Política Oct 19, 2025

Entre la nuca de Milei y la cuna del peronismo

Más allá de cualquier lectura anecdótica, la foto de Javier Milei y su equipo observando como invitados de honor la conferencia de prensa de Donald Trump en la Casa Blanca el martes pasado, lo dice casi todo.
Docente e investigador UBA/UNLPam y conductor de FMI (FM La Tribu)

La última semana el Tesoro estadounidense volvió a comprar pesos tratando de evitar un salto en el precio local del dólar y se hizo más evidente que el Ministerio de Economía es un actor secundario en el día a día. Pero además se confirmó, por diversas vías, que un enviado del Gobierno de Donald Trump se reunió con representantes de la oposición dialoguista para intentar reestablecer, de mínima, el respaldo otorgado al mileismo en 2024 y hacer saber que la Casa Blanca pretende incidir la hora de conformar un nuevo gabinete. Si le agregamos que, desde un comienzo, el Gobierno prescindió de una política internacional autónoma, estos hechos nos llevan a afirmar, sin exageración alguna, que estamos ante un gobierno títere. Y que, más allá de lo que ocurra el domingo 26 en las urnas, el mileismo entregó su destino y el del país a los designios de una potencia extranjera y en decadencia.

De más está decir que la fragilidad del escenario económico va más allá del efecto contenedor que pudo haber tenido en un comienzo la inédita intervención del Tesoro estadounidense. A una semana de las elecciones de medio término el Gobierno libertario aparece sumido en la debacle y solo le queda hacer de su debilidad extrema un acto de supuesta fortaleza. Para decirlo con total claridad: en dos años la política económica de Javier Milei y Luis Caputo generó una recesión galopante, alimentó una fuga incesante de divisas difícil de comparar con otro caso a nivel mundial, incrementó exponencialmente el endeudamiento con el FMI y ahora dejó en manos del gobierno de otro país buena parte de la toma de decisiones. A eso hay que sumar los escándalos por corrupción y los vínculos con el narcotráfico que salpican de lleno a una fuerza política que venía a desterrar los privilegios de la casta. 

Digamosló con claridad. Si existe alguna posibilidad para que el experimento libertario pueda sobrevivir a este panorama eso solo se explica por dos factores: el antiperonismo, que oficia de núcleo ideológico fundamental en sectores de diverso origen social, y el papel ordenador que puede tener la intervención del gobierno estadounidense en una parte importante del sistema político. 

En ese marco, a la hora de pensar en las elecciones del 26 de octubre la combinación de tales elementos (la crisis generalizada, los magros resultados económicos y el sostén ideológico-político) nos lleva a plantear lo siguiente: lo más probable es un oficialismo rondando un tercio de los votos. Y si eso se da estaremos ante una situación paradójica (aunque muy deseable hace apenas cuatro meses): el gobierno saldrá debilitado, porque más allá de los intentos de contabilidad creativa que se hagan, lo cierto es que una gran mayoría del electorado no aprobará ni el rumbo ni los resultados de su gestión. Sin embargo, quedará virtualmente vivo para emprender algunas maniobras que le permitan transitar los próximos dos años con la hoja de ruta que le proponen desde la Casa Blanca.   

El otro gran hito de la semana fue sin dudas el aniversario del 17 de octubre. El peronismo cumplió 80 años y las actividades organizadas en la Ciudad de Buenos Aires son una buena pintura de su situación actual. La CGT realizó una proyección inmersiva de imágenes en su edificio de la calle Azopardo. Mientras que el domicilio de Cristina fue el punto de encuentro para una concentración callejera que escuchó el mensaje de la expresidenta: “el 26 de octubre es Milei o la Argentina”. 

Es obvio a esta altura de su historia que el peronismo ha sido y sigue siendo muchas cosas. Quedémonos con una de esas cosas y dejemos una interpretación para lo que viene. Por un lado, el peronismo hoy vuelve a funcionar como un punto de partida desde donde construir un bloqueo a lo peor. Y eso es así porque una parte de su dirigencia y de su militancia sostiene su legado plebeyo y democrático y también porque el antiperonismo –o mejor el antikirchnerismo– es uno de los combustibles esenciales de la actual ofensiva de los sectores dominantes, encarnada de modo más brutal en el mileismo. Por otro lado, está claro que el peronismo sigue inmerso en una crisis que combina elementos organizativos (en el sentido más amplio del término) y de proyecto socioeconómico, que requiere de una significativa renovación para dar respuesta a los desafíos del momento. 

En todo caso, si de clivajes y cuadrantes se trata –algo muy usado para analizar las particularidades del fenómeno peronista–, el escenario actual aporta una ventaja. Si el poder económico y las fuerzas políticas que defienden sus intereses representan tan nítidamente una opción para los de arriba y por derecha. Para transitar el camino que va del bloqueo a la construcción de una alternativa, lejos de cualquier contorsión posible, a este peronismo octogenario solo le queda, una vez más, hacerse fuerte desde abajo y por izquierda. 

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