La semana previa al 24 de marzo dejó dos escenas, en gran parte, contradictorias. La primera, por segundo miércoles consecutivo se hizo una movilización masiva en apoyo a los jubilados y también como respuesta a la brutal represión del miércoles 12, que tiene su máxima consecuencia en el grave estado de salud que atraviesa Pablo Grillo. Una movilización masiva que se hizo a pesar de un despliegue de seguridad más propio de un estado de sitio que de un Estado de derecho. Que tuvo más apoyos orgánicos y que vino después de una semana en la cual el Gobierno no pudo instalar, al menos totalmente, su versión de esa represión.
Esta primera escena, reafirma una tesis elemental: después de meses de reflujo, la mitad del país que se opone al experimento mileista, se empezó a reactivar. Ni más ni menos que eso, pero es algo significativo en sí mismo.
La segunda escena es la que resulta de sumar el aval al nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que el Gobierno obtuvo en la Cámara de Diputados y el respaldo más o menos tácito que tuvo el pseudo-estado de sitio, un dispositivo orweliano que hasta hace poco tiempo hubiera sido impensable en nuestro país.
Ambas cuestiones hablan, una vez más, de que el experimento que encabeza el presidente Javier Milei representa a un bloque social y no solo la aventura de una secta desquiciada. Lo dijo el mandatario en Expoagro, cuando les advirtió a los empresarios del agronegocio que quienes están en contra de sus políticas en realidad pretenden “ir por ellos”. Pero, además, a esta altura, hay que ratificar que en ese bloque social participa como actor de reparto todo un sector del sistema político. Un arco que va de la UCR a una parte del PJ, e incluye fuerzas menores como la Coalición Cívica, partidos provinciales o el grupo de Miguel Pichetto que en nombre de la “gobernabilidad”, desde que asumió Milei, no hace más que votar de acuerdo a sus conveniencias circunstanciales y también a partir de sus convicciones.
El trasfondo de esas dos escenas sigue siendo la crisis cambiaria y financiera. El gobierno no tiene los dólares que necesita para sostener su plan de estabilización y repite la receta archiconocida de acudir al endeudamiento. Y tal como pasó en todas las otras ocasiones, un acuerdo con el FMI representa varias cosas a la vez. Primero, el fracaso de una política económica que no ha generado las condiciones para sostenerse en el tiempo. Parte de eso se ve en el salto en el desempleo, en el estancamiento de las actividades económicas ligadas al mercado interno (construcción, comercio, manufacturas) o el bajísimo nivel de inversión que mostró el 2024. Segundo, es un manotazo de ahogado para ganar tiempo e intentar mantener el precio del dólar y los niveles de inflación, al menos, hasta las elecciones de octubre. En tercer lugar, y esto es lo que menos se dice, representa un fenomenal condicionamiento para el gobierno que pueda venir después.
A su vez, a trece meses de su asunción, el Gobierno está por primera vez en una posición claramente defensiva. Si bien sigue siendo sostenido fuertemente por arriba, acumula incomodidad y desilusión por abajo. Lo que no quiere decir que eso se traslade directamente a un apoyo a las variantes de la oposición, son dos niveles distintos de la dinámica social que pueden tocarse o no en el futuro.
Finalmente, en el campo social y político no mileista, la semana dejó algunas cosas relevantes. Por un lado, algo que no estuvo tan en primer plano. El martes se reunió la conducción nacional del PJ y sacó un comunicado sobre el acuerdo con el Fondo en el que rechaza “cualquier operación de crédito con el FMI que se realice violando el sistema normativo nacional y a espaldas del pueblo argentino». Habló también de “nulidad” y de “acciones anticonstitucionales”.
Acá surge un interrogante básico: ¿habrá ahí un aprendizaje de la experiencia pasada? ¿podrá ser esta posición la base para pensar una alternativa concreta al desastre que va a dejar el gobierno de Milei? El tiempo dirá, pero el no reconocimiento a los acuerdos con el organismo internacional que no fueron tratados por el Congreso, como sostiene la Constitución, sería algo tan disruptivo como auspicioso.
Por otro lado, además de la reactivación callejera, la CGT salió del ostracismo con algo parecido a un plan de acción y un paro general; y la marcha unitaria del 24 de marzo da cuenta de un reflejo interesante en un universo, como el de las organizaciones de derechos humanos, que estuvo fracturado en los últimos 20 años. Elementos que parecen insuficientes ante la avanzada que ya se impuso sobre las mayorías, pero que parecen imprescindibles si pensamos en cómo revertirla de acá en más.
- Esta columna es una síntesis del panorama semanal realizado por el autor el sábado 22 de marzo de 2024 en el programa Fuimos Muy Ingenues (FMI) de FM La Tribu.