Quienes nos pensamos como parte de un todo más grande que nosotros, sabemos que ese todo nos forma, lo formamos y lo queremos transformar. Porque somos un punto entre mil tramas que nos atraviesan más de lo que nosotros las influimos a ellas, pero tenemos la convicción de que intervenir es también una forma de estar. Quizás la mejor, la más virtuosa, la más potente. ¿En qué ambiente nos estaremos moviendo en los próximos días? ¿Es que todo está perdido y sólo queda duelar?
La realidad no es estática sino dinámica, y eso significa que (nos lo enseñaron nuestros maestros) la principal propiedad de la materia es el movimiento. Y si el mundo cambia todos los días, es de prever que cambie rápida y notablemente: gran parte del voto a La “Libertad” Avanza se nutre de un “voto anti” antes que de una profunda convicción construida a lo largo del tiempo. Un voto que, vale decirlo, no es nada inocente: las propuestas ultra-precarizantes de la lista ganadora han permeado en nuestra sociedad y es necesario discutirlas. Pero, ¿cuál es su densidad? ¿Son una conclusión amasada a lo largo de una persistente experiencia histórico-política? ¿El trabajador hambreado que compró la propuesta de los vouchers educativos o de la destrucción del sistema público de ciencia y técnica, seguirá interesado en esas propuestas si el nuevo gobierno no mejora sustancialmente sus condiciones de vida?
El Estado argentino, construido como máquina de guerra de la civilización criolla contra la frontera y su más allá, devenido en el pasado reciente en desaparecedor de una generación popular y combativa, luego reformador estructural de la dinámica capital-trabajo en la década del 90 (sabemos en favor de quien), ¿es sólo eso? ¿No alberga en su seno mucho del acumulado de conciencia política y social de amplias mayorías de nuestro pueblo, incluso de muchos y muchas de quienes votaron a la fórmula ganadora en el reciente balotaje?
Y este acumulado, ¿no lo observamos en los mil y un conflictos sociales que ocurren ante nuestros ojos todos los días, en nuestros espacios de estudio, convivencia y trabajo? ¿En aquello que Antonio Gramsci llamaba “núcleos de buen sentido” al interior del sentido común? Retazos (y algo más) vivitos y coleando de valores y prácticas de solidaridad, organización y politización en clave igualitaria. ¿Pensamos que todo eso se perdió en la horripilante tarde del domingo 19 de noviembre de 2023?
Si el tiempo es un gran ordenador político, debemos confiar en él y ayudarlo a parir la próxima coyuntura. ¿Cómo hacerlo? En parte, obrando como indica la desagradable metáfora que da título a este artículo. Con paciencia para escuchar y esperar: el tiempo es un factor clave en la lucha política, y nadie dice que ese tiempo deba ser largo. Con saliva para exponer nuestras posiciones políticas ante quien piensa (y vota) distinto. Con mucho respeto, y sin ninguna concesión.
Dijo un dirigente profesional de dudoso provecho que, en política, conviene no cavar la zanja muy profunda por si después hay que volver a cruzar del otro lado. La metáfora puede resignificarse a la hora de pensar nuestras intervenciones en las próximas semanas. Si la política es, en cierto modo, el combate entre minorías por la conducción de las mayorías, conviene no interponer un abismo entre el grueso de los votantes de Milei-Villarruel y nosotros. Para que el pez del fascismo neoliberal se quede sin agua. Para que mañana, a medida que esos millones de compatriotas vayan padeciendo la experiencia de este nuevo gobierno, puedan llegar rápidamente y por sus propios medios a nuestro territorio en el campo de batalla. Confiamos en ellos y ellas, y los esperamos ansiosamente.