político en todo, incluso en esa angustia y ese malestar es encontrarse en los pliegues reales, lo que toca la realidad íntima y colectivizada, saber cómo se arma, cómo se organiza.
Algo de esto resulta evidente cuando a su vez esta realidad se encuentra atravesada por una disputa de modelos económicos, sociales, de proyecto político. Necesitamos verlo con perspectiva histórica, porque cuesta entender cómo llegamos acá, a 40 años de la democracia necesitando defender desde lo más elemental el Estado de derecho, y entonces efectivamente volvemos a ver, a sentir el modo en el que lo que está en juego es mucho como para aceptar respuestas o maniobras sencillas.
¿Qué podemos hacer?
Sin dudas no hay recetas ni manuales, todos se quemaron, y solo algunas cosas sirven. Necesitamos repensar cuales son las herramientas vigentes y para eso el pensamiento crítico ayuda a desplegar, sospechemos de lo dado y radicalicemos una orientación de vida.
Pienso en ideas de personas con las que hablo y escucho, en la apuesta vincular de construir las alternativas pensando y haciendo con otres. Eli Gomez Alcorta expresaba algo hace una semana en el podcast La Cola del Diablo algo en lo que me quedé pensando y es esta idea de no intervenir solo en un plano de la realidad posible, en la agenda que se impone sino “mover los ejes”. Invitarnos a ese movimiento, porque se te puede presentar un mundo distinto si se cambia el eje, se apuesta a otro registro, que implica aprender de lo incómodo una vez más y no renunciar al futuro, no inmovilizarse.
La construcción feminista popular nos ha enseñado mucho en ese sentido: a tener la sana desobediencia de plantear ejes con el centro en la vida, a anudar todo en la política, a reclamar derechos en base a necesidades concretas y con la astucia de pensar lo especifico a la vez que lo transversal. Digan lo que digan, contra esos vientos y esas mareas que anuncian que no, que no es momento, que mejor moderar; hacer crecer un proceso, hacer olas desde abajo confiando en ese movimiento que nunca será lineal, ni puede fracasar de antemano.
Frente a lo explícito y sin metáforas o mediaciones que configura la turbulencia política, también podemos tener un registro más explícito de la acción y la insistencia, insistir en que los derechos es la escuela y el hospital público; y que eso no da lo mismo que este a que no. Votar o no votar, elegir una cosa o la otra, insistir en las consecuencias no como fantasmas sino como generación de conciencia constante, frente a la invisibilidad espontánea de las cosas que pasan. No podemos olvidarnos que en la disputa de sentido, la variable del tiempo y la memoria es lo primero a lo que las Bulrich, los Milei y Larretas tienden a querer desconfigurar.
Creo que en ese registro también tiene que tener un lugar diferente lo que pulsa negativo y muchas veces no podemos escuchar, es la realidad en nuestros barrios, es la contradicción presente. Edith Benedetti, a propósito del abordaje vincular de las problemáticas complejas, nos dice que la propuesta es generar experiencias que posibiliten la novedad de fundar con otros espacios, que habiliten y se opongan a aquello que destrama y desubjetiviza. Entonces un quehacer puede ser ver qué es lo que hoy destrama, lo que rompe el lazo, y proponer otras cosas, en otros registros. Que pueden ser los del encuentro y la cercanía, pero que también tienen que dialogar con lo que ya está, como dinámica en una temporalidad cotidiana para las personas y lo que implica estar y hacer con otres.
La realidad económica es acuciante y eso organiza mucho de lo que vemos. Las prioridades están en claves distintas y así como también hemos aprendido que los efectos no son lineales, tal vez hace falta desromantizar claves y coordenadas, para repensar lo comunitario en una complejidad más cercana. Porque el foco en la salud mental, o las problemáticas del consumo por ejemplo, atraviesa todas las clases sociales y se expresa de distintas formas, en las que toca aprender por donde tramar y subjetivar incluso en el desafío de defender y construir un Estado con políticas que rompan la fragmentación.
Retomo acá a otras colegas, maestras como Claudia Bang y Marcela Bottinelli, quienes en un escrito sobre territorios y prácticas de cuidado en la construcción de derechos, plantean el modo de entender los territorios no sólo como espacios geográficos, sino también subjetivos, emocionales, sociales, deseantes, morales. La comunidad revaloriza el concepto de territorio, visibilizando sus múltiples racionalidades y posibilidades de resistencia y resiliencia ante las ausencias institucionales.
Tal vez necesitamos reconocer ahí mucho más de lo que estamos interpretando, sumergirnos en la idea-conflicto, atravesar la contradicción y el malestar aun cuando duele. Estar en la realidad presente con una mirada sobre la coyuntura con perspectiva histórica: qué pasó antes, qué puede pasar. Sabiendo que no es estática y si nos movemos, como los destinos se pueden torcer, transformar una y otra vez.