A esta hora, toda la atención está puesta en las elecciones legislativas bonaerenses. Sin dudas su resultado va a influir fuertemente en la evolución del escenario político y económico, aunque todo parece indicar que la crisis llegó para quedarse.
Repasemos primero los hechos que marcaron otra semana abrumadora para el Gobierno Nacional. Si bien quedó muy atrás, el domingo 31 de agosto el mileismo tuvo otro fracaso electoral, esta vez en Corrientes. Quedó cuarto en la elección para gobernador, luego de querer imponerles una negociación leonina a los hermanos Valdés. Ese día hubo además un guiño de los gobernadores de origen radical hacia la tercera vía que pretenden encarnar desde el espacio Provincias Unidas, que habla del creciente aislamiento de los libertarios. El lunes la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, denunció un complot ruso-venezolano para desestabilizar al Gobierno y, en un hecho inédito, el Ejecutivo consiguió el amparo para censurar la difusión de audios de Karina Milei. Eso le permitió al oficialismo retomar momentáneamente la iniciativa al mostrar que al menos tenía una estrategia ante el escándalo de corrupción en la Agencia de Discapacidad, pero sumó cuestionamientos desde medios afines y añadió signos de alarma en un círculo rojo al que no le preocupa tanto el autoritarismo como la desorientación.
La semana siguió con la formalización por parte del equipo económico de la venta de dólares del Tesoro para contener el precio de la divisa. El gobierno recogió la bandera de la “flotación” entre bandas, modificando el régimen cambiario por segunda vez en cuatro meses. La jugada le sirvió para sostener el precio del dólar por debajo de los 1400 pesos. Pero sumó incertidumbre ya que la cantidad de dólares vendidos en los últimos días vuelve imposible sostener esa intervención, aunque más no sea hasta las elecciones de octubre.
Si el acto de Milei en Moreno puede haber tenido un efecto neutro de cara al cierre de la campaña bonaerense, después de toda la polémica previa por la seguridad del presidente y de las imágenes que contrastan con las escenas de entusiasmo que los libertarios generaron en 2023, el jueves el Senado volvió a darle un golpazo al oficialismo. La media sanción a una ley que hace más fácil el rechazo parlamentario de los Decretos presidenciales hace pensar en un futuro más complicado para el experimento libertario. La derrota 63 a 7 que ratificó el rechazo al veto presidencial de la Emergencia en Discapacidad reforzó la imagen de aislamiento e impotencia del Gobierno.
Dicho esto, todo lo que viene pasando en torno a ese tema discapacidad merece un párrafo aparte. La pelea de las familias y profesionales del sector expone una vez más la capacidad de organización y la tradición de movilización que existe en la sociedad argentina. Sin esa pelea es difícil pensar cómo se puso al descubierto un plan de acción que combinó la corrupción descarada con procedimientos premeditados para dar de baja pensiones sin razón justificada. Algo que seguramente no se trató de un modus operandi encapsulado, pero que marcó un límite en lo socialmente aceptable.
Hecho el repaso de sucesos clave arriesguemos algunas ideas sobre las elecciones bonaerenses. Si de lógica se trata, lo lógico sería que el mileismo pague los costos de su desgaste y que no pueda contener el caudal electoral que en su momento lograron Cambiemos y La Libertad Avanza por separado. En suma, La Libertad Avanza debería hacer una elección más cerca de su piso que, rondaría el tercio del electorado, que de su techo, que estaría en torno del 50 por ciento. Así, la hipótesis de una victoria contundente del miliesmo es la menos probable.
Argumentemos: por un lado, parece haberse instalado un escenario de plebiscito acerca de la gestión presidencial y no respecto del kirhcnerismo. Por otro lado, el oficialismo llega con una situación económica en la que el logro de haber bajado y controlado la inflación aparece licuado ante los indicios de recesión, la pérdida de poder adquisitivo de los ingresos populares, el aumento del endeudamiento familiar y la preocupación creciente ante la posible pérdida de las fuentes laborales. Si a eso le sumamos los escándalos por supuestos hechos de corrupción, la falta de pericia para moverse en tiempos turbulentos y las disputas internas, está claro que el desinterés y el ausentismo son fenómenos más probables hoy en las filas mileistas que entre quienes son posibles votantes del peronismo. A su vez, puede haber un voto “blando” que ante el proceso de desangelización que sufre el Gobierno migre hacia la opción de “centro” que ofrece Somos Buenos Aires.
De este modo, quedan dos escenarios más factibles. Una victoria módica para el oficialismo que no sanará la incertidumbre producto de la fragilidad financiera y de los cambios en el esquema cambiario, aunque, claro está, le dará un poco de aire para llegar a la contienda de octubre.
Y una victoria del peronismo que, por ajustada que sea, tendrá consecuencias más certeras porque, por un lado, va a acelerar la crisis de un gobierno, cuya cabeza no parece estar preparada para enfrentar una derrota, que se quedó sin programa económico y sin dólares y porque es de esperar que acelere la quita de apoyo entre el poder económico. Simultáneamente, una victoria de Fuerza Patria puede resultar decisiva en el reordenamiento del peronismo. Por más que quedará pendiente lo que pase en octubre, sería un espaldarazo claro a la figura y la estrategia de Axel Kicillof y por lo tanto puede abrir un panorama político muy diferente de cara al segundo tramo del gobierno libertario.
Sea como sea no queda otra que esperar. En todo caso, será cosa de volver a quemar los libros o de enfrentarse a un Gobierno que seguramente quede dispuesto a quemar las naves.