Política Ene 8, 2024

Gauchito Gil y la fuerza contra el fascismo

En este contexto hostil para el pueblo es necesario recuperar la potencia de nuestro santo pagano para visualizar y saber todo lo que tenemos, así como también lo que ellos no tienen y nunca tendrán.
Licenciada en Psicología
Santuario del acceso norte Salta Gauchito Gil (foto Lucas Alascio)

Como todos los 8 de enero, la Argentina se encuentra recuperando la mística de Antonio Gauchito Gil pero en un contexto hostil y muy difícil como pueblo ante un gobierno tirano, violento, hambreador y entreguista. Tal vez con más razón se pueda decir que el gaucho está presente todos los días en cada altar de hogar, de barrio, de ruta, en estampitas, estatuillas y tatuajes, y representa también la unión de las fuerzas para la resistencia contra el fascismo.

No solamente porque, además de ser necesaria, hay lugar para la espiritualidad, la mística en la lucha y en la creación de algo nuevo, sino porque también anidan allí tesoros subjetivantes para la transformación. La magia que une el creer y el hacer tiene potencia terrenal en lo que se explica y en lo que no; en ese mundo de fuegos presentes y por venir, en cada elemento que compone la mística del Gauchito Gil, como deseo motor, que mueve y que arma (como bien sabemos las feministas populares) y que los fachos no solo nunca entenderían sino que además nunca tendrán.  Humildemente vamos a recorrer algunos elementos de esta hermosa cartografía roja.

Lo popular que ellos no entienden  

Los rituales en las celebraciones del 8 de enero son principalmente un encuentro popular que reúne y se destaca entre otros festejos. La música, los bailes, las imágenes, la comida, el vino, los agradecimientos y las promesas son una manera de compartir y también una forma de vida.

En lo popular hay encuentro y hay manada; eso de juntarse es lazo real y es hermoso reconocerse allí. También hay territorio, porque la imagen de quien supo ser un trabajador rural, Antonio Mamerto Gil Núñez, expresa una profunda territorialidad. Desde Mercedes (Corrientes) a cada celebración local y federal, en los caminos de tierra y en las rutas, el gauchito está ahí acompañando caminos. También se encuentran símbolos patrios, banderas argentinas y provinciales más las clásicas banderas rojas que visten las fiestas del Gauchito. En las antípodas están los negadores de nuestros símbolos y de nuestra cultura, quienes deciden hambrear al pueblo y no podrían encontrarse o estar verdaderamente en un lugar de celebración popular y plebeya de este tipo.

Lo Sagrado que ellos no saben

El valor de lo sagrado tiene una profundidad espiritual que no es compleja, por el contrario, es simple pero requiere respeto y compromisos.  No son solo las creencias, es el respeto por la vida, a lo humano, a lo animal, a lo natural y a la madretierra.

El amor por sobre todo, es de lo más sagrado que el Gauchito nos enseña y nos da. Un amor del bueno, de ese que es para apasionarse y construir, para romper idealizaciones y simplemente amar: a una persona, a lo que haces, a tus amigues, a la familia que elegís y haces, amar las luchas, amar en las victorias y en las derrotas. El amor es sagrado y también es simple.

En la reivindicación de este lenguaje, hay que decir que la distancia con el fascismo no es solo de otro idioma, porque para quienes profanan valores constantemente, militan desde el odio y la crueldad, lo sagrado es desconocido, está por fuera de sus radares vitales.

Sin embargo, como pueblo, esa profundidad sagrada no se explica pero nos regula como una magia solvente que tarde o temprano nos hace defender lo común, lo valioso, en cada lugar y en cada tiempo nuestro.

El valor de la palabra para ellos no existe

A quienes somos devotos y devotas del Guachito Gil también se nos dice promeseros/as/es. Las promesas están hechas de palabras comprometidas. Implica ser consecuente con ellas en las acciones y en la realidad. Se trata de darle valor a la palabra y hacer lazo espiritual con ella. Intencionar, pedir, agradecer supone expresar, decir.

Elegir creer también es que para que las cosas sucedan, algo hay que hacer. Hay una cultura del esfuerzo pero no entendida como meritocracia, sino como acción positiva que la encontramos en activar y hacer movimientos individuales y colectivos, y en hacer honor a la palabra expresada.

Estamos frente a gobernantes que mienten descaradamente a diario, que corrompen sus relatos en cada acción y esto pareciera no importar. Un ejemplo de la ruptura de la palabra es lo que sucede con el significante libertad, utilizado como slogan o marketing partidario por el fascismo. Al mismo tiempo con acciones en la realidad (Megadecreto, Ley Ómnibus) se la intenta cercenar poniendo en jaque nuestra democracia.  Tenemos claro que sin democracia no hay libertad, pero para ellos el valor o el profundo significado de una palabra no existe.

Lo comunitario que ellos no tienen

Si hay algo que resiste toda prueba es que, tal como se aprende en la calle, la vida y el hacer comunitario entraman de verdad, son como una escuela.  Si se parte de las necesidades que se imponen, sean cuales sean, de una forma u otra se resuelven. Ahora bien, si se mira como es, en la vida común el individualismo se parte en dos, en tres o más y nadie se queda ni se salva en soledad.  Y cuando el Estado está presente, se potencia esa trama, se refuerzan las redes y se garantizan derechos más eficazmente gracias al modo en que se promueve el acceso a ellos.

En la historia del Gauchito el lazo comunitario articula todo. Se ayuda incluso al verdugo cuando este se arrepiente.  En la vida cotidiana el vínculo de ayuda posible establece una confianza y un conocerse, en los buenos o en los malos momentos, con errores y aciertos, siempre está la posibilidad de organizarse en la diversidad común.

Sin embargo a quienes traicionan para siempre y no les importa que haya personas que queden sin trabajo o no tengan para comer, e incluso promuevan que eso suceda, difícilmente puedan ayudar, empatizar, pensar y hacer colectivamente.

La fuerza es nuestra

Del cielo y de la tierra, de la lucha y de la organización, de la historia y de los pueblos, la fuerza es nuestra. Y porque el Gauchito es nuestro y es popular, entonces esa fuerza también lo es.

Lejos de ser fuerza idealizada o  altruismo de la voluntad, es la fuerza espiritual que se materializa en aquello que necesitamos para unir y para seguir, para enfrentar, para resistir y crear. Es una pertenencia identitaria en el defender lo nuestro como idea soberana; y es tener rituales de organización para atravesar el dolor, encontrarnos en las trincheras y en los refugios.

Por eso este 8 de enero renovamos las promesas y abrazando a nuestro Gauchito Gil nos encontramos donde estemos para multiplicar su imagen en el latir de esa fuerza.

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