La semana pasada cerramos este panorama diciendo que lo más lógico era que el mileísmo no ganara en la Provincia de Buenos Aires y que si eso se ratificaba en las urnas también era lógico ver a un Gobierno más dispuesto a quemar las naves que a aplicar algún tipo de rectificación.
A una semana del amplio triunfo de Fuerza Patria podemos esbozar tres conclusiones y dejar planteadas una serie de preguntas.
Primera conclusión: más allá de la devaluación llevada a cabo el lunes y de los anuncios sobre mesas y mesitas que pretendieron transmitir el mensaje de que el presidente –ahora sí– se ponía al frente de la política gubernamental, lo cierto es que el Gobierno parece estar dispuesto a morir con las botas puestas. El signo más palpable de eso son los vetos a la Emergencia pediátrica, la Ley de Financiamiento Universitario y a la distribución de Aportes del Tesoro Nacional impulsada por los gobernadores.
El equipo de gobierno optó por sostener un destinatario privilegiado para sus acciones y discursos: los bancos y grupos de inversión que mueven el amperímetro en el negocio de las letras y los bonos. En última instancia, sus decisiones buscan contentar a los “mercados”, que no son otra cosa que grandes especuladores, de los que el esquema económico libertario es totalmente dependiente. Y esto porque el plan sigue siendo el mismo: llegar a las elecciones de octubre con el dólar controlado para que no haya desmadre. Pero lo que hace dos meses era la llave para pintar de violeta el país, ahora es apenas un salvavidas para evitar que la crisis entre en un espiral.
Este lunes el mensaje hacia el poder económico tendrá seguramente una nueva escenificación cuando Milei presente un presupuesto para 2026 que ratificará el privilegio del pago de intereses de la deuda y volverá a prometer un dólar barato en detrimento del gasto social y la obra pública.
Segunda conclusión: el debilitamiento del Gobierno libertario se aceleró y al perder apoyo por abajo depende cada vez más del respaldo por arriba. El aval brindado por el FMI llegó, aunque quedó casi como un saludo a la bandera en medio de los cuestionamientos de los periodistas amigos, el fuego cruzado entre sectores del mileísmo y la toma de posición de varios de los gobernadores que, hasta hace muy poco, estuvieron más dispuestos a prestarle gobernabilidad. Sacando a los distritos en los que La Libertad Avanza hizo acuerdos con los oficialismos provinciales –CABA, Mendoza, Entre Ríos y Chaco–, el resultado de las elecciones bonaerenses terminó de volcar a los gobernadores dialoguistas hacia posiciones de prescindencia o directamente de confrontación.
El poder económico y sus núcleos dirigentes parecen constituir el último fiel de la balanza. Aunque no casualmente, esta semana voceros de esos núcleos hicieron saber de sus dudas y tanteos respecto de alguna salida institucional ante la agudización de la crisis. Una apuesta que implicaría reconstruir una vía de neoliberalismo sobrio de la mano de algún gobernador o ex gobernador enrolado en Provincias Unidas.
Tercera conclusión: Axel Kicillof emergió como el gran ganador en la disputa interna del panperonismo, pero también –por lo menos hasta ahora– de la crisis libertaria. El triunfo de Fuerza Patria expresó la desilusión con el mileismo y al mismo tiempo es impensable sin una referencia política, y una gestión de gobierno, capaces de retener un caudal electoral que hace unos meses estaba en duda. Más allá de lo oportuno del desdoblamiento y de las mezquindades de los propios, Kicillof ofrece un estilo y una trayectoria que son la contracara de lo que encarna Milei. Por último, deja ver también ciertos principios para delinear un programa alternativo y, cosa que no es menor, representa más presente que pasado. Por todo esto, lejos de ser un trámite, las elecciones de octubre reeditan el desafío para un Kicillof cuyas credenciales serán puestas a prueba por propios y extraños.
Planteadas las conclusiones, aparecen algunos interrogantes. Por un lado, ¿podrá el Gobierno contener la olla a presión del dólar y la inflación hasta el 26 de octubre, incluso echando mano a los dólares prestados por el FMI? ¿Le alcanzará para ser la fuerza más votada a nivel nacional (algo no descartable por la dispersión del resto) y con eso generar las condiciones mínimas para relanzar su experimento? En esa línea, ¿un escenario de esas características es suficiente para renovar el respaldo del círculo rojo o el poder económico ya está decidido a apostar por un camino más predecible? Por último, ¿podrá el peronismo encauzar su crisis programática y de conducción o quedará encerrado en el internismo, la indefinición y la impotencia?
Aunque la tentación de ir un poco más allá del día a día es legítima, no nos debería hacer perder de vista que en el corto plazo se vienen sucesos que serán determinantes para la evolución del escenario. Por lo pronto, la semana que viene seguramente nos deje una escena que será continuidad de la foto que dejó el 7 de septiembre. Un gobierno que no tiene nada que ofrecer más que el ajuste y el avance sobre los derechos de las mayorías. Un sistema político que ya no le presta el apoyo que necesita porque tomó nota de su debilidad creciente. Y una parte muy significativa de la sociedad que lo repudia, esta vez en las plazas y en las calles.