Hace una semana usamos el término “larvado” para describir una situación económica y social que acumula fracasos y tensiones en un marco de estabilidad regresiva, que puede ser sostenida solo en el corto plazo. Estos últimos siete días no hicieron más que ratificar esa figura.
Por un lado, el Ministerio de Capital Humano anunció una baja en el índice de pobreza en el primer trimestre del año que implica una reducción de más de 20 puntos porcentuales respecto del primer trimestre de 2024 (y de siete comparado con el de 2023). La cifra se explicaría, sobre todo, por la merma en la inflación y, si bien, generó algún debate respecto de la metodología utilizada por el INDEC para el estudio sobre distribución del ingreso que sirve de base para esa proyección, expresa el efecto más concreto del aplanamiento en el ritmo de alza de los precios de los productos de primera necesidad que componen la canasta básica.
No hay dudas de que ahí está el único resultado positivo que el mileismo puede mostrar ante el diverso y fragmentado mundo que constituyen quienes viven de su trabajo. Sin embargo, en cuestión de días o de horas aparecieron otros datos que completan el cuadro. Empecemos por los que describen las condiciones de vida de la mayoría de la población.
El INDEC también difundió esta semana la evolución del salario real del sector formal de la economía en abril. En promedio, el mismo quedó 6% por debajo del nivel de noviembre de 2023. Los trabajadores del sector privado perdieron uno por ciento de su salario real, mientras que los del sector público un 15%.
De hecho, durante estos días se difundieron en los medios varios casos de profesionales o trabajadoras del sector público que para llegar a fin de mes comenzaron a trabajar en distintas aplicaciones de transporte. Algo que ejemplifica la tendencia al pluriempleo que registran los estudios sobre el mercado laboral y lo que el propio instituto oficial de estadísticas informó un mes atrás: dos millones y medio de personas trabajan más de 17 horas por día.
Esta pintura se completa con un dato más de esta semana: la brecha entre los extremos de la población se amplió en el primer trimestre del año. El 10% más rico concentra un tercio del ingreso, mientras que el 10% más pobre apenas se queda con el 1,7%. En concreto, el ingreso de los más ricos ya es 15 veces mayor al de los más pobres.
En este punto dejamos planteado un interrogante: cuando el Gobierno hace alarde de los resultados parciales en virtud de algunas estadísticas aisladas sin mencionar el esfuerzo que están haciendo los sectores más precarizados ¿Cómo es interpretado por quienes ven empeorar progresivamente sus condiciones de vida y no ven una posibilidad de mejora concreta en el horizonte? ¿Se alimenta ahí el enojo ante la distancia existente entre expectativas y realidad o se alimenta el reflejo de adaptación?
Vayamos ahora a otros datos nos llevan al terreno del segundo gran factor que explica la estabilidad regresiva lograda por el Gobierno libertario: mantener bajo el precio del dólar. Algo que, vale remarcar, ha logrado -al menos por ahora- mediante un endeudamiento sostenido que compensa la incapacidad de la economía de generar dólares genuinos mediante inversiones productivas, y la salida permanente de divisas por el abaratamiento de las importaciones y los viajes al exterior.
En primer lugar, se conoció la última semana que la balanza de pagos arrojó un déficit de casi 5 mil 200 millones de dólares en el primer trimestre del año. La magnitud de la sangría de divisas se aprecia claramente si tenemos en cuenta que en abril el FMI le dio al Gobierno un giro inmediato de 12 mil millones. A su vez, el propio organismo había proyectado un déficit de casi la mitad de esa cifra para todo el año.
En segundo lugar, el gobierno no termina de convencer a los capitales especulativos globales. Esta semana se oficializó la calificación del Banco de Inversión Morgan Stanley y el mileismo no podrá gozar de los beneficios que implican que el país sea considerado un mercado emergente. Este hecho puntual hay que leerlo en serie con algunos traspiés que el Ministerio de Economía viene teniendo para la colocación de nueva deuda.
Para cerrar, los últimos días dejaron dos escenas importantes para prefigurar lo que viene en el corto plazo. La primera, Milei entró en modo campaña de cara a las elecciones en la Provincia de Buenos Aires. Seguramente veamos un alto protagonismo del presidente y todo el repertorio que lo hace un exponente casi perfecto de la derecha radical global: personificación de los males que identifica en la sociedad argentina en una parte del sistema político, agresión verbal permanente a sus adversarios y reivindicación de la crueldad. Se trata de un dispositivo discursivo que al mileismo le ha rendido frutos evidentes, con el que ahora se enfrenta a dos objetivos clave: terminar de consolidar el giro a la ultra derecha de la amplia base antiperonista y mantener el apoyo de los desencantados con las fuerzas tradicionales y con el peronismo en particular. Este último propósito aparece como la gran incógnita a un año y medio de gobierno.
En tanto, en el campo no mileista, la primera semana post detención efectiva a Cristina Kirchner dejó una serie de manifestaciones que mantienen en agenda reclamos que más allá de fluctuar en los niveles de masividad incomodan al Gobierno y generan niveles altos de simpatía: como el conflicto en el Hospital Garrahan o los reclamos de las universidades públicas.
Junto con eso, la otra noticia pasó por los contactos dentro del peronismo bonaerense para intentar encausar una división de hecho que esta vez debería suturarse sin pasar previamente por las urnas. Más allá de la vocación que podrán o no tener los dirigentes para cerrar una propuesta electoral, la clave parece estar en si se generarán las condiciones para un relanzamiento. Cuestión que parece correr por dos andariveles adicionales.
En primer lugar, generar una forma de conducción (y construcción) que reconozca las centralidades, pero también las debilidades de un espacio político que no solo lidia con la demonización y la persecución judicial, sino sobre todo con los desaciertos y traumas de los últimos diez años. En segundo lugar, la necesidad de hallar la estrategia adecuada para enfrentar al mileismo. Estrategia que debería partir de una pedagogía acerca del desastre libertario, pero incluir a la par una perspectiva de futuro. Y que deberá afrontar dos desafíos extra: llevarse a cabo sin concesiones, aunque sin reproducir los modos de la ultraderecha, y encontrar los intérpretes más apropiados.