El Gobierno disfruta de una calma esperable después de cerrar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que le permite disponer de muchos dólares para mostrar cierta previsibilidad a los especuladores financieros y frenar la sangría de reservas. El nuevo préstamo pone al Ejecutivo en buenas condiciones para lograr su objetivo de sostener un precio del dólar casi fijo y de esa manera contener la inflación. Cosa que, hoy más que nunca, aparece como su único capital político ante el grueso de la sociedad.
Sin embargo, a esa foto podemos sumarle varios elementos que nos llevan a plantear que en el corto plazo el panorama pueda no ser tan armonioso. Por un lado, la pretensión del equipo económico de Javier Milei choca con los intereses de los productores agropecuarios y los grandes exportadores del sector que pretenden un dólar más alto. Por otro, la devaluación del peso que implicó el nuevo régimen cambiario de flotación entre bandas, aunque no se disparó, está alimentando una tendencia a la suba de precios de los productos de consumo masivo, que viene desarrollándose desde febrero. Esto en un contexto de salarios pisados, augura un mayor conflicto entre empresarios y trabajadores o, en el peor de los casos, un mayor declive en los ingresos de las mayorías. Finalmente, la semana que pasó mostró una leve alza en el precio del dólar que habrá que seguir en los próximos días. Si bien todavía ese valor se mantiene por debajo de los $1200, vale recordar que MIlei afirmó varias veces que su objetivo es que esté en torno a los $1000.
Dicho esto, es interesante detenerse en algo que pasó en los últimos días y que sin dudas es un indicador del horizonte que encarna el experimento libertario en marcha desde hace 16 meses: las declaraciones de la titular del FMI acerca de las elecciones de medio término en nuestro país. El gesto de Kristalina Georgeva al alertar sobre la necesidad de que al Gobierno le vaya bien en las elecciones de octubre dice muchas cosas. Deja en claro el papel que ese organismo juega en el esquema financiero generado por Milei y Caputo, nos recuerda que el futuro de la Argentina es relevante en el ajedrez geopolítico actual y, al mismo tiempo, llama la atención sobre la fragilidad del modelo puesto en marcha por el mileismo y avalado por la crema del empresariado local.
Vayamos por partes. Por empezar, el FMI es co-impulsor y garante de ese proyecto de país que genera y refuerza inevitablemente lo que se llama una estructura social dual. O sea, que va delineando dos países en uno. Por un lado, ciertas actividades con mucho margen de rentabilidad, vinculadas a recursos naturales o al mundo financiero, que generan poco empleo formal y calificado. Por otro, una trama de actividades informales o precarizadas, que no garantiza el acceso a bienes y servicios básicos de calidad. En ese marco, se pueden entender mejor los datos de la economía de los últimos meses, difundidos recientemente por el INDEC. Una actividad económica que crece apalancada por sectores como la intermediación financiera, la pesca y la minería. Y un consumo en supermercados que se estanca o decrece, en paralelo a una suba de las ventas en Shoppings.
A su vez, el nuevo préstamo del FMI nos lleva a pensar también en cómo la subordinación histórica que padece nuestro país se refuerza en un doble sentido. Si está claro el papel que juegan el endeudamiento y la atracción de capitales especulativos globales en el menú de Milei y el ministro de Economía, Luis «Toto» Caputo, la disputa global entre Estados Unidos y China suma un elemento clave para entender lo que está pasando. Argentina se ha convertido en un territorio relevante en la pretensión estadounidense de debilitar el peso de China en la región.
Si los 20 mil millones de dólares aportados esta vez por el Fondo son una muestra clara de eso, ni que hablar la declaración del Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, difundida esta semana. El funcionario afirmó que, si hubiera una crisis externa inesperada, el Gobierno argentino podría recibir un apoyo directo con recursos del Fondo de Estabilización estadounidense.
Sin embargo, estamos en Argentina. Y si un Gobierno tiene como principal resguardo al FMI se apoya en una espalda importante, pero también tiene un problema grave. Ni que hablar si además el Fondo está tan implicado y ha puesto tanto en juego en ese vínculo que se erige en vocero de campaña. Para una gran parte de la población el FMI está asociado a crisis económica, incertidumbre y desenlaces violentos. Lo ratifican sondeos de opinión recientes que hablan de una imagen negativa del organismo que supera el 60%.
Entonces, si la ultraderecha que nos gobierna lucha por hacer del acuerdo con el FMI un logro épico y una señal de que todo va bien. Desde este otro lado del mundo, habrá que machacar con que el FMI representa el fracaso de la política económica mileista y construir una nueva pedagogía que explique cómo el futuro del país se juega en la resistencia a todo lo que el FMI trae y representa. Si eso no resuelve los grandes vacíos estratégicos que el campo popular padece de manera evidente desde hace mucho tiempo, al menos ofrecerá un punto de partida que puede ser compartido por muchos y muchas.