El Gobierno de Javier Milei llega a su segundo año en una situación que combina cuatro elementos: una fortaleza política revitalizada con el resultado de las elecciones de octubre y la crisis del peronismo como fuerza nacional; una frágil estabilidad cambiaria sustentada, sobre todo, en el apoyo del gobierno estadounidense; un nivel de inflación controlado, aunque en alza, producto del sostenimiento de las famosas tres anclas (salarial, fiscal y cambiaria); y la aparición de síntomas cada vez más evidentes de una economía desbastada.
Más allá de los retoques hechos por el INDEC para evitar la declaración formal de la recesión, todos los indicadores de lo que se suele llamar economía real son peores a los recibidos en diciembre de 2023.
En un nivel más general, hay estudios que hablan de una baja en el consumo que llega al 20% en mayoristas, 10% en supermercados y 5% en shoppings. Si miramos las tres actividades que más empleo generan el panorama es igual de grave: la construcción cayó 14%, la industria un 10% y el comercio un 5%.
Todas cifras que adquieren más sentido cuando se las relaciona con estas otras. Por un lado, según datos de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo, entre noviembre de 2023 y agosto de 2025 cerraron 19 mil empresas (un promedio de treinta por día). En paralelo, se perdieron 275 mil empleos formales. Sumemos un dato más, esta semana el Consejo del Salario estableció un salario mínimo de $322.000, el más bajo en los últimos veinte años y muy lejos de la canasta básica que marca la línea de indigencia que está $200.000 por encima. De hecho, acá aparece un dato elocuente: en diez años Argentina pasó de tener el salario mínimo medido en dólares más alto de la región a tener el más bajo.
En los últimos meses se multiplicaron las imágenes de fábricas dejando de producir, los despidos y suspensiones, y las noticias referidas a firmas extranjeras que se van del país. Sin embargo, esta semana trascendió el caso de la multinacional de origen estadounidense, Whirpool. Es un hecho que condensa muchos aspectos del proceso de reconversión regresiva que está padeciendo la Argentina en el marco del experimento libertario.
En octubre de 2022 Whirpool inauguró en Pilar su planta de lavarropas con el objetivo de producir 800 unidades por día y exportar el 70%. Tres años después, en medio de la apertura comercial y la debacle del consumo interno, echó a sus 220 operarios para convertirse a la importación.
Si el caso de Whirpool sintetiza en gran parte el modelo económico que propone el mileismo y avala el gran empresariado, el evento antivacunas que se hizo el jueves pasado en el Congreso completa el cuadro, justo en momentos en que nuestro país sufre un retroceso muy fuerte en los niveles de vacunación entre niños y niñas en edad escolar. Cuestión que se traduce en la reaparición o incremento de casos de diversas enfermedades que van del sarampión hasta la hepatitis y la tuberculosis. Lo que a su vez ya se tradujo en varios fallecimientos evitables.
Es cierto que las imágenes y los discursos que circularon en ese evento realizado por el mileismo en el Anexo de la Cámara de Diputados pueden tener un impacto reducido por el nivel de bizarreada. También es cierto que si se los piensa aislados del contexto pueden quedar como un hecho anecdótico. La relevancia del caso adquiere otro tenor al entroncarse con ciertas acciones como la desinversión y el ataque a la salud pública y al integrase a un imaginario que refuerza el valor del individualismo por sobre el interés común. Discurso que, vale subrayar, también marca el proyecto de reforma educativa que hizo trascender el oficialismo, o incluso está presente en los ideales que sostienen la reforma laboral que se discutirá en breve.
En definitiva, los lavarropas, ahora importados, y la performance de los luditas de los avances científicos que refuerzan el desinterés por las políticas de cuidado y la protección de los sectores más vulnerables de la sociedad, indican que el milésimo está más cerca de cumplir con una de sus promesas más sentidas: llevarnos a la Argentina de hace un siglo.
Sin embargo, si esos casos aparecen como símbolos de un porvenir sombrío también dejan ver lo más básico que hay que negar para vislumbrar y edificar un camino alternativo. Camino que deberá nutrir (y nutrirse de) el pasaje de la adaptación al rechazo al modelo libertario entre los propios agredidos y perdedores de ese modelo, postulando una perspectiva de futuro que se oponga a los pesares del presente y las promesas de volver a una edad de oro que solo puede beneficiar a unos pocos.

