La última semana remarcamos que el Gobierno de Javier Milei llega a su segundo año en una situación que combina cuatro grandes variables: fortaleza política; una frágil estabilidad cambiaria; un nivel de inflación controlado, aunque en alza; y la aparición de síntomas cada vez más evidentes de una economía devastada.
Podríamos agregar que otra gran variable actúa como telón de fondo: la deuda externa del Estado argentino y su incremento sostenido en estos dos años.
En ese marco, el viernes 5 de diciembre el Ministerio de Economía confirmó la emisión de títulos públicos en dólares a cuatro años, cosa que no ocurría desde 2018. Aunque esta vez para ser colocados bajo jurisdicción argentina. Esto le permitirá al Gobierno afrontar un inminente pago a inversores privados, parte de la deuda creada durante el gobierno de Mauricio Macri y restructurada por Martín Guzmán, durante el mandato de Alberto Fernández. Milei lo festejó como un Mundial y los “mercados”, por ahora, respondieron con señales positivas. ¿Pero qué hay detrás de esta nueva puesta en escena?
Por un lado, vale recordar que, a partir de las elecciones de octubre, el Gobierno no solo salió fortalecido políticamente, además terminó evitando una devaluación que parecía casi descartada. El debate que se instaló de ahí en adelante estuvo centrado en la necesidad de acumular reservas y en la decisión oficial de no hacerlo e insistir en el endeudamiento como único camino para hacer ingresar al país las divisas que la economía argentina necesita y no genera.
Por otro lado, en paralelo se dieron una serie de hechos que están articulados. Hace unas semanas fondos de inversión y bancos internacionales anunciaron que no le prestarían a la Argentina más que 5 mil millones de dólares, lejos de los 20 mil millones de los que se había hablado en algún momento.
También distintas fuentes indicaron que el Gobierno estadounidense advirtió que no iba a volver a intervenir en el mercado cambiario si el gobierno argentino no se dispone a acumular reservas.
Incluso economistas que pueden catalogarse de todo menos de izquierdistas o de heterodoxos, como Domingo Cavallo, hicieron un nuevo llamado de atención para que el gobierno se haga de reservas y le sumaron la advertencia sobre la destrucción de la producción y el mercado interno.
Finalmente, hay que decir que, en concreto, el Gobierno no dispone de los recursos para hacer frente a los vencimientos de deuda previstos para 2026. En enero tiene que pagar unos 4.300 millones de dólares de la deuda con privados reestructurada. Y de ahí el anuncio de los bonos en dólares que se licitarán el miércoles. Pero en julio habrá otro vencimiento por otros 4.200 millones. Y más adelante hay que pagarle al FMI en concepto de intereses y amortización de capital 4.500 millones más.
Digamosló fácil: con el anuncio de la emisión de títulos se ratifica la escena de un país híper endeudado que se endeuda más para hacer frente a su deuda. Es más, un ministro, Luis Caputo, lanza un bono para hacer frente a parte de la deuda que él mismo generó hace ocho años. Todo demasiado ilustrativo, pero representa solo la punta del iceberg dado que el modelo liberal-libertario postula el endeudamiento como forma de vida. Ya ahí es necesario hacer una distinción: para algunos sectores minoritarios el acceso al crédito significa expandir sus posibilidades de inversión y consumo, para la mayoría implica una forma de precariedad permanente cuando no una vía de supervivencia.
Como decíamos antes, por ahora, las señales de los inversores fueron positivas, lo que no quiere decir que en el corto plazo no vuelva a manifestarse la inviabilidad de un esquema que alimenta una rueda perversa: reservas internacionales negativas, dólar bajo, acceso liberalizado al dólar para las personas físicas, apertura importadora y endeudamiento creciente.
Mientras tanto la ola de cierres, suspensiones y despidos en la industria sigue exponiendo un caso tras otro y se conoció que hay un record de empresas que abrieron Procesos Preventivos de Crisis en lo que va del año. Esto también hay que decirlo con claridad: el modelo liberal-libertario contempla entre sus objetivos reconvertir el sector industrial de la mano de una reestructuración basada en el sector primario y de servicios.
De ahí se entiende mucho más tanto la falta de iniciativas para aminorar la destrucción de empleo de calidad, como la falta de medidas para fomentar al menos ciertos sectores productivos –“la política industrial es la estabilidad”, dijo Caputo hace unos días–, como el espíritu que rige el proyecto de reforma laboral conocido en estos días. Y que podemos resumir en dos objetivos: facilitar la adaptación empresarial para procesos más ligados a brindar servicios que a producir bienes e imponer niveles de superexplotación de la fuerza de trabajo como vía de garantizar rentabilidad.
Creemos que en este espacio no vale la pena redundar en los argumentos para afirmar que el modelo Milei está condenado a llevar a la sociedad argentina al desastre y al padecimiento. No obstante, es algo que deberían tener muy en cuenta los dirigentes políticos que están haciendo fila para brindar apoyo legislativo e institucional a las políticas libertarias. Al fin de cuentas, ya deberían saber que, si el camino que se elige es el del saqueo, la sumisión y el sufrimiento, el vuelto de los que lo padecen puede estar a la vuelta de la esquina.

