“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”
Antonio Gramsci
Volver al pasado
Con el 55,69% de los votos, casi 12 puntos más que su rival y con ventajas, en algunos casos muy amplias, en 21 provincias del país -salvo en Buenos Aires, Santiago del Estero y Formosa- ganó la expresión local del fenómeno que a escala global viene caracterizando estos últimos años: la ultraderecha que asciende en el marco de una policrisis civilizatoria.
El negacionismo apologético del terrorismo de Estado, el neoliberalismo en su versión ultraderechizada, quienes proponen la disolución de pactos democráticos básicos y la vuelta atrás de derechos conquistados, ganaron la elección más importante de estos 40 años de democracia ininterrumpida en Argentina. Su relevancia histórica radica en el riesgo democrático y el retroceso cultural que implica el reciente triunfo de Javier Milei en el marco de esta crisis civilizatoria que estamos padeciendo.
Nunca antes una fuerza de extrema derecha que no ocultó sus ideas ni sus proyectos negacionistas y de privatización y mercantilización de todos los aspectos de la vida humana y no humana, ganó una elección de forma tan contundente. Un hecho tan inédito como peligroso para nuestra joven democracia que vuelve a enfrentar otra vez a un proyecto político neoliberal con un recetario que desde inicios de la década del setenta del siglo pasado viene fracasando y causando tragedias sociales en distintas partes del mundo.
A pesar de esto, triunfó el candidato que a menos de 24 horas del cierre de los comicios ya aseguró que cerrará el Banco Central, privatizará YPF, la TV Pública, Radio Nacional y Télam. Políticas con un shock de ajuste que en el pasado dejó a miles de trabajadores en la calle provocando más pobreza para muchos y negocios millonarios para pocos.
¿Milei al gobierno Macri al poder?
Con la ayuda de los votos del tándem Macri/Bullrich, más la suma de los de Juan Schiaretti y de una buena parte del radicalismo, los peores augurios se hicieron realidad para el campo nacional, popular y progresista. La fragmentación de Juntos por el Cambio auto-infligida por el ex presidente resultó beneficiosa en votos para La Libertad Avanza (LLA). También hay que sumar a la ecuación, como una ayuda no menor, la complicidad de las grandes corporaciones mediáticas que blanquearon a personajes que habitaban hasta hace poco tiempo los sótanos de la democracia o estaban sumidos en el desprestigio social.
Hablamos de una negacionista pro-genocida como Victoria Villarruel y del mismísimo Mauricio Macri, responsable de haber tomado la deuda más grande de nuestra historia con el FMI; ambos serán gobierno en Argentina detrás de la figura de Javier Milei. Algo inimaginable hace tiempo atrás pero que marca el inicio de un nuevo ciclo político que estará marcado por la resistencia popular y el enfrentamiento directo con las fuerzas más oscuras y retrógradas de la historia argentina.
Un caja de Pandora y un claro ganador
¿Qué pasará con la dolarización de la economía y el cierre del banco central, dos de las medidas que Milei aseguró que no son negociables? ¿Se podrá implementar un programa “anarcocapitalista” de desmantelamiento de instituciones claves del Estado nunca realizado en el mundo? ¿Podrá Macri domar a Milei o se subirá al plan motosierra? ¿Cómo jugará la composición fragmentada del Congreso nacional y la movilización callejera ante esta nueva etapa en lo que respecta a la gobernabilidad de un proyecto excluyente y empobrecedor?
Ante estos interrogantes difíciles de prever, por ahora, sí tenemos la certeza de que hay un ganador claro: Mauricio Macri que vuelve recargado e impune con su “segundo tiempo”. En estos años, el ingeniero imputado en varias causas judiciales, compró La Nación+ y paulatinamente con la ayuda de operadores que se disfrazan de periodistas, logró que una parte no menor de nuestra sociedad crea que no fue él quien tomó la deuda más grande de la historia con el FMI y que hoy condiciona nuestro bienestar. Una deuda que el ex presidente destinó a la fuga de divisas de los fondos de inversión, los grandes jugadores del capitalismo financiero que necesitaban liquidez para sacar sus dólares del país. A esta situación también se le suma el pésimo acuerdo de Alberto Fernández y Martín Guzmán con la entidad financiera y la negativa a investigar el carácter fraudulento del endeudamiento.
Para sorpresa de muchos en Argentina, y en el mundo que estaba expectante ante este balotaje, finalmente asumirá la presidencia una fuerza política que pone en jaque acuerdos democráticos y derechos conquistados durante los últimos años. Nunca antes estuvo ante tanto peligro el andamiaje democrático construido desde 1983 hasta el presente. Cuatro décadas después parecen ser más los desencantos que las adhesiones que despiertan hoy las ideas de profundizar la democracia con más justicia social.
Crisis de representatividad, insatisfacción democrática y deudas pendientes
Ya se sabía que un triunfo de Sergio Massa hubiese sido un milagro luego de cuatro años de un pésimo gobierno del oficialismo que no cumplió con el mandato electoral ni revirtió las consecuencias dejadas por la presidencia de Macri. Por el contrario, en algunos casos, como la inflación, se agravaron los índices. A esto se suma una década de caída del poder adquisitivo del salario, más del 40% de pobreza y dos malos gobiernos de lo que hasta hace poco eran las coaliciones mayoritarias del sistema político argentino.
Ante este panorama se revela como un acierto clave de Milei el discurso anticasta que sintoniza con la bronca acumulada de muchos. Una figura en apariencia outsider de la política pero apoyada por grandes empresarios, blindada y amplificada por las corporaciones mediáticas.
Pero no importa si el discurso contra la “casta” no se condice con la realidad de la fuerza que finalmente accedió a la Casa Rosada. Lamentablemente el enojo contra la incapacidad de la clase política para brindar soluciones a los problemas que acusa la gente fue más determinante que la cantidad de cadáveres políticos que fueron resucitados para esta nueva ofensiva neoliberal en versión autoritaria.
Para que lo que hasta ayer parecía inverosímil logre encontrar un terreno fértil donde crecer, la política tiene que haber dejado de lado hace tiempo su capacidad de transformar la realidad en beneficio de las mayorías populares. Esto es innegable y explica está profunda crisis de representatividad que vivimos. No alcanzó la movilización y alertas de diversos colectivos que parecen ya no ser representativos para una porción mayoritaria de nuestro pueblo.
Pero lo que complejiza más el tema es que se le haya dado un voto de confianza a Macri, uno de los principales responsables de la crisis que vivimos por haber traído de nuevo el FMI a la Argentina. Y como sabemos, las presencias del organismo en el país siempre fueron experiencias traumáticas que terminaron mal. Más cuando nos subordinamos a sus políticas tal como propone el reciente presidente electo que considera a la justicia social como una aberración y que anticipó que llevará adelante “un ajuste fiscal mucho más profundo que el que ellos plantean”.
Un mundo en crisis
A este fenómeno se podría sumar los efectos subjetivos de la pandemia y de décadas de una cultura neoliberal que promueve el individualismo, la desafección política y la ahistoricidad. Núcleos de sentidos retrógrados que nunca se terminaron de desarmar pero que pueden servir como otra variable más para entender el resultado de esta elección.
Cómo suele afirmar Álvaro García Libera, toda derrota política implica una derrota cultural e ideológica previa que en nuestro país hace rato que se venía dando con una derecha que comenzó a prefigurar el mundo que pretende, despertando las peores pasiones que anidan entre nosotros: el racismo, la xenofobia, la homofobia, en definitiva el miedo y el odio. Aunque sea tarde, no está mal asumir que esté fenómeno se subestimó y que poco se hizo al respecto para revertirlo.
Los altos niveles de pobreza e indigencia, la precarización laboral que afecta a la mayor parte de la clase trabajadora, la desigualdad social endémica con ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres, la violencia institucional y estructural, la deuda histórica con los pueblos originarios, son algunos de los grandes problemas que las democracias liberales representativas no pudieron resolver en esta parte del mundo.
Decisiones que afectan la vida de millones se toman entre cuatro paredes y en muchas ocasiones los representantes en los parlamentos no cumplen con el mandato social que los llevó a ocupar una banca. Un escenario que hasta el momento el capital leyó y aprovechó para ensayar salidas reaccionarias con el fin de restringir aún más la capacidad de influir y decidir de las grandes mayorías en función de sus intereses.
¿Y ahora qué pasa?
Mientras tanto, para el movimiento nacional, popular y el progresismo se impone la resistencia y los balances acerca de cómo se llegó a esta situación y tratar de comprender cómo surge el apoyo de 14 millones de argentinos a un candidato a presidente que reivindica a Margaret Thatcher y a la dictadura genocida que la enfrentó en Malvinas. ¿Qué es lo que llevó a una amplia mayoría de nuestro pueblo a una opción de extrema derecha? ¿Se trata de los síntomas mórbidos que aparecen cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo de nacer, como advertía Antonio Gramsci ¿O estamos ante la posibilidad de algo nuevo que finalmente terminará de germinar y desarrollarse?
Lo que suceda de ahora en más lo dirá el tiempo y el nivel de organización y movilización de las fuerzas democráticas y progresistas. Sin duda se abre una etapa de resistencia y movilización callejera para las fuerzas populares de un país que cuenta en su haber con una larga tradición de lucha en condiciones adversas. Cómo se vió en el apoyo a Massa en el último mes, hay una mayoría amplia y diversa que no quiere una Argentina “liberal libertaria” y negacionista de la última dictadura cívico militar. Desde dirigentes y fuerzas de diferentes corrientes políticas, hasta colectivos y expresiones culturales de todo tipo, hay un masivo frente popular y democrático dispuesto a frenar este experimento neoliberal de ultraderecha en Argentina y no retroceder con los derechos conquistados.
Será en definitiva la correlación de fuerzas que el campo popular y democrático logre construir, sin moderaciones que disfrazan concesiones posibilistas, la que terminará definiendo si los de arriba o los de abajo marcarán el rumbo de estos años difíciles por venir. Volver a poner al país y a la región en un horizonte igualitario, progresista y construir formas posneoliberales de producir y distribuir riqueza será parte de la lucha por venir. Como también lo será la disputa ideológica para derrumbar el sentido meritocrático e individualista que impuso el neoliberalismo y volver a poner en el centro la empatía, los cuidados y la solidaridad con los otros para que nadie vuelva a creer que se salva solo o de la mano de salvadores sin historia.
Cumple sus sueños quien resiste
Al mismo tiempo se revela fundamental la defensa de las libertades democráticas básicas y la necesidad de poner en el horizonte la construcción de una democracia popular posneoliberal que logre mayores niveles de democratización en la toma de decisiones, en el control popular de los recursos naturales, de las fuerzas de seguridad, de los poderes del Estado y particularmente de la comunicación.
Resistir y también empezar a construir una alternativa que priorice la defensa de las mínimas condiciones de reproducción de la vida (como el acceso al agua y a los alimentos sanos) ante las salidas neofascistas y frente a la captura mercantilizadora de la totalidad de los ámbitos, incluidos el goce o el futuro. Para ello son necesarias otras medidas estructurales que afecten intereses concentrados, como una reforma judicial con perspectiva de género y una reforma impositiva progresiva. Lo bueno de todo, es que ya sabemos que hay con qué y que hemos salido de condiciones mucho más adversas que las actuales con coraje, decisión y movilización. Porque como decía Raúl Scalabrini Ortíz, “el que no lucha se estanca, como el agua. El que se estanca, se pudre”.