Política Mar 23, 2022

24 de marzo o un antídoto contra la melancolía

El Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia nos invita a mirar hacia atrás. Buscando evitar la nostalgia militante y en una realidad que se muestra oscura.

De cara a efemérides como la del 24 de marzo la pregunta por el pasado se torna urgente. Dice el historiador británico Cristopher Hill que si bien el pasado no cambia, cambian las preguntas que le hacemos desde el presente. En los últimos años se difundió como una suerte de leitmotiv entre las izquierdas esa frase de Frederic Jameson masificada por Mark Fisher, que afirma que «es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo».

Este 24 de marzo el presente se nos presenta hostil y el futuro, más que incierto, con los nubarrones de la extrema derecha acechando en diversos lugares del mundo. Frente a esto, imaginarnos un mundo distinto parece casi imposible. ¿Desde dónde producimos, entonces, nuestras preguntas al pasado? Las mismas están enmarcadas en lo que algunos historiadores denominan un régimen de historicidad de tipo presentista: un presente que absorbe y disuelve el pasado pero también el futuro. Es un tiempo suspendido, un pasado que no pasa y un futuro que no puede inventarse ni predecirse.

La “memorialización” del espacio público, las huellas de memoria del pasado reciente en nuestras ciudades son una marca: los nombres de las víctimas de genocidios y masacres, escritos en todas las paredes de la tierra. Sin embargo, esa figura -en términos históricos- puede venir acompañada de una suerte de “lavado” de esas memorias: de militantes de proyectos políticos revolucionarios pasan a ser meras víctimas despojadas de todo tipo de agencia y experiencia. Enzo Traverso sostiene en este sentido que “la rememoración de las víctimas parece incapaz de coexistir con el recuerdo de sus esperanzas, sus luchas, sus victorias y sus derrotas”.

De desarmar la trama histórica

Las cronologías siempre parten de una convención. Las efemérides en relación a los procesos históricos responden a una construcción a posteriori. Sin embargo no podemos comprender el sentido del Golpe del 24 de marzo de 1976 -en tanto revancha de clase- sin analizar el proceso que lo precedió.

El golpe de Estado que realizan las Fuerzas Armadas –con complicidad civil, política, sindical y eclesiástica- al gobierno de Isabel Martínez de Perón va a profundizar y darle una nueva cara a un proceso social genocida que venía desarrollándose en democracia. Frente a lecturas que afirman que la Dictadura mataba a solo quienes “estaban metidos en algo”, vale insistir: el objetivo del genocidio en nuestro país fue claro. El “Proceso de Reorganización Nacional”, que es el nombre que adjudicarán las cúpulas a la Dictadura, hace referencia al “Proceso de Organización Nacional” que llevó adelante la Generación del ’80 a finales del siglo XIX.

La palabra “Reorganización” es fundamental: ¿qué quiere “reorganizar” la Dictadura? La historia que siguió a 1976 es harto conocida. A través de un plan sistemático de secuestro, tortura, violaciones, robo de bebés, desaparición y asesinatos de personas, se buscó subsumir la economía a los designios de la economía neoliberal, mediante la destrucción del modelo de sustitución de importaciones que se venía desarrollando desde la década de 1930.

Se trató de una respuesta a la trama social de resistencias y solidaridades construidas entre los años 1969 y 1976: sindicatos combativos, organizaciones barriales, de masas y también, de las experiencias de las organizaciones armadas.

De ofensivas y resistencias

La clausura de la experiencia peronista a partir del golpe de Estado de 1955 y las políticas económicas y sociales implementadas por los sucesivos gobiernos militares y democráticos que fueron alternándose en el poder fueron determinantes para llegar a 1969. Las políticas económicas, que implicaron la pérdida de los beneficios a los que los sectores populares habían accedido durante el gobierno de Juan Domingo Perón y la proscripción y persecución política del movimiento político más importante del país fueron el caldo de cultivo para un intenso desarrollo de la lucha de clases en la Argentina de mediados del siglo XX.

A su vez, el contexto internacional otorgaba nuevos modelos y lenguajes políticos. El telón de fondo estuvo signado por un cruce de procesos: por un lado, la Guerra Fría, que dividía el planeta en un bando capitalista bajo la dirección de los Estados Unidos y un bando socialista, bajo la hegemonía de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Por otro lado, el proceso de descolonización bajo los movimientos de liberación nacional en África y Asia y, finalmente, la Revolución Cubana de 1959, encabezada por Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara, que marcaría el camino a seguir para una nueva generación de jóvenes que comenzaban un incipiente proceso de politización, y que llegaría a conocer diversos grados de radicalidad.

Algunos estudios hablan de una situación de “empate” en Argentina: lo que quiere decir esto es que ningún grupo social era capaz de imponer un proyecto político viable. Ya sea mediante la resistencia obrera, ya sea mediante golpes de Estado o la victoria en elecciones con el principal candidato opositor proscripto, la Argentina de mediados de siglo XX vivía una enorme inestabilidad. El 28 de junio de 1966, la autoproclamada “Revolución Argentina”, encabezada por el general Juan Carlos Onganía derrocó el gobierno del presidente radical Arturo Illia. Este golpe contó con el apoyo de dirigentes políticos, la cúpula eclesiástica, medios de comunicación y, obviamente, sectores patronales.

Onganía proclamó sus intenciones de estar al mando del país por un tiempo indeterminado, con el objetivo de otorgar orden político para llevar adelante un plan de modernización de la estructura económica. Sin un plazo claro para la normalización democrática, procedió a disolver el Congreso y silenciar las expresiones de la vida política. Intervino militarmente las provincias y suprimió la autonomía universitaria bajo las acusaciones de “infiltración marxista”, generando una enorme fuga de cerebros, con “La noche de los bastones largos” como el episodio más funesto de esta práctica.

El plan económico que aplicó el ministro Krieger Vasena fue antiinflacionario, congelando salarios, devaluando el peso, ajustando sobre el sector público y llevando adelante una suba de tarifas. Los recursos fueron canalizados del agro al sector industrial, fundamentalmente a empresas “modernas”, a la vez que se redujeron las condiciones de radicación de empresas extranjeras. El proceso de transferencia de capital a los sectores más concentrados de la economía fue acompañado de un proceso de extranjerización. Los sectores populares vieron como sus vidas se encarecían de forma marcada, con el crecimiento de asentamientos de emergencia producto de las migraciones internas.

La respuesta popular no se hizo esperar. La CGT, dirigida por el Augusto Timoteo Vandor, emitió un plan de lucha que fue reprimido fuertemente. Las personerías jurídicas de los sindicatos fueron quitadas. La resistencia pasó a ser palmo a palmo, planta a planta, con las bases avanzando a pesar de la inmovilidad de las dirigencias sindicales.

A finales de la década del 60, la CGT sufrió una escisión que fue clave para el devenir político. A la dirección “dialoguista” que seguía la línea de Vandor se le opuso la CGT de los Argentinos (CGTA), encabezada por Raimundo Ongaro, que levantaba banderas antiimperialistas y socialistas. A su vez, la CGTA planteaba un marco de alianzas más amplio, rodeándose de estudiantes, curas tercermundistas e intelectuales de la izquierda peronista y no peronista.

Este proceso al interior del núcleo representativo más importante de la clase trabajadora fue la punta del iceberg de un marco más amplio de radicalización política e ideológica de la sociedad argentina. Y aquí es donde llegamos a nuestro momento bisagra, el año 1969. A partir de este momento, y hasta 1976, el país vivirá el crecimiento sin parangón del movimiento de masas y su radicalidad, que se expresará de diferentes maneras.

Las puebladas

El período que abarca los años 1969  y 1973 será testigo de las “puebladas” como forma de lucha popular, los llamados “azos”, explosiones de furia y organización popular contra el gobierno de la Revolución Argentina.

Así, en ciudades como Rosario, Mendoza, Tucumán y, como ejemplo más acabado, en Córdoba con el llamado “Cordobazo”, la acción colectiva toma nuevas formas, involucrando a la sociedad toda (trabajadores, docentes, estudiantes, vecines, comerciantes) en rebeliones masivas. La articulación de diferentes demandas y descontentos se unificaba en la oposición a la dictadura, aunque también se esbozaban planteos más radicales, de corte clasistas o antiimperialistas.

El Cordobazo, protagonizado por estudiantes, obreros y obreras de la industria automotriz y eléctrica, fue encabezado por los líderes sindicales Agustín Tosco, de orientación marxista, y Elpidio López, dirigente peronista. La capital de la provincia quedó bajo control popular durante un día. El gobierno envió al Ejército para reprimir, pero esto no frenaría la oleada de puebladas que se desataría a partir de este episodio. La chispa había prendido la mecha.

Radicalización política

A nivel mundial se vivía un proceso de radicalización política de distinta índole, desde los Estados Unidos hasta Asia. En nuestro continente, la Revolución Cubana marcará un antes y un después en estrategias y horizontes políticos. El antiimperialismo será un punto de articulación entre las izquierdas y el peronismo, facilitando el diálogo entre las diversas tradiciones políticas -“radicalizando” el peronismo, “popularizando” a la izquierda- y atrayendo a enormes masas de jóvenes y no tan jóvenes.

La primera experiencia guerrillera en Argentina verá la luz en 1959. Los Uturuncos, de tendencia peronista, fue organización compuesta por dirigentes sindicales, militantes de la Juventud Peronista Tucumana y referentes barriales, que buscó construir un foco revolucionario en Tucumán y Santiago del Estero. En 1962 nace el Ejército Guerrillero del Pueblo, una guerrilla marxista encabezada por el periodista Jorge Masetti, cuyo objetivo era construir un foco en Salta. Estas iniciativas no consiguieron apoyo mayoritario pero, de nuevo, 1969 será una bisagra.

En el año 1970 la organización Montoneros hará su presentación en público con el secuestro y asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu. De raíces católicas, su militancia fue virando paulatinamente a posiciones de izquierda peronista influenciados por las lecturas del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. De a poco irán acercándose a la Juventud Peronista, fusionándose en el año 1972. Nacerá la “Tendencia Revolucionaria” del peronismo, con una enorme capacidad de movilización e inserción en el movimiento de masas, aunque el sector sindical siempre les resultó un terreno hostil. Sin embargo, mantuvieron una lucha sin cuartel con la denominada “burocracia sindical”. En este sentido incluso fueron respaldados momentánteamente por Perón contra los sectores sindicales que le disputaban la conducción del movimiento obrero.

Dos años después de una fractura del Partido Revolucionario de los Trabajadores, en el año 1967 el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) asomará a la vida política argentina. De composición juvenil y con un número importante de mujeres, promovieron la guerra de guerrillas urbana y rural, intentando establecer focos en el monte tucumano y en diversas fábricas a lo largo y ancho del país.

“Entre 1970 y 1973 estos grupos (…) se embarcaron en una ola de acciones que comprendían ataques directos e instalaciones militares, secuestros y asesinatos de industriales y figuras políticas, espectaculares robos y asaltos de bancos (…)”, escribió el historiador Daniel James.

A su vez, el movimiento obrero verá surgir en los sectores más modernos de la industria el llamado “sindicalismo clasista”, de tendencia marxista y también en franco combate contra la burocracia sindical peronista y los sectores patronales. Sin embargo, mantuvieron una constante debilidad por la poca adscripción ideológica de las bases (que los apoyaban en tanto combatían a la burocracia, pero seguían identificándose con el peronismo) y por su limitada capacidad de negociación, resultado de una fuerte presencia en el interior del país en los sindicatos por empresa. No obstante, la rebelión de las bases parecía marcar el inicio del fin de la dirigencia sindical peronista y del poder despótico de los patrones en las fábricas. Más que una apuesta al socialismo, representaban un hastío con las dirigencias tradicionales.

Asimismo, en el ámbito rural se vivió un proceso de “descampenización”, con una enorme desaparición de productores familiares. Surgirán las “Ligas Agrarias”, que exigirán medidas antimonopólicas y de reparto de tierras. A su vez, los pueblos originarios fundarán en 1970 la Comisión Coordinadora de Instituciones Indígenas de la Argentina y en 1972 se llevará a cabo el Parlamento Indígena nacional donde se plantearán bases de reclamos jurídicos por tierras y condiciones laborales dignas.

En las barriadas populares, por su parte, se formarán espacios tales como el Frente Villero de Liberación Nacional y el Movimiento Villero Peronista.

¿Era un juego de machos?

El proceso de movilización conmovió a gran parte de la sociedad y, particularmente, a la juventud. Dentro de este sector, las mujeres tomarán nuevos roles y en diferente intensidad. Es sabido que la participación de las mujeres en la vida política de nuestro país precede y por mucho al período en cuestión y sin embargo, este presentó algunas particularidades.

A partir de mediados del siglo XX, según la investigadora Dora Barrancos, las formas de sociabilidad femenina -y en particular, de las mujeres jóvenes- van a cambiar en base a nuevos márgenes de libertad. Existirá una mayor articulación entre la vida privada y la vida pública. La revolución de la píldora anticonceptiva otorgará mayores grados de autonomía sobre sus cuerpos, a la vez que la moral sexual se relajará de forma paulatina. La enorme masa de mujeres que accedieron a los estudios universitarios de diversa índole se verá acompañada de una nueva salida al mercado laboral en el sector privado y público.

Pero aparte de esto, las mujeres también formarán parte de la radicalización política, formando parte de las organizaciones revolucionarias. Si bien su participación en las conducciones era casi nula, representaban un gran porcentaje de la militancia de base e intermedia. Ni el ERP ni Montoneros -dice Barrancos- contenían en sus programas concepciones autonómicas de la condición femenina ni del feminismo, al cual consideraban un movimiento burgués. La revolución socialista era la prioridad.

De la mano de este movimiento, grupos como Nuestro Mundo o el Frente de Liberación Homosexual serán una vanguardia en el cuestionamiento de la heteronorma y la moral tradicional. El primero fue, de hecho, la primera organización en plantear la defensa contra la discriminación de los homosexuales en América Latina.

De la primavera camporista a la muerte de Perón

El principio del fin de la Revolución Argentina fue el Cordobazo. Este hecho forzó la renuncia de gran parte de los ministros y marcó la salida de Juan Carlos Onganía, quien fue sucedido por Marcelo Levingston. Este último, cuyo gobierno fue puesto en jaque por el “Viborazo”, una pueblada cordobesa en el año 1971, fue sucedido por Alejandro Lanusse.

Lanusse propondrá un Gran Acuerdo Nacional (GAN) que buscaba pactar una salida de la dictadura acercando a Perón, con el fin de neutralizar la acción de las guerrillas. Sin embargo, Perón se apoyó cada vez más en la Tendencia Revolucionaria. 1972 Fue un año caótico. La dictadura estaba cercada por incontables huelgas de los distintos sectores del sindicalismo, tomas de universidades y puebladas. El GAN fracasaba como política y el gobierno se vió obligado a llamar a elecciones.

En agosto de 1972 se produce la “Masacre de Trelew”, el fusilamiento de militantes de organizaciones revolucionarias presos en una cárcel de la Patagonia, que generó una oleada de protestas e indignación popular. El 11 de marzo de 1973 Héctor Cámpora, el candidato del peronismo organizado en el Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI), ganaba las elecciones. El 25 de mayo de ese año asumiría acompañado de los presidentes socialistas de Chile, Salvador Allende, y de Cuba, Osvaldo Dorticós, poniendo fin a 18 años de proscripción del peronismo.

El gobierno de Cámpora, conocido como la “Primavera Camporista”, ilusionó a los sectores revolucionarios del peronismo y de los sectores populares. Se produjeron tomas de fábricas, hospitales, teatros, hoteles y todo tipo de establecimientos. El plan económico dejaba entrever la nacionalización de los depósitos bancarios, el control del comercio exterior, una incipiente reforma agraria y la restricción a las inversiones extranjeras. Si bien estas medidas no se convirtieron en ley, marcaban todo un signo de los tiempos y una nueva correlación de fuerzas al interior del movimiento popular argentino.

Si los movimientos que, en mayor o menor medida, de una forma u otra, desafiaban el orden establecido habían tomado una nueva fuerza en los años finales de la Revolución Argentina y la presidencia de Cámpora, el regreso del Juan Domingo Perón al país marcaría el cambio de la correlación de fuerzas. Antes de que pusiera un pie en suelo argentino, grupos de la derecha peronista abrieron fuego en Ezeiza sobre una multitud que esperaba la llegada del avión.

Cámpora fue obligado a renunciar y se convocaron a nuevas elecciones, para las cuales Perón fue acompañado de su esposa Isabel, y con la burocracia sindical como columna vertebral de la campaña, resultó ganador con el 62% de los votos. A su vez, como el sindicalismo no clasista y los grupos de derecha querían quitarse el lastre de la militancia de izquierda dentro y fuera del movimiento, comenzaron a acercar posiciones.

El asesinato del secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, por parte de Montoneros, marcaría el principio del fin de las relaciones entre el viejo líder y la izquierda peronista. La formación de la Alianza Anticomunista Argentina o Triple A, liderada por el secretario personal de Perón y ministro de Bienestar Social, José López Rega, y el jefe de la Policía Federal, Alberto Villar, sería un punto de no retorno.

Desde fines de 1973 y hasta marzo de 1976, la Triple A llevaría adelante una caza de militantes de izquierda en todo el país, con asesinatos, secuestros y torturas. La ruptura entre Montoneros y Perón quedaría plasmada el 1° de Mayo de 1974, cuando el presidente los echó de la Plaza de Mayo en el tradicional acto del Día del Trabajador. La muerte de Perón, en junio de ese año, marcaría el comienzo de una espiral de crisis política, social y económica sin parangón.

Con el gobierno en manos de Isabel Perón, el movimiento popular vería cernirse una ofensiva patronal sin precedentes. En un marco internacional signado por la crisis de 1973, las dificultades económicas, plasmadas en una brusca caída del salario real, mermó las condiciones de vida de los sectores populares. El asedio político a militantes de izquierda por parte de la Triple A se intensificó. En febrero de 1975 el Ejército llevó a cabo el Operativo Independencia, una limpieza de un foco guerrillero del ERP en el monte tucumano, dando inicio a los centros clandestinos de detención y tortura, así como la desaparición de personas.

El “Rodrigazo” fue un golpe de gracia a la economía de las mayorías. Se devaluó la moneda un 100%, se aplicó un tarifazo y se liberaron los precios, en una transferencia de ingresos masiva a los banqueros y sectores exportadores del agro. La CGT llamó a un paro -el primero de la central a un gobierno peronista-, donde se exigió la renuncia del ministro de Economía Celestino Rodrigo y de López Rega. Las organizaciones armadas, cada vez más aisladas, continuaban lanzando ataques y viendo crecer su militarización más y más.

En septiembre de 1975 el Ejército había intervenido 14 provincias, mientras los medios de comunicación presionaban para que los militares se ocuparan de poner fin a la “insurrección”. El 24 de marzo de 1976 Isabel Martínez de Perón se iba de la Casa Rosada en un helicóptero. Con apoyo de los Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional, los principales medios de comunicación, la cúpula eclesiástica y sindical y los sectores concentrados de la economía, encabezado por Jorge Rafael Videla, el «Proceso de Reorganización Nacional» estaba en marcha. Comenzaría una larga noche, marcada por el terror y la muerte.

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