¿Los pueblos se equivocan? Si, todos nos equivocamos colectiva e individualmente. No es la muerte de nadie reconocerlo. Es más, tenemos derecho a equivocarnos y aprender de nuestros errores. Creer en la infalibilidad popular es vulgata demagógica. Ahora bien, ¿esto significa que deben ser señalados quienes votaron a Javier Milei? No, porque la mayor parte del voto policlasista que eligió a la ultraderecha “libertaria” no lo hizo por convicción ideológica sino por desesperación ante problemas que ya llevan más de ocho años sin solución y que, con el paso del tiempo, se agravaron.
Hace mucho que no hay votos ideológicos mayoritarios. Más aún en estos tiempos donde pareciera que ya no existe más el debate de ideas, sino que todo son nichos donde cada uno reafirma sus convicciones o lo que elige comprar como “verdad” en una especie de mercado de ideas, tal como opera el algoritmo de las redes sociales creando burbujas de realidad virtual a medida.
Bajo este fenómeno, el debate público se convirtió en una puesta en escena donde se dice y hace cualquier cosa por más votos de la misma forma en que se genera en las redes cualquier tipo de contenido para obtener más likes, interacciones y dinero. Y lo que se dice y hace en este mundo virtual suele ser cada vez más violento y agresivo, muy en sintonía con la crueldad que caracteriza este clima de época. Por esto mismo, el debate racional y argumentado es una especie en extinción, lo que impone complejidad a la hora de interpelar el voto a la ultraderecha.
Los mariscales de esta situación crítica por supuesto que hay que buscarlos en otro lado y no solo en nuestro lumpenempresariado que está blindado de poder y dinero suficiente para no sufrir las consecuencias de un ajuste salvaje y de las posibles decisiones irracionales provocadas por el dogmatismo ideológico de sus nuevos empleados. También hay mariscales de esta derrota -con posibilidades de ser histórica y de largo plazo- en el propio campo nacional, popular y progresista.
Por otra parte, el aparato comunicacional corporativo y tradicional, adaptado hace rato a las dinámicas de la redes sociales, también hizo su parte para blanquear ideas y personajes que hasta hace poco tiempo, el solo hecho de darle aire, traía aparejado un amplio repudio social. También se dice y hace cualquier cosa en la editorialización de la realidad que llevan adelante los voceros de las grandes empresas de comunicación en prime time y con mucho rating.
En este sentido, el aparato mediático operó para echar velos sobre el verdadero problema de nuestro país y del cual la inflación es una de sus manifestaciones recurrentes: las crisis cíclicas por la falta de divisas en una economía dependiente y estructuralmente desequilibrada. El famoso cuello de botella o restricción externa como en su momento plantearon desde la economía estructuralista argentina.
En definitiva, todas estas acciones contribuyeron para que una gran mayoría de compatriotas, cansados de ver su vida cada vez más precaria y pauperizada, “creyeran” que el ajuste es necesario y sobre todo que “el ajuste es el otro” (políticos, becarios del Conicet, feministas y trabajadores estatales, entre otros). Es que, salvo excepciones, nadie vota pensando en que va a ser la víctima o el objeto del sacrificio. Una gran mayoría vió una esperanza de cambio, pero ¿realmente votó cambiar hacia un fundamentalismo de mercado con macristas y menemistas reciclados y una promesa de años de recesión y alta inflación?
El enojo tuvo sus mediaciones, cómplices y direccionamiento hacía chivos expiatorios previamente seleccionados y demonizados intencionalmente para generar consenso social, atacarlos y después avanzar en la quita de derechos para todos. Cuando se está mal y no se avizora una salida, alguien tiene que ser el culpable. Como dice la famosa canción de la legendaria banda nacional de metal pesado Hermética, “cuando el humano se hunde siempre busca un responsable”. Después los avatares de la lucha política y de clases son los que definen quiénes son o serán los responsables de las crisis.
Pero, como en el cuento La carta robada de Edgar Allan Poe, todo esto que ahora analizamos con el diario del lunes, estaba ahí a la vista de todos y lo más evidente suele ser lo más difícil de advertir. En este sentido, hubo muchas cartas a la vista pero tal vez la más ostensible haya sido la decepción ante las promesas fallidas de los gobiernos consecutivos de las dos principales coaliciones que engloban (¿o englobaban?) a la mayor parte del sistema político argentino. La crisis de representación estaba a la vista, pero ¿era tan evidente que la salida a esto iba a ser una figura como Milei o simplemente operó la negación como mecanismo de defensa ante una realidad que se sabía difícil de revertir y digerir?
¿Crónica de una catástrofe autogenerada?
Todavía no asumió Javier Milei en la Casa Rosada pero ya se anunciaron varias políticas que, en caso de implementarse, no significan otra cosa que una profundización de la crisis y una catástrofe social en ciernes: estanflación durante dos años; liberación de los precios; el no ingreso al grupo BRICS; crisis energética para este verano; privatización de los medios públicos; desfinanciamiento de la obra pública; cierre de ministerios, secretarías y el Banco Central; eliminación de precios cuidados y más endeudamiento con el FMI.
¿Irán por todo como parecen anunciar o lo que buscan es generar climas antes de asumir el gobierno, momento en que comienza a operar el famoso teorema del diputado radical Raúl Baglini según el cual cuanto más cerca del poder, más sensatos y razonables se vuelven las propuestas de los políticos? ¿Hay consentimiento generalizado para aplicar todo lo que por ahora son amenazas discursivas? ¿Cuánto apoyo legislativo tendrá este gobierno de ultraderecha y cuánto tiempo de gracia tendrá a su favor? No lo sabemos. Por el momento todos estos anuncios no hacen más que caldear el clima político que se vive estos días: una mezcla de tristeza, miedo y preocupación de muchos ante la posible certeza de que se le está echando nafta a un fuego que puede terminar saliéndose de control y quemándolo todo.
Estamos ante anuncios que configuran un programa que de aplicarse volvería a poner a la Argentina como ejemplo extremo de las políticas neoliberales, tal como sucedió en los años noventa cuando se implementó a rajatabla el recetario del Consenso de Washington dejando en manos privadas, con resultados desastrosos, recursos estratégicos para el país. Sumado al más del 20% de desocupación, la desindustrialización, el hambre, miseria y violencia que dejaron los años de hegemonía neoliberal. Esto no quiere decir que lo que vendrá será un calco de aquella etapa, pero sí podemos afirmar que tras una terapia de shock nada fue como antes en la Argentina.
Por el momento está claro que la “casta” política ya no tiene miedo, por el contrario, su parte más rancia y reaccionaria será cogobierno de la mano de la alianza Macri/Milei, incluso con cierto menemismo reciclado.
Las diatribas contra la “casta”, uno de los principales aciertos de los “libertarios”, parecen haber sido más una estrategia de marketing político que cayó en el momento justo y en el lugar adecuado. Tal vez sin haberlo planificado, como esas casualidades que de pronto se transforman en un golpe de suerte en la vida de alguien solo por el mérito de estar en el lugar preciso a la hora señalada. De nuevo habrá que ver cuánto tiempo de tolerancia tendrán estás contradicciones.
La crisis del peronismo (y de todos)
Si hay algo que indica que ya nada será igual es la crisis del peronismo, uno de los más afectados por esta desafección del pueblo y la ciudadanía en general hacia la política. Hace rato que el movimiento peronista perdió la audacia, la épica y la capacidad de disputa que lo caracterizó durante gran parte de su historia. ¿Cómo se explica que un gobierno peronista, más allá del desempeño desastroso que tuvo el Frente de Todos, pierda ante un discurso que demoniza al Estado? ¿Es una crisis de proyecto o es antes una crisis identitaria cuyos efectos hacen mella en las banderas históricas del movimiento? Como decía John William Cooke: “Reducido el peronismo a ser gigante invertebrado y miope, ¿para qué nos sirve el número?”.
Esta derrota es asimismo una derrota que va más allá del peronismo porque implica el retroceso de ideas sostenidas por un bloque más amplio y heterogéneo. Ideas fuerza como la importancia de un Estado robusto e interventor para solucionar los problemas de la gente; la creencia en la política como herramienta transformadora; la relevancia histórica de la lucha por los derechos humanos; y la defensa de lo colectivo y de la justicia social como solución a las crisis.
No deja de ser un problema estructural, para una corriente política de tradición inclusiva como fue el peronismo en la mayor parte de su historia, convivir hace décadas con una parte importante de excluidos y excluidas del sistema y sin poder dar respuesta a las transformaciones regresivas que el capitalismo tardío generó en el mundo del trabajo trayendo más precarización para amplios sectores de nuestra población.
¿Qué futuro se le está ofreciendo hoy a las mayorías populares que cada vez trabajan más y ganan menos? ¿Cómo llegó el peronismo a convivir con una realidad donde el trabajo en blanco es un “privilegio” y el acceso a una vivienda digna casi una utopía? ¿Cómo defender la importancia de la presencia del Estado en nuestras vidas cuando está ausente en muchos de los ámbitos que transitamos cotidianamente?
Justamente allí, donde desde el gobierno se aplicaron políticas cercanas al ideario histórico peronista, como ocurrió en la provincia de Buenos Aires con Axel Kicillof, se obtuvo un triunfo amplio en las urnas. El camino de un peronismo edulcorado y que rinde culto a la moderación fue una vía rápida hacia una formidable crisis porque ya se demostró ineficaz, entre otras cosas, para frenar el avance del neoliberalismo recargado y autoritario.
Todo esto también, como la carta robada del cuento de Poe, estaba ahí a la vista de todos y nadie podía o quería verlo. Los últimos años estuvieron signados por una derecha que no paró de radicalizarse y a un movimiento nacional y popular que no abandonó la senda de la moderación. Una crisis que el peronismo, acostumbrado a lo contrario, no pudo resolver y que a la vez lo deja en una situación de debilidad y con ello a todos los que desde diferentes tradiciones políticas integran el campo nacional, popular, democrático, feminista y progresista. Una pronta recomposición de este bloque político será necesaria para frenar a la ultraderecha y empezar a revertir la precarización de la vida, quizás el mayor desafío de nuestra época.