Cruzando el Océano Atlántico existe un país que fue invadido por su vecino y ocupado ilegalmente por decisión de un líder autocrático y autoritario. Miles fueron condenados al exilio y quienes decidieron quedarse sufren la represión, la cárcel y hasta la muerte. No es Ucrania, es el Sahara Occidental.
Desde la década de 1960 las Naciones Unidas lo declararon como territorio pendiente de descolonización, sin embargo España primero y Marruecos hasta el día de hoy, han impedido por la fuerza la autodeterminación del pueblo saharaui. Esto se ha logrado con la complicidad del resto de la “comunidad internacional”. Mientras tanto los recursos del Sahara son saqueados por empresas europeas que legitiman de facto la ocupación.
Si bien desde 1991 existe la Misión de las Naciones Unidas para el referéndum en el Sahara Occidental (Minurso), encargada de organizar la votación en la que la población decida su futuro, en más de tres décadas no se ha llevado a cabo. Para colmo, semanas atrás el presidente español Pedro Sánchez planteó que la mejor solución al conflicto no es la independencia sino un régimen de autonomía dentro del reino marroquí. De esa forma, tiró por la borda toda la jurisprudencia al respecto, omitió la responsabilidad de su país que sigue siendo formalmente la potencia administradora del territorio e ignoró la voluntad de las y los saharauis que luchan -política y militarmente- hace décadas por su derecho a tener un Estado soberano.
Un conflicto con medio siglo de historia
Luego de casi tres décadas, el 13 de noviembre de 2020, se reanudó la guerra entre la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y el Reino de Marruecos. Se trata de un conflicto que, en realidad, se inició en 1975 cuando la entonces provincia española del Sahara fue invadida por su vecino del norte.
España, que atravesaba los últimos meses de la dictadura de Francisco Franco, decidió incumplir su promesa al pueblo saharaui y el mandato de Naciones Unidas de realizar un referéndum de autodeterminación. Fue así que mediante el llamado Acuerdo Tripartito de Madrid, firmado el 14 de noviembre de ese año, aceptó una administración conjunta del territorio junto a Marruecos y Mauritania. Sin embargo, las fuerzas coloniales europeas se retiraron en febrero de 1976 de manera unilateral.
El Frente Popular de Liberación de Saguia El Hamra y Río de Oro (Polisario), organización fundada en 1973 y reconocida por la ONU como la legítima representante del pueblo saharaui, proclamó la independencia. No obstante, el acuerdo entre la potencia saliente y el nuevo ocupante impidió la consolidación del Estado saharaui.
España, en retirada y cómplice de Rabat, encerró a los habitantes en sus poblados y los dejó sin combustible para que no pudieran huir. Marruecos, con el camino allanado, llevo adelante un verdadero genocidio (así fue calificado por la justicia española en 2015) atacando poblados, realizando masacres y arrojando napalm, fósforo blanco y bombas de fragmentación a quienes huían por el desierto.
Desde entonces el conflicto político y militar escaló. El Ejército de Liberación Popular Saharaui (ELPS) que había combatido contra los españoles ahora se enfrentaba a marroquíes y mauritanos. Mientras tanto gran parte del pueblo saharaui, expulsado de su tierra, se instalaba en los campamentos de refugiados en los alrededores de Tinduf, ciudad argelina a pocos kilómetros de la frontera de su país. Con los hombres combatiendo en el frente de batalla, fueron las mujeres las que erigieron un Estado en el exilio y fundaron cinco campos que llevan los nombres de cinco ciudades del Sahara Occidental ocupado.
En 1979 el Polisario logró que Mauritania reconociera a la RASD y se retirara del conflicto. Pero la guerra contra Marruecos continuó durante toda la década de 1980 cuando se construyó el llamado “muro de la vergüenza”. Se trata de una serie de fortines militares marroquíes que se extienden a lo largo de 2.700 kilómetros, partiendo en dos el territorio saharaui: uno bajo ocupación y el otro liberado.
Aunque en 1991 se logró un alto el fuego bajo la promesa del referéndum, las demoras y dilates de Marruecos, sumado a la continuidad de la represión y el saqueo, llevó al Polisario a retomar la lucha a fines de 2020.
Territorio ocupado, campamentos y diáspora
Ahjabha Hamadi Faragi nació en los campamentos de refugiados y actualmente vive en uno de los cinco que se constituyeron en el desierto argelino: Bojador. Integra un grupo voluntario que se llama «La huella del bien» compuesto sólo por mujeres y que busca ayudar a los sectores más vulnerables.
“La vida cotidiana en los campamentos es muy simple, llena de tradiciones y costumbres”, explica y añade: “El tiempo anda como una rueda pinchada que no puedes cambiar. Despertar todos los días e intentar que tu día sea mejor de lo que era antes es un desafío en sí mismo”.
Mediante mensajes de Whatsapp comenta que los servicios básicos son escasos. El agua llega en camiones cisternas y se guarda en tanques comunitarios. Luego cada familia ingresa a sus hogares lo necesario. En cuanto a la electricidad las conexiones son precarias por lo que, por ejemplo en el campamento de Bojador, los cables están “tirados en el suelo por todas partes y la luz se corta continuamente por el paso de automóviles”.
“El tema de alimentación es un tema espinoso, recibimos ayuda humanitaria pero no dependemos totalmente de ella”, detalla. “Estamos notando las bajas de las ayudas estos últimos años por muchas razones: los países que nos apoyaron fueron testigos de crisis a nivel económico y tienen sus propios líos”, completa.
Al otro lado del muro, en la ciudad costera que lleva el mismo nombre del campamento de Ahjabha, vive Anna Habibi. Nació en 1990 cuando la primera etapa de la guerra entre la RASD y Marruecos llegaba a su fin. “Vivo con mis padres y mis hermanos, el resto de nuestra familia vive en campos de refugiados en Argelia”, cuenta en un texto redactado en árabe y traducido para este medio por Taleb Alisalem, saharaui que habita en España y milita por su causa desde la diáspora.
Anna estudió Ciencias Biológicas en la Universidad, sin embargo luego decidió cambiar de carrera. Actualmente cursa Ciencias jurídicas con especialización en derecho público y derecho internacional. Sin embargo cuenta que ella no ha podido ejercer “ninguna profesión” ya que los saharauis en las zonas ocupadas del Sáhara Occidental “sufren discriminación racial por parte de las administraciones del ocupante marroquí, no se les permite trabajar excepto en algunos casos y en campos limitados”.
“A los militantes y activistas saharauis se les prohíbe completamente trabajar, ni a ellos ni a sus familias”, agrega y analiza que esto es para ejercer “presión económica y restricciones, para empujarlos a renunciar a su activismo, renunciar a sus convicciones a cambio del pan de cada día”. “En mi caso, no hay duda, no puedo comprometer mis posiciones políticas por el trabajo o el sustento diario, pues estoy dispuesta a morir por la causa de nuestro pueblo si es necesario”, sentencia.
Taleb también nació en los campamentos de refugiados, a donde sus padres llegaron en 1975 huyendo de la invasión marroquí. Si bien comenzó la primaria allí, finalizó sus estudios básicos en España para luego graduarse en Cooperación Internacional en la Open University de Inglaterra.
“Generalmente la gente cuando le dices que has nacido en un campo para refugiados te mira con cierta pena, como si hubiese sido un trauma, pero para un niño que nace en medio del desierto y siendo esa la única realidad que conoce, no le supone ningún drama”, recuerda. “Esa es su realidad y su mundo y los niños tienden siempre a ser felices, jugar y divertirse”, apunta.
Respecto a cómo es que llegó a España (donde habita la mayor comunidad saharaui fuera de África) explica que no tomó la decisión de hacerlo si no que “fueron las circunstancias”. De niño participó del programa “vacaciones en paz” impulsado por ONGs. El mismo consiste en llevar a niños y niñas saharauis de los campamentos de refugiados para que pasen un verano acogidos por familias españolas con el objetivo de sacarlos del desierto en esa época del año ya que las temperaturas son muy elevadas. “Además de darles la oportunidad de hacer revisiones médicas, una buena alimentación y lo más importante, conocer el mundo fuera de los campamentos”, señala Taleb.
“Fue una experiencia chocante, realmente todo me impresionaba, las luces, las casas, las puertas, un grifo que echa agua, un botón que enciende una pantalla, una calle sin pozos pero sin embargo con agua”, rememora sobre su primer viaje, a los 8 años. Cuando cumplió 10, entre su familia biológica y su familia de acogida decidieron que lo mejor era que se quedara en España para tratarse un problema de salud, estudiar y “tener un futuro”. “Desde entonces me quedé en España, años más tarde parte de mi familia saharaui pudo venir desde los campamentos y me trasladé a vivir con ellos en el norte del país, aunque mantengo una excelente relación con mi familia de acogida”, destaca.
Un pueblo pequeño pero con memoria
Desde 1991, con el alto el fuego, el Frente Polisario apostó por la vía diplomática y política convencido que el referéndum le daría una victoria contundente para lograr la independencia. Sin embargo las trabas de Marruecos, entre las que se cuenta la negativa a aceptar el voto de los saharauis fuera del territorio y en su lugar hacer participar a sus colonos, fueron dejando en claro que ese camino sería difícil de recorrer.
En paralelo la resistencia a la ocupación no se detuvo; la persecución y represión marroquí tampoco. “Recuerdo el día que mi hermano fue encarcelado y juzgado en un tribunal militar en Salé, en el año 2003 yo era menor de edad”, rememora Anna. “Realmente comencé a darme cuenta de la injusticia que vivimos a manos de la ocupación marroquí y la vida miserable que nos hizo vivir”, explica.
Para la joven que vive en Bojador “Marruecos se está aprovechando del bloqueo mediático y la falta de un medio internacional independiente que observe sobre el terreno, permitiendo que cometa crímenes contra la humanidad repetidamente sin rendir cuentas por ello”. “Las fuerzas de la ONU (NdeE: se refiere a los miembros de la Minurso) están aquí en las ciudades ocupadas, pero no hacen nada, de hecho están involucrados con la ocupación marroquí en sus crímenes; Marruecos les proporciona dinero y tierras a cambio de hacer la vista gorda ante la represión”, denuncia.
En este contexto, el punto más álgido se dio en octubre de 2010 cuando las y los saharauis levantaron el campamento de Gdeim Izik en las afueras de El Aaiún, capital del Sahara ocupado. Durante semanas miles se reunieron allí para reclamar su derecho a la autodeterminación y el fin del colonialismo. Un precedente directo -por no decir el comienzo- de las protestas luego conocidas como “primavera árabe” que estallaron en enero de 2011. Sin embargo, tras un mes de resistencia, el campamento fue brutalmente desmantelado por las fuerzas de seguridad de Marruecos.
Para entonces ya habían pasado 19 años desde el fin del conflicto militar y el referéndum no se vislumbraba en el horizonte. Generaciones que crecieron con la promesa de la solución pacífica, empezaron a agotar su paciencia e incluso a cuestionar a la dirigencia del Polisario. Lejos de olvidar su causa, las y los jóvenes saharauis fueron los principales impulsores de entrar nuevamente en acción.
“Hemos hablado bastante y hemos demostrado que somos un pueblo pacífico durante muchos años, pero nos dimos cuenta que así solo estamos perdiendo nuestras vidas”, expresa Ahjabha. “Volver a la lucha armada fue la mejor solución para nosotros como saharauis y como generación”, afirma sin dudar.
La guerra se da en todos los frentes
El reinicio del conflicto armado dio un reimpulso al activismo saharaui. Miles de jóvenes viajaron de distintas partes del mundo para sumarse a los campamentos de entrenamiento militar. Pero también la denuncia y visibilización desde el territorio ocupado y desde el exterior ha sido una tarea fundamental.
“Los saharauis rechazan unánimemente la presencia de la ocupación marroquí en el Sáhara Occidental, y Marruecos está seguro de ello por eso se niega a que se realice un referéndum, las cárceles marroquíes están abarrotadas de presos políticos saharauis, periodistas y activistas quienes documentan los delitos de ocupación”, señala Anna. Asimismo cuenta que los detenidos son de todas las edades, incluidos niños menores de 13 años, “como el caso de los que fueron arrestados a finales del año 2021 y condenados a cuatro años de prisión simplemente por haber celebrado la victoria de la selección argelina de fútbol que jugaba contra la la selección marroquí en el torneo de Copa Árabe”.
En la misma ciudad que Anna vive Sultana Khaya, activista que -luego de pasar unos días en España- regresó a su país el 18 de noviembre de 2020, cinco días después del reinicio de la guerra. Fue arrestada de manera ilegal y retenida en su casa donde padeció ataques de parte de los agentes marroquíes. Fue golpeada, violada y hasta intoxicada con distintos químicos. Se enfermó de COVID y se le negó asistencia médica.
A pesar de esto, cada día subía al techo de su vivienda y ondeaba la bandera de su país. Algo que está prohibido en el territorio ocupado. Finalmente, semanas atrás un grupo de activistas estadounidenses logró romper el cerco sobre la casa de Sultana y visitarla. Esta acción generó que, si bien el hostigamiento no se detuviera por completo, si se ha aliviane de manera considerable.
Una de las personas que más hizo por dar a conocer la situación de Sultana fue Taleb. No hubo día que en sus redes sociales no recordara los padecimientos de la activista. “Me siento doblemente refugiado, pues nací en Argelia, en campos de refugiados esperando que haya una solución al conflicto y volver a mi país, el Sahara Occidental, y desde esos campamentos me vine a España, a refugiarme del refugio, resulta incomprensible, pero es así”, se sincera y agrega: “Ser parte de la diáspora conlleva un sacrificio y una responsabilidad adicional, pues no dejas de sentirte en cierto modo culpable porque no vives ya en esas pésimas condiciones en los campamentos de refugiados como gran parte de tu pueblo, y tampoco vives en la zona ocupada bajo esa horrible opresión, por lo cual te sientes afortunado, pero también responsable de luchar más, y de una forma continua por concienciar y hacer llegar la voz de tu pueblo”.
La (nueva) traición española
De acuerdo al derecho internacional, las resoluciones de Naciones Unidas y hasta la Corte Internacional de Justicia, el Sahara Occidental es un territorio todavía pendiente de descolonización (al igual que las Islas Malvinas o Gibraltar). Y la potencia administradora de iure es España, por lo que tiene una responsabilidad en garantizar las condiciones para que el pueblo saharaui logre expresar su derecho a la autodeterminación.
A pesar de ello, a lo largo de los años los sucesivos gobiernos de Madrid -desde el fin de la dictadura, pasando por la Transición y hasta la actual coalición de centroizquierda- han vacilado entre una posición pretendidamente neutral o directamente cómplice de Marruecos. El Reino, por su parte, ha aprovechado su posición geopolítica para extorsionar al país europeo mediante el flujo migratorio y sus reclamos de soberanía sobre Ceuta y Melilla, las ciudades españolas en territorio africano.
Sin embargo, el último giro flagrante ha sido el anuncio del actual presidente de España, Pedro Sánchez, de que la mejor solución sería un estatus de relativa autonomía del Sahara pero como parte integral de Marruecos. Se trata de una violación a toda la jurisprudencia internacional y una complicidad con el colonialismo en pleno siglo XXI.
“El paso dado por Pedro Sánchez es una auténtica vergüenza que puede acechar a las nuevas generaciones de españoles si no corrigen el error”, sostiene Anna. Y aclara: “No nos oponemos a las relaciones amistosas entre España y Marruecos, de hecho deseamos a todos los pueblos de la región seguridad, prosperidad y armonía pero no aceptaremos que esto sea a expensas del derecho del pueblo saharaui a la libertad y la independencia”.
Por su parte Ahjabha asegura que la lucha de su pueblo “no depende de la decisión de nadie”. “No nos afectó en 1975 cuando dividieron nuestra tierra en frente de nosotros y creen que nos va a afectar hoy”, asegura.
“Realmente es una posición decepcionante, vergonzosa y humillante, humillante para quienes dicen abanderar la defensa de los derechos humanos, de quienes dicen ser demócratas y defensores de los pueblos, porque en una sola acción, han tirado por los suelos todos esos valores y principios”, aporta Taleb.
Finalmente Anna da en el clavo: “Los saharauis estamos acostumbrados a ser traicionados por la comunidad internacional y al doble rasero al tratar nuestra causa en comparación con otros conflictos, solo hay que ver la respuesta de los países occidentales respecto a lo que pasa en Ucrania”.
“Es cierto que a nadie le gusta la guerra, la conocemos bien y nos robará a nuestros hermanos y familiares, pero dimos 30 años de nuestra vida para encontrar una solución pacífica y la ocupación marroquí -y detrás de ella el veto francés y la inacción internacional- nos devolvieron de nuevo a la guerra, que no sabemos cuánto durará, pero lo cierto es que no se detendrá hasta que no se libere todo el territorio de la República saharaui”, concluye.